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Soñando con el sol

Si Hyungwon pensaba que vivir con un enorme híbrido de metro noventa sería tarea fácil, pronto descubriría lo equivocado que estaba. El hombre no solo ocupaba casi todo el espacio de su sala con su imponente cuerpo, su naturaleza salvaje y sus instintos transforman las tareas cotidianas en un verdadero desafío.

Desde los constantes intentos de cazar ardillas por la ventana hasta los destrozos que dejaba cada vez que se agitaba, parecía que el bosque mismo había invadido su pequeña casita. Sin embargo, no todo era complicado. Había algo fascinante en la forma en que él se movía, con la gracia de un depredador y la curiosidad de un niño. A Hyungwon le gustaba observarlo desde la cocina mientras el híbrido, envuelto en una sábana vieja que él mismo le había dado en un intento por tapar su exuberante desnudez, intentaba atrapar a Wenee que saltaba sobre la cama que apenas soportaba su peso.

Cada día su paciencia era puesta a prueba y Hyungwon intentaba encontrar un equilibrio entre su vida tranquila y la energía indomable de su inesperado compañero.

—Cielo, ¿puedes venir aquí un momento? Necesito un favor —Hyungwon gritó de pie fuera de la cabaña con las manos en la cadera. Hacía rato que había perdido de vista a Wenee y al híbrido y empezaba a preocuparse de que estuvieran haciendo alguna travesura.

El dúo desastroso salió detrás de unos arbustos de metro y medio hechos un completo desastre. El rostro de Wonho, como había decidido llamarlo ante la falta de un nombre, estaba manchado de lodo y varias hojitas enredadas en su largo cabello rubio. Su cabrita, en cambio, había perdido la blancura de su pelaje.

Con un profundo suspiro, Hyungwon cerró los ojos y contó hasta tres. Los adoro, se repitió. Eran parte de la vasta creación de la madre naturaleza y su deber era cuidarlos y amarlos.

—¿Wonnie? —El híbrido se acercó corriendo con la cabrita en sus brazos—. ¿Te sientes mal?

Hyungwon negó sacudiendo una mano. Abrió los ojos y no encontró la fuerza suficiente para enojarse con Wonho.

—No, cielo —miró sobre su hombro los troncos que quería cortar, la fogata podía esperar—. Vayamos al río, tienen que darse un buen baño.

—Pero me bañé ayer —dijo Wonho, dando un paso hacia atrás.

Hyungwon dejó escapar una pequeña risa mientras negaba con la cabeza.

—Eso no cuenta, cariño —extendió una mano para acariciar el cabello de Wonho, quitándole suavemente una de las hojas atrapadas entre sus cabellos dorados—. Tú y Wenee parecen haber estado rodando en el bosque.

Wonho gruñó bajando la cabeza, en parte ofendido y en parte juguetón.

—Es divertido, además, el lodo es… refrescante.

—Tal vez para ti, pero a mí me preocupa que Wenee termine pareciendo más un cerdo que una cabra.

Con un suspiro de resignación, Wonho intercambió miradas con su pequeña compañera, cuyo pelaje ahora era una mezcla de marrón y verde musgo, y asintió.

—Está bien, iremos al río.

Hyungwon sonrió satisfecho.

—Gracias, cielo. Será rápido, te lo prometo —despeinó por última vez el cabello de Wonho y se alejó—. Cuando volvamos te daré galletas de jengibre.

—Gracias, Wonnie.

El camino hacia el río fue silencioso y tranquilo, con el sonido de las hojas crujiendo bajo sus pies y las risas bajas de Wonho que bromeaba con Wenee en brazos. Hyungwon caminaba ligeramente adelante, sus pasos más rápidos para compensar las zancadas grandes del híbrido.

Al llegar al borde del río, Hyungwon se arrodilló para probar la temperatura del agua con los dedos. Estaba fría, pero agradable, perfecta para barrer la suciedad del bosque.

—El agua está perfecta —dijo, enderezándose y volviéndose hacia Wonho—. Vamos, cielo, entra.

El hombre bestia, quien siempre parecía tener una relación especial con el agua, se acercó con una mezcla de reticencia y entusiasmo. Dejó a la cabra en la orilla, y esta, como si entendiera la señal, corrió hacia el agua lanzándose y salpicando la túnica azul de Hyungwon.

—Ella también necesita bañarse.

—Lo sé —respondió Hyungwon, cruzando los brazos—. Ahora es tu turno, adentro. Y no intentes escabullirte, te estoy vigilando.

Wonho suspiró. Cuando vivía en el calabozo, no necesitaba bañarse todos los días. Cuando su padre no soportaba su aroma lo llevaba al río, mientras bastaba con un par de lengüetazos en brazos y piernas. Finalmente y sabiendo que no tenía otra opción, entró al agua, salpicando apenas mientras se sumergía.

—¡Está fría! —gritó, aunque no tardó mucho en acostumbrarse. Por fortuna, Wenee estaba ahí y se le acercó para invitarlo a jugar. Entonces los dos empezaron una guerra de chapoteos, sin importarles que pudieran mojar al humano en la orilla.

Hyungwon se quedó observando la escena, sonriendo suavemente al ver cómo el agua salpicaba el rostro salvaje de Wonho y arrastraba la suciedad de sus mejillas.

Una vez sumergido completamente hasta la cintura y deteniendo todo juego, comenzó a frotar su pecho y brazos con el agua. Hyungwon notó que el híbrido no estaba completamente cómodo con la tela que aún cubría parte de su cuerpo. El movimiento y el peso de la sábana mojada limitaba su libertad.

—Esta cosa es un estorbo —murmuró la bestia, tirando de la tela que se le pegaba como una segunda piel. En un movimiento rápido y despreocupado, deslizó la sábana por sus hombros y dejó que se hundiera en el agua, completamente ajeno al hecho de que ahora estaba totalmente desnudo.

Hyungwon sintió que el calor le subía al rostro en un instante. Sus ojos se desviaron intentando enfocar cualquier cosa menos a Wonho, pero no pudo evitar lanzar una rápida mirada al cuerpo del híbrido, cuyas formas robustas y naturales brillaban bajo la luz del sol reflejada en el agua.

—Wonho.. —comenzó Hyungwon, su voz más temblorosa de lo que esperaba y volteando la mirada hacia los árboles en un intento por no parecer afectado—. Podrías haber esperado un poco para… uh… deshacerte de eso.

El aludido, ajeno al nerviosismo que causó en Hyungwon, se giró hacia él con una sonrisa inocente, completamente relajado moviendo el agua con sus brazos extendidos.

—¿Por qué? Estoy más cómodo así —Sacudió su cabello, dejando que el agua cayera en gotas sobre su piel ligeramente bronceada.

El druida tragó en seco, mantuvo la compostura y observó de reojo.

—Claro… pero… no todo el mundo está acostumbrado a tanta… tanta libertad.

—No te preocupes, Hyungwon. Aquí no hay nadie más que tú y yo.

Hyungwon asintió lentamente, amando la rápida confianza que el híbrido había puesto en él. Mantuvo los ojos fijos en la cabra, que seguía chapoteando a un lado del río, mientras su corazón latía más rápido de lo que le hubiera gustado admitir. Sabía que, como druida, debía estar en perfecta armonía con la naturaleza y sus criaturas, pero la cercanía de Wonho, tan despreocupado en su desnudez, lo ponía al límite de su autocontrol.

—Quizás.. tal vez debería cortar unos troncos mientras ustedes se bañan —murmuró Hyungwon, girando sobre sus talones con la intención de ocupar sus manos en otra cosa que no fuera mirar al híbrido desnudo. Pero antes de que pudiera alejarse, sintió un tirón en su manga.

—Wonnie, ¿no te vas a bañar tú también? —preguntó Wonho, mirándolo con esos grandes ojos curiosos. El agua le caía en cascada por el rostro, bajando por sus hombros anchos, perdiéndose en sus clavículas marcadas y creando un camino hacia la gloria.

—¿Qué? N-no, estoy bien —aclaró la garganta, sintiendo que el calor en su rostro aumentaba aún más—. Ya me bañé esta mañana —mintió.

—¿Seguro? El agua está muy agradable —Wonho lo observó un momento más antes de encogerse de hombros y volver al río, permitiendo que Hyungwon le diera una mirada completa a su espalda ancha cubierta de músculos y su firme trasero.

El joven druida, aún nervioso, respiró profundamente y murmuró para sí mismo:

—Madre naturaleza, dame paciencia…

Hyungwon se quedó estático en el borde del río, con sus pensamientos hechos un torbellino. Trató de concentrarse en buscar leña, pero cada sonido del agua, cada salpicadura, lo hacía más consciente de la presencia de Wonho. Los movimientos del híbrido eran fluidos y llenos de una energía natural que parecía contagiosa, algo que Hyungwon siempre había admirado en las criaturas del bosque.

Wonho, por su parte, estaba disfrutando de la libertad que el agua le ofrecía, nadando y sumergiéndose como si fuera una extensión de su propio ser. Cada vez que emergía, su cabello caía sobre su frente en mechones empapados, y la sonrisa despreocupada que llevaba iluminaba el ambiente con una inocencia casi infantil. Se sentía seguro con Hyungwon, como si la libertad que no había tenido en su vida anterior, ahora fluyera a través de él con cada sonrisa y cada gesto amable de su pequeño salvador.

Sin embargo, Hyungwon no podía evitar el conflicto interno que lo atormentaba. A pesar de su disciplina, el nerviosismo que sentía por la proximidad y la desnudez de Wonho no se comparaba con nada que hubiera experimentado antes. Se reprendió a sí mismo en silencio, tratando de recordar que su propósito era proteger y guiar, no dejarse llevar por distracciones que no tenían lugar en su vida.

Decidido a cambiar su enfoque, comenzó a buscar un árbol adecuado para cortar algunos troncos. Pero justo cuando se agachó para recoger su hacha, escuchó el sonido del agua salpicando más cerca de lo que esperaba. Al alzar la mirada, se encontró cara a cara con Wonho, que ahora estaba de pie en la orilla, observándolo con curiosidad.

—¿De verdad no quieres unirte? —preguntó Wonho, inclinando la cabeza hacia un lado. Sus orejas, que Hyungwon siempre encontraba fascinantes, se movían graciosamente con cada expresión que hacía, como si reaccionaran a sus emociones.

Hyungwon respiró hondo, sintiendo el peso de la mirada de Wonho sobre él. Sus manos, que todavía sujetaban el hacha, temblaron ligeramente. Intentando mantener la compostura respondió con una sonrisa forzada.

—Estoy bien, de verdad. Además, alguien tiene que mantener todo en orden, ¿no?

Wonho frunció el ceño ligeramente, como si estuviera pensando en algo importante. Luego, con una rapidez que sorprendió a Hyungwon, acortó los metros que los separaban y se sentó junto a él, empapando el suelo con gotas de agua.

—No necesitas hacer todo tú solo —Wonho tomó una ramita y comenzó a jugar con ella, haciendo dibujos deformes en la tierra húmeda—. Yo puedo ayudar.
Hyungwon se apartó un poco, intentando evitar mojarse y lo observó. La piel blanca de Wonho brillaba bajo la luz del sol, resaltando los contornos musculosos y las cicatrices que hablaban de una vida llena de maltrato. Sabía que debía mantener la compostura, que como druida debía estar por encima de tales distracciones, pero era imposible ignorar la belleza salvaje y natural que representaba Wonho. Pero a pesar de todo, no pudo evitar reírse suavemente ante la insistencia del híbrido.

—Gracias —dijo finalmente, apoyando el hacha en su hombro—. Entonces, ¿Podrías buscar algunas frutas para la cena?

El híbrido sonrió ampliamente, como si hubiera ganado un pequeño premio. Luego, sin previo aviso, se puso de pie y comenzó a caminar hacia los árboles con el agua goteando de su cuerpo y dejando pequeños charcos en su camino.

El rubor se extendió por su rostro casi al instante, un calor que le subió desde el cuello hasta las orejas, y se sintió avergonzado por su reacción. Trató de desviar la mirada, enfocándose en cualquier otra cosa —las hojas que crujían bajo sus pies, el suave murmullo del río, el canto de un pájaro cercano—, pero su mente seguía regresando a la imagen de ese cuerpo enorme y perfecto.

—Está bien, yo iré a buscar la cena. ¡Wenee, tenemos trabajo que hacer! —anunció, girando sobre sus talones para mirar a Hyungwon que asintió con una sensación extraña en el pecho que no terminaba de entender.


Sobrevivir a la personalidad curiosa y salvaje del híbrido o a su falta de pudor, no fue el gran reto para el joven druida. Hyungwon conoció sus verdaderos límites una noche fría de tormenta, parecida a la que anticipó su primer encuentro con Wonho.

El viento golpeaba con tal fuerza las ventanas que las tablas de madera temblaban bajo su presión. Tuvo que reforzar la puerta principal con dos tablas más, asegurándose de que todo estuviera bien protegido. Las ramas de los árboles rasguñaban las paredes como si quisieran abrirse paso hacia el interior. El hogar solía ser un refugio cálido y seguro, pero aquella noche el aire estaba cargado de una energía inquietante.

Hyungwon sacó del armario las mantas más gruesas que tenía y las acomodó en la sala. Wenee no quería separarse de Wonho, y Hyungwon tampoco tenía corazón para dejar solo al híbrido, especialmente con aquella tormenta amenazante.

—Toma esta almohada —dijo mientras se la pasaba con una sonrisa—,  yo estaré bien con una sola. —Esperó pacientemente a que Wonho la acomodara antes de cubrirlo cuidadosamente con las cobijas—. Dejaré una vela encendida por si necesitas ir al baño.

Wonho sonrió, las puntas de sus orejas agitándose ligeramente con emoción mientras enterraba la cabeza en el suave saco de plumas. Hacía tanto tiempo que no experimentaba los pequeños placeres de la vida común, que cada gesto amable de Hyungwon lo emocionaba.

El druida lo observó con ternura, resistiendo el impulso de apretarle las mejillas al ver la expresión tranquila y contenta de Wonho. En su lugar, pellizcó suavemente el dorso de su propia mano para mantener el control. No quería asustar al híbrido con gestos demasiado intensos.

—Buenas noches, Wonho. Que descanses —susurró Hyungwon y rodó sobre la cama improvisada para darle la espalda al híbrido. Wenee saltó sobre él y se acurrucó a su lado, haciéndose una pequeña bolita.

—Buenas noches, Wonnie —respondió Wonho en voz baja, con la mirada fija en el techo de madera que crujía bajo el peso de la tormenta—. Buenas noches, Wenee.

La cabrita emitió un suave balido como respuesta, lo que provocó una risa contenida en Hyungwon, quien se encantaba con cada pequeña interacción del “dúo desastroso”, como él los llamaba.

El silencio se instaló de nuevo, roto solo por el sonido del viento y la lluvia golpeando el exterior. Un ronroneo profundo emergió del pecho de Wonho, algo que siempre hacía antes de hablar.

—Wonnie —ronroneó Wonho, con una dulzura que erizó la piel del druida.

—¿Mmh? —respondió Hyungwon, su mente abriendo la puerta de la Ciudad de los sueños.

Wonho se sentó apoyándose en sus antebrazos

—¿Alguna vez… —pausó, buscando las palabras correctas —... has deseado que la lluvia se lleve tus malos recuerdos?

Hyungwon abrió los ojos lentamente, sintiendo el peso de las palabras de Wonho como una piedra hundiéndose en su pecho. No se había atrevido a cuestionar la vida de Wonho antes de encontrarse en el bosque, pero las heridas y cicatrices en su piel le daban una idea meramente clara. Y con su pregunta, una daga se hundió en su pecho.

—Siempre —respondió en un susurró, intentando mantener la calma—. El agua ha sido considerada como un elemento purificador por mis ancestros —continuó, recordando un par de hechizos que involucraban el agua—. Sin embargo, si lo que quieres deshacerte de emociones oscuras, el fuego es la mejor opción.

Wonho guardó silencio, analizando las palabras de Hyungwon. El híbrido recordaba con claridad la tarde en que el druida le explicó su conexión con la naturaleza, su papel como sacerdote y guardián del bosque. Él se impresionó con cada tarea del joven y del amor que ponía al cuidar hasta la hoja más pequeña del bosque.

—Wonnie, ¿tú me puedes ayudar a olvidar el pasado?

Un suspiro soñador y un ligero temblor fueron sus respuestas silenciosas, mismas que alimentaron una sensación desconocida en su vientre blanco. ¿Cómo un sonido suave proveniente de Hyungwon lo emocionaba de tal manera?

—Si me lo permites, lo haré.

El híbrido se movió más cerca, acortando la distancia entre ellos. Hundió su rostro en el hueco del cuello del druida, inhalando profundamente su aroma a hierbas y flores silvestres, un olor que se quedaba impregnado en las sábanas cuando Hyungwon se levantaba por las mañanas y que él olía en secreto. El cuerpo del druida se tensó de inmediato al sentir la cercanía de Wonho, pero no se apartó. Sin darse cuenta, la mano fuerte del híbrido se deslizó hasta la cadera de Hyungwon, en un gesto instintivo, protector.

—Quiero olvidarme de muchas cosas —susurró, sus labios rozando apenas la piel de Hyungwon en un gesto inocente.

El druida sintió una ola de calor subir por su cuerpo, demasiado consciente del tamaño y la calidez de la piel de Wonho a su lado. Tragó saliva, intentando calmar los nervios.

—P-perdonar muchas veces nos a-ayuda a sobrevivir —Hyungwon tragó saliva y se removió, inquieto por el calor que emanaba el enorme cuerpo junto al suyo.

El corazón de Hyungwon latió más rápido a medida que el calor del cuerpo que lo envolvía. Su mano seguía descansando en su cadera, firme pero sin apretar, y la cercanía era tan íntima que podía sentir el aliento cálido de Wonho rozando su oreja. Hyungwon cerró los ojos, tratando de calmarse, pero cada pequeño movimiento hacía que su mente divagara hacia lugares que no había previsto.

—¿Y si no puedo perdonar? ¿Y si lo que pasó fue tan grave que es imposible remediar con un perdón? —la voz de Wonho estaba cargada de resentimiento, un tono que solo hizo vibrar el cuerpo de Hyungwon.

La mano de Wonho en su cadera se movió ligeramente hacia arriba, acariciando con suavidad, como si buscara consuelo en el contacto. El druida tragó saliva, su mente luchando entre el deseo de consolarlo y la creciente tensión que se instalaba en su cuerpo.

—No tienes que hacerlo solo —murmuró, apenas capaz de controlar el temblor en su voz—. Estoy aquí… estoy contigo. Somos un equipo.

Wonho soltó un suspiro profundo, su aliento cálido acariciando la piel de Hyungwon. El druida sintió cómo una ola de calma lo envolvía, pero el aire también estaba cargado de una energía diferente, más intensa. Wonho se acercó aún más, su pecho firme presionando la espalda de Hyungwon con una conexión casi palpable. El calor del híbrido se derramó sobre él, envolviéndolo como una manta tibia en medio de la noche fría. Se dio cuenta de que Wonho estaba desnudo; el contacto de sus pieles era tan íntimo que casi podía sentir el latido de su corazón contra su propia piel. Para Wonho, deshacerse de la ropa siempre había sido natural, un gesto libre de inhibiciones que desafiaba la brisa fría o el calor abrasador, como si la desnudez fuera su forma más pura de existir.

—Wonnie —dijo, con la voz grave y tentadora para los oídos pecaminosos del druida—, siempre has sido tan bueno conmigo...

El corazón de Hyungwon dio un vuelco. Las palabras de Wonho, tan cargadas de sinceridad, lo desarmaban. Sabía que debajo de esa fortaleza había dolor, heridas que el tiempo no había sanado, y aunque deseaba ayudarlo a superar su pasado, también había algo profundamente personal en ese deseo.

—Lo hago porque… —Hyungwon dudó, temeroso de cruzar una línea que quizás no debería— … porque me importas, Wonho.

El silencio se prolongó por lo que fue una eternidad, abrumando al pobre Hyungwon. Entonces la mano grande de Wonho se movió desde su cadera, subiendo lentamente por su torso, hasta que sus dedos se entrelazaron con los del druida. El contacto fue suave, pero suficiente para encender el fuego en el cuerpo de Hyungwon.

—¿De verdad?

Hyungwon apretó los ojos, con el calor acumulándose en su vientre, y apretó la mano de Wonho en respuesta. Quería decir más, ser más claro, pero las palabras seguían atrapadas en la marea de emociones que lo embargaba.

La bestia se acercó aún más, su nariz rozándole el cuello y dejó un beso ahí, provocando un torrente de escalofríos que recorrieron la espina dorsal del joven.

—Wonnie —susurró de nuevo, sus labios apenas rozando la piel—. No sé cómo agradecerte…

El druida tembló ante la sensación, empujando su trasero contra el bulto creciente detrás de él, su cuerpo reaccionando antes que su mente. Quería detenerse, quería mantener cierta distancia, pero la proximidad de Wonho lo estaba consumiendo y su cuerpo parecía mandarse solo. Sin pensarlo, Hyungwon giró su cuerpo para quedar cara a cara con él, sus ojos encontrándose, donde la tormenta de afuera parecía reflejarse en su mirada.

—No hay nada que agradecer —dijo en voz baja—, disfruto hacerlo. Me gusta tenerte aquí.

Los labios de Wonho estaban tan cerca que Hyungwon podía sentir el calor que emanaban, y en ese instante, todo el mundo exterior dejó de existir. Solo estaban ellos dos, en la quietud de la noche, rodeados por la tormenta que parecía un eco lejano en comparación con la tormenta interna que ambos estaban viviendo.

Wonho, con un gesto lento y cuidadoso, levantó una mano para acariciar el rostro de Hyungwon, sus dedos trazando suavemente el contorno de su mandíbula. Hyungwon cerró los ojos, su respiración se volvió irregular y temblorosa bajo el toque suave. Era como si ese simple contacto hubiera encendido una chispa en el aire, presagiando un cambio irreversible. Y en ese momento, supo que algo estaba a punto de cambiar para siempre.

—No quiero irme —susurró Wonho.

Hyungwon relamió sus labios y sacudió la cabeza.

—No lo harás, no te irás.

Sin poder contenerse más, junto sus labios con una intensidad que los sorprendió a ambos, como si la urgencia de sus sentimientos exigiera ser liberada. El beso fue tímido, cálido y renovador. Fue como si todo lo que habían estado buscando se encontrara ahí, en la boca del otro, en la suavidad del roce, en la conexión perfecta que parecía llenar un vacío que ni siquiera sabían que existía. Por un momento, el mundo se desvaneció, dejando solo los latidos compartidos y sus respiraciones entrecortadas. Hyungwon apretó con más fuerza la mejilla de Hoseok, inclinando su cabeza en el ángulo justo para profundizar el beso.

Cuando finalmente se separaron, ambos estaban sin aliento y con las mejillas arreboladas por el calor del momento. Apoyaron sus frentes una contra la otra, buscando el consuelo de la cercanía, mientras sus corazones, aún acelerados, comenzaban a calmarse. Hyungwon no se atrevió a mirar a Wonho a los ojos, su mente seguía zumbando con la incredulidad del momento, intentando comprender de dónde había sacado el valor para cruzar esa línea tan delicada.

El tiempo fue pasando, y con cada día que compartían, Hoseok y Hyungwon se adaptaban más a su vida juntos en el bosque. Ambos disfrutaban leer bajo la sombra de un gran roble y, ahora pasaban cada tarde riendo e imaginando historias imposibles donde ambos eran los protagonistas.

Hoseok se volvió más abierto y tranquilo, sus días de encierro y desconfianza ahora solo un vago recuerdo. Había noches en las que las pesadillas lo acechaban, pero siempre encontraba consuelo en la voz suave de su pequeño druida que lo mecía de nuevo al sueño, susurrándole que todo estaba bien, que ya no había nadie para atormentarlo.

Una noche en particular, después de una cálida cena, Hoseok sugirió salir a caminar por el bosque. Hyungwon, con una sonrisa tranquila, aceptó sin dudarlo. Caminaron de la mano bajo la luz tenue de la luna, con el bosque susurrando historias antiguas a su alrededor. El aire fresco llevaba consigo la fragancia de los pinos y el sonido lejano del arroyo corriendo.

Cuando llegaron al claro donde se habían visto por primera vez, Hoseok se detuvo, mirando alrededor con una expresión de asombro. El lugar estaba lleno de luciérnagas, sus diminutas luces parecían estrellas atrapadas en la tierra. Hoseok soltó una risa suave, maravillado por el espectáculo.

—Es hermoso, ¿no? —murmuró Hyungwon, acercándose para tomar la mano de Hoseok.

Hyungwon lo observó con el corazón latiendo con calidez al ver la expresión de pura felicidad en el rostro de su compañero.

—Sí —respondió Hoseok, sus ojos siguiendo el vuelo de las luciérnagas—. Aquí me encontraste aquel día…

Hyungwon se sentó en la hierba y tiró suavemente de la túnica de Hoseok para que lo acompañara. Las luces danzando a su alrededor, iluminando sus rostros. Hoseok apoyó su cabeza en el hombro de Hyungwon, cerrando los ojos y dejando escapar un suspiro de pura satisfacción.
Hyungwon entonces sonrió satisfecho. Hoseok había dejado de esconder sus sentimientos y su manera de mostrar su amor sin palabras rebuscadas, era todo lo que Hyungwon necesitaba para sentirse completo.

—No sabía que la paz existía hasta que te conocí.

Hyungwon acarició su largo cabello dejando que sus dedos se enredaran suavemente en las hebras doradas.

—Tú también me diste paz, Hoseok —respondió Hyungwon, su voz llena de ternura—. Me diste un hogar.

Hoseok movió la cabeza y se quedó mirándolo, grabando cada detalle en su memoria: los hermosos ojos cerrados, su respiración lenta y tranquila, la forma en que la luz de las luciérnagas parecía dibujar constelaciones en su naricita redonda.

Entonces se inclinó y dejó un beso en su frente.

En un mundo donde la naturaleza parece haber perdido su brillo. En una cueva oscura, sin luz ni calor, donde las sombras ejecutan danzas en una noche que parece no tener fin, la gentil bestia cerraba sus ojos y soñaba con el sol.

Entonces un susurro en el viento, una brisa que arrastra consigo el aroma del bosque y el agua.

Alguien que lo llamaba en silencio. Un destello de luz. Sus ojos, acostumbrados a la
oscuridad, parpadean ante la intensidad de ese brillo que aniquila la oscuridad.
Una voz desconocida, pero que su alma reconoce, estalla en su interior. Su corazón latecon fuerza, anticipando una promesa que trasciende el tiempo y el espacio, de una vida que alguna vez fue suya.

La bestia tiembla, su respiración, ahora en pausa, le recuerda que aún está vivo.

Desde las sombras, extiende su mano hacia afuera, hacia un lugar donde la oscuridad ya no lo alcanza, y el aire roza su piel con una sensación de libertad.

—Gracias por rescatarme de mi prisión, Wonnie.

Fin♡

Hola🌼 Hoy he vuelto con una pequeña historia, muy linda.

Quiero agradecerle a The_clan_x, mi querida amiguita 💖  por el apoyo y la colaboración para terminar la historia. Sin ella, la historia estaría aún en borradores y sin un final. ❤️❤️

Prometo volver con la resolución de mis historias y si no las han leído, les invito a hacerlo ☺️

Bye,bye.

Pd: ¡Wonhito está de vuelta! 💪🏼

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