Isabela Madrigal - Encanto
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Isabela Madrigal – Encanto
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Todo Encanto se encontraba en un profundo silencio con la compañía de la Luna llena que resplandecía, la única persona despierta era nada más y menos que la "Perfecta" Isabela Madrigal con los codos en el borde de su alféizar decorado con flores perfumadas que florecían en la palma de su mano, suspiró entre sus labios, con los ojos bajos, mirando la luna llena brillando sobre ella, frunció el ceño, desde este punto tenía que dormir. En su mente le replicaba que la perfección no sale fácilmente sin esfuerzo, después de todo; pero simplemente no pueda.
Mordiéndose el labio inferior, Isabela aplastó la rosa carmesí en su palma; siseando para sí misma—Controla tus emociones, Isabela. Abuela espera algo mejor que esto.
Tras ese breve enfrentamiento con sus sentimientos, se dirigió a su cama, donde se acomodó con delicadeza, cuidando cada hebra de su cabello lacio para que no se arruinara. Cerró los ojos, rogando que el sueño se apoderara de ella, pero la noche continuaba siendo un desafío. Al amanecer, la luna cedió su trono al sol, y Isabela despertó radiante. Su cabello brillaba como un halo, moviéndose con un encanto casi sobrenatural, y se preparó para enfrentar el día con un hermoso vestido que resaltaba su belleza. Al salir de su hogar, saludó con elegancia a todos los que la cruzaban, dejando a su paso un rastro de sonrisas y flores que parecían florecer a su paso. Sin embargo, la serenidad de su jornada se vio interrumpida por una voz desafiante.
—Eres muy buena fingiendo, o es que los demás son ciegos—Dijo una chica de cabello oscuro, con una actitud despreocupada y una sonrisa burlona.
Isabela giró la cabeza, buscando la fuente de tal comentario. La chica, con una camisa rosa y pantalones oscuros, la miraba con una mezcla de diversión y desafío.
—¿Podrías repetir eso? —Inquirió Isabela, intentando mantener la compostura.
—Que eres buena fingiendo—Respondió la desconocida.
—Yo no finjo nada.
—Si claro—Suelta una pequeña risa para conectar mirada nuevamente con Isabela—puedes engañar a todos menos a mí.
Se marcho dejando a Isabela confundida, encogiéndose de hombros y regresando a sus deberes, no le tomaría mucha importancia ese comentario de la joven, ella no sabia nada de su vida para que le diga eso.
...
La siguiente mañana, su abuela Alma la convocó para compartir un café. Las dos, sentadas elegantemente, disfrutaban de la compañía y el aroma del café, hasta que Alma, con una dulzura que caracterizaba su voz, reveló lo siguiente.
—Isabela, he hablado con la familia Guzmán. Hoy tendrás una cita con Mariano. Serán la pareja perfecta en la familia.
Isabela sintió una nube de confusión cubrir su mente. Aunque había visto a Mariano en varias ocasiones, nunca había sentido un atisbo de interés hacia él. Sin embargo, la mirada esperanzada de su abuela le hizo sonreír, aunque con una sonrisa forzada.
—Eso... sería estupendo—Dijo mientras una sombra de duda se cernía sobre su corazón.
—¡Que bueno! Eso será hoy en la tarde, el vendrá por ti.
Alma le dejo un beso en la mejilla para despedirse de su nieta, Isabela se quedó mirando la taza con suma tristeza, para luego mentalizarse que su abuela lo estaba haciendo por su bien y tenía que ser el orgullo de la familia, como siempre se había prometido.
Ya vestida para la cita y con su corazón latiendo con nerviosismo, se encontró con Mariano, quien le ofreció una flor marchita. Juntos caminaron por el pueblo, con él hablando sin cesar sobre sus intereses, mientras Isabela sonreía, sintiéndose cada vez más atrapada en un monólogo que no la emocionaba. Al finalizar la cita, se alejó a unos metros del pueblo para poder relajarse con la compañía de la naturaleza, acostándose en el tronco del árbol cerrando sus ojos.
—Que cita tan jodida—Isabela voltea a escuchar esa misma voz, mirando hacia arriba a la misma chica de la otra vez acostada en el árbol.
—Fue una hermosa cita, para que sepas.
—Él lo disfruto, tu no—Salta del árbol, cayendo delante de ella.
—¡¿Qué tú sabes!? —Su paciencia se agotó, sin darse cuenta lo apunto con unas espinas.
—Que lindo lado tienes.
Isabela se sorprendió de las espinas despareciéndolo en un instante, tocándose el rostro para calmarse y diciéndose en voz baja.
—No es malo, mostrar ese lado Isabela—T/n pone su mano en el hombre de esta que tenía la cabeza baja—no tienes que esforzarte por eso—T/n agarro la mano de la morena jalándola.
—A... ¿A dónde vamos?
T/n no dijo nada llevándola en lo más profundo del bosque, Isabela miraba a los lados para ver si había algo conocido en ese lugar, hasta que paran se ve un hermoso lago radiar en la noche, T/n guio a la morena hasta en un pasto donde se sentaron admirando el hermoso lugar de la naturaleza.
—Puedes soltar todo lo que sientes—Isabela la mira sin entender—nadie pasa por aquí, excepto yo, así que puedes soltar todo lo que digas.
La morena se quedó quieta por unos minutos mientras su acompañante la veía con preocupación al ver que no podía soltar sus juegos de emociones, antes que pudiera decir algo más, vio como Isabela soltaba pequeñas lágrimas.
—Amo a mi familia...amo a mi abuela; pero...—Isabela se toca el cabello—siento mucho peso encima, siempre tengo que sonreír, tengo que ser perfecta para poder orgullecer a mi familia...es mi deber...
—No Isabela, ese no es tu deber—T/n le agarra del mentón haciendo que la mire—tu deber es apoyar a tu familia claro que sí; pero no de esa forma, te estas sobre esforzando demasiado, eso no es sano, nuestro único deber en esta vida es apreciar y vivir cada cosa de lo que nos sucede día a día, nada más.
Isabela solo pudo soltar muchas lagrimas por todo lo que estaba sintiendo en ese preciso momento, T/n solo pudo darle un abrazo con fuerza escuchando los gemidos de dolor de la Madrigal, pasando un tiempo de ese modo en el bosque donde la Luna fue la única testigo de ese momento.
...
Era un día especial, uno de esos que se sienten pesados en el aire por la inminente llegada de una noticia. Isabela, con su cabello sedoso brillando como la luna, no podía ocultar la preocupación en sus ojos. Se encontraba sentada, con las manos entrelazadas, mientras relataba a T/n la decisión que su abuela había tomado: una unión con el joven Guzmán, un destino que se sentía tan ajeno a su corazón como el frío invierno a la calidez de la primavera.
—Isabela —Dijo T/n con una voz suave a la vez firme—lo mejor es que le digas cómo te sientes ¡No puedes seguir dañándote de esa forma! No vas a ser feliz con esa vida que tu abuela ha creado para ti ¡Es tu vida!
—¡No lo entiendes! —Respondió Isabela, su voz quebrándose—Tengo que hacerlo, nadie me amará de esta forma —señalándose, como si su valor se desvaneciera ante la realidad.
—Yo sí te amo —Afirmó T/n, y en ese instante, el universo pareció detenerse. Las flores que adornaban el cabello de Isabela comenzaron a brotar con más fuerza, como si la naturaleza misma celebrara el momento.
—Te amo tal cual como eres —Continuó T/n—Eres perfecta como eres. No quiero a esa Isabela que tu abuela idealiza.
Las palabras de T/n resonaron en el alma de Isabela, por un breve instante, el peso del mundo se desvaneció. Juntaron sus frentes, y el tiempo se volvió etéreo, permitiendo que un suave beso se asomara entre ellas. T/n la abrazó con ternura, por un momento todo parecía posible; ero como todas las historias, esta también tenía su sombra. Isabela se separó, atrapada por la confusión y el miedo que la asediaban.
—Perdóname, T/n; pero no puedo... —Susurró, antes de alejarse con la mano en la boca, intentando ahogar los sollozos que brotaban de su interior, su corazón pesado como una roca.
Al llegar a su hogar con la autoestima por los suelos queriendo ir a su habitación para desahogarse, su abuela Alma la recibió con un brillo en los ojos, ajena al torbellino de emociones que asolaban a su nieta.
—Mi hermosa nieta, ¿estás llorando? ¿Pasó algo? —Preguntó Alma con dulzura.
—No, nada, abuela. Me acordé de algo y me puse nostálgica —Respondió Isabela, forzando una sonrisa para ocultar su desconsuelo.
—Ah, tranquila, mi nieta, no tengas esas cosas en mente —Dijo Alma mientras organizaba algunas cosas en la casa—Te tengo una buena noticia, mañana será la propuesta de compromiso para que Mariano sea un Madrigal, siendo tu pareja.
Isabela sintió que el mundo se le venía encima. La sonrisa que había esbozado fue apenas un reflejo, un esfuerzo por no decepcionar a su abuela.
—Es maravilloso abuela.
Alma le da un abrazo a Isabela para irse ambas a sus respectivas habitaciones.
Esa noche, lágrimas silenciosas se deslizaron por sus mejillas mientras se acurrucaba en su cama, recordando el cálido abrazo de T/n y la promesa de un amor verdadero que parecía desvanecerse.
...
Al día siguiente, el pueblo entero se unió para ayudar a la familia Madrigal, que había perdido su hogar. Isabela, con un nuevo semblante, trabajaba junto a otros, entregando ladrillos a los constructores. Fue en ese momento, al alzar la vista, cuando sus ojos se encontraron con los de T/n, quien la miraba con una leve sonrisa que iluminó su mundo.
—Te ves hermosa —Dijo T/n, su voz un susurro que llegó a lo más profundo de Isabela, quien sintió el calor del rubor invadir su rostro.
Felipe y Julieta sorprendidos al ver la conexión entre sus hijas, se sintieron culpables por haber creído que Isabela amaba a Mariano. Sus miradas se cruzaron con las de Dolores, que como siempre sabía más de lo que decía por su don. Alma, observando a su nieta sonrojada y feliz al lado de T/n, comprendió que había presionado demasiado a su familia, sonrió al ver que Isabela parecía florecer junto a la chica que realmente la entendía, con el corazón palpitante, Alma se acercó a ellas, y sintió que las palabras que había guardado durante tanto tiempo finalmente podían ser liberadas.
—Perdóname, Isabela, por presionarte. Veo que tienes una hermosa conexión con T/n. Te doy mi bendición, cuídala y ámala mucho.
—Siempre —Respondió T/n, esbozando una sonrisa que reflejaba un amor puro, mientras el pasto se deslizaba entre sus dedos.
Alma se alejó, satisfecha, admirando cómo el brillo en los ojos de las jóvenes hablaba más que mil palabras. Isabela, sintiendo la euforia del momento, se lanzó en un abrazo a T/n, quien la levantó en un remolino de risas y alegría.
En ese refugio, bajo las sombras de los árboles y el susurro del viento, el amor había encontrado su camino, y ambas sabían que, pase lo que pase, su historia apenas comenzaba.
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