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Attina - La sirenita: los comienzos de Ariel


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Attina - La sirenita: los comienzos de Ariel

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En las profundidades del océano, donde la luz del sol se filtraba a través de las olas en danzas plateadas, la futura reina de Atlantis, Attina, nadaba con gracia. Desde muy joven, había asumido el papel que alguna vez perteneció a su madre, quien había fallecido prematuramente. Ser la mayor entre sus hermanas la obligaba a ser un faro de fortaleza y ejemplo, una carga que llevaba con una elegancia silenciosa. Su padre, el rey Tritón, la guiaba con una mano firme pero amorosa, preparándola para el día en que tomaría las riendas del trono de su venerado reino.

Aquella noche, mientras las corrientes marinas susurraban secretos olvidados, Attina entró en el cuarto donde sus hermanas yacían en un profundo sueño, con el cabello ondulado como algas doradas y las mejillas sonrojadas por los sueños. Se quedó observando esa escena por unos instantes, sintiendo una mezcla de amor y nostalgia, antes de decidir que necesitaba un respiro. Con un movimiento silencioso, se deslizó fuera del dormitorio, nadando con suavidad a través de los pasillos del palacio, sus ojos explorando cada rincón, como si buscara a alguien en particular.


—¿Estás aquí? —Susurró la princesa.


Miró a ambos lados, su corazón latiendo con una mezcla de expectativa y anhelo. Antes de que pudiera pronunciar otra palabra, una mano cálida la tomó con ternura, jalándola hacia un rincón apartado del castillo. Allí, en la penumbra, una figura emergió de las sombras, con delicadeza, la envolvió en un abrazo y comenzó a dejarle suaves besos por el cuello, mientras Attina cerraba los ojos, tratando de corresponder a esa dulzura, soltando pequeños suspiros de satisfacción. Sus miradas se encontraron y, en un instante, el mundo que las rodeaba se desvaneció. Se fundieron en un beso casto, una promesa de complicidad en un universo que parecía estar en su contra.

Al salir con precaución, se alejaron del palacio, encontrando refugio en la suave arena de un lugar secreto donde nadie podían verlas. La luna estaba en su punto más alto, reflejándose en el agua como un manto de estrellas caídas. Se sentaron juntas, una al lado de la otra, admirando la belleza del paisaje.


—¿Cómo te sientes ahora? —Preguntó T/n una sirviente del castillo viendo cómo Attina apoyaba su cabeza en su hombro, buscando consuelo en su cercanía.

—Siendo sincera, más tranquila —Respondió la princesa, sintiendo cómo la calidez del abrazo la envolvía— Debo recordar disfrutar de estos pequeños momentos.

—Tienes que relajarte, Attina. Sé que estás en una posición complicada, pero deberías aprovechar estos instantes antes de que el trono te consuma —La voz de su enamorada era dulce, pero firme. Attina soltó un suspiro pesado, la responsabilidad siempre presente en su mente.

—Habla con tus hermanas, pasa tiempo con ellas. Y de vez en cuando, dile a tu padre que deseas un momento a solas. Todos necesitan un respiro, incluso los reyes —Sugirió la sirena, dejando que sus dedos acariciasen suavemente los brazos de Attina.

—Será complicado. Desde que mamá se fue, él se volvió muy estricto, y siempre hay algo que hacer —Respondió la princesa, mientras un atisbo de tristeza nublaba su mirada.

—Y no olvides que tienes una niñera —Se burló T/n entre risas, causando que Attina rodara los ojos, un gesto de fastidio que sólo podía ser acompañado por una sonrisa.


El tiempo pasó, y las dos sirenas se dejaron llevar por la corriente de la conversación, compartiendo risas y confidencias, hasta que la realidad las llamó de vuelta. Finalmente, llegó el momento de regresar.

Con un último roce de labios en la frente, T/n dejó a Attina en la entrada de su habitación, donde sus hermanas aún dormían plácidamente. Ambas intercambiaron sonrisas cómplices, sabiendo que, en medio de la responsabilidad y el deber, siempre habría espacio para esos instantes robados, esos momentos fugaces de felicidad. Cada una se despidió, llevando consigo no solo cariño.


...


En las profundas aguas cristalinas de Atlantis, donde la luz del océano se filtraba creando un juego de sombras y destellos, un grupo de sirenas se movía con gracia y sigilo. Nadaban en armonía, ocultas entre las corrientes, hacia un lugar que nunca habían deseado explorar. Sin embargo, el deseo de libertad y de romper las cadenas impuestas por su padre, el rey tritón, las impulsaba a adentrarse en un mundo prohibido y lleno de color.

Al llegar, sus ojos se deslumbraron ante un espectáculo sin igual, el lugar repleto de luces de diversos colores, parecía cobrar vida. Las burbujas de aire se mezclaban con el murmullo de la música, un ritmo seductor que provenía de animales acuáticos que tocaban instrumentos que, desde la muerte de la reina, habían sido prohibidos. Las sirenas se detuvieron un momento, observando el bullicio festivo, tomando conciencia de la tensión que habitaba entre ellas. Pero, poco a poco, el ambiente festivo las envolvió, y comenzaron a relajarse, dejando atrás el peso de la opresión.

Attina, la hija mayor del rey, se dejó llevar por el ritmo, moviéndose con elegancia entre las luces vibrantes. Fue entonces cuando sintió una mano cálida que tomó la suya con delicadeza. Al girarse, sus ojos se encontraron con los de T/n, la sirena de la que había caído perdidamente enamorada. T/n le guiñó un ojo, un gesto juguetón que encendió una chispa de sonrojo en las mejillas de Attina. Aquella conexión instantánea las sumergió en un mundo propio, donde solo existían ellas y la música que les rodeaba; sin embargo, en un rincón oscuro y escondido, una sirena de cabello morado observaba la escena con una sonrisa enigmática, alimentando un plan que prometía agitar las aguas de su mundo. Mientras tanto, T/n y Attina compartían susurros y caricias, sintiéndose libres por primera vez, ajenas a la preocupación que acechaba en la superficie.

Todo cambió de repente. La bulliciosa alegría fue interrumpida por la llegada de los guardias del rey, seguidos de la imponente figura del rey tritón, furioso y resplandeciente en su majestad. Con un grito aterrador, ordenó la destrucción de los instrumentos y la captura de T/n.


—¡Papa, espera! —Gritó Attina, intentando acercarse a la sirena—¡Ella no hizo nada malo! ¡Es alguien importante para mí!

El rey, visiblemente molesto, replicó con desdén—¡Mira lo que estaba haciendo! ¡Es una mala influencia para ti!

El corazón de Attina palpitaba descontrolado, y en un momento de valentía, exclamó—¡Porque la amo!


Un silencio sepulcral se apoderó del lugar. Las hermanas, sorprendidas, miraron a su hermana mayor con asombro. A pesar de que sabían sobre el secreto que guardaban, la revelación de su amor fue un golpe inesperado. El rey, por un instante, pareció vacilar, pero la rabia en su mirada no se disipó.

Las semanas siguientes fueron sombrías. Attina y sus hermanas se encontraban en su habitación, donde la tristeza pesaba sobre ellas como una nube densa. Alana, Adella y Arista intentaban consolar a Attina, quien había experimentado el rechazo de su padre y de perder a su único amor verdadero, nunca volvería a sentir nada como eso con otro.


...


Una noche, mientras la luna iluminaba el océano, Attina se encontró frente a la celda de T/n. La tristeza la invadió al ver a su amada detrás de las barras, pero en lugar de rendirse, decidió actuar. Cuando finalmente lograron liberarla, el abrazo que compartieron fue el último lazo que las unió antes de la tormenta, sus corazones, llenos de esperanza y deseo, se encontraron en un beso que transformó ese momento en una promesa. Risas y lágrimas se mezclaron mientras se escapaban hacia la libertad.

El regreso triunfal a Atlantis fue un momento de caos. El rey tritón, al darse cuenta de la injusticia que había cometido y de los planes de la sirena Marian junto a Benjamín enviándolos a las profundidades del mar, reunió a todos los ciudadanos. Con un gesto solemne, anunció que la música, esa expresión de amor y vida, volvería a ser parte del reino, desatando un torrente de felicidad y celebración.

Mientras la música resonaba por doquier, Attina se encontró cara a cara con su padre. La sombra de sus regaños aún pesaba, pero en su mirada había una leve comprensión.


—Cuídala y no le hagas daño —dijo el rey, antes de alejarse con una sonrisa tenue.


T/n confundida miró a Attina quien le devolvió una sonrisa radiante, juntas se abrazaron con fuerza, dejando que el amor que compartían iluminará su mundo, entre risas y giros, creando un nuevo camino en la historia de Atlantis, donde la música y el amor florecían como nunca antes. 

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