II: El Don y La Muerte
—¿Familia López? —sonreí muy incómodo. Pues el señor tenía un mostacho espantoso y muy mal cortado.
—Un segundo, ¡Mamá! ¡Mami!
Estire el cuello hasta verla en la cocina, con Harold sentado frente a ella, mirando una nota de algo tonto que hizo nuestro príncipe Sthefan. Llevan toda la mañana hablando de cómo vieron al hijo monarca con Sharol Carper, una actriz para adultos.
Debo admitir que también estaba un poco impresionado, un niño rico y de clase cuya vida era controlada desde que abre los ojos hasta que los cierra para dormir estaba pasándose por el culo las normas de la corona, dudo que tengan una regla de «que no te vean en público con actrices de dudosa modalidad, no seas pendejo» pero seguro va en sus normas de limpieza política y moralidad falsa.
Eran las siete de la mañana, Aly normalmente dormía hasta las diez, mamá y Harold estaban de vacaciones, el enojo de que debía repetir el último año ya se les había pasado. Así que, en cuestiones de paz, estábamos demasiado tranquilos para que durará más de dos días.
La noticia de que mi papá había muerto fue inesperada, pero aún así no fue mucho problema.
Yo no lo quería, no lo conocía, nunca me interesó mucho conocerlo y digamos que ya había encontrado algo mejor, tanto mamá como yo.
Mamá terminó de abrir la puerta, mirando de arriba abajo al hombre y apretando los labios al detenerse en esas dos pobres líneas divididas y curvadas.
—¿Familia López? —volvió a preguntar cuando mamá se asomó a la puerta—. Lamento darles esta noticia.
Un suspiro, uno fuerte salió de sus labios cuando la carta del hospital del pueblo fue puesta en sus manos, específicamente del área de la morgue pidiendo alguien que identifique el cuerpo.
A mamá le dolió más la muerte de ese viejo que de su ex marido con el que tenía un hijo precioso. Tomó la hoja de papel donde pedían que alguien fuese a identificar su cadáver al ser sustituto de familiar según unos papeles que dejó, ella lloró abrazado a Harold hasta que Aly despertó por sus gritos y bajó las escaleras corriendo descalza.
Claro que fue triste —al.menos para ella—, la vi arrodillarse mientras lloraba, abrazar la hoja contra su pecho y jalar su cabello con fuerza.
Mamá me tuvo a sus dieciséis, hasta donde sé, después de que la corrieron del convento por salir embarazada de un ayudante fue ese señor el que más apoyo le dió. El matrimonio fue casi obligado y desconozco que tanto amor sentían mis padres, como sea; nunca presencié ese cariño. Ni una pizca, nada.
En cuanto se calmó un poco, corrí a la cosina para calentar agua, desde la cocina la veía perfectamente recostada en el sofá, recogiendo sus rodillas y en medio de una crisis. Aly también comenzó a llorar, acariciando su mano, quitándole el anillo que no había notado hasta que lo escuché tambalear sobre la mesa de cristal. Ese que tenía escrito el nombre de Harold.
Quisiera tener ese tipo de conexión mágica de Aly, eso de sentir lo que la otra persona siente era muy hermoso y funcionó, porque en cuanto mamá la vio llorando sin razón alguna se detuvo un momento. Aly también lo hizo.
Hace casi quince años se hizo ilegal experimentar con personas como Aly, incluso hubo un pequeño grupo que sugirió revivir la quema de brujas e hicieron marchas para prohibirles existir y respirar el mismo aire durante las discusiones del inútil consejo. Nunca entendí la razón, Aly solo tenía una conexión. Una que los dejaba expuestos con ella cerca, desde que nos enteramos de su don habían personas que buscaban hacerle daño, físico o moral.
Así que, la escuela fue espantosa para ambos.
Las llamadas «brujas» simplemente tomaron el apodo y lo usaban cuando se encontraban con algún estúpido que buscaba ofenderlas. En cuanto a mí, no hacía nada. Un carro podía arrollarme y podría morir al igual que Aly, con la diferencia de que ella siente lo de otros y yo solo siento lo mío.
Incluso mi hermana, la «bruja» usaba su don para asustar a quienes la molestaban inventando una saltra de boberías como que podía hechizar a quien la moleste. En cierto modo, fue divertido verla espantar a los adolescentes con la amenaza de decirle a todo mundo sus secretos. Ese no era su don, pero. ¿Cómo pelear contra ella? Contra alguien clínicamente certificada de tener un don.
Ni en casa le llevábamos la contraria.
—¿Estás bien? —pregunte cuando entro a la cocina.
—Se sintió extraño. Nunca la había visto así —le tendí un vaso de agua caliente mientras servía uno para mamá.
Aly metió el pie en uno de los cajones abiertos para alcanzar el estante más alto donde Harold siempre guardaba el té, pues un día llenamos un frasco para la escuela de té de manzanilla y digamos que la manzanilla no es buena para activar la mente.
La directora nos acuso de estar drogados.
Sumergió las bolsas y las movió unos segundos.
—Quédate —asintió, deje la pequeña taza en la mesa y me arrodille junto a mamá. Ella me miró con esa culpa que siempre sentía por su hija, solo me quedaba repetirle lo mismo de siempre sin certeza alguna—. Está bien.
Mamá se sentía culpable respecto a Aly, si se enojaba con ella no había forma de ocultarlo; si se sentía triste mi hermana preguntaba; si estaba nerviosa. Cualquier sentimiento por mínimo que sea aumentaba lo que Aly sentía. Alterar a mi hermana era algo horrible porque al inicio vimos cómo se encerraba pensando que era su culpa; fiebres, dolores de cabeza, dolores físicos y obviamente problemas pélvicos por la ansiedad.
La ansiedad hace reserva en partes curiosas del cuerpo y Aly quedó estéril a sus quince años por el estrés compartido en casa. Mamá con su desarrollo, Harold con sus grabaciones, Lucy con su… existencia y yo con las competencias. Todo se acumuló hasta que un día me llamo llorando en el baño de la escuela porque pensó que tenía su periodo, pero no dejaba de sangrar y no sabía que hacer.
Ese día la saqué como pude de la escuela sin que nadie se enterase y solo confirmaron un desgarre que necesito cirugía.
Hace un año y seis meses de eso y la culpa estaba instalada en todos, menos en Lucy, por supuesto. Harold la castigo desde el primer chiste que hizo sobre el estado de mi hermana, mi hermana real. Tuve que pegar el culo a la silla para no saltarle encima y regresarle cada burla.
Fue extraño entenderlo, pero lo hicimos y estábamos bien. El don de Aly no estaba calificado como peligroso para segundos, pero si para ella por lo que necesitábamos llevarla constantemente al hospital cuando todos estamos negativos para no afectarla.
No quiero esa carga, la ansiedad de Harold y mamá por mi supuesto don fue una crisis familiar. Fui un conejillo de indias para descubrir un don que no llegó y la verdad ya tenía suficiente con Aly culpandose o enfrentando todo lo que estaba pasando.
Aly y Harold se quedaron en casa mientras mamá y yo íbamos a lo del abuelo. Me senté en la morgue y me quedé observando a una niña llorando con un pequeño conejo de peluche muy dañado. Minutos después una mujer salió y la cargó, susurrando algo que pareció calmarla.
Cuando se marcharon, mamá salió. Se sentó junto a mí y soltó un suspiro pesado.
—Tenemos que ir… —cerró los ojos—, tienes que ir a la notaría. Al parecer te dejo algunas cosas.
—¿Qué?
—Thomas, le agradas al viejo —pareció hablar para ella misma, un pequeño recordatorio para su mente—. El notario está esperando, hay una… una chica.
—Mamá, solo conozco la iglesia y el cementerio —tome mi celular—. Llamaré a Harold.
—¡No, no! Alisson.
—Aly está bien, mamá. Puedo encontrar la notaría, pero no confío en dejarte así —subí mis pies sobre la silla, apoyando mi cabeza en su hombro—. La llevaré conmigo.
—No la dejes sola —su voz sonó tan mal que el corazón se me hundió.
—No es para eso, es para perdernos los dos. No me va a comer un oso a mi solo.
—Aquí no hay osos.
—Un águila o un león.
—Los leones están en la sabana.
—Si no me hubieras parido, me caerias mal —sonrió, empujándome de su hombro.
Termine de enviarle un mensaje a Harold pidiéndole que traiga a Aly hasta la morgue. Sonó mal, Aly no debía estar en un lugar así.
Le envié otros aclarando que era para tratar de encontrar una notaría mientras él acompañaba a mamá. Quien sabe, a lo mejor un momento devastador arreglaba su matrimonio. Tenía puesta la sortija de matrimonio, tengo derecho a creer en que no se iban a separar tan fácil.
No tardamos ni veinte minutos en llegar a la iglesia del día anterior, todos llevaban ropa cómoda mientras que yo a duras penas podía tocarme la cadera de la cantidad de suéteres y abrigos que tenía.
Odio el frío más que a mí mismo, pero era más cómodo que sudar todo el día.
—¿Tienes un mapa?
—¿Para qué?
—Somos dos modelos en un pueblo de blancos insípidos, en el cementerio una mujer regañó a su hijo por mirarme como si fuera un dinosaurio —Aly se colocó los lentes de sol, a pesar de que había una leve nevada de todas formas el reflejo de la luz en la nieve podría provocarnos quemaduras—. Quiero un mapa para parecer más interesante de lo que ya soy.
—¿Un mapa para lucir perdida y ver con quién te acuestas? —se encogió de hombros—. Bien, Lucy.
—¡Ollé! De mi hermana no hables.
—Bien… Lucy.
Nuestro punto de fuga era la iglesia, el pueblo era un círculo enorme —literalmente— con menos de quinientos habitantes. El localizador del teléfono nos guío desde un restaurante donde por algún motivo había una sopa de patas de pato hasta la bendita notaría.
Una mujer llamada Linh que parecía mucho más mayor que mamá nos recibió y dejó a Aly en la sala de espera.
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★AUTORA★
Holis, ¿cómo están?
Recuerden que está historia es simplemente un borrador, si ven algún error ortográfico por favor avisarme.
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Gracias y yigolbel, yigolbel, yigolmodefoka.
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