Feliz Navidad.
El estiró su mano y sacó de allí su mejor camisa.
Ella se sentó frente al espejo y miró sus ojos achinados. Se sonrió.
Y el también se sonrió. Se sonrió al saber que ella probablemente estaría sonriendo.
Definitivamente era asi, asi tal y como ambos se querían. Se exigían. Se necesitaban con tanta naturalidad que su relación se volvía bizarra ante las banalidades del mundo terrenal.
Kakashi tenía un calendario que le obligaba a amarla los 365 días del año. Y él no ponía reparo en hacerlo, porque el cabello castaño de ella lo hipnotizaba para que lo hiciera. Él la amaba con la locura de un adolescente. Con la frescura de los jazmines de los campos de Sevilla. Con la magia de los mejores trucos.
Estrella por su parte también lo amaba. Pero más que esto, lo adoraba. Su cabello gris cargado de sobrehumana experiencia había despertado en ella desde el primer instante la intriga de saber los secretos que su alma guardaría. Ella lo amaba con la inocencia de una niña que comienza el jardín. Con lo imprevisible de las cuerdas de la guitarra de un trovador. Y con la delicadeza de las manos guerreras de Antígona.
Aquella Navidad sería especial. ¿Por qué no pasarla juntos?.
Ellos estaban destinados a estar juntos. Dos almas solitarias, unidas por el capricho de un destino que veía en ellos la compatibilidad de las mas grandes galaxias vecinas. Dos almas solitarias que al encontrarse provocaban que los solsticios tuvieran la necesidad de agregar horas a sus dias.
Kakashi no tenía el dinero para pagar una cena de lujo. Y Estrella no tenía aquellas pretensiones. El bar de la esquina del parque les pareció un lugar especial para huir del capitalismo que para esa fecha se encontraba a flor de piel.
De no haber sido por la insistente petición de que comiera, Kakashi no hubiera probado bocado por tan sólo mirarla. Tenía ese perfume barato que en su piel parecía haber sido creado por el Arcángel San Miguel. Era un perfume de batalla, de fe, un perfume que renovaba su avejentado espíritu y deleitaba las fosas de la recta nariz del peliplata.
Kakashi estiró su mano y entremezcló sus dedos con un mechón de cabello que caía risueñamente encima de la mejilla de Estrella. Ella cerró los ojos al sentir su masculina mano y fue ahí cuando Kakashi le robó un beso.
Si el código penal tuviera una sección de besos robados, Kakashi probablemente tendría una importante condena que enfrentar. Pero no le importaba. El sería el criminal mas buscado si asi lo requiriese con tal de probar aquellos labios con sabor a sandía una y otra vez.
Pero si sus besos eran motivadores de crímenes amorosos, ¡Su cuerpo era todo un deleite!.
Kakashi adoraba verla frente a el luciendo su vestimenta usada o de segunda mano. Pero mas adoraba verla desnuda. Porque era allí cuando su corazón parecía estar s punto de estallar de tanto amor que sentía.
Cuando tenían la oportunidad de estar juntos, Estrella no ponía reparos en exhibirse de tal manera que tentaría hasta al mas reacio. Caminaba contorneando sus caderas, se movía de manera tan sugerente que quitaba todo dejo de respiración.
Y para Estrella aquellos momentos eran tan memorables, que no podía estar sin guardarlos en aquel pequeño cofre mental que tenía tan bien cuidado. Kakashi había sido su único hombre, y lo seguiría siendo. Ella había sabido entregarse a el de tal manera que su cuerpo pedía a gritos sentirlo cerca. ¡Que sólo sus brazos podían acobijarla de los peores miedos! Y vaya que tenía miedos. Estrella sufría de la fobia a perderlo.
¿Podía acaso un ser tan independiente como ella sufrir el miedo de perder a alguien? Si. Y esto no era una maldición. Era el regalo perfecto con el que Dios la había bendecido. Era aquel don que le permitía aferrarse a aquél sujeto de por vida.
Ambos caminaron de la mano, en silencio, dispuestos a oir el canto de las hojas. El inefable sonido de sus corazones. Y las doce los encontró sentados en la primer banca de la Catedral. Mirando al altar con los ojos cargados de emociones.
La mano de Estrella presionó fuerte la de Kakashi. Las bocinas, los gritos, los fuegos artificiales eran el telón de fondo de aquél escenario. Pero el tiempo para ambos se había detenido. En aquel momento solo estaban los dos, presos de sus sentimientos. Amándose frente a la única persona que los amaba más. Frente a Dios.
Estrella lado su rostro para poder observar a su compañero. Y Kakashi le devolvió la mirada con una tierna sonrisa. Estaban allí, recordando el momento en que habían unido sus almas para siempre. 'Por que lo que Dios ha unido, el hombre no lo separe jamás'.
Y claro que habían tenido personas que intentaron separarlos. Pero no lo lograron, ni lo lograrían. Porque ellos tenían algo que los otros no. Ellos tenían Fe, esa fe que podía mover las peores montañas que los separaban, que podía mover obstáculos gigantes que impedían mirarse el uno al otro, pero sobre todo, esa Fe que les hacia creer en que solo el otro tenía lo que en verdad necesitaba en esta vida, ese inmarcesible deseo de envejecer juntos, de respirar el mismo aire, o de encontrarle sentido a las palabras que simplemente no tenían.
Porque para Kakashi, Estrella era el mismísimo sentido de la vida. Y para Estrella, Kakashi le ponía sentido a todo.
-Feliz Navidad.
Dijo ella, mojándose los labios de un amor doloroso. Pero puro. Porque debía reconocerlo, su amor dolía tanto, pero tanto que cada vez que no lo tenía cerca, su corazón deseaba convertir su sangre en astillas.
Pero al fin al cabo a Estrella no le importaba, después de todo no era Kakashi quien le hacía doler, sino la fuerza con la que lo amaba.
-Feliz Navidad.
Le respondió él. Y volvió a besar sus labios nuevamente, por enésima vez en aquellos años juntos. Deseando que la muerte los encontrase a ambos en el mismo momento, para evitar tener que recorrer un camino solo, que sabía que no podría hacerlo a menos que fuera de la mano de la mujer por la que vivía.
Estrella recostó su cabeza en el hombro izquierdo. Kakashi la abrazó por la espalda. Y ambos se quedaron allí, disfrutando de la calidez de la casa de aquella persona que tenía en sus manos el destino de sus almas, y que gracias a su benevolencia, había sabido juntarlos.
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