👹 CAPÍTULO 1 👹
—Jimin, ¿ya estás listo, cielo? —preguntó en tono dulce la madre del pequeño de seis años.
Jimin sonrió con emoción al oírla y terminó de ponerse sus pesadas botas para la nieve. Sus padres le habían enseñado que lo primero que se congelaba en el exterior eran los pies y las manos. Parecía una pequeña bola entre tanto ropaje, a penas y podía moverse; sin embargo, aquello era preferible a congelarse, lo cual, podía pasar con mucha facilidad en aquellas montañas alpinas.
—¡Estoy listo, mami! —gritó emocionado, bajando los escalones hacia la primera planta. El pequeño intentó bajar las escaleras con rapidez, dando pequeños saltos. Era una vista tierna y un tanto graciosa gracias a sus movimientos torpes.
—Más despacio, Jimin —regañó su madre, aunque había una sonrisa curvando sus labios. Le enternecía ver a su pequeño tan emocionado por ir a la iglesia, algo le decía que lo que más le emocionaba era pasar tiempo con los otros niños del pueblo; en especial con Kim Taehyung, quien era el hijo del pastor del pueblo.
Se habían proclamado el uno al otros ser los mejores amigos, y los padres de Jimin no pudieron haber estado más contentos, seguros de que Kim Taehyung sería una perfecta compañía para su querido hijo.
Ambos padres y su único hijo se posaron detrás de la puerta, listos para salir, no sin antes colocarse sus respectivas bufandas que les taparan la mitad del rostro y les protegía de respirar el gélido viendo.
Se tomaron de las manos y salieron rumbo a la iglesia. Vieron a otras familias salir de sus respectivos hogares y no dudaron en saludarlos con la mano.
Eran un pueblo pequeño y muy unido, todo el mundo se conocía y era muy raro que hubiera alguien nuevo, ya fuera algún simple visitante o alguien que quisiera mudarse; eran pocos los valientes que se atrevían a vivir en aquellas montañas tupidas de bosques y con climas extremos. Todos en el pueblo eran pertenecientes a familias que residían allí por generaciones.
La nieve era espesa y profunda, sus botas se enterraban en ella con cada paso y Jimin, al ser tan pequeño, tenía que ser impulsado por sus padres para seguir caminando.
La iglesia estaba en el centro del pueblo, según decían los pueblerinos, de esa manera Dios estaría cerca de cada uno de ellos de forma equitativa. No solo era la construcción más antigua, también la más grande. Una iglesia sofisticada y rustica con toques góticos.
Al llegar a la entrada de la iglesia, se sacudieron la nieve con rapidez y entraron. Jimin fue rápido al separarse de sus padres y buscar a Taehyung, volteaba su mirada a todos lados e incluso daba pequeños saltos, pero los adultos y las grandes bancas de la iglesia no eran de ayuda para su estatura. En su premura, Jimin no se fijó por donde caminaba y terminó chocando contra alguien, al levantar su mirada, mientras se sobaba su naricita, se encontró con el padre de Taehyung.
El hombre vestía la típica alba blanca de un sacerdote, encima una casulla roja y una estola dorada con cruces blancas alrededor del cuello.
Jimin tragó saliva ante el hombre alto y de ojos severos, a pesar de que fuera el padre de su mejor amigo, no sentía nada agradable cuando estaba alrededor del hombre.
—Lo siento —murmuró, bajando la mirada.
—Jimin —llamó el sacerdote Kim, alzando una ceja—. ¿Dónde están tus padres?
Antes de que pudiera responder, sus padres aparecieron sonrientes y saludaron al otro hombre, quien los saludó de vuelta, su tono de voz cambiando a uno más suave.
Jimin dejó de prestar atención a la plática de adultos que no entendía y siguió buscando a Taehyung con la mirada, esperaba encontrarlo antes de que iniciara la misa y así podrían sentarse juntos.
🩸👹🩸
La misa inició y las horas transcurrieron lentas mientras el sacerdote Kim hablaba de temas que Jimin y los otros niños del pueblo aún no entendían. De cualquier manera, Jimin se esforzó por prestar atención pues, antes de salir de casa, sus padres le habían dicho que ese día el sacerdote hablaría de algo muy importante que tenía que ver con los niños.
La realidad era que, todos los años, justo en la misma fecha —3 de diciembre—, el sacerdote hablaba de un tema en particular, solo que los años anteriores, Jimin y la gran mayoría de niños en el pueblo habían sido demasiado pequeños como para tomarlo en serio.
—Mis queridos, hermanos —vociferó el sacerdote desde el ambón de roble, su entonación era afligida y las comisuras de sus labios se curvaban hacia abajo—. Justo como todos los años, en estas precisas fechas, nos enfrentamos a un terrible peligro. Un peligro que, como padres, mortifica nuestros corazones y martiriza nuestras almas.
Ante las palabras del hombre, Jimin arrugó su nariz, sintiéndose confundido. No entendía las palabras del sacerdote, según Jimin esas eran "palabras de adultos", pues sonaban muy complicadas.
—Nuestros niños corren un gran riesgo —dijo con dureza.
Jimin ladeó la cabeza, su mirada se alzó hacia madre en busca de una explicación, pero ella no le miraba de vuelta. Jimin observó como su mamá se llevaba una mano al pecho y asentía con lentitud ante las palabras del sacerdote.
Jimin se preguntaba qué quería decir el padre de Taehyung con «gran riesgo». Mordió su abultado labio inferior y se le ocurrió que, tal vez, el padre de Taehyung se refería a que los niños estaban en riesgo de enfermeras debido a la helada que siempre enfrentaban los últimos meses del año, en especial en diciembre; sus padres siempre le hablaban de ello.
—Hermanos míos, sin temor, acerquen a sus hijos y déjenme enseñarles el castigo por el pecado de ser niños desobedientes. Qué sepan que, tan cierto como Dios existe, también coexistimos con criaturas infernales y demoniacas.
La voz autoritaria y grave del sacerdote hizo que Jimin se encogiera sobre la banca, asustado.
Su madre le tocó el hombro y Jimin no pudo evitar sobresaltarse antes de mirarla.
—Anda, Jimin, sigue al sacerdote Kim —animó con dulzura.
—Pero, mami...
—Se obediente, cariño. Sigue al sacerdote igual que los otros niños. —Apuntó con su dedo índice uno de los extremos de la iglesia, en donde se hallaba una pesada puerta de madera de pino.
El sacerdote caminaba hacia esa puerta con una fila de niños siguiendo sus pasos, incluyendo a su propio hijo, Taehyung. Aun así, Jimin no quería ir. ¿Acaso no podía ir su madre con él?
Volteó a ver a su madre por última vez, sus ojitos color avellana suplicantes. Pero su madre solo asintió hacia él con lentitud, como si con eso le dijera que todo estaría bien.
Jimin se bajó de la gran banca y, con pasitos cautelosos, se dirigió a aquella puerta. Fue el último en entrar, el sacerdote lo esperaba en la puerta y, cuando cruzó el umbral, el hombre cerró con fuerza.
—Justo a tiempo, pequeño —le susurró el hombre, dándole un apretón a su delgado hombro—. Ven, vamos.
Jimin sintió la mano grande del sacerdote en la parte superior de su espalda. El hombre aplicó fuerza para que el pequeño caminara junto a él
El cuarto no era muy grande, no había asientos y estaba muy oscuro, como si fuera de noche. Lo único que iluminaba la habitación eran unas velas de cera al fondo de la habitación, éstas estaban en el suelo, rodeando meticulosamente una mesa de altar; también había velas sobre la mesa, reposando en cada esquina.
El sacerdote caminó hasta detrás de la mesa del altar, dejando a Jimin justo en frente de él, y pidió a los otros niños que rodearan la mesa.
Incluso Taehyung, el querido amigo que Jimin tanto había estado buscando, estaba junto a él, pero Jimin no prestó atención a ese detalle, su mente siendo acaparada por otros pensamientos.
No le gustaba la habitación; no le gustaba la voz del hombre; no le gustaban sus ojos; no le gustaba lo agitado que se sentía; no le gustaba estar sin sus padres.
Sobre la mesa había papeles enrollados y un libro grande y grueso de tapa de cuero.
—Niños, pongan cuidadosa atención —comenzó—. Por favor, tengan en cuenta la siguiente advertencia: todo lo que han hecho, vendrá a surgir; cosas buenas, y malas también. ¿Se han portado bien? ¿Han sido obedientes a sus padres? —preguntó, tomándose su tiempo.
Se escucharon varios murmullos por parte de los niños, la mayoría respondiendo que sí.
El sacerdote alzó una ceja, escéptico ante aquellos murmullos, y paseó su mirada con lentitud sobre todos los niños de aquella habitación.
—Los que no lo han hecho, ¡tengan cuidado! —Agarró uno de los grandes papeles enrollados y, justo al momento de desenrollarlo, gritó—: ¡Krampus vendrá por ustedes!
Bajo la mirada atenta de todos, en especial la de Jimin, se mostró un dibujo de tinta de una criatura horrible y tenebrosa.
Jimin se congeló en su lugar.
La criatura en el dibujo se mostraba enorme, de pelaje abundante y oscuro por todo su cuerpo, igual a una bestia. Cuernos largos y puntiagudos se desprendían de su frente, su rostro contorsionado con una emoción furiosa, gruñendo, dejando ver unos monstruosos dientes y una larga lengua roja. Sus piernas iguales a las de una cabra y, sobre su espalda, un saco rojo con cadenas y pequeñas campanas colgando de él.
La respiración de Jimin se aceleró, sus manitas comenzando a temblar.
—¡Esta criatura demoniaca vigila todo lo que han hecho y vendrá directamente desde el inferno por todos esos niños traviesos y de corazón impuro! —Con rapidez, el sacerdote alzó el libro gordo y lo abrió justo por la mitad, mostrando un dibujo que abarcaba las dos hojas—. ¡El Krampus se los llevará al infierno junto con él y los colgará con cadenas y grilletes. Esperará al solsticio de invierno, para quitarles la piel y sacarles el corazón y los ojos para comérselos.
El dibujo mostraba con precisión grafica lo que el sacerdote decía.
Para ese momento, Jimin ya sudaba frío, no podía respirar y sentía su cabeza pesada. Pronto, todo le dio vueltas, y la mirada del sacerdote fija en él no ayudó a que se sintiera mejor.
Sus delgadas piernas le fallaron y Jimin cayó al suelo, golpeándose la cabeza antes de desmayarse.
🩸👹🩸
Los parpados le pesaban y no podía mover su cuerpo. Sentía mucho frío y, a su vez, el cuerpo le ardía a horror, tanto, que dolía.
Sentía un peso caliente sobre su cuerpo y, en su frente, había una refrescante humedad. Podía oír la voz de sus padres y la de una tercera persona, pero no podía verlos.
—Hace mucho que no había visto a un niño enfermar de esta manera —decía la voz desconocida, sonaba preocupada y baja—. Esta fiebre es... demasiado fuerte. Anormal.
—Y... ¿no hay nada que podamos hacer? —Esa era la voz de su madre, parecía rota, Jimin la comparó a cuando él lloraba al caerse.
¿Su madre lloraba? Él no quería que su madre llorara.
—Lo lamento mucho —dijo el desconocido—. Pero lo mejor sería que se prepararan para lo peor.
Después de eso último, escuchó a su madre romper en llanto.
Quiso abrazarla y darle un besito en la frente como ella lo hacía.
«No llores, mami», quiso decirle, pero su voz no salía y, nuevamente, Jimin quedó profundamente dormido por el dolor y el asfixiante cansancio que la fiebre le producía.
🩸👹🩸
Una brisa helada corrió por el rostro de Jimin.
Frunció el ceño, aún perdido en el mundo de Morfeo. Gracias al sudor que empapaba su cabello marrón y le escurría por el rostro, aquella brisa se había sentido como fuego quemándole la piel.
Con lentitud y sin sentir tanto peso sobre sus parpados en ese momento, Jimin abrió sus ojos despacio, la absoluta y absorbente oscuridad le dio la bienvenida a su mirada. Movió su cabeza muy lento y miró por su ventana, era de noche y, extrañamente, no había ninguna estrella.
Su ventana no estaba abierta.
En su pecho, Jimin sintió un extraño pesar, uno que no le dejaba respirar de forma correcta. Intentó inhalar lento por la nariz, pero no podía. Trató, trató y trató, y ninguna vez funcionó. Su pequeño cuerpo entró en una frenética desesperación, abrió sus gruesos labios y aspiró el aire helado, quemó en su garganta y pulmones, sin embargo, respiraba.
Mientras intentaba moverse, Jimin escuchó la bisagra de su puerta. Dejó de moverse de inmediato, su cuerpo irradiando tensión y miedo.
Sus ojitos ya se habían acostumbrado a la oscuridad de la habitación y su cabeza giró, como un débil imán siendo atraído por uno más fuerte.
Había una figura en la puerta, una silueta que no se podía comparar a la de ninguno de sus padres.
El contorno de unos cuernos enormes y puntiagudos; el débil tintineo de unas cadenas y cencerros; un gruñido depredador; y lo que jamás olvidaría, ojos dorados que resaltaban en medio de toda la oscuridad, mirándolo fijamente.
Jimin olvidó cómo respirar, el corazón se le aceleró y golpeó con violencia su pecho, su mente llena de las imágenes que el sacerdote le había mostrado y repitiendo en bucle sus palabras.
Los pulmones de Jimin se comprimieron dolorosamente debido a la falta de aire, su rostro cambió de un furioso color rojo a un preocupante morado, no obstante, nadie estaba allí para ayudarle.
Fue solo cuando la puerta pareció abrirse con lentitud, que Jimin cerró sus ojos, tomó una gran bocanada de aire y soltó todo el pánico y terror que llevaba dentro de sí en un grito estremecedor y un llanto que amenazaba con romper el corazón de cualquiera que lo escuchara.
Se escuchó el golpeteó de pasos apresurados desde otra habitación. Sus padres abrieron la puerta de la habitación de Jimin, como si ésta siempre hubiera estado cerrada, y lo encontraron en pleno ataque pánico, horrorizado como nunca lo habían visto.
No lograron calmarlo en toda la noche, no importó lo que dijeran o lo que hicieran. El llanto duró horas, y lo único que hizo a Jimin callar fue que había agotado todas sus fuerzas. Desfalleció en los brazos de su madre, con las imágenes de una horrible criatura que iba a devorarlo, rondando por su perturbada mente.
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