9
Marga contempla la mano enjoyada de Elvira rodeando la copa de sangría de cereza.
—¿Cómo te ha ido en el Torito?—pregunta la bruja—. ¿Ha funcionado el collar?
Marga siente el impulso de tocarse el cuello, justo donde Alejandro la mordió la noche anterior.
—Me ha ido bien. Y no, ningún hombre se me ha acercado con esas intenciones.
Elvira se encoge de hombros.
—El efecto varía de mujer a mujer—da un pequeño sorbo a su bebida—. No va a tardar contigo, estoy segura. Más con la carita y estilo que tienes.
Marga siente el rostro caliente cuando Elvira la contempla de arriba abajo con admiración. Antes de volver a Rosaviva pensó en deshacerse de todos los vestidos y trajes sastre caros que le compró Miguel, mas no lo hizo. Ahora agradece para sus adentros, pues está segura de que Alejandro la contempla de lejos.
Ha de pensar que soy muy sofisticada, dice en su mente.
Es viernes por la noche, así que La Malquerida—el bar más popular de la ciudad—está abarrotado. Marga deseaba quedarse en casa a descansar y seguir leyendo la novela para el club, pero Elvira la convenció de venir diciéndole que ahora la música en vivo es buena. Y es verdad: a pesar de estar rodeada de tanta gente, Marga se siente relajada al escuchar el bolero romántico de fondo mezclado con los sollozos de algunos borrachos y conversaciones ajenas. Pasa el rato riendo con las anécdotas de Elvira sobre sus clientas hasta que son interrumpidas por una mujer rubia. Marga no recuerda su nombre, pero sí su rostro. Es miembro del club de lectura.
—¿Qué tal, Sandra?—dice Elvira saludando a la mujer con un beso en cada mejilla—. Creía que ya no tenías tiempo para irte de juerga.
—Pues ya ves, una busca la manera. Dejé al niño con mi hermana, me debía un favor—se dirige a Marga—. Hola Margarita, qué gusto verte de nuevo.
—Lo mismo digo. ¿Cómo te va con él libro? Yo apenas voy en la página cincuenta.
Sandra abre los ojos a toda su expresión.
—¿No...no se han enterado?
—¿De qué?—pregunta Elvira ladeando la cabeza.
—Isidra está desaparecida desde antier. Su familia no ha parado de buscarla y creo que hoy fueron a la policía.
Marga finge sorprenderse. Sabe que el cadáver de la pobre Isidra se encuentra tirado en algún lugar sin una sola gota de sangre, mas eso ya no la aterra. Ni siquiera siendo consciente de que ese será su mismo destino.
—¿Tendrá algo que ver su amante?—dice Elvira, para después voltear a ver a Marga—. Ahora que recuerdo tú me dijiste que había algo raro en ella.
—Tal vez. Pero nunca supimos quién era ese hombre—dice Sandra—. Espero que aparezca pronto.
Las tres mujeres guardan silencio por un rato. Sandra está por decir otra cosa, pero un hombre a lo lejos—probablemente su marido—la llama desde una mesa. La mujer se disculpa con una sonrisa incómoda y se va.
—Los chismes aquí corren como un río, se me hace raro no haber sabido de este—dice Elvira, con los ojos lacrimosos—. Debí hablar con ella después de que me dijiste que no la notabas del todo bien. Hemos convivido por tantos años, ¿Cómo no me di cuenta?
Marga toma su mano por encima de la mesa.
—Tal vez solo se escapó con ese hombre. Apuesto a que va a estar bien.
Elvira apenas y sonríe. Ambas hace lo posible por seguir pasándola bien, pero en menos de media hora se dan por vencidas y deciden volver a casa. Marga, con el corazón encogido y el centro de su cuerpo palpitando con anticipación, sube a su cuarto de puntillas para no despertar a su madre. Se quita la ropa apresuradamente para luego ponerse el camisón de seda. Ya vestida y descalza, sube su falda para quitarse las bragas. Todo su cuerpo tiembla.
Marga voltea lentamente a su ventana abierta. La sombra entra, recorre las paredes y se materializa al pie de su cama. Lo primero que toma color son los ojos, un escarlata maligno cuyo brillo le recuerda a la sangre fresca. Alejandro, iluminado únicamente por la luna, pronuncia su nombre en apenas un susurro. La lucidez de Marga emerge por un momento, diciéndole que debería huir, que ese no es el Alejandro que conoció y al que amó como a ningún otro hombre. El que está frente a ella es solo un cadáver de humo, un eco del pasado.
Vas a morir, Marga. Él no tiene vida, ¿por qué sigues creyendo que te dará una nueva?
—No has cambiado nada—dice Marga a su amado con una sonrisa, ahogando a su subconsciente—. Sigues siendo el mismo...
—Tú también—responde Alejandro, sonriendo—. Tu mirada, tus ademanes, todo sigue igual.
La vista de Marga se nubla por el llanto incipiente. Alejandro se pone de pie y se dirige hacia ella. Cuando está a menos de un paso, enjuga sus lágrimas con los dedos. Marga suspira ante su tacto helado.
—Lamento mucho haberme ido, pero ya no soy humano y en aquellos años supe que lo mejor era dejarte ir. Tú tenías tu vida por delante, y la mía se detuvo para siempre—posa ambas manos en sus mejillas—. De haber sabido que no serías feliz te hubiera llevado conmigo desde el principio.
—Puedes llevarme ahora.
Alejandro sonríe.
—Paciencia, Marga, recuerda que debemos ir despacio—el chico acerca su rostro al cuello de Marga lentamente. Ella espera la mordida, pero solo recibe un pequeño beso—. Ha pasado tanto tiempo y nunca tuvimos oportunidad de amarnos, de tocarnos así...
Marga cierra los ojos al sentir la lengua recorrer su cuello, luego subir al lóbulo de su oreja y regresar. Deja que él suelte los botones delanteros del camisón y desnude sus hombros. La mujer, sin poder esperar más, se baja todavía más el camisón para que él pueda mirar sus pechos. Alejandro los aprecia como si estuvieran a plena luz del día.
¿Y si puede ver en la oscuridad?, piensa Marga, fascinada.
—Toda una mujer—dice él, para disponerse a acariciarlos con delicadeza. Acto seguido, la besa en los labios por primera vez. Ella se estremece y corresponde de inmediato. En cuestión de segundos más de una década ha desaparecido, y ella siente que solo son dos adolescentes entregándose el uno al otro. Marga pega su cuerpo al suyo y gime contra sus labios. Es la primera vez que sus emociones son tan intensas y su cuerpo está tan hambriento. Alejandro estruja los pechos un rato más y, abruptamente, deja de besarla. Marga protesta, y es cuando él sube su falda para conocer el resto de su cuerpo. Marga, lejos de avergonzarse, abre las piernas ante su mirada. Está húmeda y ansiosa, lista para recibirlo.
—Ven aquí—dice Alejandro sosteniendo su mano. Ella lo mira sentarse en la cama y desabrocharse los pantalones, después la toma de la cintura con ambas manos y la guía para que se acomode sobre sus piernas, viéndolo de frente. Marga cierra los ojos al sentir el roce de la punta. Está pasando. Después de tanto tiempo, por fin...
Alejandro, sin soltarla de la cintura, la baja despacio, como si fuera una doncella. Marga suspira, sorprendida de lo cálido que es a comparación del resto de su cuerpo. Ya conectados, ella tensa las piernas y lo abraza con fuerza.
—No quiero que vuelvas a dejarme—dice.
Él le acaricia los muslos para que se relaje.
—No lo haré—susurra Alejandro—. Lo prometo.
El hombre de sombra marca un ritmo leve, arrancando más suspiros a su amante. Marga acelera poco a poco sin dejar de verlo a los ojos, perdida en ese rojo ardiente. Evoca los poemas eróticos que él le escribió, lo preciso que era a la hora de decirle que deseaba hacerle. Tuvo que esperar muchos años para materializar esas palabras, por eso disfruta cada instante.
Alejandro vuelve a besarla y ella disfruta el roce de los colmillos en la lengua. Se detiene para tomar aire, esto es demasiado. Es tanto placer que siente morirse en este mismo instante. Su alma apenas y se sostiene, un rato más y terminará ascendiendo, perdiéndose para siempre. Él cierra los labios en uno de sus pezones. Marga enreda los dedos en su larga cabellera negra, y arquea el cuerpo cuando Alejandro le da una leve mordida.
El joven sonríe y voltea a verla. No hay sangre en sus labios. Alejandro lame justo donde se separan los pechos, saboreando el tul de sudor caliente.
—Hazlo—suplica Marga.
Él le acaricia el cuello con la punta de los dedos y luego sube a su cabello. Marga ladea la cabeza, sumisa, y vuelve a suplicar. Alejandro la muerde sin dejar de moverse en su interior, tomándola de la cintura otra vez para aumentar la intensidad. La frágil mujer se pierde entre el violento choque de piel, el tierno dolor de los colmillos y los quejidos de Alejandro mientras le quita otro poco de su vida.
Nunca había sentido el cuerpo tan débil.
—Alejandro, te amo. Te amo tanto.
Él deja de beber. Ahora sus labios son tan rojos como su mirada.
—Yo también te amo.
Marga lo toma del rostro para besarlo, y al probar el regusto metálico de su propia sangre, sus emociones estallan. El alma se va, pero solo viaja por un instante. El éxtasis la envuelve, no reconoce la voz que gime aunque sabe que es la suya. Se queda quieta, feliz y en paz. Con la poca fuerza que le queda, se aferra al cuerpo de Alejandro y ambos se tumban en la cama, entrelazados.
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