4
—¡Oh por Dios! ¡Qué gusto me da verte!
Elvira aprieta a Marga con más fuerza de la necesaria. No suele ser una mujer muy afectiva—o al menos así es como la recuerda Marga—, así que esto la toma por sorpresa. Diego, con una leve sonrisa, las mira sentado en el sillón.
—Sí, aquí estoy—responde Marga con dificultad—. Me estás asfixiando.
—Oh, lo siento—Elvira se aparta a la brevedad y la estudia por unos segundos—. Has cambiado mucho, luces muy sofisticada.
—Solo es el vestido y el corte de pelo. Sigo siendo la misma.
Tú no has cambiado mucho, piensa. Elvira sigue usando ropa oscura, maquillaje dramático y un lápiz labial carmesí que armoniza a la perfección con su piel tostada. Cuando la toma de las manos, Marga nota que tiene un anillo en cada dedo.
—Ve a sentarte con Diego, iré a preparar té. No tardo.
Se va a la cocina y Marga la obedece sintiendo un pinchazo en el lugar del corazón. Ella, en todos esos años, nunca la extrañó ni un poco, mientras que Elvira, de seguro, siempre pensó ella.
—Te dije que seguía siendo una mujer rara—dice Diego.
—Excéntrica—lo corrige Marga con una sonrisa—. Gracias por traerme aquí, Diego. Yo no hubiera tenido el valor de venir sola.
—¿Por qué?
—Porque han pasado años desde la última vez que la visité.
—Pues yo no la vi molesta—Diego posa una mano en su hombro—. Deja de torturarte con esos pensamientos, ya has pasado por mucho.
Es muy fácil decirlo, piensa Marga un tanto irritada, aunque sabe que Diego solo trata de ayudar. ¿Por qué una mujer como ella aún conserva amigos tan buenos? Marga, si fuera alguno de ellos, no tendría deseos de verse otra vez.
Elvira vuelve al poco rato con una charola, la cual deja en la mesita de café. Marga nota que la tetera de porcelana es la misma que Teresa, la madre de Elvira, solía usar cuando les preparaba té. La bruja sirve tres tazas y se sienta junto a Marga, agregando un terrón de azúcar a su té sin preguntarle. Marga lo recibe sorprendida de que no haya olvidado cómo le gusta.
—Cuando Diego me dijo que volverías no le creí nada—dice Elvira tras un sorbo.
—¿Por qué?
—Porque según lo que me ha contado tu madre, tuviste una muy buena vida ahí.
—Sí, la tuve. Tiempo pasado. Después de divorciarme ya no le vi el sentido a seguir allá.
—¿Y por qué te divorciaste?
Elvira nunca ha sido una persona prudente, y parece que la edad no ha desvanecido ese defecto. Marga, lejos de sentirse incómoda, agradece para sus adentros.
—Por hastío. Mi ex-marido merece seguir con su vida, es un hombre muy bueno.
—Tomaste una buena decisión. Muchas de las mujeres aquí prefieren seguir con sus maridos por comodidad, y eso es horrible.
— Ya no nos sentimos agusto viviendo en la misma casa. Quedamos como amigos, o eso creo.
Le habla un poco de Miguel; su profesión, su personalidad y los mejores momentos que pasaron. Elvira bebe las palabras con el mismo gusto que su té. Le gusta escuchar cotilleos, así sean historias tristes.
—Ya tengo que irme—dice Diego cuando termina su té—. Ya dejé a Abrilita mucho tiempo con sus abuelos.
—Ohhh vamos, quédate otro ratito—insiste Elvira—. Tus padres adoran a Abrilita, de seguro no les importa cuidarla un poco más.
Diego se pone de pie.
—Ya sabes que Abrilita es una niña de papi. Además ustedes necesitan tiempo a solas. Han de tener muchas cosas que contarse.
—Muy bien, te dejo ir por ahora.
—Hasta luego, chicas.
—Hasta luego—responde Marga. Diego se retira a pasó vacilante, como si no quisiera irse a pesar de lo que dijo.
—Entonces—dice Elvira sirviéndose su tercera taza—. ¿Tu ex-marido es médico? Con razón traes ropa tan bonita y elegante, te trataba como reina.
—Sí, eran buenos tiempos. Él me ofreció una de sus propiedades para que viviera ahí luego de que nos separamos, pero no me sentí bien aceptándola.
—Debiste aceptar esa casa para venderla, así hubieras tenido buen dinero cuando volvieras aquí. ¿Y eso que no tuviste hijos con él? Desde chiquita decías que querías una familia grande con perros y toda la cosa.
Marga ríe.
—Cambié de parecer poco después de que nos casamos.
Marga ama a su amiga y confía mucho en ella, pero no desea contarle toda la verdad. Hay ciertos aspectos en los que no quiere ahondar en esta tarde.
—Oh, entiendo—Elvira baja la mirada un momento, pensativa. Luego vuelve a ver a Marga a los ojos—. ¿Y cuáles son tus planes ahora?
—Vivir tranquila. La semana que viene empiezo a trabajar en el Torito como cuando tenía dieciocho.
Elvira hace una mueca.
—Qué aburrido.
—¿Te lo parece?
—¡Sí! Todavía eres muy joven para amargarte. Deberías pensar en salir y conocer gente, quizá encuentres un nuevo amor.
—No me queda energía para eso.
—Lo dices porque todo ese asunto de Miguel es muy reciente, vas a ver que pronto me harás caso.
Lo dice con mucha seguridad, como si en serio pudiera ver su futuro.
—Pues ya veremos—responde Marga—. ¿Y qué ha sido de ti? ¿Todavía tienes un corazón indomable?
Elvira sonríe mordiéndose el labio inferior.
—Me dedico a lo de siempre, ya sabes; leer el tarot, amarres, esas cosas. También vendo joyería mágica, la hago yo misma. Me va bastante bien. Pude dejar mi trabajo en el Torito como seis meses después de que te fuiste. En cuanto a lo sentimental...um...nunca he sido muy romántica. He salido con hombres una que otra vez, pero no duramos. Y así es como me gusta.
Elvira no necesita una pareja para ser feliz, y eso es algo que Marga siempre ha envidiado. Ella jamás pudo olvidar del todo a Alejandro y su relación con Miguel no fue suficiente. ¿Por qué no podía ser una mujer libertina y alegre como Elvira? Todo sería mucho más sencillo.
—Oye, el fin de semana es día de club en casa de Isidra, deberías ir—dice Elvira.
—¿Día de club?
—¿Recuerdas a Isidra Angulo, a la que siempre le iba mal en álgebra? Pues cada sábado nos reunimos en su casa para beber vino y hablar de un libro. Tú siempre has sido una lectora muy ávida, fácil podrías leerlo todo mañana. Creo que todas van a estar felices de verte ahí.
—Suena bien. ¿Qué libro están leyendo ahora?
—Se llama Así persiste el océano. Es de romance y sirenas, un poco cursi, pero digerible. Tienen varios ejemplares de él en la biblioteca, si quieres te acompaño y luego leemos en el Dioniso.
Como en los viejos tiempos, piensa Marga.
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