15
Marga despierta con un tierno dolor en cada miembro de su cuerpo. Esboza una leve sonrisa y se lleva una mano al cuello. La marca de la mordida, como siempre, ha desaparecido, pero los dejos de placer siguen ahí.
La mujer se levanta de la cama con más dificultad de la usual. Está al límite tanto física como mentalmente. Parpadea varias veces para enfocar su mirada y, tras ponerse un albornoz, baja a la cocina y se encuentra con Blanca preparando el desayuno.
—Buenos días, Maggie—dice.
Marga contiene sus lágrimas al oírla. Va a echarla mucho de menos.
—Buenos días, mamá.
Madre e hija conversan sobre temas triviales entre tostadas y sorbos de café. El día de hoy Marga va a tener muchas galletas qué empacar, pues doña Tere festejará su cumpleaños pronto e hizo un pedido muy grande. Marga sube a cambiarse de ropa después de comer; es un día frío, así que se pone su largo abrigo de peluche sobre un sencillo vestido. Sale de la casa tomándose su tiempo para llegar a la parada del autobús. El viento helado le acaricia las mejillas y la mujer se abraza a sí misma, temiendo desmayarse ahí mismo.
Solo resiste un poco más, piensa.
Durante el camino en el autobús, Marga se pregunta por qué le es tan fácil abandonar esta vida. Es simple, pero muy buena; tiene a su madre, amigos que la aman y un trabajo estable. Muchas personas serían muy felices con eso. Mira por la ventana, recordando el primer día que llegó a la ciudad después de doce años. En ese entonces lo único que deseaba era paz mental, no tenía ni idea de que cambiaría de parecer en tan poco tiempo.
Quiero ver esos ojos de nuevo. No el ámbar triste de día, sino el rojo voraz de noche.
El autobús la deja a pocas cuadras de la panadería. Cuando llega mira que Diego apenas la está abriendo.
—Buenos días, Margari—sonríe él, tan radiante como de costumbre—. ¿Cómo amaneciste?
—Un poco cansada, pero estoy bien.
—Yo también estoy cansado.
—No se te nota.
Ambos entran a la panadería y se disponen a acomodar.
—Oye, ¿ya has hablado con Elvira?—le pregunta Diego.
—No, la veré hoy en la tarde. Vamos a ir por café al Dioniso.
—Oh.
—¿Pasa algo con ella?
—No. Es que me la encontré ayer en el mercado y estuvimos hablando de Isidra. Creí que ya estabas al tanto de ella.
—¿Ya apareció?
—Algo así. Elvira la vio en el parque por la noche cuando fue a enterrar un corazón de pollo para uno de sus extraños amarres. Dijo que...que se convirtió en humo.
—¿Qué?
—En humo negro. Era un cuerpo sólido que caminaba por ahí y entonces se convirtió en humo y desapareció. Al oír eso ya no sentí vergüenza de contarle mi teoría sobre la muerte de Abril.
—El Cambiaformas—musita Marga.
—Así es. No creo que Elvira haya inventado eso. Isidra está allá afuera, pero ya no es humana. No sé qué motivo habrá tenido el Cambiaformas para convertirla a ella y no a Abril, pero siento alivio de que así sea.
—¿Y si existe más de uno?
—¿Eh?
—Ahora Isidra ha de ser una Cambiaformas también. Esa transformación pudo haber sido obra de otro distinto al que mató a Abril.
Diego baja la mirada.
—Puede ser. En ese caso tenemos que irnos con más cuidado ahora, cualquiera en esta ciudad puede ser el próximo perder la vida a manos de ellos, o peor aún: la humanidad.
Oh, Diego...
Sonia y Cande aparecen unos minutos después. La primera y Marga se van a la trastienda a empacar galletas mientras que la segunda se queda en el mostrador. Marga se esfuerza en mantener la mente en blanco y solo dedicarse a su actividad, pero las palabras de Diego le quedan muy presentes; ¿qué pensaría él si supiera que la siguiente en morir es ella? ¿Que este es su último día?
Sonia la distrae con su charla trivial. Mañana va a salir con un chico, quizás terminen siendo novios. Marga suspira.
Qué bello es el amor joven.
—¿Estás muy enamorada de él?—pregunta, entregándole tres cajas de galletas ya envueltas.
—Sí.Es la primera vez que me pasa. Sé que sonará cursi, pero creo que lo amo con todo mi ser.
Sonia ríe, avergonzada por lo que ha dicho.
Ya no amo a Alejandro con todo mi ser. Me perdí a mí misma hace mucho tiempo. Solo le amo con lo poco que me queda.
La jornada acaba más pronto de lo que Marga creyó. Tal vez la pérdida de sangre también está afectando mi percepción del tiempo, piensa.
Antes de irse al Dioniso la mujer se despide de Diego con un beso en la frente.
—Eres un gran amigo—dice—. Te aprecio demasiado.
Diego se ruboriza tocándose la frente.
—Vaya, gracias. Te veo mañana, Margari.
Marga forza una sonrisa.
Ya en el café, Elvira le cuenta todo lo que hacía unas horas le dijo Diego. Marga está impasible, limitándose a asentir de vez en cuando.
—¿Me crees?—le pregunta Elvira, muy seria.
—Sí. Yo también he visto a un Cambiaformas.
La bruja la mira con los ojos muy abiertos.
—¿En serio? ¿Cuándo?
—Una vez que Diego y yo dimos un paseo en su bicicleta.
—¿Y él te vio a ti?
Marga se muerde el labio inferior para no sonreír. Es la primera vez que habla del Alejandro actual con alguien.
—Sí, pero no pasó nada. Solo me miró.
Elvira bebe el poco café que le queda y hace la taza a un lado.
—Te preguntaría de quien tomó la forma, pero creo que eso es obvio.
Esta vez Marga no reprime su sonrisa.
—Sí, bastante.
Ambas se quedan ahí hasta que casi es hora de cerrar. Marga contempla cada detalle de Elvira; su mirada hipnótica, su cabello oscuro, aroma a lavanda y sus uñas pintadas de rojo. Lamenta no haber vuelto antes. Perdió buenos momentos a su lado, y ahora que morirá ya no van a volver a convivir como en este instante. Siente el impulso de llorar, pero se contiene. No debe arruinar su último día juntas.
Marga y Elvira se despiden y cada una se va a tomar sus respectivos taxis. Marga dormita en el trayecto, apenas puede con su cuerpo. Llega a casa para encontrarse con una nota de su madre donde se disculpa por irse a dormir temprano y le dice que hay sopa de pollo en el refrigerador.
Siempre ha trabajado muy duro, dice Marga en su mente. Mira por una de las ventanas de la cocina; ya está muy oscuro. No le queda mucho tiempo. Con sigilo, Marga sube a la habitación de su madre. Le vienen a la mente recuerdos de cuando era más pequeña y se iba a su cama tras una larga pesadilla. Solo le bastaba el calor de su abrazo para quedarse dormida.
Marga la contempla con ternura. Blanca siempre ha sido una mujer de sueño pesado, cae rendida en cuanto toca la cama. Eso fue algo que Marga siempre envidió, sobre todo aquellas noches de insomnio en las que un Alejandro de humo le invadía la mente.
—Gracias por todo, mamá—susurra—. Voy a echarte de menos.
La mujer se inclina para besarle la frente. Con el corazón encogido, regresa a su habitación. Se acuesta en su cama, mirando el techo. La oscuridad no dura mucho; Marga sonríe al ver ese par de ojos rojos tan cerca de ella.
—Aquí estás—dice, acariciando su rostro. Alejandro se inclina para besarla.
—¿Estás lista?—susurra. Ella asiente.
—No creo poder soportar otro día—dice.
Las lágrimas le nublan la vista.
El joven de sombra acerca los labios a su cuello. Marga disfruta la mordida tal y como la primera vez; el dolor es una punzada que poco a poco se extiende, drenándola, reduciendola a un cascarón de sí misma. La mujer siente cómo su alma se apaga; el éxtasis es aún mayor a todas esas veces en las que le entregó su cuerpo. No ve ninguna luz, no escucha el coro de un ángel, mas no los necesita. Morir así es el paraíso prometido.
Soy toda tuya, Alejandro. Lo he sido desde que leí el primer poema.
La preciosa sangre se agota, dejando vacío el corazón. Marga cierra los ojos y Alejandro se detiene. Ella se estremece al saborear un regusto metálico; es sangre, pero no la suya; ésta es igual de densa que la miel y mucho más amarga. Al tragar unas cuantas gotas, Marga se retuerce. El placer se transforma de golpe en el más terrible de los dolores. Ella trata de levantarse, quiere gritar pero no encuentra su voz. Alejandro la detiene con el peso de su cuerpo, susurrando que todo estará bien.
La oscuridad regresa, todo a su alrededor ha desaparecido. Marga siente el cuerpo de Alejandro, más no puede ver el brillo de sus ojos. El dolor se ha ido. Fue breve, pero la destruyó por completo.
—Ya pasó lo peor—susurra Alejandro, notablemente emocionado—. Lo has hecho muy bien.
Marga siente su delicada mano sobre su rostro, pero ya no está fría. Su cuerpo se aligera y se levanta con lentitud. Parpadea varias veces hasta que su vista se enfoca. Todo es tan claro que la abruma.
¿Sigue siendo de noche?
Temblorosa, Marga toma la mano de Alejandro, quien la guía al espejo de su tocador. Ahora contempla dos pares de ojos carmesí.
—Me veo tan...
—Hermosa—completa Alejandro.
Marga sonríe, embelesada por lo irreal que es su belleza ahora.
—Andando, señora Dumas—dice el joven—. Tenemos un camino largo que recorrer.
—¿A dónde?
Alejandro le regresa la sonrisa.
—Muy lejos de aquí.
Marga siente su cuerpo aún más ligero. Es más libre que nunca; su ser no tiene un principio ni un final. Es sombra, es humo. Ambos cuerpos se mezclan al abrazarse, trepan las paredes, luego escapan por la ventana. Se alejan cada vez más y más, siendo uno con la noche.
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