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11

Marga pasó la tarde de su cumpleaños quince en el Dioniso junto a sus amigas. Quería celebrar en casa o en la biblioteca, pero debía entregar un proyecto de biología al día siguiente.

—Siempre me dejan los dibujos a mí—se quejó Abril, coloreando las venas del aparato circulatorio—. Para la próxima yo resumo los temas.

Elvira volteó a verla con una sonrisa. Acababa de beber chocolate caliente, así que tenía un pequeño bigote de espuma.

—Tienes dotes de artista, por eso te dejamos los dibujos—dijo, para después limpiarse el bigote con una servilleta—. Te está quedando muy bien.

—Gracias. ¿Y tú cómo vas, Marga?

La mencionada tenía los ojos fijos en el libro mientras jugueteaba con una de sus largas trenzas.

—¿Marga?—Abril le tocó el hombro, haciéndola estremecer—. Oh, lo siento.

Marga entregó a Elvira una hoja con sus notas para que la pasara a limpio en el proyecto.

—Quiero acabar lo más pronto posible—dijo—. Tal vez nos quede tiempo para relajarnos en la biblioteca.

Abril esbozó una amplia sonrisa.

—¡Me parece muy buena idea!—exclamó—. Antier dijiste que hay un libro que quieres empezar a leer esta semana, ¿no?

La chica sonaba muy entusiasmada, eso era algo raro, pues la biblioteca no era su lugar favorito para pasar las tardes. Tal vez encontró alguna novelita cursi que le llamó la atención, pensó Marga, contenta de poder compartir su pasatiempo con ella. Dio un sorbo a su latte de vainilla y miró por la ventana. La lluvia se había intensificado. Unos segundos más tarde la campana junto a la puerta tintineó cuando entraron un trío de muchachos sonrientes y ligeramente empapados. Marga los miró de reojo y volvió a concentrarse en su lectura. Reconoció al más joven de ellos; se trataba de Alejandro Dumas, su compañero de clase.

—Oigan—susurró Elvira—. ¿Ya vieron quién se sentó al fondo?

El rostro de Marga no tardó en arder. Abril, divertida, le dio un leve codazo.

—Ahí está tu novio—dijo.

—No es mi novio.

—Porque nos has tomado la iniciativa.

Alejandro se dirigió al mostrador para pedir sus órdenes y saludó a las chicas con un gesto al percatarse de que estaban en una de las mesas. Marga escondió el rostro en el libro, incapaz de verlo a los ojos.

—No seas descortés—le susurró Elvira, con lo que Marga, a regañadientes, bajó el libro y saludó a Alejandro, quien sonrió para luego darse media vuelta y continuar su camino al mostrador. La chica tragó saliva, embelesada. Alejandro era un chico bello, tan bello que dolía. En más de una ocasión Marga se soñó acariciando esos cabellos negro y perdiendose en sus cálidos ojos castaños. Él tenía un aura gentil que atraía a todos los que lo conocían, era imposible no admirarlo.

—No sé cuánto tiempo pretendes seguir así—dijo Abril.

—¿Así como?

—Sin siquiera hablarle.

—Podrías empezar siendo su compañera en el siguiente trabajo de Literatura, es la materia que mejor se te da—sugirió Elvira—. Así lo enamorarías con tu inteligencia.

Marga cerró el libro de biología.

—Para ustedes es fácil decirlo porque tienen facilidad de palabra y hay muchos chicos que quisieran ser sus novios. Yo no podría siquiera sostenerle la mirada a Alejandro. Es tan...

—Bello. Sí, lo sabemos—Elvira le restó importancia a las palabras de Marga con un gesto—. Es hermoso, pero es solo un chico. Y no podrá enamorarse de ti si no te le acercas. Puede que esté en la misma situación que tú.

—Ya tienes quince, ahora eres una mujer—le recordó Abril—. Madura un poco.

El trío de amigas pasaron los siguientes cinco minutos enfrascadas en una discusión sobre Alejandro. Elvira y Abril no comprendían lo difícil que era para Marga acercarse a un chico como él. Alejandro era el primer muchacho que le gustaba, no podía con lo intenso de sus emociones. A veces se avergonzaba de sí misma por lo lejos que iba su imaginación.

Justo cuando Elvira iba a sugerir un amarre con toloache, una tranquila voz las interrumpió:

—Hola de nuevo, chicas.

Los tres pares de ojos se clavaron en Alejandro.

—Hola—sonrió Abril, dejando los lápices de colores junto a su trozo de pastel de terciopelo rojo.

—Ese pastel luce muy bien, ¿lo compraron aquí?—preguntó el joven, notablemente nervioso.

—No, fue un regalo de Diego. Hoy es el cumpleaños de Margarita.

—¿En serio?—Alejandro volvió a sonreírle a Marga—. Muchas felicidades, Margarita.

—Gracias...

Alejandro, ligeramente ruborizado, se dirigió a Abril:

—¿Podríamos ir a hablar a mi mesa? Solo serán unos minutos.

—¿A tus amigos no les importará?

—No, para nada. Son mis primos de hecho. Estoy ayudándolos con álgebra.

—Qué amable de tu parte—Abril se puso de pie—. Claro, vamos.

Marga apretó los labios.

—¿Viste eso?—le dijo a Elvira cuando ambos se fueron.

—¿Qué?

—¡Se llevó a Abril a su mesa!

—Tal vez van a hablar de la escuela.

—Sí, claro, de la escuela. Es obvio que a Alejandro le gusta ella. Y eso no me molesta solo...me pone triste.

Elvira contuvo un suspiro.

—No es verdad, y si lo fuera, sabes perfectamente que Abril no aceptaría sus sentimientos—respondió—. En primera porque sabe que te gusta él y en segunda porque está loca por Diego, ¿o ya se te olvidó?

Marga apretó los labios y bajó la mirada.

—No te restes valor—dijo Elvira con dulzura—. Cada chica es especial a su manera. Abril no es mejor ni peor que tú, solo es diferente. Y eso está bien.

Abril regresó al poco rato con una leve sonrisa. Era ese tipo de sonrisa que se dibujaba en su rostro después de haber recibido un cumplido muy cursi o haber escuchado un buen cotilleo.

—¿Qué es lo que quería el señorito Dumas?—preguntó Elvira.

Abril se encogió de hombros.

—Tenía dudas sobre el proyecto que nos dejaron. Ya saben que soy la mejor de la clase cuando se trata de ciencias.

—¿Solo eso?—la cuestionó Marga—. ¿No te dijo nada más?

—N-No, claro que no. Si me ven así es porque me dio algo de gracia lo bobos que son sus primos. Están atorados con fórmulas muy sencillas, Alejandro ha de tener la paciencia de un santo.

Abril nunca mentía, y cuando lo hacía Marga se daba cuenta. Sonaba sincera, ¿por qué no podía creerle? Tal vez sus problemas de autoestima eran más graves de lo que creía, por eso se aferraba a la idea de que Alejandro se moría por su amiga.

O solo estoy siendo realista, pensó.

—Bueno, ya nos falta poco. Si nos apuramos podremos ir a biblioteca un par de horas antes de que cierre—dijo Abril con una amplia sonrisa—. Manos a la obra.

Las tres chicas terminaron su proyecto quince minutos después y comieron el resto del pastel antes de irse. La lluvia ya se había calmado, por lo que no hubo necesidad de usar los paraguas. Llegaron a la biblioteca a pie y Marga sonrió al ver que estaba casi vacía. La pasaba mejor así. Se dirigió a los estantes de novelas mientras que Abril optó por la sección de arte y Elvira la de esoterismo. Ya que escogieron algo, se reunieron en una de las mesas de estudio.

—¿Qué libro tomaste?—preguntó Abril a Marga.

—Se llama Emma, es un clásico.

—¿Es el que mencionaste la otra vez?

—Sí.

Abril se mordió el labio inferior, sonriendo.

—Qué bien.

—¿Tú cuál tomaste?

Abril le mostró la portada. Era una compilación de pinturas de un artista llamado Richard Westall.

—Oh, él hizo muchos retratos de Lord Byron.

—¿Lord qué?

—Lord Byron. Un poeta romántico.

Abril abrió el libro y buscó una pintura de él.

—Aquí está—dijo, señalando una donde Byron aparece de perfil, vestido de rojo y con el mentón apoyado en la palma de su mano, pensativo—. Era lindo. Su nariz y cabello me recuerdan a Alejandro, ¿verdad que se parecen mucho?

Era verdad. Había muchas similitudes, excepto la mirada. La de Alejandro era más inocente.

—Sí. Son muy parecidos—respondió Marga, acariciando una mejilla de Lord Byron con el dedo índice.

—Oigan, encontré un hechizo para darle agallas a Marga y así pueda acercarse al señorito Dumas sin desmayarse—dijo Elvira señalando una página del libro que eligió, luego se dirigió a Marga—. Pero vas a tener que beber un huevo crudo con limón.

Marga hizo una mueca.

—Estoy bien así.

—No, no lo estás.

Ligeramente ofendida, la chica ignoró lo que dijo su amiga bruja y abrió la novela para empezar a leerla. Llegó hasta la página veinte en cuestión de minutos, y en medio de ella y la siguiente encontró un papel doblado en cuatro partes. Curiosa, lo desdobló y se encontró con un poema corto:

Con cero lejanía

Con la luna en la mano,

El poeta que gemía,

que escribía en vano.

Con cero cordura,

Con la luna de cerca,

La rima en locura

que moría terca.

Con cero cordura

y escrito en vano,

El verso en locura

a la luna en la mano.

-Felidae

Es bonito, pensó Marga.

—Chicas, miren esto—dijo, dejando el papel sobre la mesa—. Es un poema. Creo que alguien lo usó como separador.

Elvira lo tomó y leyó en voz alta.

—No sé qué signifique, nunca fui buena con las metáforas—comentó Abril—. Pero sea lo que sea suena bonito.

—Yo creo que sí comprendí—dice Elvira—. Creo que habla de alguien que tiene muy cerca a un ser fascinante como un astro, pero sabe que está fuera de su alcance. Una persona para admirar de lejos, pero que nunca lo amará.

Abril y Marga la miraron un tanto sorprendidas, pues era la menos romántica de las tres.

—¿Qué? Eso fue lo que entendí—dijo Elvira avergonzada por su repentina sensibilidad—. Deberías dejarlo en él libro, Marga, por si Felidae quiere recuperarlo.

—O podrías quedártelo—sugirió Abril.

Marga bajó la mirada al papel aún en manos de Elvira.

—Creo que conservaré el poema mientras tenga el libro en casa. Cuando lo termine lo regresaré a la página donde estaba—dijo—. Este poeta, Felidae, ¿será hombre o mujer? Creo que he oído el nombre antes.

—En la clase de biología. Felidae es el grupo animal de los felinos—informó Abril.

Marga esbozó una leve sonrisa.

—Me gusta, suena elegante. Desearía poder leer más de Felidae.

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