SI YA NO ME QUIERES
Hoy he ido al cine, después de mucho tiempo sin ver películas en la gran pantalla. Ynia, Cris, Ire y yo, las cuatro magníficas, dispuestas a llorar todo lo necesario para volver a sentirnos protagonistas y recuperar nuestra autoestima como espectadoras sensibles, de las que se meten hasta el fondo en el papel, sin ambigüedades.
Hemos visto una de esas películas que podría ser perfectamente una obra de teatro, porque todo sucede sin salir de una sala de cine. Es cine dentro del cine. Claudia y Pablo, una pareja de enamorados que lleva un par de años de relación estable, deciden ir a ver la comedia más romántica del año: 'Sumidos en el amor', sin ser conscientes de los desafíos a los que se iban a enfrentar.
Llegan al cine sonrientes, cogidos de la mano, con esa serena complicidad que muestran las parejas a punto de superar el segundo año de convivencia.
—Este es el mejor plan para olvidar las discusiones tontas de esta semana —dijo Claudia, en tono conciliador, esperando que su amorcito se diera por aludido.
—Tienes razón, cariño. Solo necesitamos estar un ratito juntos y disfrutar de la película —respondió Pablo, esperando que esa noche de cine sirviera para fortalecer aún más su hermosa relación.
La película comenzó con una sucesión de momentos idílicos, con dos protagonistas totalmente in love, que parecían estar hechos el uno para el otro. Al otro lado de la pantalla, Claudia y Pablo se miraban con una mezcla de emoción y complicidad. Se estaban dejando llevar por el ambiente romántico de la película e incluso se atrevieron a abrazarse en uno de esos momentos tiernos, muy tiernos, en los que eres capaz de abrazarte a ti misma si has ido sola al cine y no tienes la suerte de tener a tu lado a alguien de confianza.
Yo me abrazaba fraternalmente con Ire mientras Cris hacía lo mismo con Ynia, siguiendo el orden lógico de las butacas que ocupábamos en el cine. Es decir, mi abrazo era con Ire pero podía haber sido Cris o Ynia, las cuatro somos totalmente compatibles en ese sentido, afectivamente hablando. Por cierto, menos mal, que no ha venido Trini, porque habríamos sumado número impar, y los abrazos así son más complicados porque tienes que recordar con quién has coincidido ya y tener claro a quién le toca el siguiente abrazo, sin margen de error.
Mientras tanto, Claudia y Pablo, inconscientemente comenzaron a compararse con la pareja ideal que tenían delante, en la gran pantalla. Sin darse cuenta, estaban psicoanalizando su relación, viendo defectos donde antes solo brillaban virtudes.
Cada escena de la película era un recordatorio de lo que les faltaba a ellos como pareja en su día a día. Y cuanto más bonita era la secuencia de la pantalla, peor se sentían ellos. Es como si estuvieran evaluando su relación, reconociendo lo lejos que estaban de la perfección en cada uno de los aspectos importantes. La tensión en el ambiente era palpable, y los momentos de silencio entre ellos se volvieron incómodos. Claudia y Pablo se aferraban a sus propias percepciones y no podían ver lo que realmente les unía, las virtudes y el amor genuino que habían compartido hasta entonces.
Nosotras, mientras tanto, seguíamos llorando emocionadas en la primera fila, testigos de la felicidad que derrochaba la pareja protagonista, con los paisajes tan bonitos, la música que acariciaba nuestros oídos y una dosis ingente de amor desbordando la pantalla, tiñendo el ambiente de color rosa.
Ahora estábamos llorando de nuevo, pero esta vez sumidas en la tristeza más profunda, viendo cómo se estaba viniendo abajo la relación de la pareja suplente, Claudia y Pablo, la que estaba en el cine viendo la película en la que triunfaba el amor, mientras se empeñaban en sufrir con sus continuos desencuentros. A mí particularmente, me invadía una terrible sensación de impotencia, de no poder ayudar a esos dos jóvenes en peligro.
Justo en ese momento, decido activar mi modo ángel de la guarda con toques de hada madrina, todo a la vez. Así que con un chasquido me presento imaginariamente en esa secuencia, y me siento justo en medio de los dos espectadores, sin pedir permiso.
Me muero de ganas por explicarles que están llevando su relación hacia un precipicio, y que todavía están a tiempo de cambiar de actitud y evitar el desastre total. Se están mirando en el espejo equivocado, el de una relación ideal, sin sobresaltos, sin defectos, sin discusiones, sin roces de ningún tipo, excepto los típicos de las escenas de amor, piel con piel. Y cuanto más se miran en ese inmaculado espejo, más distorsionado es el reflejo que perciben, peor se ven el uno al otro.
–Muchachos, escuchadme bien: estáis haciendo el panoli. –Eso lo digo así para romper el hielo. Tampoco tengo muy claro si panoli es la palabra adecuada, o lo entenderán mejor con 'hacer el tonto', 'hacer el bobo' o 'hacer el payaso', no lo sé.
–El amor ideal no existe, ni ha existido, ni existirá nunca. Esto que tenéis delante de vuestras narices es una pe-lí-cu-la –les digo así, marcando bien las cuatro sílabas, con contundencia.
Al estar sentada justo en medio de los dos, mi cuello sufre un poco más de lo normal pero intento ser ecuánime en mi reparto de reproches, mirando alternativamente a izquierda y derecha. Si tengo suerte, podré recibir algo de feedback por parte de ellos y eso me servirá para saber si tengo que elevar mi nivel de indignación o, justamente lo contrario, mostrarme más condescendiente.
–Vamos a ver, esto no es un juicio, no estamos en un tribunal, aquí no hay culpables ni inocentes, no hay testigos, ni coartadas, ni jueces ni fiscales ni abogados ni nada –me sale una perorata un poco larga, pero debo seguir, para que no parezca que me lo estoy inventando todo–, aquí solo estáis vosotros, vuestros sentimientos y vuestras expectativas en la vida.
Expectativas es una palabra que siempre me ha gustado mucho, intento utilizarla siempre que puedo. Me emociona pensar que alguien sea capaz de poner sus esperanzas en lo que realmente desea que ocurra, es simplemente genial. Bueno, aquí me refiero solo a expectativas positivas, las negativas las descartamos.
–Si los dos queréis seguir caminando juntos, entonces adelante –de repente me vuelve a venir la inspiración, esta vez con la idea del camino, el trayecto y todo eso–, pero tened en cuenta que la vida no es un jodido camino de rosas.
Aquí comprendo que estoy exagerando un poco, porque el proverbio sólo habla de camino de rosas, pero no incluye lo de 'jodido'. Pero lo hago para darle más énfasis, dada la trascendencia del momento, así que estoy disculpada.
–En el camino encontraréis piedrecillas, piedras, rocas, trampas, tormentas, diluvios y obstáculos de todo tipo –aquí en este punto me esfuerzo por subir un poco más el tono. –Os esperan multitud de peligros acechando, delincuentes, ladrones y forajidos, como en las películas normales, no esta que estáis viendo ahora. ¡Mejor dicho, como en la vida real, la auténtica, la original, única e irrepetible!
A todo esto le añadiría el toque final con un sublime –¡Y nos dejamos ya de películas!.
Como ninguno de los dos se atreve a abrir la boca, yo sigo con mi lección magistral.
–Ayer todo estaba perfecto, y hoy de repente empezáis a dudar de vuestra relación –sigo insistiendo, sin ninguna intención de callarme –. ¿En qué os habéis equivocado?, ¿qué habéis hecho rematadamente mal?...
Mientras, en la pantalla siguen brillando los detalles de la relación espectacular de los protagonistas, capaces de superar sin dificultad cualquier obstáculo, por complicado que parezca.
–Pues no os habéis equivocado en nada, simplemente la vida no es así –les digo, mientras noto que comienza a dolerme el cuello de tanto girarme. –La vida no es una película, aquí solo nos están mostrando el lado bonito de la relación, pero no estamos viendo todo lo demás, la trastienda, o el trastero donde se acumulan los reproches y los desencuentros.
Y es verdad, en la peli no hay escenas de riesgo, los problemas se solucionan solos, aparentemente sin esfuerzo. Las dificultades unen a los protagonistas, justo al contrario de lo que suele ocurrir en la vida real.
–A vuestra relación le está pasando exactamente lo mismo que le sucede al 99% de las relaciones existentes en la sociedad occidental –decido excluir la cultura oriental, la africana, la indonesia o la hindú, por si acaso, admitiendo mi desconocimiento sobre esas filosofías de vida–.
–¿Y sabéis qué es? –les pregunto retóricamente, porque pienso contestarme yo misma, sin esperar sus opiniones –pues es el DESGASTE, las relaciones se desgastan, como los motores, las baterías y cualquier otro componente sometido a demasiada presión.
–Os estáis presionando inconscientemente, sin daros cuenta, os estáis exigiendo demasiado el uno al otro...
–Tiene razón esta señora, Pablo –escucho horrorizada la voz de Claudia, que no tiene inconveniente en referirse a mí como señora, así sin más.
–Cada vez nos cuesta más hacer cosas juntos –se quejaba ella intentando disimular la tristeza de su voz.
–Tal vez deberíamos ser más espontáneos, como la pareja de la película –respondió Pablo, reconociendo que la rutina había invadido su relación–. Podríamos volver a empezar, recuperar la confianza que teníamos antes...
Yo todavía estoy pensando por qué se ha dirigido a mí utilizando el vocablo 'señora', con todo lo que implica en cuanto a madurez y decadencia. Intento contener mi indignación y paso a activar ya el modo celestina, es decir, intentar por todos los medios que no descarrile esa relación.
–Veo que estáis abriendo los ojos, volviendo a vuestra realidad, siendo conscientes de lo que os aportáis el uno al otro, de todo lo que os une –ahora estoy siendo totalmente sincera. –Esa es la actitud adecuada, así es como volveréis a encontraros de nuevo.
Estamos llegando al clímax de la película: los protagonistas se están casando, rodeados de romanticismo y felicidad por todas partes.
Mis interlocutores se miran, reflexionando sobre su propia relación, pero esta vez sin compararla con el idealismo mágico de la pantalla. La tristeza se asoma a los ojos de Claudia, mientras Pablo parece perdido transitando su mundo interior.
La película termina y se encienden las luces. Me refiero a la película dentro de la película, porque la otra, la de verdad, la que estábamos viendo mis amigas y yo, todavía continuaba un rato más.
Claudia y Pablo se levantan de sus asientos mientras sus miradas se cruzan por un instante. Justo cuando pienso que van a besarse, él toma la palabra para abrir una nueva etapa en su relación, y dejar atrás todas las dudas que habían surgido, o al menos eso era lo que yo creía que iba a suceder.
–Ha sido todo muy bonito, amor mío, hemos vivido momentos muy especiales, así que tal vez podríamos darnos otra oportunidad –dice Pablo convencido, como si lo tuviese preparado y hubiese ensayado antes en casa.
Al escucharlo, Claudia no puede disimular las lágrimas en los ojos. Parecía muy emocionada, aunque en realidad estaba totalmente indignada, desquiciada y alterada.
–¿Cómo que otra oportunidad? –retumban en la sala las palabras de Claudia, –¿pensabas dejarme?, ¿cuándo ibas a contármelo, imbécil? –le soltó a Pablo sin miramientos.
–Pero si llevo meses diciéndotelo, eres insoportable, engreída, egoísta, manipuladora, victimista, existencialista, nihilista y además, ¡no soporto a tu madre!.
En ese momento entiendo que ha llegado la hora de desaparecer de allí. Debo volver a mi asiento con mis amigas, porque la película está a punto de terminar, y el final no parece que vaya a ser feliz.
A Claudia le apetece mucho soltarle un sonoro tortazo a su ex-amado Pablo en la mejilla, pero prefiere contenerse y dar media vuelta para desaparecer cuanto antes. Mientras se aleja de la escena, se escuchan sus palabras de despedida.
–¡Eres un auténtico niñato desgraciado y espero no volver a verte nunca más!
Salgo del cine resignada, porque no esperaba asistir a un final tan dramático.
Mis amigas están exultantes, como si hubiesen visto otra película distinta. A mí me cuesta abrir la boca, porque creo que ya he hablado más de la cuenta. No me atrevo a preguntarles qué ha pasado con Claudia y Pablo, por si acaso, por si he sido yo la que ha estropeado una relación que prometía mucho, llamada a resistirlo todo en pos del amor eterno.
A veces me puede el protagonismo y me lanzo sin paracaídas, pensando que el instructor de vuelo vendrá a buscarme y me rescatará antes de que me estampe contra el suelo. Caeremos juntos, su cara junto a la mía, abrazados, como si fuese una de esas ceremonias de iniciación que tanto me apasionan.
Hasta mañana.
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Cover Photo by Krists Luhaers on Unsplash
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