SI ME ENAMORO
Como sabes, soy un poco adicta al gimnasio, es decir, a la multitud de acontecimientos que suceden en esos lugares, perfiles variopintos y diversidad socio cultural, algo que valoro mucho para mi trabajo. Por no hablar del aroma a eau de sudor mezclado con ambientador sugestivo y la música bien alta, para que nadie caiga en la tentación de relajarse y descuidar su resistencia cardiovascular.
No podría ser creativa y trabajar en una agencia de marketing digital si mi cerebro no mostrase una plasticidad superior a la media de la población, dotado para percibir detalles escondidos más allá de la realidad visible a los ojos. Y para tonificar el cerebro, el gimnasio es ideal.
Bueno pues ahí estaba yo, sudando la gota gorda, en mitad de una intensa sesión de ejercicios, como si fuese mi hábitat natural, sin imaginarme que esa tarde no iba a ser como las demás.
—¡Annita, no te vas a creer lo que acabo de ver! —me suelta de repente mi inseparable amiga Ire.
—¿Tom Cruise, George Clooney? —ya tengo las respuestas preparadas, porque más o menos sé el perfil masculino madurito que le atrae a ella, y puedo seguir la conversación sin bajar el ritmo.
—Mucho mejor —insiste mi amiga —, es más tipo Brad Pitt, diría yo.
Aquí ya me surgen las dudas, y me acerco al panel de control de mi spinning bike para bajar un par de puntos la intensidad y recuperar mi respiración disimuladamente.
—Hay un monitor nuevo, lo tienes a las 3 —esto de usar las horas para señalar la posición de alguien era muy típico de Ire, adicta a las series de CSI, FBI y todas esas, en las que antes de volarle la cabeza al asesino en serie queda bien referenciar su ubicación exacta en el perímetro visual del agente valiente que tiene que apretar el gatillo.
Así que me giro a mi izquierda y, efectivamente, veo un perfil masculino que no está registrado en mi base de datos.
—¿Qué me puedes contar? —me lanzo sin perder el tiempo.
—Poco, acaba de llegar, ha entrado hace 5 minutos, ha saludado a los otros monitores y solo he podido escuchar que se llama Adán, nada más.
—Y que está como un tren, se te ha olvidado añadir —puntualizo para que vea que estoy pendiente de un asunto que ha despertado mi interés.
Adán tenía una sonrisa de esas tipo led, con un encanto espectacular que lo ilumina todo, así que comencé a imaginar nuestro futuro en común, mientras daba por concluida mi sesión de spinning. Soy algo impulsiva, pero yo diría que en ese momento ya me sentía atraída por él, y que necesitaba romper hielo cuanto antes, antes de que otra le tirara los trastos.
Siempre me ha gustado mucho la expresión "tirar los trastos", porque es una forma coloquial de referirse a flirtear con alguien, especialmente cuando hay un interés romántico o sexual, tal como era mi caso.
Avanzo con paso firme hacia mi objetivo, mientras me desajusto bien el top e intento secarme el sudor de la cara por si me besa al presentarse. Quien sabe, tal vez estoy a punto de protagonizar una historia de amor, músculos y enredos en el gimnasio. Puede tratarse de un flechazo, de amor a primera vista, no hay que descartar ninguna hipótesis.
Adán está saludando a una de mis monitoras favoritas, Lucía, que es la que intenta que no me descomponga cuando estoy en sus maravillosas sesiones de pilates. Así que aprovecho la coyuntura y me lanzo directa, imparable, como un Porsche sin frenos.
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—Lucía, no sabes cómo te necesito, no voy a poder aguantar mucho más sin tu clase de pilates —le digo mostrándole mi mejor sonrisa, ignorando de momento al nuevo monitor, haciéndome la interesante.
En realidad Lucía era la excusa perfecta para que Adán supiese que existo, comenzando a descubrir los encantos de su nuevo empleo.
—Hola Anna, comenzamos a las siete y media, no puedes faltar. Por cierto, te presento a Adán, es un nuevo monitor para los ejercicios de fuerza y resistencia —así que me felicito a mí misma porque ha funcionado mi plan y ya soy alguien en la vida de Adán.
—¿Qué tal, Adán? —le digo aproximándome para darle un beso y recibir otro, mientras Lucía tiene el detalle de decirle cómo me llamo —Ella es Anna, la verás mucho por aquí porque le encanta hacer ejercicio y cuidarse.
—Anna, es un placer, —me dice así con un tono que me recuerda mucho al propietario del asador argentino que frecuentamos entre semana, porque está cerca de nuestra oficina. Los fines de semana somos más de sushi y tagliatelle.
—Me encanta escuchar que hay personas a las que les gusta cuidarse, y además en tu caso, se nota que es cierto, tienes muy buen aspecto, te veo realmente bien.
Bueno no está nada mal para empezar. Me ha reforzado mi autoestima, hemos quedado en volver a vernos -en el gimnasio, claro- y además estoy deseando encontrar mi móvil para entrar en Google y saber qué hace exactamente un monitor para ejercicios de fuerza y resistencia, porque voy a tener que pasar por sus manos, o al menos eso espero.
Así que al día siguiente cambio mi rutina de entrenamientos para que el 90% de mi tiempo esté bajo la supervisión de un instructor tan cualificado como Adán. Él sabe mejor que nadie que las principiantes en ese tipo de ejercicios necesitamos una preparación especial, y eso facilita bastante mi labor de aproximación romántica.
Pasan los días y nuestra relación se va consolidando, noto la tensión romántica flotando en el ambiente, a pesar del sudor y el agotamiento que siento cada vez que entreno con él. Espero que se decida pronto a dar el primer paso, porque no voy a aguantar mucho más este sufrimiento.
Durante este tiempo he podido averiguar que no tiene pareja ahora mismo, que parece que es hetero y no presenta alteraciones en su comportamiento, nada que denote un desequilibrio.
Además, tiene un gran sentido del humor, es muy simpático y nos reímos mucho cuando estamos juntos, algo que como sabes resulta primordial en este tipo de relaciones tan inconsistentes.
De repente, encuentro la excusa perfecta para quedar con él. Es el cumpleaños de Ire, así que al salir del gimnasio lo correcto es ir a tomar algo, y con un poco de suerte conseguiré que se acople. Será solo un ratito, con Ire y el grupito de amigas del gim, las compañeras de fatigas, y algún infiltrado que incorporaremos a última hora para disimular, para que Adán no se sienta cohibido entre tanta mujer espléndida.
Llega el momento esperado, pedimos nuestras copas y lo primero que hago es establecer un perímetro de seguridad alrededor de mi objetivo. No quiero ninguna loba acechando, especialmente después de la segunda copa, cuando todo el mundo pone una marcha más y las emociones se disparan por el aumento del volumen de alcohol en la sangre.
La música sigue sonando mientras las copas se terminan y nuestro grupo se hace cada vez más pequeño. Estamos perdiendo efectivos porque es jueves, y al día siguiente tenemos que estar al cien por cien para darlo todo en nuestros respectivos trabajos.
Se aproxima la hora de poner punto y final a nuestra mini fiesta, así que pongo en marcha mi plan B.
—Adán, disculpa, no me encuentro bien... ¿No te importa acompañarme, vivo muy cerca de aquí, cinco minutos andando?
Me mira con cara de sorpresa, como si no esperase un final tan bonito después de una jornada tan intensa, con tantas emociones.
—Claro, por supuesto Anna, cuenta conmigo.
¡Ya te tengo!, pienso en mi interior. Le invitaré a tomar la última, nos sentiremos cómplices en esta incipiente historia de amor, nos besaremos apasionadamente y mañana me despertaré junto a él pensando que los sueños se cumplen, y que mi amor ideal se habrá convertido en una realidad palpable.
—No voy a subir Anna, no puedo, no estoy preparado —me parece escuchar todavía sin haber abierto la puerta en el portal de mi casa.
Lo de "preparado" me llega al alma y me hace replantearme muchas cuestiones en mi vida, todas en unos segundos.
—¿Preparado para qué? –decido cuestionar haciéndome la sorprendida, como si no supiese exactamente a qué se refería.
—No estoy listo para una relación ahora —insiste mi monitor de ejercicios de fuerza y resistencia—.
—Bueno Adán, yo tampoco estaba preparada para levantar pesas de 20 kilos y mírame, he sobrevivido, he sido capaz de superar eso, y lo he logrado gracias a tu ayuda —intento poner un tono dramático, pero no estoy segura de lograrlo porque me duele mucho la cabeza, supongo que por la música, las copas y la tensión sexual.
—Sí, pero no me debes nada, es mi trabajo, me pagan para ayudar a las personas como tú, que quieren sentirse mejor entrenando sus músculos —y me mira con cara de niño, como si estuviese siendo sincero, y eso me acaba de hundir definitivamente.
—Hace muy poquito que recién terminé mi anterior relación, lo pasé muy mal y todavía no estoy preparado para tener algo serio con otra persona.
Menos mal que ha dicho lo de "algo serio", eso me tranquiliza, porque al menos no me consideraba un ligue de una noche de verano. Todo mi esfuerzo en el gimnasio tenía sentido ahora, me había ganado el derecho a ser considerada nada más y nada menos que "algo serio".
—Te pido perdón, Adán, tienes que disculparme, he bebido demasiado —le digo mintiendo como una bellaca, porque ni estoy arrepentida ni he bebido demasiado.
—Pensé que había algo entre nosotros —además del esfuerzo y el sudor del gimnasio, claro —, pero veo que estaba equivocada.
No se me da nada bien el papel de mujer despechada, pero aún así, intento que él se vaya arrepentido, con cargo de conciencia por haber rechazado un cuerpazo como el mío.
—No te preocupes, esto no ha sucedido, no me has acompañado, no te he tirado los trastos y tú tampoco has salido huyendo. ¿De acuerdo?
—Por mi parte todo ok Anna. No te preocupes, todo ha sido un malentendido —me dice Adán respetuoso, con ganas de pasar página y salir salir de allí lo antes posible.
Sí claro, decenas de horas de malentendido, cientos de series de bíceps de malentendido, miles de abdominales de malentendido... No pasa nada, había que arriesgar, yo soy así, si no lo intento me hubiese arrepentido toda la vida. Ahora que lo he intentado y ha salido mal, también me arrepentiré toda la vida, por supuesto. Pero podía haber salido bien. De hecho, estaba saliendo bien hasta que hemos llegado al portal y he roto el encanto de nuestra relación, tirando por la borda estas semanas de pasión por las pesas.
Dejo pasar un par de semanas antes de volver al gimnasio, el escenario del crimen. Cuando siento que mi autoestima se ha recuperado, llamo a Ire para quedar con ella y no tener que enfrentarme yo sola al reencuentro con Adán.
—Annita, no sé si es buena idea, tal vez deberías esperar un poco más —es su respuesta, que no acaba de convencerme. —Te veo a las 6, le digo, desafiando su negativa.
Entramos juntas, ella un poco adelantada, para abrir paso, por si nos encontramos a Adán. Ire está más seria de lo normal, como si no le hiciera gracia verme de nuevo allí entre esa multitud de cuerpos sudorosos. Las dos tenemos claro que vamos a mantenernos alejadas de la zona de ejercicios de fuerza, es decir, del territorio Adán.
—Veo cara nuevas, —le digo a Ire, para darle conversación y animar un poco la tarde, mientras me fijo en una de las chicas que está dándolo todo frente a nosotras, en la zona de spinning. —Se llama Eva —me contesta sin ganas de hablar— y no te va a gustar.
Eva llegó al gimnasio justo el día después de mi desencuentro con Adán. Es muy guapa, algo más joven que yo, pero sin ese encanto especial que soy capaz de mostrar cuando la situación lo requiere. Le faltan tablas, está demasiado relajada teniendo en cuenta la cantidad de tíos que tiene alrededor observando sus evoluciones. Se nota que es nueva.
De repente, veo la figura de Adán emergiendo entre las sombras de la zona de pesas, sonriente, caminando con paso firme.
—Eva cariño, es tu turno, comenzamos en cinco minutos —le dice mientras se acerca a ella para darle un besito en los labios, así sin más, como si tuviesen algo serio entre los dos.
Además de sentirme ignorada y ninguneada por mi ex-monitor, estoy buscando una explicación, una información que solo puede proporcionarme mi amiga Ire. Pero ella ha desaparecido, consciente de la tormenta que se venía encima, refugiándose probablemente en los aseos.
A pesar de mis esfuerzos para pasar desapercibida, Adán me mira y no duda un instante en acercarse para saludarme.
—Anna, pero qué alegría —se muestra especialmente eufórico —. Me dijeron que estabas lesionada, pero tampoco viniste a recuperar con los fisios.
Cómo explicarle a Adán que mis problemas no eran musculares, eran emocionales. Ahora que comenzaba a recuperarme, no me sentía con ganas de competir con esa niñata que se había buscado como alternativa. Además, Adán ni siquiera había tenido que decidir entre ella o yo. Su elección era mucho más sencilla: o mi mejor yo o nada. Y entre Anna y nada resulta que había preferido la nada. Yo no podía creer lo que estaba pasando. Me sentía desplazada y ninguneada pero desde luego, estaba totalmente dispuesta a rendirme sin luchar.
Ya me había esforzado bastante con las pesas, las series de fuerza y todos esos ridículos ejercicios de resistencia que había tenido que soportar con una sonrisa.
No tenía ninguna intención de conquistar el corazón de Adán. Como mucho, aceptaría ser amiga de Eva, pero para darle algo de envidia a él, para recordarle lo que se estaba perdiendo, a todo lo que había renunciado pasando de mí.
Odio los triángulos amorosos.
Buenas noches.
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Cover Photo by Bruce Mars on Unsplash
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