Capítulo 14. Sexto mes
Advertencia: Este capítulo contiene escenas/imágenes sexuales no recomendadas para menores de 16 años. Si eres sensible, no te gusta leer contenido "yaoi" o simplemente no te gusta el "lemmon" puedes irte sin comentar nada ofensivo. Gracias, disfruten el capítulo.
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Diciembre, el último mes del año. El ambiente de Navidad inundaba las nevadas calles de la ciudad. No había ningún rincón en donde los villancicos y el olor a dulces no llegaran. Así pues también los centros comerciales estaban rebosantes de clientes que deseaban gastar su dinero en cosas materiales para satisfacer los deseos de sus seres queridos. Y ese no era un caso diferente para ciertos hombres que charlaban entre sí.
— Y he decidido comprarle esos pendientes que tanto le gustan para Navidad— decía un tanto avergonzado el pelirrojo por sonar tan cursi—. Ella hace mucho por Roxy y por mí y... sé que se los merece.
— Wow, qué tierno suena eso, Fox— le codeaba sonriente el castaño con ojos oscuros—. Yo le daré a Joy unas vacaciones en un SPA para que se relaje, y yo cuidaré de Jay en su ausencia.
— Ni que estuviéramos en San Valentín, colega— rió el pelirrojo.
Era extraño, pero pocas veces eran tan atentos con sus esposas. Las amaban de verdad, eran su mundo completo, pero no eran muy detallistas como lo era el peliturquesa, quien por cierto miraba hacia los escaparates sin mucha emoción con la mente pensando en distintas cosas al mismo tiempo.
— Tierra llamando a Bon, ¿estás ahí?— llamaba extrañado Fred, pasando una mano por el rostro del moreno—. Tío, pensamos que te habíamos perdido.
— Ah, lo siento, estaba pensando— comentaba sin mirar el más joven de los tres, soltando un suspiro largo mientras se acariciaba con los dedos su pequeña perilla en el mentón.
— ¿Qué ocurre, hombre? Sabes que puedes confiar en nosotros— le rodeó el pelirrojo ganando una risa nerviosa del de mirada verdosa.
— Eso es lo que me da miedo— se separó de ese medio abrazo y volvió a suspirar—. Sólo estoy algo preocupado. Aún no tengo un regalo para mi conejito.
— Así que era eso- suspiró el más bajo—. Mira, eso te pasa por regalarle tantas cosas impresionantes en pequeñas fiestecitas.
— Oye, ¿acaso fue impresionante regalarle un coche cuando cumplió los dieciocho al sacarse el permiso de conducir?— se excusó el moreno mientras refunfuñando se cruzaba de brazos. Él escogía los regalos más prácticos par cada momento.
— Sí, lo fue— contestó riendo y algo irritado el más alto, dándole un fuerte golpe en la espalda—. Nos dejaste un poco mal vistos.
— Por no decir totalmente.
Rieron los tres hombres, retomando el paseo por aquel centro comercial donde se estaba más calentito que fuera. Aún era pronto, así que decidieron entrar en una cafetería cercana y así ayudar a su amigo para no quedar mal ante su esposo.
— Ya lo tengo- dijo de repente el de mirada grisácea—. ¿Por qué no le das una noche especial?
— ¿Noche especial? ¿En qué sentido?— preguntaba confundido el de mirada esmeralda.
— Ya sabes: cena romántica, ir al cine, flores, un paseo por una zona tranquila...— contaba mientras se tocaba la punta de los dedos de una mano con la otra. Miró al pelirrojo para que terminase la lista.
— Y con una buena sesión de sexo nocturno al final.
Los colores se subieron rápidamente al rostro del moreno, el cual casi escupe la bebida caliente que estaba tomando en ese momento. Las risas de sus amigos resonaron en sus oídos de forma brusca haciendo que los mirase entre enojado y avergonzado.
— ¿C-Cómo se les ocurre?— les reprimió susurrando para no levantar más alboroto ante los clientes que sólo estaban para pasar un rato tranquilo con el aroma a café del local—. A-Además, no podemos. Bonnie aún está embarazado y ahora está más débil— se excusaba, aunque lo que decía no era del todo mentira. Jake le había advertido al pelimorado que no podía hacer ningún ejercicio físico duro.
— Ya, tranquilo, sólo era una sugerencia— se quitaba una pequeña lágrima rebelde de su ojo ámbar—. No estás obligado hacerlo, pero lo de la cena romántica no está tan mal, en mi opinión.
— Siempre triunfa— comentó Fred.
— Tendré que pensarlo.
Mientras los hombres decidían qué hacer por sus parejas, las féminas se encontraban igualmente en aquel centro, solo que estando un tanto más lejos que los chicos. Habían comprado ya algunas cosas, la mayoría para los bebés de ambas rubias, los cuales se habían quedado con Meg y Springtrap.
— Bueno, Bonnie, ¿ya has decidido qué vas a regalarle a Bon por Navidad?— la curiosidad de la chica de ojos magenta hizo reír al pelimorado.
— Pues... No estoy seguro del todo— confesaba algo apenado—. Quería conseguir una plumilla nueva para su guitarra eléctrica, pero no se despega de la morada que le regalé hace años.
— No me extraña— Joy soltó una suave risita—, es muy importante para él. Aún me acuerdo lo emocionado que estaba el día que se la diste. No se equivocó en todo el ensayo y Meg no tuvo que regañarlo.
— Con lo gruñona que es yo creo que hasta lo regañaría por estar tan feliz— comentó la rubia de mechas verdes, haciendo reír a sus amigos.
— Bueno, pero yo creo que podrías darle algo un poco más especial, ¿no?— la mujer de mirada cian miró al único varón.
— Lo sé, ¿pero qué podría ser?— se llevaba un dedo a la barbilla intentando pensar algo, pero sintió una pequeña patadita en su vientre. Rió con ternura—. Ya lo sé, pequeña, pero aún no podemos...
— ¡Oh! ¿Ya se mueve?— Chica estaba emocionada—. ¿Puedo acariciarla?
Bonnie rió un poco más y accedió. Su marido aún no había sentido a su bebé patear siquiera un poco, pero aún no sabía por qué se dedicaba a patear cuando el peliturquesa no estaba cerca, pues siempre estaba atento. Con su mejilla pegada y sus cálidas manos acariciando su vientre siempre esperaba sentir a su hija, pero nada, tal pareciera que le tuviera miedo. Aún así estaba seguro de que su pequeña tan solo no lo reconocía; era cuestión de tiempo.
— Qué monada— soltaba un suspiro enternecida—. Se siente igual que cuando Roxy me pateaba todo el tiempo— rió—. No dejaba dormir a Fox en paz.
— Además con la poca paciencia que tiene ese poste telefónico debió ser un poco torturante, ¿no?
— No es siempre así. También estaba atento a si necesitaba algo, e incluso había días que no se despegaba de mí.
— Vaya, sí que tiene su lado tierno— añadió Joy, tapando sus labios de modo que su risa se camuflara mejor.
Siguieron caminando por aquel enorme centro, charlando sobre cosas triviales. Bonnie se sentía realmente cómodo al lado de sus amigas, aunque ya comenzaba a echar algo de menos a su Bon, a pesar de que ya le había visto por la mañana y hasta había preparado él mismo todo el desayuno. Lo amaba demasiado, y se seguía sintiendo mal por no tener un buen regalo por Navidad. Claro, si no estuviera embarazado, no tendría problemas en hacer algo que sólo él sabía hacer con su maestro; el amor. Además, ya hacía un tiempo que no lo hacían, e incluso había sentido durante este mes que su libido estaba volviendo, pero no quería poner en peligro a su bebé, así que sé aguantaba como podía. Ya bastante había tenido con el mes pasado. Acarició su vientre con algo de nerviosismo, pero se calmaba al sentir sus pequeños movimientos.
Tras unos minutos, Chica se dio cuenta de que pasaron por una tienda que ella conocía bastante bien. Paró de caminar y fue marcha atrás, cerciorándose de no haberse equivocado. Bonnie y Joy se giraron al ver su brusco cambio de sentido, y ella les devolvió la mirada.
— Bonnie, ya sé qué le puedes regalar a Bon— sonrió la rubia, tomando al pelimorado de la mano y adentrándose en la tienda, seguidos por la otra rubia.
El de mirada rubí pestañeó un par de veces antes de que el rojo se posase en todo su rostro al ver de qué era la tienda. Los maniquís blancos dejaban ver demasiado con aquellas pequeñas prendas que modelaban. Había muchos estantes con varios modelos de ropa interior de distintos estampados, formas, estilos y, sobre todo, tamaño. En efecto, era una tienda de lencería femenina, y no precisamente con intenciones de tapar.
— C-Chica, ¿q-qué hacemos aquí?— preguntaba algo abochornado el pelimorado.
— Tranquilo, lo tengo todo controlado. Ya verás como luego te gustará— le sonrió despreocupada la mujer—. ¡Hey, Félix!— llamó a un hombre pelirrosa que estaba acomodando el sostén en un maniquí al fondo de la tienda.
— ¡Oh, rayito de sol, volviste!— el de ojos ámbar se acercó a la rubia, dándole un par de besos en las mejillas—. Te ves divina como siempre, querida.
— Gracias, Félix- rió la rubia—. He venido para que ayudes a un amigo a sorprender a su pareja-empujó al pelimorado para que lo viera.
— Wow, menudo bollito te has trabajado, conejito— rió un poco ante el rostro aún sonrojado del menor en estatura y ante su pancita de 6 meses—. Estás mas rellenito que mi Fefi, cielo.
— N-No es que esté gordo— aclaró desviando la mirada y tartamudeando—, e-es que estoy... e-embarazado...
La mirada de sorpresa del de mirada ámbar no tenía sorpresa, pero entonces se escuchó un gritillo en toda la tienda.
— ¡Kyaa, oh my God! ¡No me lo puedo creer! ¿Lo dices de verdad?— su mirada no era ninguna de repulsión ni menos de rechazo, era más bien brillosa y llena de emoción— ¿Puedo?— preguntó para acariciar su pancita, a lo que Bonnie no se negó y asintió.
Félix sentía las pequeñas pataditas de la criatura del vientre del pelimorado, a lo que sonrió como nunca.
— Qué cosita, ¡es cierto que estás embarazado! ¡Muchas felicidades!— abrazaba con cuidado al de piel clara, el cual le correspondía algo avergonzado. Si estuviera a su esposo ahí no habría llegado ni a tocarlo—. ¡Fefi, Gordis, vengan un momento, por fa!— llamó al interior de la tienda.
Al momento un hombre con cabello rosado con mechas blancas en las puntas de su tupé y una mujer bajita y pelirroja con mechas igualmente se acercaron al que les llamó.
— ¿Qué pasa, cielo?— preguntó confundido el chico a su pareja.
— ¿Se acuerdan de rayito de sol?— apuntó a la rubia, quien devolvió el saludo a los dos presentes—. Pues nos ha traído a un futuro papá/mamá— les señaló al pelimorado, quien tímidamente saludaba con una mano.
— ¡Dios mío! ¡Por fin se cumplió el sueño de toda fujoshi!— gritaba como loca la chica pelirroja, mientras que el pelirrosado lo miraba estupefacto.
— ¿P-Pero cómo lo hiciste?— tocaba con confusión su vientre, sintiendo a la pequeña dentro.
— No juzgues el poder de la ciencia— rió el pelimorado, seguido de sus amigas, acordándose lo que siempre decía la castaña cuando algún experimento extravagante funcionaba.
— ¿Y quién es el padre?— preguntó la de mirada manzana—. Espera, no lo digas. Es Bon, ¿cierto?
— ¿Cómo lo sabes?— sonrió sonrojado el pelimorado.
— Ya les shippeaba aun cuando no se conocían... Además, estuve en vuestra boda— dijo de lo más tranquila.
Todos rieron ante su comentario. Tras un rato la rubia de mechas les dijo el plan que tenía con el pelimorado para sorprender al peliturquesa, a lo que los tres trabajadores le pusieron mucho empeño. Por suerte, había una parte de la tienda que tenía lencería exclusiva para embarazadas, además de ser muy sexy.
— A ver, pruébate este— le pasaban otro conjunto al de mirada rojiza, el cual estaba desnudo en uno de los probadores.
— ¿Cuántos más me tengo que probar? Ya llevo más de treinta— suspiraba el pelimorado exhausto tomando la prenda.
— No exageres, ni llevamos veinte siquiera- dijo Joy mirando su móvil—. ¿Acaso no quieres impresionar a tu maestro?
Aquello calló al pelimorado, quien a regañadientes -y con un notorio sonrojo- tomó la prenda para probársela. Se miró de uno de los muchos espejos que lo rodeaban. Vio que su cuerpo estaba muy cambiado a como lo estaba antes. Su busto estaba realmente desarrollado, y su pancita ya no era para nada disimulada. La acarició con sutileza. Seguía pensando, ¿de verdad Bon lo seguirá queriendo con aquel cambio? Bueno, ya lo había visto antes cómo iba cambiando, y no parecía disgustado. Al contrario, se veía cada día más sonriente. Suspiró mientras se colocaba aquella ropa interior con cuidado. Aún tenía problemas a la hora de atarse el sujetador, pero, tras ponérselo por completo, aquel conjunto realmente le había gustado. Salió una vez vestido con aquellas prendas provocativas, dejando a todos boquiabiertos.
— ¿Cómo te sientes?— preguntó la pelirroja con una sonrisa y un poco de sangre cayendo por su nariz.
— Sinceramente... Me siento bonito.
(...)
Ya era Noche Buena. El gran manto de la noche acogía la ciudad en su plenitud. Las farolas decoradas con pequeños hilos de luces coloridas alumbraban de un bonito color blanco, tiñendo las aceras haciendo que brillaran casi por sí mismas. Eran cerca de las ocho de la tarde cuando un joven peliturquesa de veintitrés años caminaba sonriente por aquellas calles, con su rostro moreno siendo acariciado por el viento de diciembre mientras mantenía un pequeño presente escondido para sorprender a su amado. Unas cuadras más adelante llegó a su hogar, abriendo la puerta con calma y quitándose la bufanda al ingresar completamente.
— ¡Amor!- llamó a su pareja— ¡Ya estoy en casa, conejito! ¿Y mi besito de bienvenida?— rió un poco mientras abría los brazos.
En ese momento un muy sonriente pelimorado salía de la cocina, con su delantal de cocina puesto, llegando hasta donde estaba su preciado esposo, tomando sus mejillas con sus manos un tanto heladitas y rojas por el frío, juntando sus medio húmedos labios con los casi secos de su pareja, poniéndose levemente de puntillas.
— Bienvenido a casa, maestro— pronunció apenas en un susurro, rozando sus narices de forma juguetona—. Llegas justo a tiempo, estaba a punto de empezar a hacer la cena.
— Eso no será necesario, cariño— le besó levemente la frente—. De hecho, hoy no cenaremos aquí. Bueno, solo si aceptas— se sonrojó levemente mientras susurraba, acariciando tiernamente la mejilla de su marido, quien le miraba confundido.
— ¿Eh? ¿A qué te refieres, cielo?— giraba la cabeza con más confusión, dejándose acariciar gustoso por su pareja—. ¿Qué debo aceptar?
— Que salgas a cenar conmigo hoy a un restaurante por Navidad— le mostró el gran ramo de flores silvestres que le había conseguido a su conejito, todas de diferentes colores, formas y tamaños. Bonnie no lo había notado por andar embobado con el rostro encantador de su esposo—. Quiero que mi regalo de Navidad sea tener una velada romántica y única a tu lado.
El rostro del de piel nívea se había vuelto más rojo de la normal, sus mofletes parecían hasta más grandes con aquel adorable sonrojo. Sus ojos rubíes, brillando con una intensidad envidiable por las estrellas que se veían por la ventana, se podía reflejar en ellos los distintos colores de las plantas que segregaban un dulce aroma que al pelimorado le agradaba. Sus manos temblorosas por la emoción llegaron a desprenderse del abrigo del más alto para llegar a posarse sobre sus manos canelas cubiertas de la gruesa capa de lana de los guantes que llevaba, sobre el tallo del ramo. Su hermosa sonrisa volvía a hacerse presente mientras miraba hacia la impaciente mirada de aquel hombre que siempre era atento, cariñoso y protector con su persona.
— Tonto Boh— susurró junto una pequeña risita entrecortada—, por supuesto que quiero ir a una cita contigo— se abalanzó sobre el peliturquesa, teniendo cuidado de no dañar su pancita—. Claro, si también puede venir la pequeña— rió un poco, pero calló ante un sorpresivo beso de parte del más alto, el cual no tardó en corresponder con una mano en su nuca y la otra en el ramo todavía.
Ambos se besaban suavemente, transmitiendo aquellos puros e inocentes sentimientos de amor, cariño y afecto que seguían sintiendo después de años de relación. Se seguían amando con aquella fuerza que tanto los unía, eran incapaces de vivir sin el contrario, claro, metafóricamente hablando. Se separaron levemente, sonriendo con sus rostros sonrojados y muy apegados. Rieron levemente juntando sus frentes. Les encantaban ser así de melosos.
Unas pocas horas después, el moreno de cautivante mirada esmeralda caminaba un tanto nervioso por el salón, mirando su reloj. Vestía una camisa azul abotonada con una corbata roja bajo una chaqueta negra, pantalones oscuros y zapatos marrones. Su pelo estaba peinado hacia atrás, con un poco de gomina, dejando algunos mechones cayendo por su frente y portaba su colgante con la púa morada que su amado le había dado cuando aún siquiera eran simples amigos. De repente unos pasos provenientes de las escaleras le hicieron caminar hasta el principio de estas. Su rostro había vuelto a enrojecerse al ver a su conejito listo para su salida.
— B-Bonnie, estás... hermoso— susurró como pudo el moreno, sintiendo la mirada tierna y nerviosa de su esposo.
El pelimorado llevaba puesta una camisa holgada de color azul cian junto a un collar dorado con un corazón. Sus pantalones azules oscuros combinaban perfectamente con sus zapatos oscuros. Su cabello estaba perfectamente recogido en una coleta alta con algunos mechones cayendo por su rostro. Su mano derecha sobre su vientre dejaba ver su preciado anillo de oro, mientras la otra se apoyaba en la barandilla para no caerse. Llegó hasta el piso de abajo, quedando en frente de Bon, quien le miraba embobado y con la mirada totalmente iluminada.
— N-No me mires así, maestro— sonrió apenado el de mirada rubí.
— No puedo evitarlo, mi amor— le mostró su mano el de acanelada fachada, siendo tomada por su acompañante—. Cada vez que te miro me pareces más bello— le colocó un mechón detrás de su oreja, acariciando su mejilla.
— Maestro, eres todo un cursi— soltó una suave risa.
Iban a besarse de nuevo pero algo los hizo separarse en cuanto el menor en edad notó una patada en su abdomen.
— ¡Ah, algo me pegó!— soltó un grito asustado el peliturquesa, separándose ligeramente del pelimorado para tocarse la tripa.
— Fue la bebita, maestro tonto— se burló el pelimorado, acariciando su barriga—. No lo notaste, pero ya lleva todo el mes dando pataditas, la pequeña...
Bon estaba estupefacto, se acercó nuevamente a la pancita de su esposo, poniendo sus manos y su mejilla contra esta, poniéndose de cuclillas para llegar, sintiendo otra patadita, más suave pero igualmente notoria.
— ¡Es cierto!— se alegró el moreno al sentir a su hijita a través de la suave piel de su esposo, ya que se había levantado la camisa para que lo notase mejor—. Hola, bebé, ¿cómo estás?— le hablaba dulcemente, ganándose otra patada.
— Le gusta tu voz, maestro— rió el pelimorado, sobando igualmente su vientre.
— Eso parece— rozó su nariz por encima de su ombligo, causándole cosquillas al pelimorado—. Me alegra saber que estás bien ahí dentro, mi nena— besó la suave capa que la protegía—. Ya queda menos para por fin verte, qué ganas de saber cómo serás— juntó su frente, sonriendo—. Tu mami y yo te queremos muchísimo, él ya tiene ganas de tenerte en brazos, y yo igual— posó suavemente sus labios una vez más, sintiendo otra patadita—, y créeme que te daremos siempre mucho amor y todo lo que necesites, pequeña...
Bonnie no evitaba sonrojarse y acariciar los cabellos de su esposo.
(...)
Una vez llegaron al restaurante, un camarero bien arreglado les acompañó hasta la mesa que Bon había reservado para aquella noche. Fue tan amable de retirar levemente la silla y dejar que Bonnie se sentara en ella para luego acercarlo cuidadosamente a la mesa, a lo cual agradeció y el moreno solo asintió con una sonrisa forzada. Claramente los celos no lo abandonaban. Cuando les entregaron las cartas del menú, entre risas y comentarios sacados de tema por parte del pelimorado decidieron la cena, a lo que el muchacho asintió y los dejó un momento para ir a pedir sus órdenes.
— Es un sitio realmente precioso— comentó feliz el de mirada rubí, jugando con sus dos tenedores—. Si me hubieras avisado con más tiempo podría haber ido a comprar ropas más elegantes.
— No te hacen falta, mi amor— tomó su mano y besó su dorso—. Tú ya eres perfecto como eres.
— Maestro— susurró con un pequeño sonrojo acompañado de una leve risita.
Su cena fue servida. El mayor en edad comía muy feliz, degustando aquel exquisito manjar que le habían entregado, deleitándose de la mirada feliz y tierna que le brindaba el peliturquesa que le miraba mientras comía igualmente. Pasaban los minutos, y nunca dejaban de lado las miradas tímidas y los halagos oportunos, sacándose sonrojos mutuos y sonrisas complementarias.
Tras el postre, la cuenta -que obviamente pagó el moreno a pesar de las quejas de su esposo- y una pequeña propina por el buen servicio, la pareja de conejitos salió de aquel lujoso restaurante para ir paseando hasta casa tomados de la mano y rozando sus brazos. Para ellos, a pesar de ser altas horas de la noche, sin llegar a las doce, aún era muy pronto para dar por terminada la velada romántica.
Llegaron a su hogar, en donde fue el pelimorado quien entró antes, abriendo la puerta con gran entusiasmo, haciendo reír y sospechar a su esposo, el cual lo seguía con calma. Tras quitarse los abrigos, guantes y bufandas, Bonnie tiró de las mangas largas de su pareja, llevándolo hacia el cuarto, con una traviesa idea que pasaba por su mente, dispuesto a disfrutar al máximo a su maestro por Navidad. Al llegar a su cuarto, y cerciorándose de que su maestro había entrado y cerrado la puerta, se dio la vuelta y, lentamente, se acercó al rostro del más alto, haciendo que por inercia retrocediera, chocando contra la pared.
— ¿Conejito?— miraba confundido y, en parte, hipnotizado por aquella mirada que mostraba algo que no había visto desde hacía meses.
— No hables, maestro— puso un dedo en sus labios, muy levemente, apenas rozándolos—. Tan solo no hables.
Dicho aquello atacó sus finos labios, primero de manera suave, hasta que su mano izquierda pasó a su nuca, jugando con sus cabellos, y su mano derecha agarraba su izquierda, entrelazando sus dedos. El peliturquesa se había sorprendido bastante por la acción de su marido tan repentina, tomándolo desprevenido. Sonrió en ese candente beso, siguiendo su ritmo, moviendo sus labios de la misma forma, empezando a escuchar pequeños gemidos que escapaban de la boca de su amado. En algún momento se separaron muy ligeramente, para tomar aire, pero luego volvieron a unirse, abriendo sus bocas a la vez para buscar desesperadamente sus lenguas y así hacerlas danzar entre ellas. Sus rostros comenzaban a arder, y las piernas del pelimorado a flaquear, al igual que el firme agarre que tenía en la mano del contrario, quien no soltaba su mano. Se separaron ligeramente, dejando entre ellos un hilo de saliva, el cual se deshizo mientras jadeaban en busca de aire.
— C-Conejito...— susurró ruborizado el más alto, mirando como su pareja bajaba la cabeza algo avergonzado y la clavaba en su pecho, dándole un escalofrío.
— Lo siento, maestro, creo que fui muy rápido— rió apenado el pelimorado, empezando a sentir los brazos del moreno acogerle con cariño, correspondiendo aquel gesto—. Sólo... Quiero pasar una buena noche a tu lado.
El rostro del peliturquesa no podía estar más rojo. ¿Acaso le estaba pidiendo... intimidad? Bueno, no podía negar que él también tenía ganas desde hace unos meses, pero siempre le daba su espacio a su conejito, ya que él era el que normalmente decidía cuándo hacerlo y cuando no, aunque él también le preguntaba cuando él quería. Aun así no estaba seguro de aquella idea en esas condiciones, si algo le pasaba a su pequeña, él no se lo perdonaría jamás.
— Bonnie, mi amor— se separó lentamente, acariciando las mejillas de su esposo, depositando un beso en su frente—, yo también quiero estar contigo de manera especial, pero sabes que no podemos ahora.
— Lo sé, maestro, lo sé muy bien- desvió la mirada—. Aún así podemos mimarnos un poco, ¿no, Boh?— había utilizado su as de la manga: sus infalibles ojitos de cachorro abandonado junto con aquella dulce y fina voz. Aquello derritió el corazón blandengue del peliturquesa.
— Eso nunca podrá faltar, mi conejito— dicho aquello volvió a acariciar sus mejillas, juntando sus frentes.
Se miraron a los ojos, hubo una pizca de brillo en sus ojos que les hizo ir acercándose cada vez más, cerrando lentamente sus ojos, girando sus rostros de manera que sus labios, al tocarse y juntarse, parecieran pequeñas piezas de un gran puzzle a completar. Las manos de Bonnie se movieron lentas por el cuello de su amado, entrelazándose entre sí en la nuca; las del moreno acariciaban con cariño la espalda del más bajo, llegando a sus anchas caderas. Pareciera su primer beso, lleno de pureza y brindando sentimientos de amor y fidelidad. Se separaron ligeramente, lo que aprovechó el de mayor altura para empezar a consentir a su esposo, besando lenta y juguetonamente todo su rostro pálido; desde la frente, pasando por sus párpados cerrados, su nariz, sus cachetes rojizos y levemente inflados, sus labios y su barbilla, bajando ligeramente por su cuello, en el cual le hacía pequeñas cosquillas. Bonnie, riendo, acariciaba los cabellos cortos de la nuca de su amado, mientras la otra apretaba paulatinamente la chaqueta que llevaba por la parte de la espalda.
Las manos del mayor en altura recorrían de memoria la delgada cintura de su pareja, subiendo por debajo de su holgada camisa que le gustaba, pasando hasta llegar a lo que era el cierre del sostén que llevaba el más bajito. Rió ligeramente en el oído del contrario, sintiéndole estremecer, subiendo más aquella prenda lentamente hasta quitársela por completo y, tras besar su cuello y sus hombros superficialmente, admirar su torso medio descubierto. Se sorprendió al ver lo cambiado que estaba su cuerpo desde la última vez que lo había visto tan descubierto, se había quedado embobado.
— Sí, ya sé que he cambiado mucho— sonreía apenado el pelimorado, desviando más la mirada y poniendo su brazo bajo su pecho para acariciar su brazo contrario en un signo de timidez—. Ya no soy tan... hermoso como antes— sonrojó más al recordar que siempre halagaba su cuerpo antes de besarlo.
— No es eso, mi amor— le empezaba a acariciar su vientre, subiendo ligeramente para apartar su brazo y así mirarlo mejor—. Es que, perdona si te ofendo, pero, tienes un cuerpo muy similar al de una mujer y... Nunca había visto un cuerpo femenino tan asombroso.
— N-No me ofendes pero... Me dañas en mi masculinidad— se hizo el dañado, pero no evitaba reír—. Pero me alegra saber que aún así me quieres.
— No importa el cuerpo que tengas, conejito, yo siempre te amaré.
Se volvieron a besar, cada vez más intensamente. El menor en altura abrazado a su cuello y el contrario a su cadera. El peliturquesa comenzaba a tratar de desabrochar su sujetador, pero era tan difícil que era hasta incapaz de seguir el beso.
— ¿Por qué es tan difícil?— se quejaba al oír reír a Bonnie por su torpeza. Él mismo apartó las manos del moreno y se desabrochó aquel sostén, dejando ya su pecho totalmente al descubierto. Bon estaba echando humo por las orejas—. E-Eres demasiado precioso.
— No es para tanto, maestro— lo miraba sonriente y avergonzado.
Bonnie se dio la vuelta, momento que aprovechó el moreno para abrazarlo por detrás. Empezaba a besar su nuca, apartando unos cuantos mechones de cabello, sus delgados hombros y bajando un poco por su espalda, besando sus omoplatos. Su mano izquierda se había ido hacia el frente, acariciando el vientre de su amado, subiendo lentamente hacia su busto. Había llegado a su seno izquierdo, el cual acariciaba. El pelimorado comenzaba a suspirar de placer, aquella sensación le hacía perder la cabeza, y teniendo los ojos cerrados la sentía mucho mejor. La respiración de su esposo en su cuello lo volvía cada vez más loco.
Ahora las dos manos del peliturquesa comenzaban a acariciar aquellos nuevos atributos que tenía oportunidad de explorar, al igual que el resto del cuerpo pálido que le daba su amado, el cual tenía su cabeza girada y sus manos acariciaban su cabello, desordenándolo. Sus dedos jugaban y movían lentamente los pezones del más bajo, notando cómo se endurecían tras un par de vueltas. Los gemidos de su esposo en sus oídos no hacían más que excitarlo a cada segundo que corría en aquella habitación. En un movimiento involuntario había apretado ligeramente uno de sus pechos, causando que el pelimorado jadeara muy suavemente.
— M-Maestro...— se giraba el más bajo, viendo una sonrisa en el rostro de su esposo.
— Me gustan bastante...— comentó sin vergüenza haciendo referencia a los senos de su amado, los cuales apretó a la vez un poco más apasionado.
— N-No digas esas cosas- se quejó el más bajo—. P-Pervertido...
— Aún así sabes que me amas.
Bajaban recorriendo con lujuria su fina cintura, acariciando de vez en cuando su pancita, en la cual yacía su pequeña quien le pateaba las manos cada poco tiempo. Una de aquellas morenas y suaves manos subió rápidamente hacia el cuello pálido de su pareja, retirando y acariciando varios cabellos que lo tapaban de su vista esmeralda. Su lengua pasó por sus propios labios, humedeciéndolos ligeramente antes de pegarlos en el hombro del contrario, escuchando un ligero jadeo, y así fue subiendo, besando y lamiendo, por todo su cuello llegando a su oído, el cual lamió y mordió en el lóbulo de su oreja. Bonnie dejó salir un pequeño gemido agudo ante aquella mordida, echando su cabeza hacia atrás dándole permiso y más espacio para que siguiera mimándole y consintiéndole, mientras él le acariciaba los cabellos, ya totalmente desordenados.
Bon ya se había cansado de aquella pose estando de pie, por lo que, separándose lentamente, tomó a su conejito en brazos al estilo princesa. El pelimorado, un poco mareado por la sensación placentera que le brindaba su marido, se agarró como pudo al cuello del contrario, mirándolo con la mirada perdida.
— B-Boh...— susurró el de mirada rubí con un hilo de voz. El recién nombrado sonrió con ternura y le besó la nariz.
Caminó sin prisas hacia la cama de ambos, dejando el cuerpo de su amado sobre el cómodo colchón, sin apartarse mucho de su bello y ruborizado rostro. Con sus dedos acarició su frente, subiendo y apartando un mechón de su carita, sonriéndole con la mirada entrecerrada. Bonnie le imitó, tomando sus mejillas morenas -e igualmente rojas- para así acercarlo y finalmente dándole un tierno y dulce beso en los labios, soltando su aire retenido por la nariz.
Se separaron de aquel beso lleno de ternura y amor para que luego el pelimorado besara la mejilla derecha del moreno, aprovechando su despiste para bajar por su cuello, escuchando ligeros gruñidos salir de la garganta de su amado. Sus manos traviesas subían por el torso de Bon, acariciando todo cuanto podían, comenzando a deshacer la corbata roja del contrario, mientras era observado por unos bellos ojos verdes. Una vez desatada, abría con tortura la camisa del peliturquesa, el cual ya comenzaba a sentir el calor apoderándose de su cuerpo, pero se calmaba -o intentaba, por lo menos- besando los cabellos con olor a frutas de su esposo. Por fin la dichosa camisa fue retirada, dejando su torso bien trabajado a la vista del mayor en edad, el cual lo miraba con total lujuria, conteniendo sus ganas de devorarlo a besos y mordidas. Volvió a acariciar la espalda de caramelo del más alto, sintiendo su abrasante calor en sus tibias y pequeñas manos, ocultándose en su cuello y besándolo de vez en cuando. Al separarse sus manos se hallaban en los pectorales del peliturquesa, mientras su labio inferior era mordido levemente por los dientes del contrario, luego de un apasionado beso.
— A-Aah...— jadeaba ligeramente el pelimorado con una pequeña sonrisa—. Veo que disfrutas, ¿no, maestro?
— Hum... No tienes idea, conejito— rió el peliturquesa besando la nariz de su esposo.
El de piel pálida arrugó su nariz en una pequeña mueca de ternura, acercándose de nuevo a su cuello, comenzando a dar pequeñas mordidas en los lados. Bajaba por sus hombros hasta su pecho, en donde al besarlo sentía su corazón latir en sus labios. Los jadeos de su esposo lo llenaban de determinación. Quería tenerlo todo para él esa noche. Bon acariciaba la espalda de su amado, hundiendo lentamente su nariz en los cabellos morados que lo caracterizaban, sonriendo. Se había colocado entre sus piernas, sintiendo aún los besos en su torso y las tímidas lamidas que le daba su conejito. Un jadeo se le escapó al sentir una lamida muy atrevida en su pezón izquierdo.
— ¡A-Ah!— se sorprendió.
— ¿Qué pasó, maestro? ¿Te gustó?
Sonrió de nueva cuenta el pelimorado, ganándose una mirada más traviesa de parte de su esposo. Sé echó en el colchón nuevamente, siendo entonces atacado por múltiples besos y lamidas en su pálido cuello, mientras él rodeaba con sus brazos el cuello marcado del contrario.
— Mgh... Tienes la piel cada vez más suave— comentó el más alto contra el cuello opuesto, oyendo a su esposo gemir levemente—. Y además parece mucho más sensible— pasaba sus manos morenas desde las piernas blancas un poco flexionadas de su amado subiendo por sus anchas caderas, los costados de su vientre y su pecho desnudo—. Me gusta~.
Había besado su nariz y sus mejillas, las cuales estaban rojas por la atención tan tierna que estaba recibiendo. Le encantaba ser mimado de aquella forma tan delicada, tan adorable que tenía su maestro de hacerle serie bien, pero aún así quería más. Mucho más.
— Calla y bésame ya, maestro cursilón— rió demandante el pelimorado, tomando suavemente los cabellos de su esposo para acercarlo y brindarle un beso lleno de amor y ternura, qué pico a poco ganaba intensidad.
Sus labios se movían al mismo ritmo, complementando cada roce entre ellos en una perfecta armonía. Las manos entrelazadas de Bonnie sujetaban con firmeza la nuca del moreno, mientras que Bon acariciaba las caderas de su conejito, jugando levemente con la base de su pantalón. Inconscientemente estaban moviendo sus caderas, ansiando cada vez más obtener roces más lascivos de parte del contrario. Sus lenguas, las cuales se habían encontrado y jugado hace ya un buen rato se encontraban unidas por un grueso hilo de saliva, mientras que jadeos y gemidos salían de las bocas de ambos hombres.
Bon no quería pasar a la siguiente fase tan rápido, así que decidió seguir jugando con el cuerpo de su conejito ahora que tenía la guardia baja. Sus labios levemente rojizos comenzaron a besar repetidamente el cuello de su esposo, dejando aún algún rastro de saliva —que no era precisamente suya— mientras bajaba hasta alcanzar no de los senos de su pareja. Su lengua caliente y húmeda daba vueltas alrededor de la aureola derecha del pelimorado, causando que más gemidos tímidos escaparan sin cesar.
— A-Aah... B-Bon~—cerraba los ojos carmesí, disfrutando de aquella extraña pero placentera sensación nueva para él, ya que ahora su piel realmente estaba sensible, y sentía múltiples escalofríos— M-Maestro...
La mano izquierda del peliturquesa masajeaba lentamente la parte desatendida de su busto, apretando ligeramente y simplemente pasando su dedo pulgar por su pezón, sintiendo cómo se excitaba más. Ya estaba sintiendo a "alguien" despertar, así que aprovechó su posición para poner su rodilla en su entrepierna para así estimularlo mejor. Bonnie gimió un poco más alto al ver la acción de su esposo, y pasando sus manos a la espalda del moreno, comenzó a arañarla levemente.
Ambos sonriendo sentían que sus cuerpos necesitaban más atención. Más roces, más contacto, más caricias. No querían que su burbuja perfecta explotara. Aún así, el de piel pálida tenía otros planes. Con algo de fuerza —y fuerza de voluntad— separó al peliturquesa de su regazo, levantándose lentamente de la cama.
— ¿Conejito?— llamó el de mirada verdosa un tanto confundido—. ¿Qué pasa?
El pelimorado había parado en la puerta que daba a su baño personal, girando levemente la cabeza para ver a su esposo. Sonrió suavemente.
— No es nada- soltó una risita—. Tan solo me acordé de tu regalo. Y te lo quiero dar ahora- le guiñó un ojo de forma sensual para el de menor edad—. Así que sé bueno y espérame, maestro~.
Con un sonrojo y un tímido movimiento de cabeza en modo afirmativo, el peliturquesa se quedó sentado con las piernas cruzadas en la cama mientras su esposo medio cerraba la puerta con una sonrisa traviesa en su rostro. Se tumbó en la cama el moreno, soltando una risilla y tapando sus ojos con uno de sus brazos.
— A pesar de los años, mi conejito sigue siendo una caja de sorpresas— susurró mientras esperaba a la vuelta de su esposo, quien se preparaba para su maestro.
Pasados unos minutos entre preguntas como ¿Ya estás?, ¿Te falta mucho?, ¿Puedo ver ya?, entre otras siguió el peliturquesa, hasta que vio cómo una de las piernas largas y suaves de su esposo asomaba tras la puerta, intrigándole aún más. Lentamente el cuerpo de su conejito se hacía presente, mientras él notaba su rostro sonrojarse rápidamente, su mirada esmeralda escaneaba meticulosamente cada centímetro cuadrado de la piel descubierta de su amado. Podía sentir que en cualquier momento la sangre saldría disparada de su nariz.
— Feliz Navidad, maestro~
Llevaba puesta una lencería adaptada para su estado de gestación, junto con una tela muy fina de color azul claro de modo que dejara un poco de pancita al descubierto por completo. Además llevaba puesta la diadema con orejitas de conejito junto el cinturón con la colita del mismo animal que guardaba de su Luna de Miel, solo que llevaba un lazo rojo en la diadema como adorno de "regalo". Porque sí, él sería el regalo aquella noche. El moreno ya se había ruborizado hasta las orejas, sintiendo su cuerpo tensarse y a la vez relajándose al ver cómo le miraba el pelimorado, mordiendo levemente su dedo índice con una mirada muy... provocativa. Riendo ligeramente, Bonnie se acercaba a él, moviendo sus caderas y sin quitar su ardiente mirada, haciendo a su esposo pasar saliva con dificultad. Subiéndose a la cama y gateando cual gato dispuesto a cazar un indefenso ratoncito, se sentó enfrente de su marido, cambiando radicalmente su mirada a una muy tierna y adorable. Bon trataba fuertemente de resistirse a comérselo.
— Y bien, ¿te gusta mi modelito?— preguntó juguetón el de piel pálida, acariciando con su dedo el torso del moreno.
— E-Estás... Muy... I-Irresistible...— tartamudeó un poco el peliturquesa, notando su corazón palpitar muy rápidamente y su piel quemar por las caricias de su contrario— ¿Me dejas ser egoísta... y tenerte solo para mí?
— Hum, sólo si es para siempre, amor— picó la nariz del de mirada esmeralda, soltando otra risilla—. Pero igualmente tendrás que ganarme de alguna manera~.
Con un leve empujón había tumbado el cuerpo de su esposo nuevamente en el colchón, dejándole la oportunidad de colocarse en sus piernas, sintiendo un bulto debajo de él, produciéndole una risilla y un sonrojo en sus mejillas. Se sorprendió que la primera caricia que sintió fue en su vientre, con una mirada llena de cariño de parte de su esposo mientras pasaba su mano por su pancita, sintiendo a su hijita moverse.
Bon se levantó un poco para al menos alcanzar los labios de su esposo y así brindarle un beso francés, el cual al segundo fue correspondido, mientras bajaba sus manos hasta sus caderas y Bonnie pasaba sus brazos por su cuello. Al separarse nuevamente los unía un hilo de saliva por la punta de sus lenguas.
Aprovechó el despiste del pelimorado para tumbarlo nuevamente en la cama, estando ahora él arriba. Se colocó de rodillas para despojarse de sus pantalones, que ya le molestaban desde hacía un buen rato, mientras miraba con deseo el cuerpo de su amado sobre las violetas sábanas. Bonnie no quería seguir esforzándose, ya se sentía cansado, pero deseaba llegar más lejos con su esposo. Bajó un momento su vista hacia los bóxers oscuros de su maestro, viendo su miembro ya despierto bajo la tela que lo cubría. Se sonrojó; no lo recordaba tan grande. Un beso en su vientre lo sacó de su trance, riendo por las pequeñas cosquillas que sentía. Las manos de su esposo recorrían sus piernas descubiertas y perfectamente depiladas —algo que le agradecería más tarde a cierta rubia ojiazul— mientras también repartía dulces besos en estas.
— Qué suaves tienes las piernas, mi amor— susurró el moreno, llegando a besar la planta del pie derecho de su amado.
— Me haces cosquillas, Boh~— rió el pelimorado, tapando su boca levemente con sus manos.
Una sonrisa dulce de parte del moreno para luego sentir más besos en su tobillo, en su pantorrilla, en su espinilla, y así sucesivamente hasta que el último beso se posó en su muslo, repitiendo el proceso con su pierna izquierda. Bonnie suspiraba con los ojos cerrados, dejándose besar por su maestro, se sentía realmente bien y totalmente relajado. Pero jadeó al notar presión en su parte íntima, y al abrir los ojos se sonrojó por ver a su esposo besando su miembro por encima de su ropa interior.
— Está húmedo— murmuró el peliturquesa pasando un dedo por encima de la tela, obteniendo un reclamo muy adorable de parte de su amado pelimorado.
Rió Bon para luego mirar a su conejito a los ojos, riendo más por ver sus mejillas infladas y rojitas con la mirada de su amor algo enojona dirigida a él. Acabaron riendo ambos, acariciando sus mejillas. El moreno le había retirado las orejitas de conejo para admirar su cabello levemente despeinado, mientras Bonnie sonreía completamente feliz y acariciaba uno de sus brazos tonificados.
— Te amo~— soltó el de mirada rubí, sonrojando así a su esposo.
Besó su mano pálida con cariño, y fue subiendo por su brazo hasta llegar a su cuello, sintiendo las piernas de su amado rodear su cintura. Los finos labios del peliturquesa besaban con amor el cuello del de pálida piel, quien jugaba con sus cabellos turquesas mientras gemía levemente. Las manos del de menor edad había acabado en la cadera del pelimorado, las cuales acariciaban lentamente el trasero de este, escabulléndose entre la tela de aquella apretada ropa interior. Subieron por su espalda, tras haber jugueteado con la colita de conejo del cinturón, llegando al cierre del sujetador. Esta vez consiguió quitarlo él mismo, apreciando una vez más su hermoso busto, besando superficialmente uno de sus pezones. Bonnie jadeó, arqueando levemente su espalda y apretando entre sus dedos los cabellos desordenados de su esposo.
— ¿Puedo?— preguntó el de mirada verdosa, con sus manos en el borde de la última prenda de su amado.
— Q-Quítala— gimió el pelimorado, a pesar de no poder ver su propio miembro por su pancita quería que el peliturquesa le aliviara de la presión que sentía.
Bon cumplió su deseo y bajó la última prenda, viendo el miembro de su amor totalmente despierto, sonriendo por ver que sus acciones le gustaban al pelimorado. Pasó su dedo índice por la punta de este, escuchando un gemido muy tierno de su parte. Le dio un pequeño beso antes de levantarse y acto seguido bajarse el bóxer, desnudándose completamente frente a su pareja. Bonnie se sonrojó fuertemente al verlo expuesto ante él, pero igualmente sonrió mientras tomaba del cuello y hombro a su maestro para acercarlo y así besarlo dulcemente.
— B-Bon... Aah... T-Te amo~...— suspiraba el pelimorado, arañando levemente su hombro.
— Y-Yo también, c-conejito~— respondió sonriendo el peliturquesa separándose ligeramente, pasando entonces su lengua por su cuello, esta vez lamiéndolo y mordiéndolo.
— A-Aah~...— gimió el pelimorado una vez notó una mordida notoria en su lado derecho— B-Boh... S-Se notará mucho...
— Mejor, así todos sabrán que eres mío~— se relamió los labios el moreno, atacando ahora su lado derecho—, solo y únicamente mío~.
Mantenía su mano derecha sujeta por su muñeca, dejando un rastro de saliva por su cuello, escuchando los dulces y tímidos gemidos de su conejito deleitar sus oídos. Algunas lágrimas de placer inundaban los ojos del pelimorado, y un poco de saliva escurría de sus rosados labios. Sus piernas estaban firmemente aferradas a los lados de la cadera de su esposo.
Sus miembros descubiertos rozaban entre sí, causándoles a ambos una sensación muy placentera. Bonnie trataba de mover sus caderas para tener más roces, pero su pancita no le dejaba moverse libremente. El moreno, que sabía las intenciones de su esposo, movió su cadera, frotando sus miembros lenta y tortuosamente. Ambos jadearon.
— B-Boh...- llamó excitado el de pálida piel— N-No pares... Aah... Q-Quiero más...
Los ojos del peliturquesa brillaron, su sonrisa se amplió y volvió a moverse, esta vez sin parar, gruñendo de placer y escuchando a su conejito gemir. Su mano derecha bajó a ambos miembros, tomando a ambos para envolverlos y frotarlos lentamente, al compás de su cadera, sin dejar espacio entre ellos. Bonnie no podía enfocar el rostro de su amado, sus lágrimas no le dejaban ver con claridad, pero aún así sentía el aliento dulce de su maestro cerca de sus labios. Unos cortos besos en sus pestañas le retiraron algunas lágrimas, otras cayeron deslizándose por sus rojas mejillas. Sonrieron ambos conejitos para besarse dulcemente, mientras el moreno no dejaba de moverse. Las pataditas que la pequeña le daba al peliturquesa les causaba gracia, mientras Bon le besaba el vientre, y Bonnie sonreía muy feliz. La punta de ambos miembros estaban ligeramente húmedas, y les causaba una sensación mucho más placentera.
— M-Maestro...- gimió el pelimorado— M-Mira en mi c-cajón...
El moreno le miró confundido, pero le hizo caso. Deteniéndose, abrió dicho cajón y encontró algo que le hizo sonrojar hasta las orejas.
— ¿Lubricante sabor a moras?— preguntó juguetón, escuchando la tierna risita de Bonnie—. Ya venías preparado, conejito~.
— Sólo... Q-Quiero que me comas con mejor sabor~— rió mirando hacia otro lado.
— Conejito travieso— susurró seductor el peliturquesa, acercándose a su rostro—, no es necesario que sepas a moritas para que te coma~. Pero igualmente aceptaré tu regalito— abrió el bote y echó un poco en el vientre de su conejito, notando su respingo.
— ¡K-Kyaa!- se quejó- E-Está frío...
Esparció el gel por su pancita, pasando entonces su lengua quitando sus restos. Bonnie reía y gemía al mismo tiempo, además de que Bon había vuelto a moverse rozando ambas partes íntimas. Sus cuerpos transpirados estaban en sus últimos esfuerzos de acabar, y sus labios rojos no dejaban de juntarse. Había echado un poco más de lubricante en sus miembros, haciendo que el drástico choque de temperaturas hiciera que soltaran un gemido apasionado. Pasaron unos minutos cuando, tras haber aumentado lo máximo que pudo el peliturquesa sus movimientos, ambos adultos llegaron al clímax, manchándose mutuamente los vientres, dejando entonces que sus últimos alientos salieran de sus gargantas, sintiendo que el tiempo se paraba para ellos. Bonnie tenía los ojos fuertemente cerrados dejando que el aire entrara de nuevo en sus pulmones, aflojando el agarre de sus piernas en la cadera contraria dejándolas caer sobre las sábanas. Sintió un beso en su frente que le hizo sonreír, y luego la dulce voz de su esposo en su oreja, susurrándole ñoñerías que le hacían reír.
— ¿Estás bien, mi amor?— preguntó por enésima vez el peliturquesa.
— Claro que sí, maestro... Contigo siempre estaré bien~.
Una media hora más tarde se encontraban ambos conejitos tumbados en su cama, acurrucados entre las sábanas y abrazados el uno al otro. Bonnie acariciaba el pecho de su marido con la mirada perdida y una sonrisa boba. Su sonrojo no desaparecía todavía, y las caricias en su vientre y sus cabellos lo relajaban al punto de que se medio durmiera. Las luces estaban apagadas, pero la luna brindaba sutilmente su luz en la habitación. Bon tenía los ojos cerrados, con una bella sonrisa en su ruborizado rostro, teniendo a su amado muy cerca de él, dándole una sensación de calma y paz. El silencio reinaba entre ambos, pero no era uno incómodo, sino uno muy agradable y lleno de armonía y tranquilidad.
— ¿Te gustó mi regalo de navidad, Boh?— dijo el pelimorado, jugueteando con unos mechones de sus cabellos ahora sueltos.
— Por supuesto, siempre quise un conejito por Navidad— rió mientras le besaba dulcemente la cabeza—. Eres el mejor esposo del mundo y también serás una mamá increíble, estoy seguro.
— ¿Lo crees de verdad?— sonrió sobando su vientre con cuidado—. Tú serás un excelente papá, lo sé.
Bonnie cerró los ojos por un momento, dejándose llevar lentamente por los tranquilizantes latidos del corazón de Bon retumbar en su oído.
— Feliz Navidad, conejito— susurró dulcemente el moreno, oyendo suspirar a su esposo.
— Feliz Navidad, maestro— contestó radiante el pelimorado, acariciando su propio vientre—. Feliz Navidad, pequeña...
Bonnie se dio la vuelta para dormir mejor, dejando que su maestro lo abrazara protectoramente por la espalda, entrelazando sus manos en su vientre, donde la bebé daba ligeras pataditas para darles las buenas noches a sus papás, quienes se durmieron tras compartir su último "Te amo" de aquella noche de Navidad.
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Espero que esto sirva como compensación por el mes pasado y por la tardanza <3
Todas las imágenes son mías, así que no resubir, por fa :D
Disfruten~
- Irene
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