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CAPÍTULO 4🥀


A medianoche, Flora tocó la puerta de Scarlet con unos refrigerios y la cara llena de vergüenza.

—Lo siento muchísimo...—entró con una bandeja llena de bocadillos y un enorme jarrón de jugo de lo que le pareció naranja—. No creí que...bueno, que haría una atrosidad como esa. Mira que dejarte sin cenar por eso...No debí decirle que cenaran juntos sin preguntarte, querida, perdona, yo no...

Scarlet se acercó a ella, ya con el camisón puesto y le restó importancia con un gesto.

—No te preocupes, no somos responsables de los actos de las personas a nuestro alrededor, Flora. No te culpo por nada de lo que Khaleb pueda hacer porque ya conozco su humor volátil después de dos días aquí...—dejó la comida en la cama y miró a la reina, que ya vestía también ropa de dormir, a los ojos—. Pero, te voy a pedir algo.

Ella cedió de inmediato.

—Claro, claro, lo que desees.

Scarlet tragó saliva.

—No intervengas...—pidió—. He notado que...bueno, que las cosas fluyen mejor entre él y yo cuando nos dejamos llevar por nuestra rivalidad o lo que sea...pero una vez interviene un tercero él...se cierra.

Flora frunció las cejas un segundo antes de hacer una mueca de resignación.

—Supongo que estás en todo tu derecho de exigir algo así...—le apretó el hombro—. Sé que lo harás genial. Sé que mi hijo se enamorará de ti.

Ella no podía estar más en desacuerdo, pero de igual forma le brindó una sonrisa consiliadora.

Cuando Flora se fue, Scarlet se sentó en la cama y pegó las rodillas a su pecho y las abrazó con fuerza. Se tragó los sollozos. Esa situación la sobrepasaba. Del amor que pudiera despertar ella en Khaleb dependía la vida de un reino, y él parecía muy poco receptivo.

Él no parecía siquiera querer darle una oportunidad.

Entonces, un libro se deslizó por debajo de la puerta.

Ella levantó las cejas, se levantó y fue hacia allí, miró el libro. Una novela romántica.

Sonrió y miró la puerta.

—¿Flora?—inquirió.

Un terrible silencio se instauró en el pasillo, seguido de unos pasos alejándose.

Su sonrisa creció.

🌹

A la mañana siguiente, Scarlet se sorprendió a sí misma llegando casi al amanecer enganchada con el libro que le había dado Khaleb.

Ella sabía que había sido él.

Se mordió el labio con una sonrisa y dejó el libro, que había marcado con un trozo de tela de uno de sus vestidos que se había despegado, a unas pocas páginas del final y se levantó de la cama.

No había dormido nada, pero el hecho de haberse pasado la noche entre las dulces páginas de un libro, compensaba eso.

Se movió por la habitación con la energía de un cohete. Mientras leía, se había acabado todos los bocadillos y el jugo de Flora. Se metió al baño, se aseó,  vistió y decoró su pelo con una evilla para recoger todos los mechones cortos que se le pegaban a la cara. Tras ponerse un vestido burdeos de mangas largas  y unos zapatos cómodos tomó la bandeja y la jarra vacías y abrió la puerta para llevarlas a la cocina del castillo.

Se detuvo a medio del pasillo cuando recordó el pequeño detalle de que no sabía dónde era...pero podía preguntarle a Khaleb.

Su habitación era la del fondo del pasillo, ¿no? Eso le había dicho Flora tres días atrás.

Tomó aire con fuerza, fue al final del pasillo y tocó dos veces con los nudillos.

Se hizo un silencio y, de repende, Khaleb abrió...con el torso desnudo.

Scarlet se quedó sin habla. Tenía un cuerpo musculado y esculpido, pero lo que la dejó muda fueron las marcas. Unos tallos de rosas colmados de espinas le recorrían el pecho, los hombros y los brazos en espiral. Entreabrió los labios y, tras unos segundos, la voz de Khaleb gruñó :

—¿Qué demonios quieres a esta hora?¡Fuera!—estuvo a nada de cerrar la puerta cuando la mano de ella en la madera lo detuvo.

—¿Dónde está la cocina?

Khaleb paró de forcejear con la puerta y frunció las cejas con confusión clavando una penetrante mirada esmeralda en el rostro de Scarlet. Pasó la vista por su vestido burdeos, su brazo y la clavó en la bandeja. Apretó los labios con fuerza.

—Creí que había dejado claro que no quería que cenaras, Scarlet—dijo entre dientes.

Ella se encogió de hombros.

—Y no lo hice, esto—señaló la bandeja—, es una merienda que comí a lo largo de la madrugada porque estaba leyendo...—él tragó saliva—. Gracias por el libro, por cierto.

El príncipe levantó una de sus cejas carmín sin cambiar la expresión pero Scarlett notó un ligero rubor en sus mejillas.

—¿Disculpa?

Scarlet volteó los ojos.

—Tranquilo, grandote, será nuestro secreto—le dio una sonrisa burlona—. Nadie sabrá que tu máscara de bestia tiembla de vez en cuando.

Khaleb la miró tan serio como una roca.

—Estás loca, en serio.

—Finjamos que no te caigo bien, bestia.

Él dejó salir una risa.

—¿Te lo tienes creído, eh?

Ella suspiró.

—Por algo será, ¿no?—él volteó los ojos con hastío haciéndola reír—. Pero, anda, dime, ¿dónde está la cocina?

Él la miró directamente a los ojos entrecerrando los suyos un poco.

—Tengo que bajar a reunirme con los guardias en una hora y mandar a pedir el desayuno...—se mordió el labio, haciendo que Scarlet llevara involuntariamente los ojos a esa zona—. Déjame ponerme una camiseta y te llevo, que seguro que si vas sola te pierdes.

—Sí, cómo no.

Khaleb la dejó en el pasillo y entró a su habitación de nuevo.

🌹

El camino fue silencioso.

Cada que ella intentaba abrir la boca él le chistaba que hiciera silencio y eso la tenía enfadada. La brisa fría le puso los vellos de punta y le corrió el pelo hasta que la cayó casi todo hacia un hombro. Khaleb se había puesto una camiseta negra y su habitual capa del mismo color que se arrastraba a su paso. Llegaron a dos puertas enormes de ébano y Khaleb las abrió con ambas manos.

Una enorme cocina se abrió paso, con bocadillos, comida y todo guardado en complejas y avanzadas maquinarias que las mantenían frías. Scarlet no había visto esas máguinas...o no lo recordaba.

—Son neveras—dijo Khaleb siguiendo la dirección de su mirada—, fue una de las últimas invenciones de la loca mente de mi padre antes de...de todo.

Ella se tensó al ver como a él se le rompía la voz al final de la frase.

—Lo siento, Khaleb—susurró, dejando la bandeja y la jarra sobre la encimera de mármol—. Tu madre me contó de tu padre...fue muy valiente.

Él soltó una risa amarga.

—Quiero...quiero un café—cambió de tema rápidamente y Scarlet vio su nuez de subir y bajar en su garganta cuando tragó saliva—. Pásame el polvo detrás de ti.

Ella miró la encimera, a unas dos cabezas sobre ella y apretó los labios estirándose por encima de la encimera y poniéndose de puntillas. No alcanzó. Maldijo por lo bajo y dio un respingo al sentir el calor corporal de Khaleb a unos metros de ella. Su respiración se volvió irregular cuando sintió que la tela de la falda de su vestido rozaba su pantalón mientras él se estiraba a tomar el pote de polvo.

Ella se dio la vuelta hacia él y le miró a los ojos. Su vista bajó brevemente a sus labios, finos y...apetecibles.

Ese pensamiento la atacó. Letal y fieramente.

¿Desde cuándo veía de esa forma los labios de Khaleb?

Parpadeó y dio varios pasos para alejarse de él. Estaban demasiado cerca.

Se aclaró la garganta, meditando. No estaba segura de qué estaba sintiendo actualmente. Siempre le había parecido que el príncipe era atractivo...pero, ¿por qué ahora se lo parecía...más?

Negó con la cabeza y se sorprendió a sí misma mirándole.

—¿Qué pasó con la maldición? En la mesa no me respondiste.—ante la pregunta de Scarlet, ella pudo ver el incremento de la tensión en su espada—. No lo pregunto por malo, solo quiero ayudar y...

Él suspiró, de espaldas a ella, mientras se preparaba café.

—Lo único que debes saber, es que si no me enamoro, mi madre, mi reino y yo moriremos—echó el contenido en una taza y se la llevó a los labios—. El resto no debería importarte.

Scarlet levantó una ceja.

—Khaleb...

—Solo...—él soltó la taza y levantó las manos—. Solo calla.

—Quiero ayudarte—repitió ella—. Parece que no lo entiendes.¡No soy cómo ellas!

Ante el último grito él volteó hacia ella.

—¿Qué?

Se pasó la lengua por los labios antes de decir :

—Esas...chicas que tu madre traía...—aclaró ella con suavidad—. Ellas...¿te rechazaban?¿Por...tu mal genio?¿Era eso?

—No hables de cosas que no sabes, bella.—masculló el príncipe apretando la taza entre sus manos y dejando todo su tono despectivo en el apelativo final.

Ella tomó aire.

—¿Era eso, no?

—Cállate.

—Seguro que en cuanto les tratabas un poco mal ellas se marchaban porque no eran capaces de...

—¡Basta!—el grito que Khaleb lanzó, seguido de la taza hecha añicos en el suelo, hicieron que Scarlet diera un paso hacia atrás y pegara la espalda a la encimera—¡No entiendes nada!¡Esas mujeres eran todas unas usurpadoras que se aprovechaban de la ingenuidad y la desesperación de mi madre!—golpeó la mesa junto a Scarlet y ella dio un bote en su sitio con los ojos abiertos como platos—¡Ninguna de ellas quería ayudarme o romper el hechizo y muchísimo menos les importaba lo que realmente dijera la jodida maldición!¡Ellas solo querían el trono!

Ella tomó aire, asustada.

—Khaleb...—suspiró.

—¡Cállate!—gritó él, fuera de sí—¿Sabes por qué no vas a ser capaz de hacer que te ame, Scarlet Bellatrix? Porque solo eres una niña. Una niña sin experiencias, enamorada del amor que nos venden en los libros, enamorada de un mundo que no existe e implorando el amor de las pocas personas reales que te aguantan...—ella parpadeó y una lágrima abandonó uno de sus ojos—. Soy una bestia, Scarlet. Pero, de donde yo vengo, todos  las personas lo son, solo que algunas lo disimulan mejor...

—Cierra la boca...—suplicó ella por lo bajo.

—...que otras—continuó Khaleb—. Y ya que tienes tantas bestias a tu alrededor, y eres tan bella que las odias tanto...Pues te quedarás sola, querida—una nueva lágrima bajó por su mejilla ante la crueldad de sus palabras y la frialdad de su mirada—. Porque los príncipes azules no salen de los libros. Así que sí, te quedarás sola. No puedes hacer teorías de los demás y soltarles sus mierdas en la cara y esperar que se guarden las tuyas. ¿A que no?

Ella lo miró a los ojos con estos llenos de lágrimas contenidas, mientras él le sonría con cinismo. Aún con los ojos cristalizados, Scarlet se las arregló para sonreír.

—Yo me quedaré sola, Khaleb...pero porque me merezco más de todo lo real...—le señaló el pecho con un dedo—. Pero tú lo harás porque nadie real merece la tortura de tenerte en su corazón. Nadie, Khaleb. El día que alguien se enamore de ti...estará condenado a ser infeliz.

Y con eso se fue. Tanto ella como la sonrisa de ambos.

Subió a su habitación y metió todo en una bolsa. Se puso la capa por el frío, entre sollozos, acomodándose el pelo en un moño improvisado y miró el libro en la mesita de noche y lo dejó sobre la cama.

No iba a esperar un carruaje. Corrió por el castillo y le pidió a uno de los guardias un caballo y este accedió a regañadientes. Amarró su bolso a la montura y se ajustó la capa. Echó una útlima mirada empañada al enorme e imponente castillo en ruinas y dio un golpe suave en el costado al caballo para que corriera.

Las lágrimas le nublaban la visión. Las palabras de Khaleb le habían destruido en lo más profundo, pero el hielo en sus ojos al decírsela, la burla casi sádica...como si hubiera disfrutado verla llorar por su culpa.

¿Cómo alguien así iba a sentir amor?

Jadeó cuando el caballo se detuvo. Acarició su pelaje oscuro y se inclinó hacia delante.

—Ey, ¿qué pasa, muchacho?—le preguntó al animal para calmarle.

Entonces lo oyó.

Aullidos.

Aullidos de lobos.

Su respiración se aceleró por el pánico. Miró a su alrededor. El bosque espeso, cubierto de nieve, de niebla...¿Se había perdido? Tragó saliva y bajó del caballo tomando un palo del suelo, dando vueltas en círculos.

Oyó sus pasos, sintió su presencia...

Y atacaron.

En cuanto vio que se lanzaban sobre el caballo los golpeó con todas sus fuerzas. Eran cuatro. Uno de ellos cayó al suelo, el otro quedó aturdido y los otros dos fueron sobre ella. Los esquivó por los pelos y les golpeó con el palo. Uno se quejó con un aullido lastimero y el otro gruñó enojado.

Scarlet cayó al suelo cuando uno de ellos se le lanzó encima y le hizo perder el equilibrio. Soltó un siseo de dolor cuando le arañó el antebrazo por encima de la tela. Gritó, entre asustada y enfadada. Intentó quitárselo de encima pero el palo se le había caído hasta quedar a varios metros.

Soltó un sollozo con los ojos cerrados, rendida, cuando el animal abrió las fauces listo para...

Y el lobo desapareció.

Abrió los ojos otra vez para ver a Khaleb con una espada en la mano y los rizos carmín salpicados por la nieve. El lobo que había estado sobre ella yacía en el piso con un charco de sangre debajo de él.

Los otros tres gruñieron en círculos alrededor del príncipe. Este les dirigió una mirada que hubiera helado el infierno. Los lobos atacaron. Uno de ellos le saltó encima y él le golpeó con la empuñadura de la espada. El animal cayó al suelo sacudiendo la cabeza entre quejas de dolor. El otro logró tumbarle. Él no dejó de luchar en el suelo, pero logró arañarle el pecho y los brazos antes de que lograra clavarle la espada en el lomo. Se quitó el cuerpo de encima y se levantó, miró al último que le saltó encima, haciéndole tambalearse. Scarlet tomó el palo que se le había caído y golpeó al animal en el lomo. Este chilló y salió corriendo al bosque.

Scarlet le siguió con la mirada unos segundos antes de volverla hacia el príncipe.

—Khaleb, ¿qué...?—pero al ver su expresión, se calló. Antes de que pudiera añadir nada, tras una mirada lastimera, se desmayó—¡Khaleb!—se acercó a él. Le sangraba el abdomen y los brazos. Miró al cielo, buscando paciencia. Tenía los labios entreabiertos y la espada sujeta con ligereza. Nunca le había visto tan vulnerable—. Khaleb. Vamos, bestia. Necesito que te levantes y me ayudes, por favor.

Mhmmm—farfulló casi inconciente.

Ella le sujetó del brazo y él se retorció.

—Sé que no te gusta que te toquen...—murmuró pasando su brazo por sus hombros para sujetarlo—, pero es eso o quedarte solo a merced del bosque, ¿no?

Al ver que no le respondía, lo arrastró hasta el caballo—que se había alejado varios metros—y le montó de malas maneras para colocarse ella detrás.

Tras varios minutos cabalgando, llegó a palacio. Entrar de nuevo por esas puertas fue raro, por sus sentimientos tras aquella discusión. Pero eso no era la prioridad. Khaleb se veía mal y estaba así por haberla salvado. Tenía que ayudarle. Bajó del caballo sintiendo el corazón contra su cara torácica.

—¡Ayuda!—gritó—¡Socorro, el príncipe está herido!

Tres guardias aparecieron de inmediato con los ojos abiertos como platos tras sus armaduras. Le ayudaron a cargarle y le llevaron dentro.

Al subir las escaleras, se cruzaron con Flora, que palideció.

—¡Khaleb!—gritó, viendo la sangre en el torso de su hijo—¡¿Qué pasa?!

Scarlet soltó un sollozo, nerviosa, mientras los guardias llevaban a Khaleb a su habitación.

—Me...me iba y unos lobos me han atacado. Él me ha salvado y...—suspiró—. Lo siento, yo no...

—¡Alteza!—exclamó uno de los guardias.

La princesa asomó la cabeza a la puerta al final del pasillo para ver a Khaleb focejeando para sentarse.

—¡Alteza, está herido!

—¡Cierren la boca!—gritó con matiz adolorido—¡Puedo curarme solo!

Flora dio un paso pero la sujetó del brazo.

—Yo le curo.

La reina negó.

—No, yo puedo...

—Flora—suplicó—, se lo debo. Está así por mi culpa.

Flora suspiró y siguió a Scarlet dentro de la habitación. Khaleb la miró. La mirada le hizo recordar la discusión. Apretó los puños a los costados.

—¿Qué haces aquí?

—Voy a curarte.

Él bufó.

—No inventes.

—Que sí.

—¡He dicho que no...!

—Y yo—repitió Scarlet lentamente—he dicho que sí. Así que no me hagas volver a discutir contigo y déjame curarte.

—¿Discutir?—inquirió Flora.

—Tu hijo es un idiota.

—¡Oye!—gritó Khaleb—¡Sigo aquí!

—¿Ves?—le señaló mirando a la reina mientras Khaleb abría la boca sin dar crédito a la insolencia de esa chica—. Ahora, vamos a curarte.

Khaleb soltó una maldición.

—No te he dado permiso de tocarme.

Scarlet le dio una sonrisa condescendiente.

—Como soy una dama, no te lo diré...pero ya sabes por dónde puedes meterte ese permiso, imbécil.

Khaleb soltó un grito, ofendido.

—Madre, pero, ¿la has oído?—se quejó señalando a Scarlet que mojaba las toallas con agua caliente como si nada—.¡Dile algo!

Flora se encogió de hombros.

—¿Por qué, cariño? Es divertido ver a alguien poniéndote en tu lugar de vez en cuando.

Scarlet soltó una carcajada que rebotó en toda la habitación. Khaleb se cruzó de brazos, indignado.

—Qué divertido, las dos contra mí.

La reina negó con una sonrisa.

—Os dejo para que Scarlet te cure. Nos vemos luego, chicos, para ver si me explicáis cómo ha sucedido esto.

Ellos se miraron un segundo y apartaron la mirada a la vez. Una vez Flora se fue, en la habitación reinó el silencio, solo interrumpido por el agua cuando Scarlet le quitaba el exceso a las toallas. Se acercó a la cama cuando Khaleb se quitó la capa y la camiseta de mala gana dejando ver las inusuales marcas. Unos horribles arañazos le recorrían el pecho, los antebrazos y uno el abdomen. Ella suspiró y le miró a los ojos.

—¿Puedo tocarle, su majestad?—inquirió con burla.

Khaleb volteó los ojos.

—Como sigas así me curo yo mismo.

Ella soltó una risa y se sentó a su lado en la cama. Él tragó saliva y se acomodó. Scarlet tomó aire antes de pasar la toalla por las heridas en su pecho, él soltó un siseo de dolor.

—¡Auch!—exclamó la segunda vez—¡Sé más delicada!

Scarlet subió los ojos hasta la mirada irritada de Khaleb.

—Cierra la boca.

—¿Que cierre la boca?—inquirió—¡Estoy así por tu culpa!

Detuvo la mano a medio camino para volver a mirarlo.

—¿Por mi culpa?

—¡Tú huiste!

—¿Y no has pensado, idiota, que no hubiera tenido que huir de no ser porque no sabes controlar tu temperamento?—preguntó ella pasando el trapo con más fuerza.

—¡Ay!—se quejó Khaleb y ella se quedó de piedra cuando la sujetó de la muñeca con fuerza—. Ten. Más. Cuidado.

—Sé. Más. Amable.

Él volteó los ojos.

—¡Eres exasperante!

—¡Y tú eres insufrible!

Ella sacudió la mano para safarse de su agarre.

—Deja de moverte, Scarlet—gruñó—. Y haz el favor de callarte de una vez o voy a cometer una locura.

Ella levantó los ojos hacia él. Sus ojos verdes y los suyos azules estaban en constante conflicto, como el mar y la tierra luchando por hacerse espacio.

—¿Vas a matarme?

—Ojalá fuera eso.

Ella cerró la boca de golpe y su cara de puso del color de un papel cuando vio los ojos de Khaleb bajar a sus labios por una fracción de segundo, antes de subir de nuevo a los suyos. O quizás se lo había imaginado.

—¿Por qué fuiste a buscarme?—preguntó en un susurro.

Él chasqueó la lengua.

—Subí...subí a...bueno, pasé por tu cuarto y vi el armario vacío...y el libro sobre la cama...Me di cuenta de que te habías ido y mis guardias me dijeron que habías pedido un caballo.

—Te pregunte el por qué, no el cómo.

—Suficientes preguntas por hoy...—él se quedó paralizado cuando ella le sujetó la mano para ver las heridas en sus antebrazos y le pasó las toallas por ahí con suavidad.

—Khaleb, basta.—suplicó ella—. Detén esto de una vez.

Él tragó saliva.

—Me cuesta...me cuesta admitirlo, pero...tienes razón...—ella sonrió con tristeza al ver que Khaleb intentaba apartar la mano de ella—. Eres mi última oportunidad, Scarlet...Lo que...Lo que pasó en la cocina...es la rosa.

—¿La rosa?

—Me está haciendo efecto, le quedan diez pétalos y...mis sentimientos son un asco por ella. A cada pétalo siento que carezco más de ellos. Y actúo así. Luego despierto y...veo lo que he dicho o hecho y no...—apretó los labios—. Siento haberte gritado así.

Ella sintió sus ojos empañándose otra vez.

—La prioridad son tus heridas, Khaleb...

—Scarlet...—intentó él, pero la voz rota de ella le interrumpió.

—La. Prioridad. Son. Tus. Heridas.

Se acomodó mejor pasando la toalla por su piel, tan perfecta y letalmente hermosa como todo lo que le conformaba. Ella apretó los labios cuando sus manos rozaron la piel de su hombro y él le dio una mirada rápida evaluando su...¿reacción? Scarlet prefirió no sobrepensarlo.

Cuando terminó de limpiar los arañazos, agarró las vendas y se las colocó con cuidado en todos los lugares heridos. Él le sujetó del brazo cuando intentó levantarse.

—¿Te irás?

Ella miró su mano alrededor de su muñeca con una mueca.

—Creí que no dejabas que nadie te tocara sin permiso.

—Y yo creí que me habías dicho ciertas...sugerencias de lo que podía hacer con ese permiso—ella, muy a su pesar, soltó una risa—. ¿Te irás?—repitió Khaleb.

Ella suspiró.

—No lo sé. Estoy...agotada. A lo mejor me vaya mañana.

—Scarlet, yo no...

—No hieres a una persona usando sus inseguridades en su contra—murmuró ella—y luego les preguntan si desean irse o no. Esto no funciona así. Quiero ayudarte, pero no estoy obligada a hacerlo, Khaleb.

—No lo he...

—Khaleb—sentenció ella—, hasta aquí el tema...Aunque sigo sin entender por qué te desmayaste, las heridas no tuvieron ese nivel de gravedad.

Él soltó una risa desganada.

—Por el hechizo...tengo prohibido salir del castillo. Me...me debilito demasiado.

Scarlet frunció el ceño.

—¿Por qué?

—Porque esa mujer quería que yo viera, desde la mejor vista, como mi reino se destruía y yo...yo no podía hacer absolutamente nada para salvarlo.

Ella le miró con lástima y suspiró mirando a su alrededor. La vista de Khaleb fue hacia el antebrazo de Scarlet, que no sangraba como los suyos, pero se veía que estaba herida.

—¿Puedo devolverte el favor?

Ella levantó una ceja.

—Yo...eh...—tragó saliva—. Supongo.

Había dejado la capa tirada en el pasillo así que solo llevaba un pequeño manto por encima del vestido. Lo dejó caer en el suelo y se sentó de nuevo arrancándole la manga para poder curarse bien. Khaleb soltó una risa incrédula.

—¿Acabas de romper ese vestido?

—¿Sí?—respondió ella estirándose para tomar otra toalla.

—Pensé que las chicas...bueno que odiabais cualquier cosa que dañara vuestra ropa o qué sé yo.

—Te dije...—Scarlet le dio la toalla húmeda—que no soy como las otras. A mí la ropa me da bastante igual...—se corrigió—: No me malinterpretes, me encanta vestir bien, pero no voy a morir por romper un vestido.

Él soltó una risa.

—Ya—masculló Khaleb—, la verdad es que no suena como una actividad muy temeraria...

Scarlet soltó una risa.

—¿Acabas de hacer una broma, Khaleb Bellarose?

—No lo sé, ¿la hice, Scarlet Bellatrix?

Ella apretó los labios cuando él le sujetó la muñeca para pegar la  toalla a su herida. Le sorprendió que se mostrara mucho más... delicado de lo que ella había sido con él. Sin mediar palabra le limpió la herida y le puso una venda alrededor del brazo.

—Gracias, Khaleb...por salvarme y...por esto—señaló el antebrazo vendado—. No sé si hubiera podido ponerme la venda yo sola.

Él se encogió de hombros.

—Pero no se lo digas a nadie, bella. Tengo una reputación que mantener.

Ella contuvo una risa.

—¿La de bestia?—preguntó.

—La de bestia.—respondió él.

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