CAPÍTULO 7: HABILIDADES DE UN GUERRERO
Las luces del alba despertaron a Dara. Se sentó en la cama y empezó a frotar su rostro para desprender el sueño. A continuación, se vistió con las ropas de cuero que le trajeron las sirvientas, ideales para entrenar. Tuvo que abandonar su raído vestido verde. Recordó que era el pago de un cliente hacia su madre, y Dara le agarró tanto gusto que rara vez no usaba la prenda.
Media hora después, ya estaba desplazándose al salón de entrenamiento. No estaba lejos, pero el desconocimiento y las indicaciones poco claras hicieron que se pierda. Cuando se cruzaba con algún soldado, aceleraba el paso y evadía el contacto visual.
Llegó a un pasadizo flanqueado por dos hileras de puertas negras. Avanzó hasta la penúltima y la empujó muy despacio. Se asomó y divisó a Kin, mientras balanceaba su espada. Era el sitio correcto. Gerark los alcanzó más tarde, aún somnoliento, trayendo consigo dos dagas. Una era de color turquesa y la otra de madera rojiza. Se las entregó a Dara. La daga turquesa era más pesada.
—Son para ti. Los artesanos y herreros no durmieron, pero hicieron un buen trabajo —exclamó bostezando.
—¿Qué son? —preguntó mientras analizaba las dagas.
—Desde ahora son tus armas. Con ellas entrenarás y pelearás.
—¿Con las dos?
—Te lo explicaré. Kin y yo, que somos de familia real, usamos armas de maxentita. A los cinco kronus de edad, los niños hacen contacto con un pedazo del mineral, lo sujetan entre sus manos y se concentran. El mineral empieza a brillar y va tomando la forma de un arma. La forma, diseño y color es único para cada persona. Generalmente, solo personas de familia real pueden crearlas. También se pueden crear forjando la maxentita, pero estas armas no pueden cambiar de color y son menos resistentes. Son las que usan los soldados comunes, por ejemplo.
—¿Y la de madera?
—Esa es para entrenar. Los artesanos hacen una réplica de las armas con una madera especial. Hay menos riesgo de herir a un compañero y son resistentes. Tal vez el cambio entre las dos te parezca difícil al inicio, pero te acostumbrarás. En la selección se pelea con las réplicas de madera.
—¡Increíble! ¡Gracias, señor Gerark!
—Bueno, ya dije mucho. Es hora de empezar. Kin, sigue practicando como sueles hacer, hoy trabajaré con Dara. Una daga no se parece mucho a una espada, pero algo he de enseñarte. —El muchacho se apartó al rincón para darles espacio.
Así, Gerark explicó y mostró algunos movimientos básicos de combate a Dara, luego pedía que los ejecute (y lo hacía, con mucha torpeza). Al cabo de unas horas la puso a pelear contra Kin. O estaba muy nerviosa para atacar y no se movía, o salía corriendo al primer ataque. La cuestión es que no duraba mucho en el combate. Volvía con Gerark para que le repita los movimientos y le dé valor.
Hicieron lo mismo una y otra vez durante todo el día. Sin darse cuenta, ya estaban siendo bañados por la luz de los ojos del creador que se infiltraba por los barrotes que hacían de ventana.
—¿Pueden verla también? —dijo Gerark mientras secaba el sudor de su frente— ¡Ya es de noche! —señaló riéndose—. Lo dejaremos por hoy. Tengo hambre, ¿ustedes también?
—¡Sí! —contestaron agotados, mientras dejaban caer sus armas.
Una cuadrilla de sirvientas irrumpió en el salón, cargando jarrones y ollas repletas de comida. Gerark y los niños devoraron todo a boca llena. Una vez acabado el festín y los estómagos estaban llenos, Dara hizo una pregunta.
—Señor Gerark, ¿qué es lo más importante para un soldado?
—Rapidez —contestó sin dejar que complete la pregunta—. Ataca más rápido que tu oponente y ganarás. Mientras menos dure una pelea, más fácil será la victoria. Siempre ténganlo presente al momento de pelear.
Kin recordó su enfrentamiento contra el encapuchado, pero decidió no mencionarlo. Dara, tras atender la respuesta de Gerark, miró de reojo a su amigo, intuyendo tal pensamiento.
—Bueno, ya comieron, ahora váyanse a dormir. Puede ser que mañana despierten adoloridos, pero no se preocupen, yo tengo algo para eso.
—Está bien, señor Gerark, hasta mañana. —Dara se despidió con una sonrisa, Kin se retiró sin decir nada.
"Dejaré mis miedos... me haré más fuerte... para volver a verte, madre"
Y así continuaron los días de entrenamiento, pasando el día entero con Gerark. Eventualmente, las horas de entrenamiento se redujeron. Aprovechaban los ratos libres para corretear por los pasillos y explorar el palacio. Sirvientas y soldados se acostumbraron a verlos curioseando por el enorme recinto, alegrando el ambiente.
—El joven Kin se ve diferente, ¿no crees?
La gente murmuraba sobre la relación de ambos niños. La relación tensa entre Kin y los trabajadores del palacio cambió. Era más abierto al pedirles algo y siempre intentaba mostrarles una sonrisa, por presión de Dara. Cualquier lugar podía ser un "bosque" para él y Dara, si estaban juntos.
En medio de los juegos y cándidas travesuras, llegó el día previo a la selección. Dara mejoró su técnica y perdió parte de su miedo. Ya era capaz de luchar contra Kin (él se contenía bastante). Gerark casi no intervenía, solo mencionaba errores, daba consejos, y como no, un aliento extra.
—¡Aprendes rápido, Dara! Aprendiste las bases de un combate, pero te faltan kronus para dominarlas. Entiendo que solo es una formalidad que participes, me dijo el rey que vas a entrar de todos modos. Tendrás mucho tiempo para mejorar.
—Sí, maestro. —Aunque estaba muy nerviosa, procuraba no mostrarlo tanto.
—¿Y yo? —preguntó Kin, haciendo un puchero.
—Tú ya sabes pelear, por eso no te digo nada —respondió a la ligera.
Kin se quedó con ganas de que Gerark le dé palabras de aliento y le haga un cumplido.
Esa misma noche, Kin y Dara consiguieron escabullirse hasta la torre de Ehtera (cielo). Una torre que tenía doscientos metros de altura, ubicada en el ala izquierda del palacio. Desde su terraza podía mirarse todo el firmamento, la ciudad entera y el bosque hasta el horizonte. Se decía que por ser tan alta llegaba a tocar el cielo, de ahí su nombre.
—Kin, ¿por qué vinimos a este lugar? —preguntó Dara mientras visualizaba el paisaje.
—No sé.
—¿Cómo qué no? ¿Por qué vinimos?
—Solo quería ver los ojos del creador, así como él nos mira. Mi tía decía que se veían mejor desde aquí.
—¿En serio? No los veo diferentes.
—Supongo. Una vez me dijo que... a mi madre también le gustaba verlos.
—Ahora que veo mejor... creo que tienes razón —confesó, ruborizada.
—¿Piensas que mi tía nos está observando?
—¿Qué? ¿Por qué lo preguntas?
—Tal vez... ella está viendo el camino que estamos recorriendo... tal vez no está contenta...
—No lo creo, Kin, seguro que está muy orgullosa de ti, porque...
—¿De qué hablan, pequeñines? —inquirió una voz por su detrás. Al voltear notaron que Gerark los encontró.
—¡¿Qué hace aquí?! —exclamaron alarmados.
—Nada especial, simplemente los seguí. Por cierto, el palacio entero sabe que están aquí. Recuerda que no podemos dejarte sin vigilancia, Kin, y que no nos veas, no significa que no estamos ahí.
—Ahora entiendo por qué fue tan fácil venir —murmuró con enojo.
—¡Qué buena vista! —exclamó Gerark al elevar su mirada—. Lástima que este lugar no está hecho para los mayores —comentó, sobando sus rodillas a la par.
—¡Si es todo lo que vino a decirnos, por favor váyase de una vez! —gritó Kin, sonrojado.
—¡Tranquilo, señor! —se defendió con voz inocente—. No se queden mucho rato, mañana será un daius pesado, es mejor que vayan a dormir temprano.
—Ya nos íbamos —repuso con molestia.
—Bueno, apúrense entonces. —Se dirigió lentamente hacia las gradas, esperando que le sigan el paso.
—Qué fastidioso...
—No te preocupes, Kin, gracias por traerme —alentó con una sonrisa—. Debemos obedecer al maestro. Va... vámonos... —incitó, jalando la manga de su suéter.
—Sí, Dara, ya voy.
Alzó la mirada e hizo un último contacto con los ojos del creador.
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