CAPÍTULO 37: ESTOY BIEN
—¡Casi! ¡Casi me quedo con su poder! Su fuego estaba tan cerca de mí...
—Cálmate, Kin. En poco más de un janus avanzaste mucho en el dominio. Yo me demoré casi medio kronus en manifestar el poder de mi kay —alentó Boa.
Dejaron el salón dorado tras una exitosa mañana. La declaración de Calypso llenó de ánimos a Kin, lo hizo sentir imparable. No había desayunado, pero tampoco sentía hambre, ni cansancio. Ella estaba al final del pasillo, esperando a su actual enamorado.
Una extraña emoción se apoderó de su corazón al verla, sentía vergüenza de llamarla por su nombre.
—¡Hoy vendrás conmigo! —sentenció Calypso, con total seguridad al hablar.
—Le avisaré al maestro —contestó avergonzado.
Fue hasta el salón de entrenamiento para buscarlo, pero solo encontró a sus compañeros descansando.
—¡Yendry! ¿Has visto al maestro Gerark?
—No ha venido. Lo fui a buscar temprano a su dormitorio, estaba durmiendo. Búscalo, no creo que se haya levantado aún. Por cierto —dijo con voz y sonrisa pícaras—, ya nos enteramos lo de Calypso y tú. ¡Felicidades!
Todos hicieron aplausos y lo miraron con una sonrisa de par en par.
—¿Cómo? La verdad es que...
—¿Quieres pedirle permiso al maestro para salir con ella, no es cierto? Solo no te metas en problemas —terminó con una risa burlona.
Sin perder más tiempo, se dirigió al dormitorio de Gerark. Tocó la puerta, pero nadie le abrió por varios segundos, así que forzó la puerta con su espada y entró. Gerark, totalmente cubierto por las sabanas, dormía estampado contra el colchón. Ni el ruido que hizo Kin al forzar la puerta logró despertarlo.
—Maestro, maestro —le susurró en la cara mientras sacudía su hombro.
—¿Quién es? ¿Qué quieres? ¿Cómo entraste? —balbuceó.
—Eso no es importante, maestro. Voy a salir. ¿Me da permiso?
—Sí, sí, pero no grites.
—No... lo hice. Como sea, gracias, ya me voy. Regresaré pronto.
—Uff... las bebidas que sirven aquí son bastante fuertes —musitó una vez que se fue Kin. Trató de ignorar el dolor de cabeza para volver a dormir.
Dara estaba en la misma situación: exhausta y enterrada bajo sábanas. Debido al festival, mucho personal del Goigo Fayhe había faltado al trabajo. Como favor le pidieron que supliera unas cuantas funciones. Terminó agotada, pero aprovechó la oportunidad para aprender un poco más. Liam tuvo que cargarla de vuelta a su dormitorio tras el festival.
Durmió hasta mediodía. Apenas despertó, agarró un libro y se puso a leer, toda la tarde. Ya cuando los ojos del creador señoreaban el firmamento, se animó a socializar con sus compañeros.
Al entrar, todos la observaron de forma compulsiva, mientras cuchicheaban por lo bajo. Dara estaba extrañada por la situación, pero siguió caminando hasta su silla, en el extremo de la mesa.
—Liam —Dio un gran bostezo— ¿Dónde está el maestro? ¿Y Kin?
—El maestro no se ha presentado. Respecto a Kin, él... salió. —contestó, evitando que sus miradas hagan contacto.
—Hey, plebeya —la llamó Kathe desde el otro lado de la mesa—, te dormiste rápido ayer, y hoy no estuviste aquí. No escuchaste lo que nos dijo el maestro, ¿verdad?
—¿Qué dijo? —preguntó, asombrada porque Kathe le dirigió la palabra.
—Ayer Calypso se le declaró a Kin. Ahora son enamorados y han salido a pasear. —Todos le hicieron señas para que no lo contase, pero fue inútil. Dara permaneció estática durante unos segundos, mirando fijamente su plato de barro sobre la mesa.
—Que bien —dijo sonriendo. Agarró la olla y procedió a servirse un poco de guiso.
—¡Te lo quitaron! —restregó Kathe, pero ella no se inmutó.
—¿Estás bien Dara? —Se acercó Yendry—. Tú y Kin tienen... no lo que tú piensas, sino que... solo digo. ¿Está todo bien?
—Sí, Yendry, todo bien. Solo estoy cansada, trabajé mucho ayer —rio—. Me alegro por Kin, de veras —contestó muy serena.
Paula correteó por todo el salón hasta sentarse junto a ella.
—¡Hola, Dara! ¿Qué paso? ¿Por qué vienes recién? —saludó, evitando tocar el tema.
—Hola, Paula.
—¿Todos los daius vas a estar así de ocupada?
—Hoy no estuve ocupada, pero sí, supongo que me van a tener ocupada.
—Ya veo. Mi tía pregunta mucho por ti en estos daius, quiere que la vayas a visitar, dice que...
—¡Gracias por avisarme! —interrumpió, nerviosa—. Iré cuando esté libre, tengo que devolver los libros que me prestó.
Calypso irrumpió en el comedor, pateando la puerta. Un pálido y sudoroso Kin se apoyaba en sus hombros. Su aparición hizo que todos se sobresalten y se acerquen a ella.
—Ayúdenme, por favor —exclamó, jadeando—, de repente se puso mal y no supe qué hacer, me desesperé y vine corriendo.
—¡Apártense, por favor! —exigió Dara, corriendo a su encuentro—. Acuéstalo por favor, y gracias por traerlo.
—Estará bien, Calypso, la niña sabe qué hacer en estas situaciones —consoló Boa.
Dara desvistió rápidamente a Kin. Estaba sudando en exceso. Tenía fiebre alta y su cuerpo temblaba. Su respiración estaba acelerada y su pulso radial también. Estaba totalmente pálido, con los ojos entrecerrados, apenas consciente.
—Esto es malo —estimó con preocupación—, está muy caliente y su hori (corazón) palpita muy rápido. ¿Alguien puede ayudarme a llevarlo a su cama?
—¡Vamos, chicos! —alentó Yendry—. Ayudemos a Dara.
—¿Va a estar bien? ¿Puedes hacer algo más por él? —preguntó Calypso.
—No puedo hacer mucho, está muy mal —respondió con tristeza—. Solo puedo hacer que baje su calentura. Tenemos que hallar la causa de su enfermedad. Seguro fue por algún bicho, los jiramkis me contaron que causan muchas enfermedades, y nosotros que no somos de aquí somos más vulnerables.
Los muchachos cargaron a Kin y lo acostaron en su cama. Detrás de ellos iba una procesión conformada por el resto de las chicas. Dara pasó brevemente por su dormitorio para sacar algunas hierbas y paños.
—Yo estaré cuidándolo hasta que mejore. Mañana temprano hay que llamar a un jiramki del Goigo Fayhe para que lo atienda. Si alguien puede llamarlo ahora sería mucho mejor, pero si no, yo lo cuidaré hasta el amanecer.
—De acuerdo, pequeña, esos vagos no nos atenderán si los llamamos en este momento. Apenas despierte, iré corriendo a pedir uno —comentó Boa, tras lo cual se retiró junto a sus alumnas.
—Cuídalo, por favor —solicitó Calypso. Dara le contestó sonriendo mientras asentía.
—Dara, voy a quedarme afuera, en el pasillo —dijo Yendry—. Si necesitas algo, solo avísame.
—Gracias.
Cerró la puerta. Se sacudió las mejillas para despertar y puso todas sus cosas en la base de la cama. Detalló por unos instantes la figura inmóvil de Kin, a la luz de los ojos del creador, y empezó a preparar sus menjurjes.
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