CAPÍTULO 33: FAMILIA
—¿Estás bien, Kin? Luces algo... cansado.
—Estoy bien, Dara, es solo que —bostezó—, ya sabes...
Kin tenía que levantarse muy temprano para entrenar con Boa. Lo hacían de largo hasta el mediodía. Kin llegaba pálido y exhausto. El proceso de controlar a su kay era un ejercicio que agotaba su fuerza mental y física.
—¿Puede contarnos algo sobre sus entrenamientos, maestra? —preguntó Paula.
—No puedo, cosas de kuyichis —respondió tajante, impaciente por devorar su comida.
—¿Kin, tú puedes contarnos? —insistió.
—¿Yo? Es como un león, y después... —No terminó de hablar porque Boa le tapó la boca. Todos se callaron y se limitaron a comer.
—¿De verdad estás bien? —preguntó Calypso, reposando sus manos en los hombros de Kin—. Te noto algo tenso. ¿Quieres un masaje? Aprendí como hacerlos con mi madre.
—No muy bien —contestó ruborizado—, pero es parte del entrenamiento. Sí, quiero un masaje.
Dara los miraba de reojo, poniéndose más atenta cuando Calypso empezó a masajear la espalda de Kin.
—Sí, en verdad estás muy tenso. La maestra Boa dijo que relajarse y descansar también es parte del entrenamiento, ¿verdad, maestra?
—Te lo están quitando, plebeya —comentó Kathe, con una mirada pícara, tras darle un codazo a Dara.
—Estás equivocada —negó ruborizada.
—Hagan eso más tarde, la comida ya está llegando —interrumpió Gerark.
Una vez que las sirvientas dejaron los platos y ollas, retomaron la charla. Terminado el banquete, volvieron a separarse. Boa se fue con sus chicas y Gerark con sus alumnos, a excepción de Dara, que fue al "Manu'un Uzkewa Goigo Fayhe" (Palacio del desarrollo de la Salud de Manu). La misma reina le otorgó acceso, a manera de disculpa por el incidente con Boa.
Kin se levantó con más vigor al día siguiente. Se desplazó hasta el salón de Boa. Estando a pocos metros de llegar, divisó que la kuyichi estaba conversando con su alumna.
—Hola...
—¡Hola, Kin! —respondieron ambas.
—¿Qué haces aquí? Tú...
—Calypso —aclaró—. ¿Cómo es que no recuerdas mi nombre?—protestó, fingiendo tristeza—. Quería saber por qué llegas tan demacrado a comer, no me gusta verte así, me preocupas —refirió con genuina tristeza.
—Gracias... Pero, señorita Boa...
—Qué va, no le dije nada confidencial, solo un par de cosas. No hay problema, ¿verdad?
—No...
—Entonces, Kin, comencemos de una vez. Calypso, eres libre de quedarte y esperarnos, pero nos vamos a quedar toda la mañana, mejor vete a entrenar. —Le susurró algo al oído y luego empujó a Kin.
—Está, bien, pero vendré más tarde a verte, Kin. ¡Esfuérzate! —alentó Calypso, agitando sus brazos.
La oscuridad estaba igual de oscura, pero Kin caminaba con pasos firmes y confiados, como si estuviera en su propio dormitorio. Se detuvo en el centro de la sala, o donde creía que se ubicaba, y se sentó con las piernas cruzadas, listo para reanudar su entrenamiento.
—Vamos, Kin, tú puedes hacerlo.
—Aquí voy —suspiró e inmediatamente cerró sus ojos.
Se halló encima de la enorme jaula. Yacía durmiente la bestia en su interior. Habían pasado algunos días, pero visitó ese lugar tantas veces que ya lo consideraba un hogar.
Se sentó, esperando que la bestia note su presencia, que ruja y que lo mande con Boa. Los minutos pasaban y el animal no actuaba como era usual. Decidió despertarlo por sí mismo.
—¡Oye, tú! ¡Despierta! —gritó mientras le daba palmadas a los barrotes.
El animal no se inmutó por la bulla que hacía Kin, forzándolo a tomar una gran bocanada de aire para gritar de nuevo.
—¡¡Tú, león!! ¡¡Dame tu poder!!
El león reaccionó, se levantó, estiró sus extremidades y lanzó un estridente rugido a continuación, que hizo tambalear a Kin.
Él estaba desconcertado, el rugido no lo devolvió a la realidad. Los barrotes comenzaron a brillar, mientras el fuego que la melena del animal irradiaba se filtró por los barrotes y envolvió el cuerpo de Kin. De repente, su vista se nubló y un fuerte zumbido retumbó dentro de su cabeza.
—¡Volveré por ti! ¡Volveré para conseguir tu poder! —aseveró, comprimiendo su cabeza con sus manos, para luego desmayarse en el sitio.
—¿Curandera, no? Por eso pasas más tiempo en el Goigo Fayhe. Ni para los aspirantes a supervisor militar es fácil entrar.
—Yo... no soy buena para pelear.
—Yo tampoco soy buena, pensaba dedicarme a ser curandera una vez que me convierta en supervisora militar.
—¿Y por qué no te dedicas desde ahora?
—Mi familia es en su mayoría de la nobleza; comerciantes, curanderos, kirishwas (escribas). La familia de mi padre intentó convencerme para seguir ese mismo camino, pero siempre admiré a mi madre, que es supervisora militar, quería ser como ella, como la maestra Boa. Lo malo es que, a diferencia de Krabularo, no tenemos un rol así como el tuyo.
—Serás una buena supervisora militar y curandera, Paula. Mi madre también fue la que me animó a ser curandera.
—¿Entonces ella también es curandera? ¿Y el resto de tu familia?
—¡¿Mi familia?! —reaccionó, asustada—. Sí, son... igual... de la nobleza —respondió, temblorosa y sudorosa.
—Yo no sé mucho, pero como vas al Goigo Fayhe, ¿me podrías contar algo de lo que ves ahí?
—Sí, claro, no hay problema.
Conversaban Dara y Paula en una esquina del salón. Liam y Kaina, inmersos en una extenuante pelea, dominaban el espacio restante. Dara salió temprano del Palacio de Desarrollo de la Salud, aprovechó eso para visitar a su equipo. Sobre su ropa usual, llevaba un manto de lana rosa y un largo listón blanco en su cabello, el uniforme que le habían dado en ese recinto.
—Estoy impactado, hiciste que me cansara, las damas de aquí son muy fuertes —comentó Liam a Kaina, mientras recuperaban el aliento.
—Lo mismo digo, no hay chicos tan fuertes como tú por aquí —halagó mientras pasaba un trapo por su cara para secarse el sudor—. Además, ¿qué clase de mujeres has conocido?
—Unas... no muy fuertes. ¿Aún puedes continuar?
—Si tú estás dispuesto, yo también —contestó, riéndose—. ¿Puedo hacerte una pregunta?
—Sí, claro.
—¿Me estás subestimando? ¿Por qué no peleas con tu arma de madera? O la de maxentita.
—Estos brazaletes que ves aquí —se los quitó y se los prestó—, son mis armas de maxentita.
—¡Imposible! Solo los armeros crean partes de armaduras con maxentita, mientes.
—No estoy mintiendo. Es algo... de familia —precisó, mirando sus brazaletes con melancolía.
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