CAPÍTULO 12: LA ÚLTIMA PELEA
Dara se quedó helada tras el anuncio del supervisor, no quería moverse. Kin la levantó contra su voluntad y la empujó para que vaya hacia la arena. Ya se había parado y todas las miradas en el coliseo se dirigían hacia ella, no tenía más opción que avanzar.
—Sé que no vas a ganar, pero no te rindas tan fácil —expresó con el fin de alentarla, pero logró todo lo contrario.
Tal como le sucedió a Kin, la gente comenzó a chismorrear y conversar mientras Dara se aproximaba a la arena.
—¿Quién es esa niña?
—¿Conocen a su familia?
—No.
—¿Alguien la conoce?
—¿Daridare?
—No me suena ese apellido.
—¿De qué familia real es?
—¿De dónde viene?
—Ha de ser de Opixon o Alberra.
Todos preguntaban por los orígenes de Dara, su nombre y apellido no eran conocidos por ninguna persona de la nobleza o realeza militar.
Después de algunos minutos, finalmente llegó a la arena. Se había demorado a propósito. No quería pelear, prefería escapar y olvidarse de todo, pero su amigo la estaba viendo y apoyando. El supervisor y su contrincante la recibieron con una expresión poco amable. Los jueces, por su parte, también discutían entre ellos.
—¿De dónde vino esa niña? —interrogó uno de los jueces a Dante.
—Es hija de un conocido —respondió calmado, aunque por dentro estaba nervioso.
—¿Es de familia real?
—Señor Arkamo, en los registros figura un nombre diferente —replicó otro de los jueces.
—¿Ah, sí? Debí haberme equivocado, fue mi error, es la edad.
Algunos jueces lo miraron con cierta desconfianza.
—Bien... a veces pueden surgir imprevistos, pero sigamos con lo programado —comentó el supervisor.
—¿Eres de Krabularo? Nunca escuché de tu familia, nunca escuché tu apellido. ¿Eres de otra región? —comentó la participante June mientras la examinaba de pies a cabeza. Dara solo esquivó todo intento de contacto visual.
—Bueno, señoritas...
—Un momento —interrumpió June—. ¿Eres una plebeya? —increpó.
—¡No! No... te... equivocas —negó Dara, quien tenía su mirada fija en el suelo.
—Sí... esa mirada, esa actitud... parece que... me temes... te inclinas ante mí, te sientes inferior, tal como hacen las sirvientas de mi casa. ¡¿Cómo es posible que se haya colado esta plebeya, señor supervisor?! —amenazó June.
El susodicho elevó su mirada al rey que, una vez más, permitió que avance la pelea.
—Bueno —dijo carraspeando—, pierden si declaran que se rinden o sueltan su arma.
—¿No piensa detener esto? Perfecto, no sé cómo entraste, pero debes ser castigada por ello.
—Si tiene algún reclamo, puede hacerlo después del encuentro, así dictan las reglas.
—Como usted quiera. Solo aviso que no seré piadosa con ella.
—Bueno —repitió—, pierden si declaran que se rinden o sueltan su arma.
—¡Sí, señor!
—¡Sí! Se... ñor...
—¡Empiecen! —dictó sin hacer su movimiento de brazo característico.
Se quedaron estáticas, mirándose. Los ojos maliciosos de June amedrentaban a los ojos llorosos de Dara.
—Vamos, plebeya, ataca —incitó mientras apuntaba con su sable de madera.
Dara flexionó su cuerpo y sujetó su daga con ambas manos, en posición de ataque, pero las rodillas le temblaban tanto que no podía lanzarse al ataque.
—¡Ni siquiera sabes usar un arma!
June dejó escapar una risa tras ver la postura de su rival. Acto seguido, estiró su brazo y le pegó una cachetada que la hizo caer de costado.
—¡Da igual, tampoco voy a necesitar la mía!
Dara se sentó rápidamente y elevó su brazo, apuntando a June con su daga. Esta no se intimidó por tal acción, al contrario, escupió en su cara y le dio una patada en el pecho para tumbarla de nuevo.
—¡Ni eso puedes hacer! ¡Solo viniste a dar pena! —exclamó furiosa.
Guiada por esa furia, comenzó a patearla en sus piernas y torso. Dara se acurrucaba mientras aguantaba los impactos. Arena roja entraba en su boca y orejas. Emitía gemidos de dolor combinados con un chillido agudo. A pesar del dolor no soltaba su daga, la sujetaba con firmeza. No podía permitirse soltarla.
El público solo comentaba la deplorable actuación de Dara. El supervisor no se inmutaba, no consideraba los actos de June como una falta. Por otra parte, Kin observaba exaltado, cada golpe que June descargaba en Dara lo ponía más rabioso.
"¿Quién es esa? ¿Quién se cree para golpear así a Dara? ¡Voy a pegarle mas duro!"
June se cansó de dar patadas. Levantó a Dara, la sujetó de sus cortos mechones de pelo y comenzó a darle más cachetadas en la cara mientras la insultaba. Sus quejidos resonaban por todo el coliseo.
—Ton-ta-ple-be-ya-ve-te-de-aquí —gritó con fuerza. El publicó llegó a escuchar como repetía que Dara era plebeya.
—¿Una plebeya?
—¿Qué hace una plebeya aquí?
—¿Cómo la dejaron entrar? ¡Ni siquiera sabe pelear!
—¡Eso lo explica todo! ¡Se lo tiene bien merecido!
—¡Ejecútenla!
—¡Vamos, June! —Los espectadores alentaron a June con sus palabras.
—¿Qué está pasando aquí, señor Arkamo? —empezaron a interrogar los jueces.
—Yo también lo pregunto, debe tratarse de algún malentendido —respondió tranquilo. Nuevamente, la desconfianza gobernó en la boca de los jueces.
—¿De qué conocido suyo es hija esa muchacha? ¿Por qué la otra señorita repite que es una plebeya?
—Un buen hombre, leal y fuerte. Debe haber alguna rencilla o algún asunto para que difame así de ella —aclaró con la diminuta calma que mantenía.
Kin, por su parte, ya no pudo contenerse. Bajó apresurado por las gradas, con la intención de detener el combate. Apenas llegó, zamaqueó las rejas con toda su fuerza para llamar la atención, después intentó treparlas.
—¡Kin! —llamó Dante. Su grito hizo eco en todo el recinto. Kin desistió de trepas las rejas y se bajó de un salto.
—¡Señor supervisor, deténgala, eso no debe estar permitido! —gritó con rabia. June y el susodicho lo escucharon, pero lo ignoraron. June prosiguió con la paliza.
Trepó la reja de nuevo, ignorando la advertencia del rey, pero dos muchachos lo sujetaron de las piernas, jalándolo hacia atrás, tumbándolo de espaldas. A continuación, ocho participantes, entre hombres y mujeres, lo cercaron.
»¿Qué quieren? ¡Déjenme! —No estaba recuperado. No tenía la fuerza para levantarse. Aunque lo hiciera, tendría que forcejear con esos muchachos para llegar a Dara. Estaba limitado a mirar e insultar desde su posición.
—¿¡Qué hacen, tarados!? ¡La van a matar! ¡¿Muévanse?!
—¿Por qué tanta prisa por salvar a la plebeya? —burló una muchacha rubia—. Tiene que aprender su lugar.
June se cansó de golpear a la plebeya. La tiró al suelo, cual muñeca de trapo, y como tal, Dara cayó, levantando polvo rojizo. No sangraba; pero su cuerpo era un lienzo de moretones, magulladuras, hematomas y raspaduras. Kin, al verla en esa condición, sollozó de forma estridente, ahogándose con su llanto. Desesperado, intentó abrirse camino, pero los participantes lo sometieron, estrellando su cara contra el piso.
Dara quedó tendida, empolvada, con los ojos cerrados. No se movía. Todo el público, también jueces y participantes, calcularon lo peor.
—Creo que... me pasé un poquito —pregonó June, jadeando.
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