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viii.

—Muchas gracias por ofrecer su ayuda pero no la necesito.

—Pero Shoto... —comentó Momo, viéndolo con preocupación. Todoroki sonrió antes de levantarse.

—No te preocupes por mí, Momo. Estaré bien, ya tengo quien pueda darme un poco de su sangre para comer... —respondió Shoto, caminando al lado de Awase. —Y veo que tú también, así que no debes compartir conmigo, aunque de verdad agradezco el ofrecimiento. Nos veremos luego.

Y así, el heterocromático se fué dejando al par de pelinegros dentro del salón con algo de vergüenza por la repentina cercanía y la oportunidad de estar solos como no habían estado desde el incidente en la enfermería.

—¿Acaso fuí grosero con él o...?

—No fue su culpa, Awase-san. —contestó ella enseguida, volteando a ver al de ojos grises con una sonrisa. —Simplemente creo que al fin tomó el valor de hacer lo que debía hacer.

—Sea lo que sea... —comentó Awase, desviando la vista un momento en dirección a la puerta. —Me alegro por él, y por tomar el valor de hacer lo que deba.

El silencio se hizo presente en la habitación después de sus palabras, no era incómodo pero sí algo pesado por los nervios que ambos sentían en su interior al estar conscientes de la cercanía del otro.

—Su-supongo que ya es hora de irme.

La voz del pelinegro tuvo un pequeño titubeo que intentó disimular antes de hacer un gesto con la mano en dirección a la puerta.

—¿Necesitas irte? Digo... ¿Tienes algo importante que hacer? —preguntó ella, desviando la vista a cualquier lugar que no fuera el chico.

—No, osea tengo tiempo, si quieres... ¿Hacer algo?

Yosetsu se sentía un idiota porque era obvio que la pregunta venía con la implícita intención de hacer algo más, pero los nervios le revolvían el estómago y le enredaban la lengua, mientras sus mejillas tomaban un ligero color rojizo.

—Mira, te traje algo... —respondió la vampira, pasando junto a él para alcanzar su mochila. —Sé que te debo mi compensación por haberte...

—No es una compensación porque tú no tienes la culpa de nada, Yaoyorozu. Ya te lo dije. —Su voz fue firme en esta ocasión, ganándose una sonrisa apenada de la morena.

—De acuerdo, entonces, eh... Este es mi regalo de agradecimiento por tu gran ayuda de aquel día.

De su bolso sacó una pequeña bolsa, repleta a reventar de caramelos de ácidos de distintas marcas y formas. Se lo entregó con una sonrisa que el de ojos grises apenas pudo forzar en su propio rostro.

—¿Gracias? —contestó dudoso, recibiendo la bolsa.

—¡Son caramelos ácidos! —dijo con una sonrisa enorme, a Yosetsu le derritió el corazón, la alegría de ver su sonrisa era mayor a la que sentía por recibir el regalo. —¿Te gustan?

—Algo... —respondió porque aunque no quería mentirle tampoco quería herir sus sentimientos y arruinar la alegría que ella tenía por tan lindo regalo.

—¿No te gustan? —La morena sonó triste y preocupada mientras lo observaba con fijeza.

—No, osea sí, es que... —Definitivamente Yosetsu era un pésimo mentiroso, así que resignado suspiró con pesadez, pensando sus palabras para sonar lo menos brusco posible. —No son mis favoritos, realmente. Prefiero las cosas un poco más dulces.

—Oh, yo no sabía... —Momo se vió triste, bajando la vista. —Kaibara dijo que te gustaban, seguramente elegí la marca equivoca...

—Espera ¿Kaibara te dijo?

—Sí, quería comprar algo para tí y pensé que como el siempre te compra comida, sería bueno hacerlo yo también, pero no tengo idea de comida humana así que creí que sería buena idea preguntarle a él, porque es tu amigo pero seguramente me equivoqué.

—No fuiste tú, Yaoyorozu. Estoy seguro que Kaibara te engañó. —contestó, golpeándose la frente y maldiciendo en su interior al idiota de su amigo.

—¿Me engañó? —Momo sonó sorprendida aunque luego apretó el puño y su ceño se frunció un poquito, Yosetsu fingió no verlo. —Me sorprende que lo haya hecho.

—A mí honestamente no, seguramente lo hizo para jugarme una broma. Porque sabía que no tendría corazón para decirte que no me gustan. —respondió con un suspiro, apartando los mechones de pelo de su frente. —Es un idiota.

—Lo es. —contestó ella, ganándose una mirada sorprendida del menor.

—Vaya, no sabía que pudieras expresarte de esa manera. —Awase sonó divertido, y es que aunque Momo no dijo nada, le parece gracioso que le dé la razón.

—No me gusta expresarme de esa manera pero entiendo que a veces no hay mejor forma de expresarse ante el comportamiento de algunas personas. —respondió riendo con ligereza.

Otra vez el silencio inundó el salón pero ya no era incómodo y ni nervioso, ambos sonreían un poco, sintiendo la dulzura del momento.

—Oye, Yaoyorozu... —La morena levantó la vista, encontrándose con el pelinegro mirando la pequeña bolsa que le obsequió. —Muchas gracias por esto.

—Pero... Ni siquiera te gustan.

—Eso es lo de menos, los compraste para mí, para hacerme feliz. —comentó él, con una hermosa sonrisa surcando sus labios. —Y con solo saber eso, ya me has hecho muy feliz.

—No fue nada... —respondió, las mejillas de la vampira se sonrosaron, mientras apartaba la mirada con una sonrisa pequeña. —Pero prometo comprarte unos dulces mejores la próxima vez.

—No es necesario.

—Claro que es necesario. Aún tengo que rec... —Momo cortó lo que diría y lo reformuló en su cabeza antes de continuar. —Quiero, yo quiero darte algo como muestra de mi agradecimiento.

—Solo si es un regalo porque quieres y no porque sientes que me lo debes.

—Ya me quedó más que claro que no te debo nada, pero aún así yo quiero hacerlo.

—No entiendo porqué tienes tantas ganas de agradecerme..ya te dije que no es la gran cosa, digo, no debes darme un regalo cada vez que bebas de mi sangre...

Ambos se sonrojaron luego de las palabras del azabache porque lo que dijo dejaba en claro que aquella situación podía llegar a repetirse. Ella se acercó un poco más antes de preguntar:

—¿Puedo?

—Te lo dije ese día... Aliméntate de mí siempre que lo necesites.

—¿Por qué?

—¿Por qué, qué?

—¿Por qué me dejarías alimentarme de tí?

—No tienes que hacerlo sino quieres, pero de querer hacerlo, no voy a negarme.

—Perdona la irreverencia de mis palabras, pero eso no fue lo que pregunté. —Yaoyorozu se mantuvo cerca, revoloteando a su alrededor mientras lo miraba con intensidad en sus ojos oscuros. —Lo repetiré una vez más, Awase-san. ¿Por qué me dejarás alimentarme de tí?

—La pregunta cambió, ahora es un "dejarás". ¿Significa que estás considerando aceptar mi amabilidad?

Aunque prefería mantenerse al margen en la mayoría de las situaciones, a Yosetsu no le gustaba dejarse dominar ni mucho menos intimidar aunque sabía que las intenciones de Momo no eran esas, sabía que no podía echarse para atrás o avergonzarse en este momento, lo mejor que podía hacer era seguir con el juego, con suerte, ser el quien lo llevaba a algo más.

—Solo si me explicas el porqué de tu amabilidad.

Y fiel al aura depredadora de los vampiros, por supuesto que ella tampoco se echaría para atrás.

Podía decir que era algo inerente de él, que era algo que hacía porque sí, porque creía firmemente en apoyar y ayudar a los vampiros siempre que lo necesiten, que lo haría por cualquier otro, pero eso sería mentir.

Sería mentir en parte, porque de encontrarse en una situación como la última vez, con un vampiro tan desesperado por alimentarse, sí, ayudaría sin dudar, pero de encontrarse en una situación como la de ahora con una sonrisa en los labios de la vampira, entonces no, no ayudaría a ningún otro con tanta facilidad y disposición...

—Eso es porque me gustas, Yaoyorozu.

Solo haría esto por ella.

—¿Cómo dices?

—Que me gustas. —contestó, sorprendido incluso consigo mismo por la facilidad con la cual las palabras se escaparon de sus labios, aunque por supuesto que no se arrepentiría porque lo único que dijo es la verdad. ¿Para qué negarlo? —Que me gustas mucho, aunque me encantaría conocerte mejor, y enamorarme por completo de tí.

Los ojos de la morena estabas muy abiertos, y con sus manos cubrió su boca, sin saber qué decir.

—No tienes que responder, mucho menos corresponderme si no es lo que quieres... —comentó Yosetsu, sintiendo el sonrojo apoderarse de sus mejillas. —Yo solo quería decirlo y...

—Me gustas, Awase-san.

Y vaya, por más tonto que sea, ninguno de los dos esperaba ser correspondido.

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