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7. Cada uno su propia pesadilla

Lo peor era la sensación de terror constante sin tener ni idea a qué tenía miedo.
(Andrew Solomon)



Aidan miró de reojo a Joseph. Era casi media noche y seguían en la oficina. Trabajando. Solos. Ambos.

Porque a su flamante jefe se le había ocurrido que necesitaba una copia, escrita a mano y hecha por Aidan, de TODOS los expedientes existentes desde el momento en el que Joseph había abierto el despacho hasta la fecha.

Y Aidan podría haber argumentado que eso no le correspondía a él, porque ni siquiera había estado presente en dichos casos; pero no quería discutir, no tenía mucho sentido. Dicen que hay que saber elegir bien tus batallas y esta no era una de esas, no porque llevara las de perder, era simplemente que no valía la pena.

Sabía que Joseph no necesitaba nada de eso y mucho menos hecho a mano en plena era digital. Sólo buscaba molestarlo. Lo venía haciendo desde que Aidan había decidido terminar con su relación "romántica" –si es que a ser amantes se le podía llamar así, porque romance ciertamente nunca hubo, todo fue meramente físico, atracción y sexo–.

Aunque Joseph no trabajaba realmente, sólo lo miraba hasta que se cansaba y se iba ya avanzada la noche o incluso entrada la madrugada. No sin antes recordarle que todo debía estar terminado para esta misma semana.

Así que era la cuarta noche que Aidan pasaba en la oficina. Cada uno de esos días había dormido a lo mucho un par de horas; con suerte, tres. Estaba realmente agotado, pero decidido a no quejarse...

—Si te dieras prisa, podrías salir a divertirte —le dijo Joseph de la nada, sacándolo de sus pensamientos—. Debes tener ya una fila de hombres esperando su turno contigo, ahora que eres libre. Supongo que por eso me dejaste, ¿no?

Aidan consiguió reprimir una sonrisa, apenas. La arrogancia de Joseph no tenía límites. No era por eso que su "relación" había terminado, fue porque era una persona horrible y Aidan por fin había abierto los ojos. Se había tardado bastante, pero dicen que es mejor tarde que nunca, ¿no? Y no es que él fuera un santo, pero al menos no tenía un prometido al que engañaba y drogaba; Joseph sí.

—Estoy bien —respondió, sin levantar la vista del expediente que estaba copiando—. Te lo agradezco, pero no tienes que preocuparte por mis necesidades físicas...

Y era cierto: estaba bien. La verdad es que no extrañaba tener sexo diario con conocidos y desconocidos. Lo disfrutaba, claro, nunca lo había hecho obligado o por compromiso; pero estos días de abstinencia lo habían hecho darse cuenta que no lo necesitaba. Era más costumbre que otra cosa, se había acostumbrado a buscar conexiones de esa manera, algo para sentirse vivo y necesitado. Era quizá como cuando comes sin hambre, sólo porque estás aburrido y no tienes otra cosa que hacer... Y justamente como cuando comes sin hambre, el vacío seguía sin llenarse. Seguía faltando algo y no era eso.

—¿De verdad? —la pregunta, hecha con un tono mordaz, lo sacó de sus pensamientos—. Porque ambos estamos aquí y... —de detuvo, su tono y su mirada sugerentes.

Aidan suspiró, tratando de contenerse, pero al final decidió que ya había aguantado demasiado. Puso ambas manos sobre el escritorio y se levantó. Joseph sonrió, como si pensara que ya había ganado, pero Aidan lo sorprendió diciendo: —Sí, de verdad, aunque hablando de eso... ¿Por qué no estás en tu casa? ¿No te extraña tu prometido? ¿O es que tan mal va tu relación que ya ni siquiera pasan juntos las noches?

Joseph golpeó su propio escritorio con el puño, se puso de pie furioso y dijo: —¡Quiero todo terminado a primera hora! —y después salió del despacho, dejándolo solo por fin. Aidan miró incrédulo el montón de expedientes que todavía faltaban. ¿Cómo se le ocurre que terminaría todo eso en unas pocas horas?

Y lo peor es que ni siquiera tenía a quién llamar para pedir ayuda. Si tuviera amigos o al menos una relación cordial con sus examantes, podría pedirles venir. Pero sabía que los segundos –los amantes– nunca vendrían si no había una cama incluida, y los primeros –los amigos– no existían.

Quizá simplemente debería renunciar. Estaba claro que era lo que Joseph buscaba. Sus acciones hacían evidente que intentaba orillarlo a eso. Pero no se rindió y siguió con su trabajo.

Alrededor de una hora después, mientras copiaba un expediente, se encontró leyendo sobre un cliente con Trastorno de Estrés Postraumático que había sufrido un intento de violación y ya no soportaba que ni siquiera su pareja o sus hijos lo tocaran. Lo que, inevitablemente, lo llevó a pensar en Derek: ¿algún suceso traumático le habría provocado esa fobia? ¿O las personas nacían así? ¿Tenían cura? ¿Cómo funcionaban exactamente?

Pensar en lo que pudo haberle pasado y lo que sería vivir sin poder tocar a nadie lo hizo sentir culpable de nuevo. ¿Le dolería a Derek el contacto físico o era simplemente un malestar derivado de lo psicológico, de sus propios pensamientos?

Y entonces, aunque se suponía que debía terminar de copiar los expedientes antes de que amaneciera y Joseph volviera, Aidan se dio cuenta que había asuntos más importantes y terminó investigando sobre las fobias. Particularmente, sobre la hafefobia. Porque en realidad él lo único que sabía, por lo que Sarah le había dicho y por el comportamiento de Derek, era que no quería ser tocado.

Lo primero que encontró en todos los sitios web y blogs fue una fobia es «un trastorno de ansiedad que se caracteriza por un miedo irracional (intenso, no justificado y desproporcionado al peligro real) ante objetos, situaciones, animales o personas, que el individuo evita a resiste activamente». Que provoca síntomas físicos y psicológicos que derivan en episodios de pánico y se manifiestan al exponerse al objeto de la fobia. Y para ser considerada como una debe ser persistente (durar seis meses o más) y afectar su contexto laboral, social y personal.

Ahora, específicamente sobre la hafefobia, se trata de un concepto que se describió apenas a comienzos del siglo XX y que tiene muchos otros nombres: afefobia, hafofobia, hapnofobia, haptephobia, haptophobia, thixofobia, quiraptofobia... Se trata de una fobia compleja que afecta la esfera social y afectiva de la persona y consiste en evitar el contacto físico con objetos y personas, que provoca miedo o ansiedad intensos ante la situación de ser tocado o pensar que puede ser tocado...

En seguida había un listado de síntomas, causas y tratamientos, pero la mirada de Aidan seguía regresando al párrafo anterior, específicamente a aquel “o pensar que puede ser tocado”. A ver, él sabía que la hafefobia era el miedo a tocar o ser tocado –Sarah prácticamente se lo había gritado después del incidente con Derek–, pero no sabía que no era sólo al hecho en sí, sino también ante la idea o la posibilidad de ello. Recordó, porque era imposible no hacerlo, su último encuentro con Derek:

Cuando Aidan le había dicho que le había llevado algo y Derek, sin mirar siquiera las malditas flores amarillas o escuchar el ridículo significado profundo de ellas, había dicho cruelmente “¡No me toques!”. Eso había provocado una mezcla de sensaciones y sentimientos en Aidan (frustración, rechazo, tristeza, coraje) porque estaba harto de sentirse sucio, desechable, indeseable; estaba cansado de dejar que las palabras y actitudes de otros le siguieran afectando. Creía que ya lo había superado, pero en ese momento volvió a sentirse como aquel niño pequeño fascinado con su compañerito Mark, que sólo había recibido el rechazo de éste y las burlas de los demás. Fue quizá todo eso lo que lo había hecho reaccionar como lo hizo y prácticamente gritarle sus últimas palabras hacia Derek: —Son flores, Derek. No es como que necesito tomar tu mano para ponerlas en ella. ¿O es que tu fobia también te impide tomar algo que antes estuvo en mis manos?

Ahora, después de lo que acababa de leer, se sentía ridículo. Le había gritado por algo que Derek no podía controlar y ni siquiera había esperado una explicación, simplemente había dejado las flores en una maceta cercana y le había dicho que era para que no tuviera que arriesgarse a entrar en contacto con alguien tan indeseable como él. Le había recalcado que no le importaba si las tomaba o no y que no iba a seguir disculpándose. —Si tú no puedes aceptar que los demás no somos perfectos y nos equivocamos, creo que no hay nada más que yo pueda hacer al respecto. Siento haberte lastimado, Derek, pero no voy a seguir insistiendo. Espero que tu vida se llene de amarillo.

—Soy un idiota —Aidan se quejó en voz alta, dándose un cabezazo contra el escritorio. ¿Por qué le había dicho todo eso? ¿Por qué había reaccionado así antes algo que él no entendía porque no le ocurría a él? Dios, si el mismo hombre del expediente temía y evitaba el contacto de su esposa y sus hijos, ¿cómo Derek no iba a alterarse ante la posibilidad de ser tocado por un extraño? Porque eso era Aidan para él: un extraño.

Negó, molesto consigo mismo. Ignoró la acidez en su estómago y siguió leyendo. Según los expertos no había una razón única para la hafefobia, podía haber diversas causas: desde haber vivido algún suceso traumático (una violación, por ejemplo, o ver a alguien morir), tener antecedentes familiares, padecer otras fobias o problemas mentales, hasta algo tan sencillo como no estar acostumbrado al contacto físico (si tu familia no era tan cariñosa, puede provocarte miedo que invadan tu espacio; un simple apretón de manos o un abrazo puede ser sumamente incómodo e indeseado). Aidan no sabía cuál de todas ellas sería la causante en Derek, pero esperaba que no fuera nada tan triste. Ya suficiente castigo era su fobia, no merecía nada malo en su vida. Incluyéndolo a él, probablemente lo mejor que pudo hacer fue decidir alejarse.

Una persona con hafefobia, según leyó Aidan, puede sufrir trastornos de sueño, de alimentación y de ansiedad; tristeza; aislamiento; sensación de desesperanza e incluso tener picos de agresividad al percibir la posibilidad de contacto físico...

Aidan hizo una mueca. Definitivamente eso describía su último encuentro. Y es que esa agresividad seguramente siempre sería verbal porque una persona con hafefobia no podía defenderse con golpes, así que tendría que hacerlo con palabras. Y Aidan sabía que las palabras a veces dolían más que los golpes.

Según uno de los psicólogos que leyó, los síntomas podían dividirse en tres niveles: físico, motor y cognitivo. En el físico se encontraban las palpitaciones, aumento de frecuencia cardíaca, sudoración, presión en el pecho, malestar en el estómago, mareos, temblores, dificultad para tragar y entumecimiento de extremidades. Todo eso ya era suficiente para que Aidan se sintiera mal, ¿cómo podía alguien soportar todo eso a diario? Pero eso no era todo, a ello se suman los de nivel motor –llanto, morderse las uñas, beber o comer en exceso, movimientos repetitivos, evitación y huida– y los cognitivos –preocupación constante, anticipaciones negativas, obsesiones, falta de concentración, miedo a perder el control, temor a enfermar o morir–. Es decir, un maldito infierno.

Por supuesto que Derek, o cualquier persona con hafefobia, reaccionaría mal si vivía con todo eso a diario. Aidan se estaba poniendo de malas con sólo imaginárselo; así que para alejarse de ese enojo irracional, prefirió buscar consejos para ayudar a algún familiar o conocido. El primero bastó para aumentar su molestia consigo mismo: validación de su malestar y apoyo emocional –es decir, no hacer lo mismo que él y reclamarle por su "reacciones exageradas"–, animarlo a salir de casa y acudir a servicios de salud mental. Decía también que se recomendaba el ejercicio físico ya que ayuda a distraerse y relajarse.

En cuanto a los tratamientos se mencionaba la psicoterapia para «encausar y establecer nuevos mecanismos de afrontamiento a situaciones de estrés y ansiedad para seguir con su vida». Ok, eso tenía sentido, pero el segundo hizo dudar a Aidan: la terapia de exposición que consiste exponer al paciente a la situación temida que le provoca ansiedad o estrés; esto de forma repetida, gradual y bajo sistemática supervisión.

A Aidan eso le parecía cruel, ¿por qué obligar a Derek a pasar por las situaciones que quería evitar? Aun cuando fuera bajo supervisión, no le parecía justo para él. ¿Qué era lo que le hacían? ¿Obligarlo a tocar personas o resistir el toque de otros?

La molestia fue tanta que estuvo tentado a dejar de leer, pero afortunadamente no lo hizo. Siguió leyendo y aprendió que había diferentes grados y tipos de exposición. Entre los tipos estaban: en vivo, imaginación, realidad virtual e interoceptiva.

En vivo: exponer al paciente al objeto, situación o actividad que le genera ansiedad.

Imaginación: únicamente se le pide al paciente que imagine la situación.

Realidad virtual (RV): cuando hay situaciones difíciles de recrear en las oficinas, se usa un entorno virtual generado por un ordenador.

Ese último provocaba menos tensión, lo que hizo sentir bien a Aidan: saber que no necesariamente sería obligarlo a tocar personas o permitir que lo tocaran.

En los grados había: gradual –se sigue una jerarquía, creada por el paciente, que va de menor a mayor miedo para la exposición–; inundación –cuando se le expone primero a las tareas más desafiantes de la lista anterior–; y desensibilización sistemática –diferentes prácticas que inhiben gradualmente la ansiedad hasta romper la asociación entre la imagen estresante y la respuesta de ansiedad–.

Aidan intentó imaginar las terapias de Derek y qué tanto le estaban ayudando, pero entonces recordó que Sarah había dicho que debido a su encuentro Derek había tenido un retroceso. Así que sin importar lo mucho que estuvieran ayudando, Aidan había llegado a arruinarlo todo. “Como siempre”, sonó la vocecita de Sarah en su cabeza.

Aidan estaba abrumado por tanta información y por la culpa. No podía soportarlo más. Miró la enorme pila de carpetas que aún le faltaban y supo que no podía seguir. Ya no le importaba nada. Miró el reloj, apenas iban a dar las cuatro, pero sabía que cerca había una cafetería que abría las 24 horas. Así que dejó todo de lado y salió. Ya estaba cansado. Si Joseph quería despedirlo, que lo hiciera. Quizá hasta se lo merecía.

El problema fue que, después de caminar unas cuantas calles y llegar al lugar, cuando abrió la puerta del local, no hubo ningún alivio. Porque ahí, sentado en la única mesa ocupada, estaba la última persona que esperaba encontrarse.

Estaba por dar media vuelta e irse sin decir nada, cuando esos hermosos y melancólicos ojos grises se encontraron con los suyos.



* * * * *


Derek cerró los ojos con fuerza, sus brazos estaban sobre su pecho con los codos casi juntos, sus manos empuñadas a un lado de su rostro sin saber que hacer con ellas; quería empujarlo, sacárselo de encima, pero ya bastante ridículo se sentía con sus quejas constantes. Había sido él quien había estado insistiendo con Mark, siguiéndolo en cada fiesta y ahora que por fin había aceptado subir con él a la habitación, era una tontería que la única palabra que quisiera pronunciar fuera “No”. Su mente y su cuerpo se negaban, le gritaban que hiciera algo, que lo detuviera.

Pero las manos de Mark subiendo por sus muslos desnudos, estaban provocando un cosquilleo extraño en su entrepierna y sus caderas se arquearon sin su permiso. Un gemido salió de su boca, pero aun cuando su cuerpo no lo obedecía, no era un gemido de placer. Ese “No” estaba luchando por salir y la mano de Mark sobre su boca lo detuvo, mientras la otra separaba sus muslos y buscaba acceso...

Los dedos llenos de lubricante tantearon su entrada y se introdujeron con un empujón brusco. Derek se quejó, así no es como había imaginado su primera vez. Pero Mark debió malinterpretar el sonido, creyendo que lo estaba disfrutando, porque empezó a moverlos dentro, en forma de tijeras para abrirlo más. Su aliento caliente le quemaba cada parte que su boca tocaba.

Derek se estaba ahogando. Sus muslos estaban temblando, no de buena manera. Sus manos se negaban a obedecerlo, no podía moverlas para empujar a Mark. Se sintió húmedo, demasiado y no creía que fuera sólo por el lubricante. Le dolía. Dios, cómo dolía. Sus ojos se llenaron de lágrimas que pronto empezaron a derramarse.

Sólo que el “Sííí” que Mark siempre gruñía en su oído, estaba vez venía de una voz distinta que hizo que Derek abriera los ojos. Las manos cambiaron, eran más grandes y más delicadas, recorriendo sus costados mientras lo penetraban una y otra vez. El peso del cuerpo sobre el suyo también era diferente. Los labios que besaban su garganta no eran los mismos tampoco. Y cuando el hombre que se movía dentro de su cuerpo gimió y se alejó lo suficiente para ver su rostro, Derek no pudo evitar un gemido. Esos ojos marrones parecían sonreírle justo antes de que ambos alcanzaran el climax...

—¡No! —Derek despertó asustado. Había comenzado como el sueño, la pesadilla, de siempre, pero en algún momento se había transformado y Mark desapareció para dar paso a Aidan—. No, no, no —y además estaba dolorosamente duro—. No, no...

Salió de la cama y apretó su pene con fuerza, sin importarle si se hacía daño. Deseándolo incluso. ¿Cómo era posible que estuviera excitado al soñar con el peor momento de su vida? ¿Qué estaba mal con él?

Quizá Mark tenía razón y no había sido un abuso. Mark había insistido en que no lo había violado, porque Derek lo había disfrutado. Él realmente no recordaba haber sentido placer, pero sí se había corrido. Justo como lo hacía ahora en la ducha al revivir su sueño.

Derek se quedó bajo el agua caliente y dejó su frente contra los azulejos. Sintió las lágrimas mezclarse con el agua que caía por su rostro. No entendía qué le pasaba. Parecía estar empeorando. No era la primera vez que soñaba con eso, de hecho era un sueño recurrente. Las primeras semanas habían tenido que medicarlo para que pudiera dormir sin pesadillas. Pero nunca se había despertado excitado por eso. Y mucho menos había cambiado a Mark por otro hombre. ¿Por qué justamente Aidan? Sus manos sobre su cuerpo se habían sentido...

Sólo cuando empezó a temblar se dio cuenta que el agua estaba ya helada. No sabía cuánto tiempo llevaba ahí, pero los temblores no paraban e incluso sus dientes castañeaban, así que debía ser ya bastante. Salió temblando y ni siquiera se secó bien, buscó unos pants flojos y una sudadera holgada. Tomó las llaves de la casa y salió intentado no hacer ruido.

No podía respirar bien y no podía recostarse de nuevo en la cama sin recordar su sueños y aquella noche con Mark. Sus manos apretando con fuerza, su cuerpo presionándolo contra el colchón, su miembro empujando dentro de él, buscando su propio placer y nada más, había gemido en su oído y le había mordido en el hombro cuando se corrió. Ni siquiera esperó o preguntó para saber si Derek también lo había hecho. En cuanto recuperó el aliento, simplemente se había salido de su cuerpo y se alejó de la cama. Cuando Derek no se movió, le había preguntado si estaba bien; se había reído cuando notó sus lágrimas, quizá creyendo que era broma o sin importarle en absoluto. Pero cuando Derek se negó a moverse y no detuvo su llanto, Mark se había enojado y sus últimas palabras antes de salir y dejarlo ahí desnudo habían sido: —Maldito bicho raro. Ni siquiera estuvo tan bueno.

“Bicho raro”. Dos palabras que desde entonces se habían repetido constantemente en su vida. Cada que se alejaba bruscamente de alguien, que temblaba ante el menor contacto, con los ataques de pánico cuando la gente se acercaba mucho... El mismo Aidan se lo había dicho la primera vez que se cruzaron sus caminos. Quizá por eso su pesadilla lo había incluído esta vez. O porque no había parado de pensar en él desde que Sarah había insinuado que era un chico fácil.

Sacudió su cabeza, tratando de despejar sus pensamientos y alejar las sensaciones que estaban llenando su cuerpo. Encontró casi por instinto la cafetería en la que ya lo conocían porque había terminado ahí demasiadas madrugadas. Le gustaba porque estaba abierta siempre, sin importar que casi no hubiera gente a estas horas. Lo que era perfecto para él. Se quedaba aquí hasta que amanecía, se llenaba de café y después, cuando las personas pasaban por su bebida favorita antes de ir al trabajo, Derek se iba. Sin sueño, pero aun así volvía a su cama para que su madre no se asustara al no encontrarlo.

Violeta, la chica del turno de noche le sonrió y asintió, haciéndole saber que en un momento le llevaría lo de siempre. Derek fue a sentarse a una mesa alejada de la puerta, desde ahí vería a todos los que entraran más tarde –¿o temprano?–, eso le daba un poco de seguridad, saber que nadie se le acercaría sin que él lo notara. Se ajustó la capucha de la sudadera y saltó cuando la campanilla de la puerta sonó. Miró irritado al recién llegado, como si todo esto fuera su culpa, pero se congeló cuando sus ojos se encontraron con esos marrones.

No podía ser. ¿Era en serio? ¿Qué hacía él aquí? ¿Lo estaba siguiendo?

Sintió que sus mejillas se encendían al recordar su sueño / pesadilla.



* * * * *


Aidan se congeló e hizo una mueca. Ni siquiera se le ocurrió preguntarse qué hacía Derek solo en una cafetería en plena madrugada. Notó, incluso a la distancia, cómo las mejillas del chico se enrojecían. Seguramente por la molestia que el inesperado encuentro le provocaba.

Aidan suspiró y dio media vuelta. Le gustaba este café y realmente lo necesitaba si no iba a dormir nada, pero no valía la pena. Un café no era razón suficiente para entrar e incomodar a Derek. Estaba ya saliendo cuando escuchó un: —¡Espera!

Se dio media vuelta para encontrarse con que Derek avanzaba hacia él. Lentamente, con precaución. La capucha le cubría el cabello, así que Aidan no supo si volvía a ser amarillo o el color –y su esperanza– se habían desvanecido por completo. No llevaba nada de maquillaje, ni delineador o gloss siquiera. Sus manos escondidas en las anchas mangas de su sudadera oscura. Había ojeras bajo sus ojos...

Aidan dejó de comérselo con los ojos cuando escuchó una pregunta susurrada: —¿Me estás siguiendo?

Puso los ojos en blanco y resopló, pero después recordó todo lo que había leído e intentó controlarse. No tenía que ponerse a la defensiva. Era una pregunta un tanto razonable. Forzó una sonrisa. —Trabajo por aquí y... —estaba por despotricar contra Joseph cuando la chica llamó a Derek por su nombre.



* * * * *


Derek alejó, aunque tuvo que esforzarse para hacerlo, su mirada de Aidan cuando Violeta lo llamó para avisarle que su capuchino estaba listo.

—¿A estas horas? —le preguntó a Aidan que caminó a su lado hasta el mostrador. No pudo evitar que sus cejas se alzaran, recordando las palabras de Sarah—. ¿De qué tipo de trabajo hablamos?

El ceño de Aidan se frunció y lo miró mal, pero no dijo nada. Se volvió hacia Violeta y sonrió ampliamente mientras saludaba y hacía su pedido. Derek puso los ojos en blanco ante el coqueteo de Aidan y regresó a su mesa. Quizá debería irse a su casa, mucho más ahora que Aidan estaba aquí, pero no quería volver y seguramente Aidan volvería a su "trabajo" en cuanto obtuviera su bebida.

Derek hizo una mueca y luego se obligó a tomarle a su café para dejar de pensar en tonterías. Eso a él no debería importarle. Sólo porque él era un idiota que lloraba y se volvía loco ante el menor contacto, no quería decir que los demás no pudieran disfrutar de sus cuerpos. Se quejó cuando se quemó por lo caliente del capuchino y maldijo. Tomó un puño de servilletas y su mirada avanzó sin permiso hasta el mostrador. Aidan ya no estaba, pero Violeta tampoco. ¿Se habrían ido a...?

—¿Puedo sentarme contigo?

—¡Dios! —Derek gritó y derramó un poco del café ante la pregunta inesperada. ¿En qué momento Aidan se había acercado sin que lo notara? Le echó una mirada asesina, pero se arrepintió cuando notó la expresión herida de Aidan.

— Olvídalo. Fue una estupidez. Disculpa, no fue mi intención asustarte. Me voy a ir, de cualquier manera tengo mucho que hacer...

Apenas lo dijo y ya se estaba alejando de la mesa. Derek no supo qué demonios le pasaba, pero se encontró deteniéndolo por segunda vez. —¡Espera! —cuando Aidan simplemente lo miró, tartamudeó la pregunta de nuevo—. ¿Qué trabajo tienes que hacer a esta hora? —se mordió el labio inferior y apretó el vaso con ambas manos, sin importarle lo caliente que estaba. Lo miró fijamente para evitar la mirada de Aidan. Sentía sus ojos sobre él. Se estremeció involuntariamente, su mirada era demasiado fuerte, casi se sentía como si lo estuviera tocando. Pero se negó a volverse loco por eso, no iba a hacer una escenita frente a él de nuevo.

—...una tontería en realidad... —estaba diciendo Aidan cuando volvió a prestarle atención—. No lo necesita y no creo que lo termine. De hecho es más probable que estés hablando ahora mismo con alguien que dentro de... —miró su reloj— unas cuatro o cinco horas ya esté desempleado —le sonrió ampliamente y Derek no entendía nada, porque no lo había escuchado.

—Eemm... —mordió de nuevo sus labios y esta vez sí que notó la mirada de Aidan sobre él, sus mejillas se encendieron de nuevo—. ¿Qué?

Aidan negó. —Nada. Que mi jefe es un idiota y tengo mucho trabajo inútil que hacer. Nos vemos. Que estés bien, Der.

Derek frunció el ceño. —¡No me llames así! —gritó y, sin saber por qué, corrió tras él—. De nuevo, ¿qué es lo que tienes que hacer?

Aidan no se detuvo ni se volvió a mirarlo, pero al menos respondió. —Copiar cientos de expedientes a mano. Porque mi jefe me odia.

Derek creyó recordar alguna insinuación de Sarah sobre su hermano y el jefe de éste, pero le pareció de mal gusto preguntar algo así. Y, en realidad, no era de su incumbencia. —¿A esta hora? —debían ser como las cuatro de la madrugada—. ¿Por qué tantos y por qué a mano?

Aidan se encogió de hombros. —Ya lo dije, mi jefe es un idiota y me odia —de repente se detuvo frente a un despacho legal que estaba cerrado—. Aquí me quedo. Deséame suerte. Espero no arruinarme la mano escribiendo. Si me van a despedir, me gustaría al menos conservar mi cuerpo completo y funcional.

Derek ignoró esa frase sugerente y preguntó. —¿De verdad necesitas copiar cientos de expedientes a mano en unas pocas horas?

Aidan simplemente se encogió de hombros de nuevo, mientras sacaba unas llaves. Y Derek no supo qué demonios le picaba, pero se encontró preguntando: —¿Quieres ayuda?

El corazón le latía con fuerza mientras Aidan simplemente lo miraba en silencio. ¿Por qué demonios había preguntado eso y por qué Aidan lo miraba así?



* * * * *


Seguramente Aidan estaba soñando. Tal vez se había quedado dormido y ahora mismo estaba babeando sobre un montón de expedientes, soñando con Derek.

Con cualquier otra persona se habría acercado a tocarla para asegurarse que era real, pero este era Derek y si es que era real, eso estaba estrictamente prohibido.

—¿De verdad? —preguntó, aunque lo que quería preguntar en realidad era si esto era un sueño o realmente estaba ocurriendo. ¿Y qué rayos hacia Derek en la calle a estas horas?

Derek, maldita sea, se mordió de nuevo los labios; pero respondió tímidamente: —¿Sí? Sólo... Eh... —lo miró como rogándole que no se enojara—, no me toques ni...te acerques demasiado.

Aidan se sintió sonreír, aunque algo dentro de su pecho dolió. Si le hubiera dicho eso hace sólo una hora, se habría molestado u ofendido, pero ahora lo entendía e iba a respetar eso. Validar su malestar y servir de apoyo emocional. —Claro. Gracias.

Los ojos grises de Derek se abrieron con sorpresa, pero hubo una diminuta sonrisa mientras le decía que no era nada. No tenía nada más que hacer.

Aidan abrió, encendió de nuevo las luces y se alejó un poco para que Derek entrara. Le indicó hacia dónde ir y le avisó que tenía que cerrar la puerta. Derek tragó con fuerza, pero asintió.

Aidan se sentó en el escritorio de Joseph y le cedió el suyo a Derek. Le dijo que literalmente sólo tenía que copiar todo el contenido de las carpetas. Derek frunció el ceño, claramente confundido, pero asintió y tomó una para empezar a escribir.

Aidan se moría por preguntarle tantas cosas, sobre su fobia, sobre él, sobre ellos, sobre las malditas flores amarillas, sobre su cabello... Quería acercarse, sentarse a su lado y charlar mientras ambos copiaban información inútil. Pero se contentó con tenerlo relativamente cerca.

Inesperadamente, fue Derek quien unos minutos después rompió el silencio tartamudeando una pregunta: —Tú... Tu jefe... Ah... —sus cejas se fruncieron—. ¿Tienes novio...? ¿O novia? —se apresuró a agregar lo último, como si no quisiera asumir su sexualidad.

A Aidan no le molestó la pregunta ni que asumiera que era gay, sí lo era. Pero encontró divertidísima la pregunta. Se rio a carcajadas antes de poder decir: —¡Dios, no! ¿De qué hablas? ¿Novio? ¡Nunca! Las relaciones no son para mí, querido.

A Derek claramente le molestó la última palabra, pero por alguna razón la dejó pasar. Lo miró intensamente antes de volver a sus papeles, mientras preguntaba: —¿Por qué lo dices así? Hasta pareciera que le tienes miedo al amor...tu propia fobia. ¿Qué tiene de malo?

Mi propia fobia, pensó Aidan divertido. Después su mente vagó y pensó que si él realmente tuviera una fobia todo sería más fácil, así tendría algo en común con Derek y podría acercarse a él. Pero eso era una tontería, la fobia al amor no existe y no es que él le hubiera miedo...

—Sólo no es para mí —murmuró, recordando la mirada de asco y repulsión que el pequeño Mark le había dado a Arturito, el raro.

Pero él ya no era "Arturito", ahora era Aidan, había crecido, era seguro de sí mismo, exitoso, perfecto y no un niño iluso pensando en algo tan ridículo como amor. En cuanto acabara con estos estúpidos expedientes, buscaría a alguien a quien llevarse a la cama. Quizá eso era lo que le hacía falta.







* ~ * ~ *

Hola, ¿cómo están? Sé que este capítulo fue muy técnico en una parte, pero era información necesaria para la trama, para Aidan y ustedes también. Más adelante la van a necesitar y así entenderán mejor. ¿Sabían o se imaginaban todo eso?

Reportense aquí quienes leyeron Amor en Braille y siguen odiando a Joseph: 🙋

¿Qué creen que pase ahora? ¿Qué piensan hasta este momento de Aidan y Derek? 🥺💔

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