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Con el resto de los días, Jeongin no se animaba a hablarle a su madre. Si bien ella le preguntaba algo y él le respondía, se sentía la tensión entre ellos.
Luego de la leve discusión de la mudanza y armar un pequeño drama frente al inmobiliario, Taeyeon esperó a que su hijo se disculpara. Cosa que no ocurrió y aquí se veían los frutos de la situación.
Durante la semana, Kim iba sola a ver la casa y como la iban decorando. Iban a tardar una semana entera para poder mudarse por completo, el proceso de agregar muebles, arreglar y pintar las paredes y así le costaba un buen tiempo.
Por lo tanto, seguirían viviendo en la casa de los Lee.
Jeongin estaba con su celular viendo videos mientras de vez en cuando le mensajeaba a Jisung. Él le estaba hablando de la fiesta de mañana y diciéndole que esperara a ver como sería. Las fiestas de Seungmin eran muy pocas pero eran las mejores.
Estaba solo en la casa, Hyoyeon estaba de guardia en la clínica, Taeyeon en la nueva casa y luego iría a hacer unas cosas, y Minho estaba en la casa de su papá. Esta noche él dormiría solo y, aunque le gustaba aquello, se sentía raro y le asustaba un poco. Primero porque el cuarto de Minho era super pequeño y asfixiante, segundo porque se acostumbró a su presencia y ahora se sentía extraño al estar solo.
Dejó de mirar videos y se estiró en la cama. Vio sus sandalias desparramadas en el suelo, casi debajo de la cama. Chasqueó la lengua y se levantó, tomando su teléfono, y salió del cuarto descalzo para bajar a la primera planta.
Llegó al living y se asomó por la ventana a mirar el clima, estaba un poco soleado y nublado a la vez. No hacía tanto calor pero no corría viento. Fue a la cocina y se preparó una leche chocolatada. Revisó un poco más y encontró unas galletas, sabía que no debía hacerlo pero él no era un buen niño como decían, por lo que se llevó ese paquete de galletas.
Durante el día, solo se quedó a ver películas en el televisor mientras tomaba leche con chocolate y le hablaba a Jisung por Kakaotalk. Era el viernes más aburrido de su vida.
•••♡•••
Hyunjin estaba con sus auriculares puestos mientras estaba encerrado en su cuarto con una hoja apoyada en un libro y un lápiz que se movía rápidamente.
Trazaba líneas formando delicadamente un dibujo que ni él sabía representar.
La música estaba a un volumen bastante fuerte, eran casi las once de la noche y escuchar a su mamá desde su cuarto era lo peor.
No era cuando uno escuchaba a sus padres teniendo relaciones sexuales y se sentía incómodo y asqueado por eso. Escuchar los sonidos que su mamá hacía con su nariz cuando sentía lágrimas caer por ahí, o las quejas cuando se movían rápido, los golpes y la cama moverse bruscamente cuando cambiaba de posición, todo aquello le hacía hervir la sangre y quería darle con un mazo en la cabeza a todos los que tocaban a su madre.
Él también estaba enojado con ella. ¿Por qué seguía haciéndolo cuando lo odiaba? ¿Por qué se quejaba de ser lo que es cuando se las buscaba sola?
Hyunjin no lo entendía, más bien no quería. Era terco y difícil de entrar en razón.
Su mamá no quería esa vida, pero ¿Cómo podía vivir y mantener a su único hijo cuando su nombre estaba manchado en todo Corea? Desde joven solo pudo tener ese "trabajo", si podía llamarlo así. Eran días de tortura y algo que ella todos los días se arrepentía de vivirlo.
No tenía otra opción, la imagen de su hijo era lo único que la hacía aguantar todo el dolor y sufrimiento. Pensar en que Hyunjin tiene todo lo que tiene y nada le faltaba por la buena paga que recibía al dañarse a si misma.
Porque una madre hace lo que sea para poder mantener al hijo que ama.
—Ah-Du-duele...— pudo escuchar cuando hubo una pausa entre canciones.
Cerró sus ojos y apretó el lápiz hasta quebrarlo. Se levantó y abrió apenas la puerta. La casa estaba oscura, solo la luz que ingresaba de la ventana era su única fuente que iluminaba el lugar.
La puerta estaba semiabierta, se asomó muy apenas para revisar que le estaba haciendo. Pudo ver a través de la pequeña abertura de la puerta, el hombre parado frente a ella la tenía de rodillas en el suelo desnuda mientras le pedía que le satisfaciera en cinco minutos. Miyoung le hizo caso y empezó a practicarle sexo oral.
Hyunjin no pudo más de la rabia. Fue a su cuarto y juntó unas cosas, entre ellos su teléfono, un paquete de cigarrillos con un encendedor, su cúter y unas gasas. Guardó su celular en el bolsillo de su campera, los cigarrillos y encendedor en el otro bolsillo, el cúter iba en su mano mientras que la gasa en el bolsillo del pantalón.
Lentamente caminó por el pequeño pasillo de su casa y fue a la puerta. Agarró la llave que estaba a su lado y la abrió . Volvió a dejar la llave colgada y se fue del departamento. Se colocó la capucha negra y bajo la oscuridad de la noche fresca se fue a su lugar favorito y tranquilo.
Por otro lado, quince minutos luego, Miyoung se colocaba una bata mientras que su acompañante se vestía, la besaba y le apretaba las nalgas. Ella hacía muecas de incomodidad pero cuando le veía a los ojos al mayor tenía que sonreír.
Si no quieres otra ronda, sonríe. Esas palabras que le quedaron marcadas de por vida. Las sensaciones en su cuerpo al recordar cada una de las frases le hacían sentir como si fuera una principiante cuando tenía veinte años de experiencia.
El hombre se fue y ella le sonrió hasta que cerró la puerta. Una vez que lo hizo, sollozó. Se recostó contra la puerta escondiendo su rostro en sus manos. Empujó los libros de la cómoda, tiró unos adornos y cerró con fuerzas las cortinas. Se tiró al sillón y empezó a llorar de odio.
Se odiaba a mil, se sentía asqueada, horrible y la peor madre.
Sintió el frío entrarle por la bata y la sensación de desnudez la invadió. Su cuerpo desnudo con una bata arriba y miles de gérmenes de un desconocido viajando por su piel, el dolor en su parte íntima y la culpabilidad de decaer nuevamente en la adicción.
Miyoung estaba en plena oscuridad sollozando. Miró hacia su derecha y esperó a que la puerta fuera abierta y saliera su lindo Hyunjin para abrazarle y decirle que todo estaba bien.
Se burló de ella misma, estaba soñando. Hace años que Hwang no le abrazaba, él ya no era un niño inocente que le diría mami, está todo bien, no llores.
No. Él era adolescente, tenía dieciocho años, era obvio que le gritaría y la trataría mal. Él ya era un hombre y esa inocencia que solía tener fue arrebatada cuando tenía solo siete años.
Se levantó y caminó hasta su cuarto. Tocó la puerta y esperó a que respondiera o le abriera. No hubo nada, creyó que estaría durmiendo o escuchaba música. Abrió la puerta y encontró el cuarto vacío.
Normal. Hyunjin solía escaparse cuando esto ocurría y volvía a la mañana siguiente. Secó sus lágrimas y se acercó a su cama viendo aquella hoja.
La tomó y la miró a fondo. Sintió su corazón romperse al ver su dibujo. Cuando era pequeño, solía dibujar personitas de colores y le escribía arriba mami y Hyunjin, ahora era todo un artista. ¿Cuándo habían cambiado sus dibujos? Es decir, ¿Cuándo fue que maduró tanto?
Dejó la hoja en la cama y se retiró al baño. Se daría un buen baño profundo para quitar sus sensaciones y luego se iría a dormir.
Solo esperaba a que Hyunjin si volviera esa noche.
•••♡•••
Hyunjin estaba en lo más alto de aquella colina sentado mientras tenía un cigarrillo en su boca. No sabía por que fumaba, él detestaba su olor y su sabor, el olor a humo le revolvía el estómago pero aún así lo inhalaba y lo fumaba rápidamente.
Tiró la colilla a lo lejos, caería en algún punto del suelo donde no lo vería por la altura y lejanía. Se quedó mirando al frente mientras admiraba las luces de la ciudad. Todo desde ese lugar se veía tan pequeño y luminoso, como pequeñas esferas amarillas y borrosas que brillaban intensamente y le daba una sensación de tranquilidad.
Tenía su campera arremangada, dejó ver sus antebrazos cubiertos de gasa atadas de extremo a extremo con pequeñas manchas de sangre. Su vista estaba perdida y sus uñas clavando sus palmas. El dolor de los cortes y las uñas le hacían pensar en aquello y relajarse luego de tanto ajetreo en el día.
Estaba cansado, física y mentalmente. No daba más, sentía todos los días que el aire le faltaba, que no podía ver ni sentir nada más que la soledad y el odio.
Miró una última vez el lugar donde estaba. El columpio solitario moviéndose solo por el viento en el cual solía jugar cuando era un niño. Fijó su vista en la estructura y comenzó a pensar un poco. Tenía de soporte ese viento que lo empujaba pero no tenía un propósito, tal vez raramente alguien se sentara allí, algún niño jugaría y se reiría mientras imaginaba que volaba alto. Pero, ¿Cuántas veces ese columpio estaba ahí y no era usado?
Así mismo se sentía él. Tenía dieciocho años y no tenía ningún propósito. Su único soporte eran sus amigos pero, tal cual como un comlumpio, en algún punto lo dejaban. Ya estaba acostumbrado a esa soledad y aún así le seguía afectando.
Volvió a fijar su vista en la ciudad pintada de amarillo anaranjado con destellos blancos e imaginó lo que sería brillar así una vez.
Se quedó así un buen rato hasta que decidiera cuando tornar todo de gris nuevamente.
...
increible, llego a las 99 vistas
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