Realmente saber de ti me tenía sin cuidado a diario. Eras una de las cosas que menos me preocupaba si de problemas se trataba, casi todo lo decías en son de broma y yo no necesitaba retenerte para nada.
Amiga, nunca había tenido que detenerme en mi camino para mostrarme cuan bello era tu destino; comprendías rápido y no era necesario que yo te explicara.
Dime, ¿cuándo fue que mis sentimientos hacia ti cambiaron por completo? Ahora empezabas a preocuparme más que ayer, o antier.

-Siento que soy un desperdicio, no merezco seguir aquí. No necesito esto...

-¡Claro que mereces estar aquí! -exclamé tratando de quitar todas esas ideas paganas de tu cabeza.

-¡No trates de convencerme! -gritaste-, a nadie le importa lo que haga o deje de hacer. Si dejo de respirar, de igual manera, a nadie le importará.

-Calla de una vez -miré tus brillantes ojos que de un día para otro se ha habían puesto mucho más lindos de lo habitual-. Tú no sabes lo que dices, no tienes ni idea de las tonterías que...

Me interrumpiste. -Ah, claro, como tú no pasas por los mismo problemas que yo... ¡Tú no sabes para que cojones estoy en este mundo!

-¡Yo sé para que estás en este mundo! -repliqué-. Por favor, quita esa venda que tiene cegada tu alma, hazlo por mí.

-Yo haré lo que yo crea es conveniente para mí. Y lo más conveniente es... Morir -tomaste esa cuchilla con la que amenazabas cortarte hace unos minutos.

-¡No! ¡Maldita sea! ¿Que acaso no comprendes? -me acerqué y tu mano temblaba acondicionandome no dar un paso más, si lo hacia tu pagarías el precio.

-¡¿Qué debo comprender?!

-Que te amo, maldita sea, te amo. Si hay una razón por la que no deberías hacer esto, es porque te amo.

Me miraste a los ojos y no comprendías, no sabía que no había dejado claro si repetí mi sentimiento tres veces.

-¿M-me amas? -dijiste con voz leve y confundida.

Te miré con mis ojos temerosos, nunca había dicho algo tan sincero en mi vida. Y se sentía bien, aunque realmente no sabía que era lo que pasaba por tu mente. Aún le tengo miedo al rechazo.

-Sí -aseguré arrodillándome delante de ti, mirándote sentada en esa esquina de la cual casi nunca te movías. Te gustaba la soledad pero yo empezaba a sentir la necesidad de compañía-. Amiga, no alejes tu vida de mí, creeme que hoy más que nunca necesito que te quedes. Sé que quieres irte, pero... Quédate, hazlo por mí.

El miedo se adueñaba de la habitación.

Miedo de que tú no fueras a sentir interés por mis palabras.
Miedo a que dejarás de ser esa persona que yo había conocido un día.