Nunca creí que fuese a funcionar. Mirarte de lejos y poco después besarte... eran dos cosas muy distintas.
Que de molestar a ese chico tímido en la banca del parque pasarás a ser su novio no me lo venía venir, si tan sólo el amor nos advirtiera antes de adueñarse de nuestros corazones... Créeme, seríamos un poco más felices, pero aún así, nunca hubiésemos sentido amor de verdad.
Por alguna razón, para sentir de verdad, se necesita un poco de dolor.

Amo que trates de tomar mi mano en la oscuridad, pero... ¿Sabes cuánto quiero gritar lo genial que me haces sentir? Me siento como si estuviese en un juego de damas chinas. Tú vas destruyendo todo a tu paso sin darte cuenta de que yo estoy en el camino. Y no te importa, porque sabes que mientras más perdido y asustado me veas, tienes más oportunidad de manipularme, de la manera en la que sólo tú puedes. Pero te amo tanto, tanto que tengo miedo a perderte.

-¡¿Por qué sigues golpeándome?! -grité. Mi mejilla y mentón ensangrentados, ¿si quiera te importó verme así?

No.

El alcohol ya había llegado lo suficiente a tu cerebro.

-¡Que no soy gay! Joder... -te alborotaste el cabello una vez más en señal de preocupación-, yo... Yo no puedo ser gay. Debo estar mal.

-Nathan, -dije con la poca fuerza que me quedaba para hacerte entrar en razón--, haz bebido mucho hoy...

-¡Cállate mariquita de mierda!, apuesto a que me has drogado en la noche. -replicaste pequeñas frases que dolían como patadas consecutivas en el estómago.

-Nathan... Trata de recordar -susurré, tú no parabas de golpearme y maldecirte por ser gay. Como si sentir amor de esa manera fuera algo repugnante, como si te diese asco querer a alguien de tú mismo género. Dios está en contra de ello, asegurabas.

Desde cuándo cree en Dios me pregunté...

Me tomaste por el cuello cuando mencioné que te amaba, me amenazaste de muerte si volvía a decirlo. Arriesgué mi vida y lo repetí varias veces hasta que caí en el suelo.
La respiración se me estaba dificultando mucho más, sentía mi cuerpo desfallecer pero, sinceramente, por más daño físico que me causaste, el negar que sentías algo por mí me lastimaba mucho más.
Rendido en aquella alfombra en la que juntos solíamos sentarnos a ver TV. Empecé a recordar aquellos momentos en los que tú me amabas de verdad y yo, al igual que tú, te amaba descomunalmente.

-¿Qué quieres de mí? -te pregunté y colocaste un arma en mi cabeza. Tenía miedo.
Solías golpearme e irte a dormir pero esta vez no te detuviste y fuiste mucho más lejos, desafiando así mis expectativas acerca del amor que sentías.

-Quiero acabar con aquella raza enferma... -aseguraste-. Nacieron enfermos, ¡serán rechazados por Dios! Incluido tú... -sonreíste malicioso. -Que te vaya bien en el infierno... Colin.

-Acaba conmigo ahora... -te pedí. Apretaste el gatillo y yo inmediatamente cerré los ojos.

Me había ido de tu lado, desaparecí de la faz de la tierra y de tu corazón. Tanto dolía amarte, tan peligroso había sido... Ahora te observo desde ese lugar al que mencionaste nunca llegaría, te acompaño sin que te des cuenta. Aún te amo, nada de eso ha cambiado.
Pero, por más tonterías que hayas hecho, me lastima verte vagar sin rumbo, fugitivo de la ley; completamente sobrio, admites haberme amado. Yo te amo Nathan, y sé que tú me amas... Pero para valorarme había sido necesario perderme.

Sueñas conmigo por la noche, siempre es el mismo recuerdo.
Tú y yo sonriendo, y de pronto, recuerdas la escena en la que apretaste ese gatillo. Despiertas y lloras desconsoladamente, me acerco a ti rodeando tu cuerpo con mis brazos para mantenerte a salvo y librarte de esa culpa que te carcome el alma. Pero, ambos sufrimos, por la falta que sentimos. Porque aunque te observe en todo momento, no puedo besar tus labios, ni limpiar tus lágrimas. Me siento inútil, y no puedo cambiar aquello.
Porque aunque tenga que esperar años en este lugar para poder volver a sentirte cerca de mí, no me cansaré. No es necesario que digas "Te amo" cariño, lo único que necesito ahora eres tú, y estoy seguro que tú sientes lo mismo.