I
La luz del sol se entrelaza con la de la tarde. Aire inmóvil, suave, muerto. Kylian no sabe qué hora es, qué día. Las sombras fluctúan y él olvida por un momento... hasta que intenta tomar un vaso y ve el vendaje. Opta por volver a olvidar, haciendo un esfuerzo consciente por ignorar sus manos contorsionadas.
En este jardín hay flores, hibiscos rojos, lavanda y jazmín, y más allá varios cactus repartidos entre las rocas. A la cabeza le viene una canción. Una melodía vagamente familiar, a pesar de que él nunca la haya tocado. No es capaz de seguirla hasta el final. Se le escapa. Se desvanece y luego vuelve a comenzar, tras una momentánea interrupción, nuevamente desde el principio.
¿Qué es lo que oyen los sordos? Probablemente no sea solo silencio, no; deben de oír todo tipo de ruidos. Zumbidos, ronroneos, leves bramidos. Susurros, siseos, un murmullo y, quizá, el mar, las mareas de la sangre. Una orquesta soñadora y constante, ensayando lenta y eternamente, en las lejanas espesuras del sistema nervioso.
Se levanta una brisa que le toca por un instante, una mano fantasma, y Kylian se plantea volver adentro. Se pregunta si Jade saldrá esta noche. En realidad a él no le apetece hacer nada, pero si hay algún motivo para ir a algún sitio también le parecerá bien. Vivirá. Eso es lo absurdo.
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