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—Buenas tardes, sr. Park. —la recepcionista lo saludó con una brillante sonrisa.
—Hola, he traído algo de comida para Jungkook. ¿Está en su despacho?
Era la primera vez que se presentaba sin avisar en su lugar de trabajo.
—Sí, pero está en una reunión —dijo tras un breve momento de duda—. No estoy segura de cuándo saldrá.
—No hay problema. Puedo esperarlo en la sala de invitados.
—¿Está seguro? —Sonaba dudosa.
Jimin le aseguró que le parecía bien esperar.
El salón de invitados se encontraba en el extremo de la planta, pero solo llegó a la mitad cuando oyó una voz familiar, una que no pertenecía a Jungkook.
Su paso se interrumpió a unos metros del despacho de Jeon. Los cristales tintados le impedían ver el interior, pero la tensa conversación que había dentro se filtraba a través de la puerta.
—No tienes ni idea de lo que has hecho —el áspero timbre de Park Naun sonó.
El corazón de Jimin se aceleró. ¿Qué hacía ahí su padre un lunes por la tarde al azar?
—Sé exactamente lo que he hecho —dijo Jungkook—. La última vez que apareciste sin invitación, tenías la bandeja. Usaste a mi hermano para llegar a mí. Simplemente he igualado la balanza.
¿Qué había hecho su padre?
—No, no lo has hecho. No los has encontrado a todos. —a pesar de la seguridad con la que hablaba, Naun bajó la voz hacia el final. Un tic nervioso desde siempre.
—Si no lo hubiera hecho, no estarías aquí. Sin embargo, te tomaste el tiempo de tu ocupado día de trabajo para volar a Seúl y verme. Eso ya no grita superioridad, Naun. Grita: patético. —Un pequeño crujido—. Te sugiero que vuelvas a Busan y te ocupes de tu empresa en lugar de avergonzarte más. He oído que le vendría bien algo de ayuda.
Siguió un largo silencio, puntuado por los rápidos latidos del corazón de Jimin.
—Tú eres el responsable de los informes falsos.
—No sé de qué estás hablando. —El tono de Jungkook mantuvo su indiferencia—. Pero parece grave. Razón de más para que te vayas y te pongas al día antes de que la prensa se entere. Ya sabes lo... viciosos que pueden ser una vez que huelen la sangre.
—¡Que se joda la prensa! —La voz de Naun se convirtió en un grito—. ¿Qué mierda le has hecho a mi empresa, Jeon?
—Nada que no mereciera. Hipotéticamente hablando, claro.
Las bolsas de papel se arrugaron en el puño de Jimin. Cada vez le era más difícil escuchar, pero se obligó a esforzarse.
Tenía que saber de qué estaban hablando.
—Jimin nunca te perdonará esto —gruñó su padre. Estaba muy enfadado.
—Estás asumiendo que me importa lo que él piensa —la voz de Jungkook era tan fría que le heló la sangre—. ¿Puedo recordarte que fui forzado a este compromiso? Nunca elegí voluntariamente a mi prometido. Me chantejeaste, Park, y ahora, tu ventaja se ha ido. Así que no vengas a mi maldita oficina y trates de usar a tu hijo para salvarte. No funcionará.
—Si no te importa, ¿por qué no has roto el compromiso todavía? —se burló Naun—. Como has dicho, te han obligado a ello. Lo primero que deberías haber hecho después de deshacerte de las fotos era deshacerte de él.
Un crujido doloroso en el pecho de Jimin ahogó la respuesta de Jungkook. Sus palabras resonaban en su cabeza como una pesadilla atascada en un bucle roto.
De repente, todo tenía sentido.
Debería irse antes de que lo pillaran espiando, pero no podía respirar. No podía pensar. No podía hacer nada más que quedarse allí mientras su mundo se desmoronado a su alrededor.
¿Jungkook había estado fingiendo todo este tiempo?
Levantó la cabeza y vio a un par de hombres que se dieron cuenta de su presencia, eran trabajadores de JeonGroup. Jimin se apresuró en llegar a la salida y bajar las escaleras. Empujó la comida hacia la recepcionista y murmuró algo sobre una emergencia.
Llegó al ascensor y entró a la cabina. Cayó en picado hacia el suelo y, por fin, dejó caer sus lágrimas.
POV JUNGKOOK
—Si no te importa, ¿por qué no has roto el compromiso?
El rojo apareció en mi visión. Dijo deshacerse de él tan fácilmente, como si estuviera hablando de un mueble en lugar de su hijo.
Cómo un pedazo de mierda como Naun compartía genes con Jimin, nunca lo entendería.
Habría disfrutado más de su sufrimiento si la mención de Jimin no hubiera sido una puñalada en mi pecho.
Aislarme de él durante una semana había sido suficientemente doloroso. Oír su nombre en boca de su sucio padre, saber lo que significaba para nuestra relación...
—Nuestra conversación ha terminado. —Esquivé la pregunta de Naun y comprobé deliberadamente mi reloj—. Ya has desperdiciado mi hora de comer. Vete o haré que los de seguridad te acompañen a la salida.
—Esos informes son una mierda. He trabajado durante décadas para construir mi empresa. Tú aún eras un feto cuando fundé Park'sCompany, y no dejaré que un niño nepotista alimentado con cuchara de plata como tú lo arruine.
—Estabas demasiado contento de que ese niño nepotista y alimentado con cuchara de plata se casara con tu hijo. Hasta el punto de que lo jodiste y lo chantajeaste. No me gusta que me amenacen, Park. Y siempre lo devuelvo al triple. Ahora... —golpeé el teléfono contra el escritorio— ¿Tengo que llamar a mis guardias, o eres capaz de salir caminando?
Naun temblaba de indignación, pero no era tan estúpido como para ponerme a prueba. Había irrumpido hace media hora, lleno de fuego y bravuconería. Ahora, parecía tan patético e impotente como lo era en realidad.
Empujó su silla hacia atrás y se fue sin decir nada más.
Apenas tuve la oportunidad de disfrutar del silencio antes de que sonara un golpe.
—Pasé.
Mi recepcionista tenía un aspecto nervioso.
—Siento interrumpir, sr. Jeon. Pero su prometido ha dejado el almuerzo para usted.
Un zumbido de inquietud me invadió y serpenteó por mis venas.
—¿Mi prometido? ¿Cuándo estuvo aquí?
—¿Tal vez hace diez minutos? Dijo que iba a esperarle en la sala de invitados, pero se fue a toda prisa y dejó esto en mi mesa. —levantó dos bolsas de comida para llevar en el aire.
¡Mierda! ¡Mierda! ¡Mierda!
Me levanté tan bruscamente que me golpeé la rodilla contra la parte inferior de mi escritorio. Ni siquiera registré mi dolor a través del torrente de sangre en mis oídos.
—Cancela todo lo que tengo hoy. Voy a trabajar desde casa el resto del día.
—Y... ¿su comida?
—¡Me importa una mierda!
Diez interminables minutos después —ese maldito ascensor se movía a la velocidad de un caracol con morfina— salí del edificio, con la piel húmeda y los latidos del corazón acelerados por un pánico repentino e indescriptible.
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