02
***
El salón de sus padres parecía sacado de una publicación de los muebles más finos del País. Los sofás acolchados formaban un ángulo recto con las mesas de madera tallada; los juegos de té de porcelana se disputaban el espacio junto a las chucherías de valor incalculable. Incluso el aire olía frío e impersonal.
Algunas personas tenían casas; sus padres tenían un escaparate.
—Tu piel parece opaca —su madre lo examinó con ojo crítico—. ¿Has estado al día con tus tratamientos faciales mensuales?
Se sentó en frente de él, su propia piel brillaba con una luminosidad nacarada.
—Sí, madre. —le dolían más mejillas por la forzada cortesía de su sonrisa.
Hacía veinte minutos que había puesto pie en la casa de su infancia y ya le habían criticado por su cabello disque desordenado, sus uñas demasiado cortas y ahora su cutis.
Una noche más en la mansión Park.
—Bien. Recuerda que no puedes dejarte llevar —dijo su madre—. Todavía no estás casado.
Contuvo un suspiro.
Aquí vamos otra vez.
A pesar de su próspera carrera en Seúl, sus padres estaban obsesionados con su falta de novio y de perspectivas matrimoniales.
Y ni que decir cuando les confesó que era gay.
Toleraban su trabajo porque ya no estaba de moda que los herederos no hicieran nada, pero salivaban por un yerno, uno que pudiera aumentar su posición en los círculos de la élite del viejo dinero.
Eran ricos, pero nunca serían dinero viejo. No en esa generación.
—Todavía soy joven —dijo pacientemente—. Tengo mucho tiempo para conocer a alguien.
Solo tenía veintidós años, pero sus padres actuaban como si se fuera a convertir en el guardían de la cripta en el momento en que sonará la medianoche de su próximo cumpleaños.
—Veintidós es mucho. El tiempo pasa rápido y estarás casi en tus treinta años —replicó su madre—. No vas a rejuvenecer y tienes que empezar a pensar en el matrimonio y en los hijos. Cuanto más esperes, más pequeño será el número de citas.
—Estoy pensando en ello... —pensando en el año de libertad que le queda antes de que le obliguen a casarse con un banquero con un número después de su apellido—. En cuanto a rejuvenecer, para eso está el botox y la cirugía plástica.
Si su hermana estuviera allí, se habría reído. Como lo estaba, su broma cayó más plana que una galleta mal horneada.
Los labios de su madre se afinaron.
—Cada vez que sacamos el tema del matrimonio, haces una broma —su voz rerumbaba desaprobación—. El matrimonio no es una broma, Jimin. Es un asunto importante para nuestra familia. Mira a tu hermana. Gracias a ella, ahora estamos conectados con la familia real de España.
Jimin se encogió en el sillón.
—Sé que no es una broma —dijo cogiendo su té, necesitaba algo que ocupara sus manos—. Pero tampoco es algo en lo que tenga que pensar ahora mismo. Estoy saliendo con alguien... Explorando mis perspectivas. Hay muchos hombres solteros en Seúl. Solo tengo que encontrar al adecuado.
Jimin recordó su última cita. Trató de embaucarlo en una sesión de espiritismo para que contactara con su madre muerta y que "lo conociera y diera su aprobación".
¿Un spoiler? Nunca más volvió a verlo. No tenía suerte para esas cosas.
Pero sus padres no necesitaban saberlo.
—Te hemos dado mucho tiempo para encontrar una pareja adecuada estos dos años —dijo su padre de repente—. No has tenido un solo novio desde tu última... relación. Está claro que no sientes la misma urgencia que nosotros, y por eso tomé el asunto en mis manos.
—¿Qué... ¿Qué significa?
Jimin pensaba que quizá las noticias importantes a las que había aludido tenían que ver con la empresa o su hermana, pero...
Se le heló la sangre.
No. No podía ser.
—Significa que he conseguido una pareja adecuada para ti —soltó su padre sin apenas aviso ni emoción visible—. Me costó un poco de trabajo, pero el acuerdo se ha completado.
Jimin dejó caer su taza sobre el plato.
Los matrimonios concertados eran una práctica habitual en el mundo de grandes negocios y juegos de poder, en el que lo matrimonios no eran por amor, sino por alianzas.
Sus padres casaron a su hermana por un título, y sabía que pronto le tocaría a él
Solo que no había esperado que fuera tan pronto.
—Te hemos dejado arrastrar demasiado tiempo, y este partidos será enormemente beneficioso para nosotros. Estoy seguro que estarás de acuerdo una vez lo conozcas en la cena.
Un amargo cóctel de conmoción, temor y horror se deslizó por su garganta.
***
***
Jimin pasó la palma de su manos por su muslo. Sentía la cabeza mareada, pero se aferró a la máscara que siempre llevaba a casa.
Frío.
Sereno.
Respetable.
—Entonces... ¿El Sr. Perfecto tiene un nombre, o solo se le conoce por su valor neto?
—Valor neto por desconocidos. Nombre por amigos y familiares selectos.
Su columna vertebral se endureció ante la profunda e inesperada voz que había detrás de él.
Estaba tan cerca que podía sentir el estruendo de las palabras contra su espalda.
—Ahí estás —su padre se levantó, con un brillo extrañamente triunfante en sus ojos—. Gracias por venir con tal poca antelación.
—¿Cómo podría dejar pasar la oportunidad de conocer a su encantador hijo?
Una pizca de burla manchó la palabra encantador y borró al instante cualquier atracción incipiente que sentía por una voz, de entre todas las cosas.
Jimin había aprendido a confiar en su instinto cuando se trataba de personas, y su instinto le decía que el dueño de la voz estaba tan "emocionado" por la cena como él.
—Jimin, saluda a nuestro invitado
Se puso de pie.
Y giró.
Todo el aire salió disparado de sus pulmones.
Cabello negro y grueso. Piel levemente bronceada. Alto y de buen porte.
Su futuro esposo era devastación metida en un traje. Su presencia era tan poderosa y convincente que se trataba cada molécula de oxígeno en la habitación como un agujero negro que consumiera una estrella recién nacida.
Habían hombres genéricamente guapos, y estaba él.
Su corazón se hundió bajo el peso de su sorpresa.
—Jimin —reprochó su madre.
—Park Jimin, es un placer conocerte —le tendió la mano.
Pasó un tiempo antes que la otra persona la tomara. Una cálida fuerza envolvió la palma de su mano y envió una sacudida de electricidad a su brazo.
—Así lo deduje de las múltiples veces que tu madre me dijo tu nombre —sonrió—. Jeon Jungkook. El placer es todo mío.
¿Era una broma?
Jeon Jungkook.
Directo General del Grupo Jeon, el hombre que había creado tanto revuelo en la gala de "CoreaFundraise Alliance" dos noches atrás. No era sólo un soltero elegible; era el soltero. El escurridizo multimillonario que mujeres y hombres deseaban y nadie podía conseguir.
Tenía treinta y cinco años, era famoso por estar casado con su trabajo. ¿Por qué aceptaría un matrimonio concertado?
—Me presentaría por mi valor neto —dijo—. Pero sería descortés catalogarte como un extraño dado el propósito de la cena esta noche.
Su sonrisa no contenía ni un ápice de calidez.
—Es muy considerado —respondió serio—. No se preocupe, señor Jeon. Si quisiera saber su patrimonio neto, podría buscarlo en Google. Estoy seguro de que la información es tan fácil de conseguir como las historias de su legendario encanto.
Sus miradas e mantuvieron durante un momento cargado. Sólo habían intercambiado un puñado de palabras, pero ya sabía dos cosas.
1. Jeon Jungkook iba a ser su prometido.
2. Podrían matarse el uno al otro antes de llegar al altar.
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