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Capítulo 2-Sueños de Amor y Libertad

Bajo la luz de la luna, estaba Simón Anzoátegui Urdaneta, un joven mago de diecinueve años, de cabello castaño alborotado, contextura delgada, ojos café y que tenía señales de haber llorado mucho; traía puesta una sudadera de color celeste con una capucha de color morado, pantalones deportivos y andaba sin calzado, únicamente con medias blancas. Enfrente de él, el Servant que había invocado, aunque el resultado no era el que había planeado.

—Tienes raras preferencias al haberme invocado —dijo con un tono de voz suave y cautivante—. Aún así, te serviré en todo lo que pueda. Mi clase es Rider y mi nombre es Medusa.

El joven Máster estaba confundido, estaba seguro que la punta de la espada que había utilizado como catalizador era la del héroe Perseo, pero en su lugar había invocado a uno de los monstruos más famosos de la mitología griega. Sin embargo, a sus ojos, no parecía un monstruos.

Por la mañana siguiente, Simón estaba entrenando en su patio trasero con Rider, el chico portaba un sansetsukon, un nunchaku largo de tres secciones de color celeste. A pesar de dar todo su esfuerzo, se le era imposible igualar la velocidad de Rider, la cual esquivaba todos sus golpes sin la más mínima gota de cansancio. A pesar de estar en una gran desventaja, Simón al menos quería acertar un solo golpe, por lo que realiza una finta para que ella salte y antes de que pise el suelo, derribarla de un golpe. Lamentablemente su plan falla y Rider esquiva su arma con un split y lo derriba con un barrido, sometiéndolo una vez que cayo.

—Perdiste, Master —dijo dándole un golpe en la frente con su propia arma.

—¡Au! ¿Eso era necesario? —preguntó, un poco frustrado por haber perdido ante Rider por tercera vez en lo que va de día.

—Ningún guerrero se forma sin recibir dolor —respondió ayudándolo a levantarse—. A veces una persona puede aprender mucho del dolor.

—¿Cómo una persona puede aprender del dolor? El dolor es horrible —se preguntaba Simón.

—Eso tendrá que averiguarlo usted mismo, Máster —dijo dando media vuelta—. Otra cosa, apesta, debe darse un baño.

Simón se ruboriza por la vergüenza antes de salir corriendo al baño, reacción a la que Rider no puede evitar soltar una ligera risa.

Después de un exhaustivo baño y cambio de ropa, Simón se encontró con Rider en la biblioteca de su casa, mirando por la ventaba. Simón recordó un consejo que alguien de su pasado le había dicho alguna: "si quieres socializar con alguien, trata de encontrar algún gusto que tengan en común y parte desde allí".

—¿Te gusta leer? —preguntó para romper el hielo—. Es un clásico, La Ilíada de Homero, pensé que te gustaría por ser de Grecia.

—Gracias, Máster —dijo un poco indiferente y tomando el libro para empezar a leerlo.

Simón se sentó a su lado, con una expresión de preocupación gigantesca.

—Rider... ¿Tú has matado gente antes? —preguntó jugando con sus dedos por los nervios.

Casi como un reflejo, el libro es partido a la mitad por Rider, para el desconcierto de Simón.

—¡Ah!... ¡Lo lamento, Máster! —dijo con algo de pena—. Lo que pasa es que esa pregunta... sí, lo he hecho. En vida tuve que matar a gente que llegaba a mi isla por mis hermanas, maté gente para protegerlas, pero... —Rider se detuvo, sintiéndose avergonzada por contar su oscuro pasado— ¿Por qué esa pregunta?

—Es solo que... Tengo algo de miedo por lo que esta cruzada por el Grial me obligue a hacer —confesó cubriéndose la cabeza con los brazos y las manos—. Quiero cumplir mi deseo, pero... ¿Estaré listo para matar a personas?

Rider le descubre la cabeza, tomándolo de las manos y lo mira fijo, provocando que Simón otra vez esté rojo.

—Dígame Máster, ¿Cuál es su deseo? —preguntó con voz serena, para así calmarlo.

—Qui-quiero revivir a mi tía, Artemis —confesó con pena y tristeza.

—¿Falleció recientemente? —preguntó para que dejara de pensar en la cruzada un momento.

—No falleció, fue asesinada —respondió jugando con las manos de Rider para tranquilizarse—. Mi tía Artemis era una autora bastante famosa, ella me adoptó cuando tenía diez años. Rider, yo nací diferente a los demás y por más que lo intente, jamás seré normal. Todo mundo, incluyendo mis padres me recordaban que era un fenómeno, pero mi tía me trató como una persona normal por primera vez y me apoyó en todo —lágrimas empezaron a brotar de sus ojos—. Hace un año ella fue asesina por un fan enloquecido y desde entonces he estado viviendo solo en la casa que me dejó como parte de la herencia.

Rider secó sus lágrimas y acarició sus mejillas.

—Debe afrontar ese miedo que siente, es la única manera de cumplir su deseo y verla una vez más —dijo con una sonrisa—. Su tía Artemis confiaba en usted, no la decepcione dándose por vencido sin siquiera empezar con esta Cruzada.

Simón sonrió también, Rider le dijo las palabras exactas para que su motivación sea más grande que su miedo.

—Gracias Rider, cuento contigo para que sea así.

En otra parte del país petrolero de Venezuela, una joven mujer miraba el horizonte, sentada en una silla de su patio, dicha mujer era alta, con cabello rizado y alborotado de color negro, ojos café, una camisa manga corta de color blanco, pantalones capri negros y zapatos deportivos, junto a una placa colgando de su cuello. Un hombre en sus sesenta se sienta a su lado, entregándole una taza de café.

—Lamentablemente el café que yo hago no es tan bueno como el que hacía mi esposa —comentó con elocuencia—. Aún así, espero que sea de su agrado, Máster.

—Ah, gracias, Ruler —dijo dándole un sorbo al café—. Te pasaste un poco con la azúcar, pero en general está bien.

—Oh, perfecto —dijo con una risa risueña, para luego reflexionar un poco—. Ruler... Ruler... ¿Qué parte de mí califica como Ruler?

—¿A que te refieres? —preguntó arqueando una ceja

—Los Rulers por lo general son santos y destacan por su imparcialidad, pero al tener un contrato con usted he perdido toda imparcialidad y tampoco soy un santo —explicó pensativo—. Soy lo que podría llamarse como una "anomalía" dentro de esta clase.

—¿Crees que te desempeñarías mejor en otra clase? —preguntó la Máster con curiosidad.

—Analizando mi vida y obras, diría que estoy calificado para la clase Saber, Archer y quizás Caster, pero es el deber de un soldado adaptarse a las situaciones en campo de batalla —dijo acabándose su café—. Con mis habilidades como Ruler y mi gran mente estratega, estoy seguro en un 99% de que cumpliremos nuestros deseos.

—Lo que me lleva a la siguiente pregunta: ¿Cuál es tu deseo, Ruler? —interrogó con una sonrisa pícara.

El Servant se levantó de su asiento y comenzó a caminar de un lado a otro pensativo. Estuvo así durante dos minutos enteros, hasta que finalmente tuvo la respuesta.

—Quiero ser el hombre más libre del mundo —declaró con convicción— ¿Puede creerlo, Máster? Yo, el hombre que más predicaba la libertad, murió en prisión. Pudriéndome en el Penal de la Carraca hasta el fin de mis días sin poder nunca más viajar por el mundo, pero ¡Ya no más! ¡Porque yo, Francisco de Miranda, conseguiré el Grial de la Cruzada y volveré a tener la libertad que tanto ansió! Todo el mundo recordará las palabras de El Americano Universal.

La mujer aplaude ante las palabras de su Servant con alegría.

—Sin duda alguna me gustaría acompañarte en tu viajes una vez que obtengas tu tan querida libertad, ya que cuando ganemos esta Cruzada, ya no tendré nada por lo cual preocuparme —aseguró la mujer de cabello rizado, con una sonrisa confiada—. Mi nombre quedará marcado en la historia, para el mundo seré una heroína sacada de los cómics y yo podré vivir una vida tranquila alejada de todas las cosas absurdas y sin sentido que suceden en este país. Ya no más luchas contra el crimen, ya no más justicia o maldad, ya no más amargarme la vida por un sistema corrupto. Si tú ambicionas la libertad, yo ambiciono la paz.

—Ah, es un deseo tan hermoso, Máster —dijo Ruler, con una ligera sonrisa—. Tal parece que usted y yo tenemos mucho en común. Me alegro tener a una Máster con sueños como usted.

Máster y Servant se quedaron en ese jardín tomando café y conversando sobre temas variados. Dentro de poco, iniciaría la Nueva Cruzada por el Santo Grial.

Los días pasaron y la fecha de la Cruzada había llegado, todos los Másters y Servants tomaron rumbo a la isla donde se daría lugar esta terrible batalla.

En el aeropuerto de Madrid, habían llegado Aguilar y Karna, los dos vestían ropas de sacerdote y esperaban el avión que los llevará a su destino.

—En una hora tomaremos el vuelo —informó Aguilar.

—Estas ropas me son... extrañas —comentó Karna.

—¿En serio? Yo creo que te quedan bien —dijo Aguilar, riendo—. Esto nos ayudará a pasar desapercibidos un tiempo, nadie puede sospechar de los hombres de fe. Excepto los teóricos conspirativos, ¿Sabías que hay una teoría conspirativa que dice que el Vaticano tiene una maquina del tiempo con la cual conoció a Jesús? ¡Hahaha! De tantas cosas que la Santa Iglesia vigila, están muy lejos de la verdad. Aunque si realmente existiera la máquina del tiempo, me gustaría visitar Roma o Grecia en su apogeo ¿Tú adonde irías, Lancer?

—Usted es una persona muy habladora, Máster —respondió con una cara inexpresiva.

—Ah, perdón, ¿Te estaba aburriendo? —preguntó un poco apenado.

—No, para nada, no lo tome como un mal comentario —aclaro el Servant—. De hecho, creo que debería aprender de usted. Me centro mucho en mis pensamientos y olvido que también debo hablar con la gente que me rodea.

—Cada quien tiene su forma de ser, no tienes que forzarte a cambiar de inmediato —dijo, dándole una palmada en el hombro—. Estoy seguro que ha medida que nos volvamos más cercanos como amigos, te volverás más abierto conmigo.

—¿Amigos? —preguntó intrigado.

—Tu y yo no somos solamente Máster y Servant, somos amigos, Lancer —dijo con una sonrisa.

Karna sonrió cabizbajo por esas palabras. 

—Ah, mira Lancer, un puesto de comida, compraré algo para los dos —dijo levantándose.

—No hace falte que haga eso, Máster —dijo Karna, aún perplejo por la personalidad tan extrovertida de su Máster.

—Tonterías, debemos comer bien para prepararnos para la pelea —dijo con una sonrisa de oreja a oreja—. Sé que en la India no comen vacas, así que pediré algo con cerdo para tí.

Pese a que para Karna le resultaba sorprendente el como Aguilar puede ser tan abierto con la gente, también le gustaba pasar el rato con él. Le enseñó a jugar videojuegos, a jugar baloncesto, entre otras cosas. Aunque Karna, por su habilidad personal Discernimiento del Pobre, notaba la oscuridad que había dentro de su Máster, esto no se refería a su maldad, sino al dolor que cargaba en sus hombros cual cruz. Desde que notó todo eso, se preguntaba ¿Cómo ese dolor se relaciona a las cicatrices que tiene en las muñecas y en la frente? ¿Quién se las hizo? Por puro respeto hacia Aguilar, decidió esperar a tener más confianza como él le había dicho para preguntarle el origen de tanto daño.

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