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34| COMPROMISO INDESEADO

Las calles de Sirgo, al igual que las de Nagdum, se notaban entristecidas, y no era debido al fuerte invierno que arribó con brutalidad en las tierras del continente, sino, por la dolorosa pérdida de la madre de estado, Lee YeJi, consorte real del pequeño reino al sur de las montañas, esposa del rey Lee JungJin y hermana de su majestad, el rey Jeon, quien había comandado el grupo de búsqueda en cuanto se enteró de aquel atraco en medio de la carretera que unía a las dos naciones.

Después de semanas enteras bajo las feroces tormentas invernales, ambos reyes por fin se dieron por vencidos; pues el carruaje que la transportaba había quedado a la deriva de un cañón con caída mortal, sus pertenencias fueron vilmente robadas, y no había rastro alguno de su cuerpo, no había indicios de lucha, o alguna pista que los guiara a su paradero; aunque esperaron recibir algún llamado de rescate, nadie los contactó, y no volvieron a saber nada sobre la reina.

En ese momento, y bajo un mutuo acuerdo entre los monarcas, se celebraba el funeral simbólico de YeJi dentro del palacio de Sirgo, en el que sus seis hijos asistieron junto a su padre, quién no mostró algún sentimiento tangible aún estando frente al féretro vacío de la mujer que fue su esposa por catorce años, su compañera desde su adolescencia y quién le dió la vida a su sagrada descendencia.

Jungkook por su parte, se encontraba en un estado crítico, donde la ansiedad y remordimiento le abrían la piel desde sus centros; pues, al igual que en aquel abril, la culpabilidad lo perseguía. Fue él quien le ordenó partir cuánto antes de sus tierras y tan solo horas antes de ver su carruaje abandonar las murallas de su castillo, la había golpeado e insultado, humillado y rebajado a nada, como si su frágil corazón jamás hubiera tenido la habilidad de sentir, como si no hubiera ya sufrido lo suficiente al entregar su vida por una nación a la cual no pertenecía.

Quizás ese era su castigo por su actuar tan egoísta. Tal vez las personas que más amaba debían perecer a causa de todo el daño que le ocasionó al doncel de su vida.

Un músico traído desde Nagdum deleitaba el luto de los presentes, pero no fue su cántico celestial el que provocó una oleada de emociones catastróficas en ellos, sino que su llanto fue provocado al ver al hijo mayor de YeJi aferrarse con insistencia al ataúd lleno de piedras.

Incapaz de regular sus emociones a flor de piel, y no comprendiendo realmente lo que significaba viajar al más allá, Lee HyunWoo intentaba con fervor hacer que su madre despertara, pues, a pesar del poco acercamiento que se les permitía, el infante la adoraba por el simple hecho de saber que había sido ella quién lo trajo al mundo, por todas las veces que lo defendió frente a su padre por alguna travesura, o esas noches en las que le permitía dormir en su lecho para sentirse acompañado. A sus diez años de edad, el joven heredero sentía que le habían arrebatado su más hermoso tesoro, y no estaba listo para afrontar la vida sin su guía, sin voz, sin su compañía. No podía, ni quería aceptar que su madre no regresaría a su palacio como lo había prometido antes de partir.

¿Por qué se la habían arrebatado?

¿Es que acaso no sabían cuánto la necesitaba?

-¡Madre!-, sus sollozos retumbaron melancólicos por todo el salón, sus mejillas ya se notaban enrojecidas por todas las veces que intentó limpiarlas con la manga de su abrigo, y pataleo, luchó y se aferró a ella cuando sus nanas intentaron apartarlo del ataúd. ¿Por qué no le permitían estar con su madre? ¿Por qué seguían arrancándolo de su lado?-. ¡Majestad! Por favor, dígale a mi madre que despierte-, aquella súplica era dirigida a su padre, quién suspiró con evidente fastidio por su arrebato, negando con la cabeza y dándole una mirada de advertencia que se atrevió a pasar por alto para girarse a mirar en dirección al hombre que conocía como su tío. Jungkook lo miró al instante, dándole una mirada compasiva, pidiéndole disculpas por medio de gruesas lágrimas saladas por haberle arrebatado a su madre; pero nunca esperó que HyunWoo corriera hacía él, y mucho menos que se aferrara a sus piernas con tanta desesperación-. ¡Majestad! Es usted el hermano de mi madre, tráigala de vuelta. La extraño, dígale que despierte por favor.

Sin saber que hacer o cómo actuar, el azabache buscó con la mirada el rostro afligido de su esposo, quién fue a su rescate en cuanto vio al rey JungJin levantarse de su asiento.

-Su alteza-, lo llamó con dulzura, acariciando sus cabellos castaños ahora humedecidos por el sudor de su esfuerzo-. ¿Puede mirarme?-, el niño asintió esperanzado a qué el doncel lo ayudará, pues veía en él algo mucho más que oscuridad, algo parecido al calor maternal que le acaban de arrebatar, y se sintió protegido por las caricias dejadas en su rostro-. Su madre no volverá, pero puedo asegurarle que se encuentra en un lugar mejor, ella ya no sufre más, y nunca más lo hará.

-¿Ya no llorará más?-, le preguntó en un susurro que desgarró el corazón de Taehyung.

-No lo hará-, le aseguró dándole una sonrisa-. Ahora eres tú quien debe cuidar de tus hermanos. Ellos también perdieron a su madre, debes consolarlos, ser fuerte para ellos. ¿No es lo que ella querría?

-Pero yo la quiero, quiero mucho a mi mamá... Ella me prometió que volvería, pero no me permiten verla, yo quiero verla una vez más, quiero a mi mamá.

Y Taehyung quiso decirle que ella también lo amaba, pero sabía que no era cierto, pues después de ayudarla escapar pudo ver una sonrisa sincera en su rostro, una que jamás vió, pese al tiempo que compartieron; porque él mismo había odiado a su propio hijo solo por la sangre que corría por su cuerpo. Jeon YeJi había sufrido mucho más de lo que él hubiera podido soportar, y ciertamente no creía que ella los extrañaría tanto como lo harían ellos.

-No llores más, pequeño príncipe valiente, eres demasiado joven para dejar que el mundo te rompa.

Agradecido por su consuelo, HyunWoo se acurrucó en su pecho, y lloró entre sus brazos maternales todo el dolor que le oprimía el corazón; encontró en él el calor que su madre poco le brindó y se quedó perdidamente dormido, arrullado por sus murmullos y suaves caricias.

-Llévenlo a su habitación-, ordenó Jungkook a un grupo de sirvientes que se encontraban alrededor del salón, pero Taehyung los detuvo tras ponerse de pie, aún con el cuerpo del niño en sus brazos-. Debes descansar, YeonJun te necesita.

-El príncipe Lee también me necesita. Mi hijo me tendrá a su lado toda la vida, HyunWoo ha perdido a su madre, al menos le debo mi consuelo.

Sus palabras poseían un trasfondo al que era ajeno; Jungkook no era capaz de imaginar que había sido Taehyung quién logró retirarle los grilletes a su hermana, pues su mirada era dulce e inocente, él era un doncel que, desde su perspectiva, no podría orquestar un plan como ese. Pero definitivamente estaba equivocado. El dulce castaño había organizado un escape eficaz, y borró las huellas de su traición con ayuda de Hoseok.

Taehyung era mucho más letal de lo que cualquiera pudiera pensar, y aquello había quedado grabado en su memoria.

[...]

Suspiró lleno de satisfacción por las sensaciones que recorrían su cuerpo, sus ojos se pusieron en blanco y ahogó su grito en la parte alta del diván forrado en terciopelo blanco en el que decidieron tumbarse más temprano.

Debía ser silencioso, no podía darse el lujo de dejar en evidencia lo que ocurría en aquel salón; pero le era imposible acallar sus gemidos cuando Jungkook arremetía sin piedad alguna en su interior, cuando lo besaba con tanta pasión, cuando lo sostenía con tanta posesividad con tanto miedo de perderlo.

Unos cuantos besos más sobre la sensible piel de su nuca, otras tantas embestidas empujadas con brutalidad en la profundidad de sus centros y sintió el tibio líquido seminal derramarse por los bordes de su entrada, llenándolo al tiempo que la mano del monarca se movía sobre su propia erección, buscando que al igual que él, llegará a la cúspide del orgasmo. Y logró, pero debido a la recurrente actividad sexual que mantenían desde que el azabache inició su luto, hace algunas semanas, no brotó prácticamente nada.

Jadeante y satisfecho, Jungkook dejó cariñosos besos sobre sus cabellos húmedos, antes de salir con lentitud del cuerpo cansado de su lindo doncel; caminó como bien pudo con sus pantalones a las rodillas por la extensa habitación de su nuevo despacho y tomó algunos pañuelos de tela para limpiarse. Una vez que terminó su tarea, ayudó a Taehyung a vestirse nuevamente, pues el castaño temblaba de frío y sus piernas habían perdido la fuerza para mantenerse de pie.

-Esto es preocupante-, se burló el doncel una vez que se acomodaron en el cómodo diván, muy apretados, pero abrazados en un intento por darse calor, pues el invierno seguía latente, frío a pesar de las flores que comenzaban a asomarse por las finas capas de nieve apenas derritiéndose-. Dejará inválido a su consorte.

Jungkook soltó una melodiosa risa para él, la primera desde que su atuendo volvió a tornarse negro, y acarició su rostro con devoción y amor.

Era cierto que la partida de su hermana le dolía hasta la médula, el rencor que sentía por sí mismo ocupaba gran parte de sus pensamientos, pero Taehyung lo había ayudado a olvidar, lo hacía sentirse vivo y con un propósito para no dejarse vencer por la angustia. Era todo lo que tenía, su pequeña familia le daba valentía para levantarse cada mañana y enfrentar la tempestad del invierno; Taehyung y su hijo se habían convertido en su todo, y estaba agradecido por tenerlos de vuelta.

-Me he convertido en una bestia. La sed de mi alma solo puede ser saciada con el valle de tu cuerpo. Eres tú, mi hermoso pétalo de jazmín, en lo único que pienso, lo único que quiero. ¿Soy un pecador por desear perderme en tu piel?

-¿Su majestad se ha convertido en un poeta?-, inquirió con una sonrisa, impulsandose a capturar entre sus dientes su labio inferior de manera juguetona-. En ese caso, me encantaría ser su musa.

-No más formalidades, por favor. Soy tu esposo. Cuando estoy a tu lado no deseo ser un rey, solo quiero ser tuyo.

-¿Eres mío?

-Soy tan tuyo que incluso mi piel se siente ajena. ¿Tú eres mío?

-Todo de mí te pertenece desde el primer día...

Los párpados del azabache se achicaron en una fina línea, buscando la mentira en sus palabras, pero era más que evidente que Taehyung lo amaba, en verdad lo hacía, pues el brillo singular en sus pupilas había vuelto, y era cada vez más intenso, más radiante cuando se encontraban envueltos en momentos como esos, en los que decidían dejar sus responsabilidades en el olvido para besarse, para abrazarse, para conocerse y amarse. En esas semanas habían progresado a pasos agigantados en su relación; era todo lo que había deseado, su versión joven se regocijaba por haber cumplido su palabra, por tener a ese dulce niño abrazado a su torso con fuerza, por ser motivo de sus sonrisas, por ser el receptor de su amor, y saborear sus dulces besos.

-¿Puedo hacerte una pregunta?-, le pidió cuando Taehyung se escondió en su pecho, y sintió como éste asintió-. ¿Por qué le pusiste ese nombre a nuestro hijo?

Nuestro hijo.

Por qué siempre sonaba tan bien?

El castaño apenas y lo miró antes de encogerse de hombros.

-No lo sé-, respondió quedito, mirándolo antes de encogerse de hombros-. Me ha parecido lindo desde siempre. Cuando nació fue el primer nombre que se me cruzó por la mente.

-No me recuerdas, ¿Verdad?

-¿A qué se refiere?

-Aquel invierno hace quince años, escapé del palacio con unas cuantas monedas en mis bolsillos y una capa que apenas lograba cubrir mi pecho. Realmente estaba decidido a abandonar mi hogar y deslindarme de mis responsabilidades como heredero-, comenzó a contarle dejando que su mente viajará al pasado, pero recordando también, que se mantenía vivo y en el presente, pues en un intento por mantenerse cuerdo recorrió con lentitud el rostro ajeno con la yema de sus dedos, hasta entrelazar sus manos por debajo de la fina manta que los cubría-. Sí te soy sincero, jamás me sentí cómodo con la idea de gobernar, de convertirme en un tirano al igual que mi padre y su padre antes que él; pero no tuve elección, yo jamás tuve elección. Cuando mi hermana fue comprometida con el rey Lee, la impotencia se apoderó por completo de mi razón, mi corazón estaba desangrandose por la idea de ver a YeJi partir, ella fue mi única compañía, mi hermana y mi amiga; jamás conviví con otros niños porque no lo tenía permitido, así que fue abrumante saber que la arrebatarían de mi lado; y huí, tomé lo que creí necesario y corrí tanto como pude hasta que finalmente me perdí-, su voz era pausada, e iba volviéndose más melancólica a medida que continuaba con su relato. Incluso estuvo a punto de llorar, pero no lo hizo, no cuando Taehyung lo miraba con tanta expectativa, abierto a escucharlo y sanar esa herida que seguía dándole malos ratos-. Llegó un punto en el que creí que moriría enterrado bajo la nieve, devorado por algún animal escondido entre la maleza, pues ya era de noche cuando estuve a punto de rendirme, cuando mi cuerpo estuvo al borde del colapso, pero la diminuta mano de un extraño y osado niño se posó sobre la mía y me devolvió las ganas de seguir adelante, de volver a mi hogar y cumplir con mi palabra, pues me hizo prometer que me casaría con él, y que lo convertiría en un príncipe-. Aquello provocó que Taehyung riera, pero seguía confundido por la anécdota, quizás un poco dolido por saber que no solo fue MinJi quien cautivó al azabache, sino que había un intruso más que lo había enamorado incluso cuando su corazón era puro el ingenuo-. Fuiste tú, Taehyung, tan pequeño e inocente, pero con una realidad incluso más cruel que la mía. Eras solo un niño cuando fanfarroneaste frente a mí por saber leer a tus cuatro años de edad, y me brindaste calidez pese a no querer presentarte formalmente ante mí. YeonJun fue el nombre que me diste para ocultar tu verdadera identidad, y te amé, admito que lo que hice, pero las circunstancias me hicieron tomar caminos y decisiones de las que ahora me arrepiento, pues pude evitarte tanto dolor, tanto sufrimiento... ¿No lo recuerdas?

Aunque le hacía sentido su relato, Taehyung no podía asegurar que aquel suceso hubiera ocurrido realmente. Piensa que quizás su infancia fue tan dolorosa que no logra recordar la mayor parte de ella; pero si Jungkook decía la verdad, entonces ese otoño en el que se conocieron no fue realmente su primer encuentro, y el nombre de su hijo cargaba con un significado mucho más profundo.

Su cuerpo lo recordaba, su memoria lo reconocía.

-Te amo más de lo que puedo expresar, y ahora sé, que nuestro destino ha sido estar juntos; encontrarnos una y otra vez hasta por fin poder liberarnos de las cadenas de nuestro pasado-, le dijo con los ojos acuosos, sonriéndole bonito antes de volver a besarlo con necesidad, pretendiendo agradecerle por recordar un momento que había escapado de su memoria, pero que, sin lugar a dudas, atesoraría por siempre en su corazón-. Soy tan feliz ahora, estando así, contigo a mi lado, amándote y teniendo la certeza de que me amas de vuelta. No cambiaría esto por nada, y tengo miedo de que sea un sueño, me aterra la idea de despertar y que no te encuentres a mi lado.

-Te prometo mi amor, que permaneceremos así por el resto de nuestras vidas.

Seguido de ello, más besos y sonrisas juguetonas llenaron el espacio, hasta las ya conocidas y escandalosas risas resonaron en el interior, avisándoles que los siete diablillos -como eran llamados por ellos-, se acercaban. Ambos escucharon como las puertas de todas las habitaciones juntas a esa, eran abiertas en su búsqueda, hasta que finalmente llegaron.

-¡Ya los encontré!-, gritó eufórico HyunWoo una vez pudo divisar a los monarcas recostados en el diván, dándole aviso a sus hermanos de que la misión había llegado a su fin-. ¿Por qué se esconden de nosotros?

Taehyung soltó una risita cuando la manta con la que pretendía ocultarse de los príncipes fue retirada por Jungkook. Su hijo se veía bastante incómodo en los brazos de su primo, removiendose inquieto y desesperado por escapar de su prisión humana para correr a los brazos de sus padres cuando distinguió sus rostros; pero pese a ese gesto molesto, a ambos les pareció adorable, pues HyunWoo se había ensimismado en cuidar de él como si fuera uno más de sus hermanos, lo trató igual que todos ellos al notar que el infante lloraba a mares cuando sus nanas intentaban hacerlo comer o caminar. Y por supuesto, para intentar distraerse del dolor que sentía.

Durante esas semanas de luto, habían cambiado muchas cosas, comenzando por la estadía de los príncipes de Nagdum en el palacio de Sirgo. Jungkook le había casi rogado a su cuñado que los dejara quedarse hasta que la primavera llegara; argumentando que viajar con seis niños en la carretera era bastante peligroso, pues las tormentas continuaban azotando sin piedad el suelo de sus tierras, y el más pequeño de ellos, HyungSik, quién solo tenía un año más que YeonJun, podría enfermar de gravedad al exponerlo a un tiempo tan frío. También, estaba el hecho de que todos resentian la muerte de su madre, y encerrarlos en las paredes que guardaban tantos recuerdos con ella, no sería beneficioso para ninguno.

Lee JungJin aceptó no muy convencido al inicio, pero cualquier rastro de duda fue eliminada de su rostro cuando sus hijos se arrodillaron ante él con expresiones suplicantes. Pese al terrible esposo y hombre que era, jamás fue un mal padre; por supuesto que era estricto y en algunas ocasiones llegaba a ser intimidante, pero su naturaleza consentidora salía a flote cuando todos sus niños le pedían algo.

"Los quiero de vuelta en casa al llegar la primavera".

Lo había dicho con advertencia para Jungkook antes de perderse entre los muros del castillo que custodiaban la frontera, y el azabache no rompería su palabra; pues, aunque le agradaba la idea de estar rodeado entre tantos niños, sabía que debía dejarlos partir. No podía aferrarse por siempre al recuerdo de su hermana en ellos.

-Un rey nunca se esconde. Taehyung y yo teníamos cosas que hacer-, respondió Jungkook para su sobrino mayor, quién le lanzó una mirada desdeñosa.

-¿Recostados en el sofá?-, reprochó arqueando la ceja. Taehyung no pudo evitar sonrojarse por el recuerdo de hace solo unos momentos atrás, pues parecía que el niño comprendía lo que había ocurrido entre ellos, o eso le pareció hasta que volvió a hablar-. ¡Quiero unirme a ustedes!

En ese instante, antes de que pudieran protestar, los príncipes restantes aparecieron jadeantes en la habitación. Todos llevaban ropa extremadamente abrigada para llevar dentro del acogedor lugar, por lo cual, y debido a su recorrido por el palacio, tenían las mejillas sonrojadas y un caliente sudor resbalaba por sus frentes. Se veían exhaustos, pero no tanto como JungSuk, quién fue el valiente que cargó con la responsabilidad de cuidar de HyungSik, llevándolo en su espalda para agilizar la búsqueda.

-Tío majestad, lo estuvimos buscando toda la mañana. ¡YeonJun quiere ir a montar!-, está vez habló SeoJun, el príncipe que le seguía en edad al heredero, pero que era ligeramente más alto que el mayor.

Jungkook estalló en carcajadas por la expresión molesta que su hijo le dio a su primo. Con pesar, se sentó correctamente en el acolchonado mueble que fue testigo de una ronda alocada de placer, y extendió los brazos para que YeonJun finalmente pudiera escapar de HyunWoo.

Esa era otra de las tantas cosas que habían cambiado, pues el pequeño príncipe azabache ya no se mostraba renuente a compartir tiempo con ninguno de sus padres. Jungkook dormía a su lado casi todas las noches, e incluso le había regalado un cachorro de raza grande para ganarse un poco de su cariño, que fue floreciendo gracias a las horas de juegos que compartían durante la noche.

Ambos estaban aprendiendo a ser una familia, y parecía que todo estaba yendo de maravilla.

Cuando el mayor de los Lee colocó en el suelo al heredero de Sirgo, éste corrió como bien pudo para fundirse en los brazos de su padre, quién lo besó incontables veces para hacerlo reír, y eliminar así esa expresión de reproche por mantenerse preso entre los alborotadores de sus primos.

-Dudo mucho que mi bebé les diera la idea de ir a montar-, intervino Taehyung con diversión, uniéndose a las caricias y besos que Jungkook seguía dejando en el rostro de su hijo.

-¡Yo no miento-, exclamó SeoJun-. YeonJunie, diles que es verdad.

Pero el aludido no respondió, pues apenas y lograba balbucear algunas palabras sólo comprensibles para sus progenitores, y se encontraba tan molesto que simplemente se giró a darles la espalda.

Pequeño príncipe orgulloso.

-No pueden ir a montar-, les dijo Jungkook con autoridad cuando notó que comenzaban a hacer berrinche-. El clima no lo permite aún, pero cuando la nieve se derrita lo haremos.

-Pero nos iremos en primavera-, respondió HyunWoo cuando YoungJae, el príncipe de seis años, le susurró algo al oído-. ¡Tío alteza, ayúdenos, por favor!

Taehyung negó, y vio como todos abultaron un lindo puchero.

-Hace bastante frío afuera, su majestad tiene razón; pero les prometo que iremos a montar a caballo antes de que se vayan. ¿De acuerdo? Hoy pueden ir al patio y hacer muñecos de nieve.

Llenos de alegría y victoria por conseguir salir, los príncipes gritaron eufóricos, y todos ellos corrieron a besar las mejillas del doncel en agradecimiento.

-No quiero tener más hijos-, susurra el doncel para Jungkook, una vez que el escuadrón Lee salió de la habitación.

-Yo quisiera otros siete de estos-, le respondió alzando ligeramente a YeonJun, quién se mantuvo entretenido con el moño desalineado que adornaba su camisa.

-No conmigo, Jungkook. No conmigo.

Ambos se ríen por ello, se besan y comparten un momento agradable en compañía de su hijo antes de ponerse a trabajar. Jungkook tenía una nación entera en crisis por la escasez de alimentos, y un proyecto en marcha que lo implicaba a él, y al Duque Kim con respecto a las minas. El culpable de aquel infame robo seguía sin dar la cara; por lo cual, habían decidido actuar con cautela para no alertar al ladrón. Taehyung además de ser un padre dedicado y amoroso, también comenzaba a trabajar las propuestas que fueron aprobadas por la corte, donde dedicaba gran parte de su tiempo en los planos de un internado educativo solo para donceles y mujeres de su reino.

Tan sumergidos estaban en su burbuja de amor, que no escucharon los toques en la madera, y fue solo cuando el guardia de que custodiaba la puerta se paró frente a ellos que notaron su presencia.

-Su majestad-, saludó el hombre con un tono sereno, inclinando la cabeza hacia el príncipe y el consorte-. El Conde Kang solicita una audiencia urgente con usted.

-Dígale que las charlas del consejo son por la mañana, no lo atenderé.

-Se trata de su hija, al parecer el Duque de Céndia ha manchado su honor...

[...]

Hoseok había perdido completamente la razón, y todo por amor, por un amor unilateral que fue más que evidente desde el inicio. Podía sentir como su corazón era estrujado por las malévolas manos de un hombre que lo observaba con el brillo de la victoria expandiéndose en sus pupilas.

Lo odiaba. Lo odiaba con locura.

¿Por qué el destino había actuado con tanta crueldad hacía él?

No lo entendía, por más que lo intentaba no lograba comprenderlo.

¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?

Él sabía perfectamente que amar a un ser prohibido lo llevaría a la ruina, pero, aún con todas esas señales que le advertían un futuro perecedero se arriesgó, y lo amó con tanta devoción que en ese momento sentía sus entrañas contraerse, porque la imagen de Taehyung siendo amado por alguien más que no era él, le parecía repugnante; la sangre le hervía cada vez que Jungkook osaba posar sus impuras manos sobre el divino cuerpo de su más grande amor, pero, no era el rey quien provocaba un incendio en su pobre alma, sino Taehyung, por recibir con gusto sus caricias, por dejarse besar por esos labios que habían roto promesas de amor, por dejarse amar, y amarlo de vuelta, a pesar de haberle arrebatado la vida.

¿Por qué?

¿Qué le había faltado?

Le entregó todo de sí, le dio seguridad, y amor, lo llenó de besos y curó las heridas que él no provocó; incluso había aceptado compartir su amor con otro hombre que desde que lo conoció jamás le dió buena espina.

Borracho de amor y con su nariz perdida en el fondo de una cara botella de vino, el Gran Duque de Céndia lloraba con rabia en un rincón de la casa de apuestas más concurrida por la élite Sirgana; sollozando, hipando, y gritando ante el remolino de emociones atascadas en su interior.

Él no era un buen bebedor, de hecho, consideraba el sabor del licor bastante desagradable; pero recuerda vagamente que su tío le dijo alguna vez que no había mejor manera que olvidar el calor de un amor perdido que embriagarse hasta inconsciencia, y justo eso estaba buscando, perder la capacidad de pensar, de sentir, de amar...

Amar a Taehyung era un eterno calvario, similar a quebrarse los huesos por propia voluntad. Amarlo le dolía, y ya no podía soportarlo más.

Todo lo que estaba ocurriendo lo superaba por mucho, pues Jeon Jungkook no solo le había arrebatado nuevamente el amor de Taehyung, sino que también, a su hijo, porque YeonJun, a pesar de no llevar su sangre ni apellido, era su hijo. Él lo vio nacer, fue el primero en sostenerlo entre sus brazos y lo amó desde el primer instante con una intensidad avasallante.

Ahora lo había perdido todo, y no estaba listo para asimilarlo.

En algún punto de la helada noche, el Duque decidió prestarle atención a su alrededor, encontrándose con todos esos caballeros nobles que tan bien conoce, moverse exasperados alrededor de las mesas de póker traídas desde el continente europeo, jugando y perdiendo la cabeza cuando el azar les da una mala jugada. Algunos pierden importantes propiedades otorgadas por el rey, otros tantos, incluso apostaron su título. Hay discusiones candentes que terminan en golpes, pero también hay risas y unos cuantos jadeos expulsados por aquellos seres imprudentes que distan de decoro.

Era su primera vez visitando un establecimiento de esa calaña, pues, la bendita, fue inaugurada durante la primavera, y, en ese momento con el peso del mundo a cuestas, Hoseok no tuvo la energía suficiente como para pensar en poner un pie en ese lugar.

Soltando algunas risas burlonas al ver a los caballeros perder el recato, el castaño sintió la presencia de alguien sentarse a su costado; al inicio no le prestó atención, pues esperaba que fuera uno de sus compañeros del ejército, o, algún noble que esperaba recibir un préstamo de su parte; pero grande fue su sorpresa cuando en vez de percibir un agrio aroma a licor y tabaco, sus fosas nasales se inundaron de una deliciosa fragancia floral.

-No estoy interesado-, dijo tajante sin mirar en dirección a la señorita que se mantuvo en silencio a su lado-. No sé si no lo sabe, pero la prostitución está prohibida en este reino desde hace algunos meses. Retírese antes de que...

Sus palabras murieron ahogadas en su garganta por un fuerte golpe en sus costillas que provocó que el oxígeno abandonara su cuerpo, y la sangre de su cabeza se estancara en sus pies.

-Que hombre tan insoportable-, masculló la fémina dándole una recelosa mirada cuando el castaño elevó el rostro para encararla-. Por un momento creí que el Gran Duque de Céndia podría necesitar un poco de compañía. Es usted igual de asqueroso que todos esos hombres. ¿Yo una prostituta? Ni en sus más repugnantes pesadillas.

-Señorita Kang-, logró decir entre quejidos cuando pudo respirar con normalidad.

Kang RaeRa era hija de un Conde, un buen amigo de su tío, y actual socio de su reciente Ducado.

La joven era conocida por las madres de la sociedad como una arpía, una joven impura que era repudiada por todos, solo por ser un poco diferente al resto. Con ello se refería a que se tomaba muy a la ligera la etiqueta de vestimenta, pues llevaba su cabello demasiado corto, y sus prendas -confeccionadas y diseñadas por ella misma- cubrían a la perfección todo su cuerpo, dejando únicamente a la vista sus manos y rostro. Algo anticuado, o quizás, intentaba oponerse de cierto modo a la imposición masculina en la moda actual.

Pero no era su aspecto físico lo único que destacaba como imprudente de la mujer, sino que también, esa extravagante afición que tenía por las apuestas.

Algunos caballeros admiraban su destreza a la hora de hacer sonar los dados, pero otros tantos, aquellos que perdieron contra ella, la odiaban a muerte.

A sus veinticinco años de edad, ya era considerada una solterona. Llegando al extremo de que su padre se resignara a la idea de entregar a su hija en el altar, pues ningún hombre con buen juicio se atrevería a cortejarla, y mucho menos, a tomarla como esposa.

La relación que ellos tenían era bastante... peculiar. Hoseok la conocía desde la infancia, pero nunca fueron cercanos; sus pocas interacciones se iban en discusiones que terminaba ganando la joven por sus fuertes y contundentes argumentos. Ella era feroz al defender sus ideales de cualquier persona sin morderse la lengua, al igual que Hoseok, y era por ello que se llevaban tan mal, pues ningún hombre, incluyéndose, deseaba compartir tiempo con una mujer tan poco agraciada, tan poco hogareña y gentil. Kang RaeRa era bellísima, de eso no había duda, pero su personalidad aguerrida y tan poco femenina desanimaba a cualquiera.

-Discúlpeme, no quise ofenderla-, se disculpó enseguida, dándole una corta reverencia con la cabeza, a lo que la joven reaccionó rodando los ojos, y volviendo su vista al juego de los hombres que tenían enfrente.

-No es ni media noche y usted ya ha dado mucho de qué hablar. No se sorprenda si el día de mañana su nombre aparece en los titulares del periódico.

-Supongo que habla por experiencia propia-, refunfuñó el castaño dándole otro trago a su bebida, que tan pronto abandonó sus labios, fue arrebatada por las delicadas manos de la castaña de ojos oscuros-. Me queda claro que usted no conoce los modales.

-Soy alguien educada, sí-, respondió con ironía, limpiándose las comisuras de sus labios con un fino pañuelo de seda bordado con sus iniciales-. Pero usted se ahoga en dinero, una botella de vino no es nada comparado con la cantidad obscena de oro que resguarda en su alacena. ¿Por qué no compartir?

Hoseok estaba cansado de compartir.

Quizás fue por ello que arrancó la botella de sus manos, y la sostuvo con posesividad contra su pecho, como si fuera su pertenencia más preciada, como si realmente temiera a qué le robaran algo más.

No lo soportaría... ya no más.

-El olor a cigarrillo le ha afectado la cabeza, no puede andar por la vida hurtando las pertenencias de alguien más. Sí quiere algo, comprelo usted misma, o si lo desea, puede ir a estafar a esos caballeros. A mí déjeme en paz.

-¡Oh no, mi señor! ¿Lo he ofendido?-, lo miró con fingida preocupación, llevando sus anillados dedos en jade a su pecho-. No creí que usted, siendo quién es, tuviera el ego tan frágil. ¿Es qué acaso necesita que llame a su primo para que lo defienda?

La mención innecesaria de Taehyung en esa conversación logró hacerlo entrar en ebullición, porque tan pronto como terminó de hablar, Hoseok se lanzó sobre su ella, apretando entre sus fuertes dedos el débil mentón de la mujer, quién lo miró contrariada, y quizás un poco asustada por el fuego en sus pupilas.

-Señorita o no, estoy dispuesto a hacerla comprender su lugar. Jamás hable de su alteza en mi presencia, no se atreva a ensuciar el nombre de mi familia con palabras estúpidas. ¿Se siente inferior? Por supuesto que lo es. No le llega siquiera a los talones. Su presencia y nombre nunca serán competencia para los Kim, recuérdelo bien. No es usted especial por portar prendas extrañas ni comportarse como lo haría un hombre, ninguna de sus mierdas le da derecho a propasarse. Guardé silencio y salga de mi vista antes de que se arrepienta.

RaeRa tragó en seco el nudo que se había formado en su garganta debido a la agresividad con la que era sostenida, por esa cercanía que le permitía embriagarse en esa cara fragancia que solo el Duque poseía; incluso pudo detallar cada afilada facción de su rostro, y sentir el aliento caliente del hombre chocar contra sus fríos labios que llevaban años añorándolo.

En cualquier otra circunstancia ya tendría al hombre contra el suelo, le hubiera gritado e insultado de vuelta por atreverse a tocarla, por ofenderla y humillarla, pero no puedo hacerlo, ni siquiera fue capaz de moverse por lo que pareció una eternidad.

Mentiría si dijera que Kim Hoseok no era el dueño de sus ridículas fantasías románticas, que no llevaba años esperando que él la notara; pero parecía que todo su esfuerzo habían dado prósperos frutos, pues, y aunque las circunstancias no se dieron como ella esperó, tampoco se daría el lujo de desaprovechar esa cercanía, así que se dejó llevar por sus instintos más puros, y se impulsó hacía enfrente en busca de sus labios, besándolo torpemente, siendo apenas una caricia que la hizo estallar en felicidad y plenitud, a pesar de que el Duque no le correspondió.

Quizás perdió, pero al menos lo intentó.

-Me encantaría ser cortejada por usted-, admitió en un susurro apenas perceptible para el petrificado castaño-, pero estoy dispuesta a conformarme con tenerlo para mí una sola noche.

Con esas palabras brotando de sus labios húmedos, Hoseok pareció recobrar el control de sus sentidos; siendo su mirada ardiente en deseo lo que desencadenó que su pecho estallara en llamas; el dolor de su corazón herido logró hacer a su mente entrar en razón, y se incendió en un deseo de venganza que jamás esperó sentir, en un impuro impulso por poseer la virtud de la joven dispuesta frente a él.

Era un hombre después de todo, uno despechado que buscaba desesperadamente un poco de clemencia para su ingenuo corazón que pedía a gritos el calor de una sola persona, de un doncel que jamás fue capaz de mirarlo de la misma manera en la que RaeRa lo hacía. Un hombre que ante el estímulo correcto podía llegar a ser un amante desenfrenado.

No importándole en lo absoluto las curiosas miradas que tenían encima, se rindió ante su buen juicio que le suplicaba detenerse, no solo por la reputación de su nombre, y el de la señorita, sino también por las graves consecuencias que traería para su amor unilateral esa traición.

Pero de algún modo deseaba devolverle el apabullante dolor que siente a Taehyung, y por eso la besó de vuelta.

Los tragos que ambos bebieron antes de encontrarse eclosionaron en la cama más cercana que encontraron en las instalaciones de ese lugar, y profanó la virtud de la señorita que todo el mundo repudiaba, y lo disfrutó, genuinamente lo hizo; porque RaeRa era cálida y húmeda, porque su expresión no mintió en ningún momento. No había resentimiento en su mirada, ni esa añoranza por el calor de alguien ajeno a su lecho. Ella no era Taehyung, pero parecía que no había nadie más en su mente que él, solo él.

Se entregó a ella sin ser enteramente consciente de qué la estaba orillando a vivir una vida miserable a su lado.

[...]

Jungkook le dio una fuerte calada a su cigarrillo, el anillo de oro que fue pasado de generación en generación por su familia chocaba con insistencia contra el respaldo de la silla que sostenía su cuerpo, mientras miraba con una sonrisa altiva al hombre que tenía frente a él.

Desde que supo quién era el autor de aquellas cartas dirigidas a su esposo, imaginó millones de escenarios en los que Kim Hoseok era condenado a una lenta agonía, pero jamás esperó que él mismo se sirviera en bandeja de plata.

Solo unas cuantas horas atrás, el Conde Kang había exigido un castigo adecuado para el infame Duque que había burlado la virtud de su única hija; dado que éste se negó rotundamente a contraer nupcias con la mujer que desvirgó sin vergüenza o remordimiento alguno en una sucia habitación de la casa de apuestas.

-Creo que ha quedado claro el odio que siento por usted-, Jungkook decidió romper el silencio, ganándose una mirada llena de resentimiento por parte de Hoseok-. Es mutuo, lo sé. Desea a mi esposo tanto como lo hago yo, pero soy yo quien duerme a su lado todas las noches, quién lo besa y contempla cada vez que me apetece, y eso, lo hace odiarme todavía más. No soy idiota, sé reconocer cuando estoy frente a un digno contrincante, y usted lo es, o lo era, claro está.

-No sé de qué está hablando-, atinó por decir el castaño, tomando una postura amenazante-. Jamás he deseado a mi primo como hombre. Está equivocado.

-Sabe bien que no es verdad, sus palabras no son para convencerme a mí, sino a usted mismo. Taehyung es mío, y eso le duele; pero ha sido tan estúpido como para quitarse de mi camino por merito propio. ¿Acostarse con una joven noble? ¡Jamás lo esperé de usted! Y mire que sé de sobra lo que un Kim puede llegar a hacer por ambición, por amor; pero ha superado mis espectativas.

-¿¡A qué quiere llegar con todo esto!?-, bramó irradiando cólera, apretando la mandíbula y lanzándole fuego a través de su mirada-. No voy a decirle nada, no hablaré jamás sobre mis intereses amorosos con un canalla como usted, así que puede irse mucho a la...

-No, Hoseok-, lo interrumpió tajante, inclinándose sobre el escritorio que los separaba para encararlo-. No está en condiciones de absolutamente nada, las leyes son claras y usted ha roto una de ellas. A como lo veo, debería estar suplicando clemencia en vez de mofarse tan desvergonzadamente. O se casa con la hija de Kang, o tendré que enviarlo a la horca. Su destino está en mis manos, y su muerte me traerá más beneficios que mantenerlo con vida. Al faltar usted, mi hijo pasaría a ser el único heredero al Ducado, y tendría a mi disposición toda la capital que su querido tío se encargó de almacenar. También, eliminaría a esa molesta mosca que merodea a mi consorte. Es un ganar-ganar, para mí. ¿Usted qué piensa?

Por más que lo intentará, por más dinero que pudiera tener, no había escapatoria, se encontraba atado de pies y manos, acorralado entre la espada y la pared. El Conde Kang poseía grandes influencias en la corte Real, amigos que se convirtieron en sus aliados gracias a la estrecha amistad que habían mantenido sus familias por varias generaciones, y él, se había colocado la soga al cuello al sucumbir ante sus deseos y romper aquel tratado silencioso de lealtad.

Jungkook era el rey, su palabra cada vez ganaba más fuerza en el parlamento, por lo que, no escaparía de la consecuencia de sus propias acciones. Se condenó a sí mismo a vivir una vida miserable, a un compromiso indeseado con una mujer que detestaba.

-Quiero ver a Taehy...

-Lo único que verás a partir de ahora será el rostro de tu bella prometida, o si lo deseas, la capa del verdugo el día de tu muerte. No permitiré que un hombre tan promiscuo como usted ponga un pie dentro de la habitación de mi consorte-, volvió a callarlo con su voz, y sonrió en grande cuando los ojos del castaño se cristalizaron. Había ganado, estaba más que claro para ambos-. Dígame, honorable Duque Kim, ¿Desea morir en la horca, o tomar en matrimonio a la mujer a la que le ha arruinado la vida? Si su respuesta es seguir con vida, su boda se llevará a cabo cuando llegue la primavera, y tendrá el honor de casarse en la catedral del palacio, donde yo me uní a Taehyung... Seremos nosotros quienes los proclamemos Duque y Duquesa de Céndia. ¿Qué le parece? ¿No estoy siendo un cuñado benevolente?

-¿Le divierte, no es así?-, inquirió con la voz pausada, respirando pesadamente por la opresión en su pecho-. Se regocija por mi error, pero que le quede bien claro, majestad. Con esposa o no, Taehyung será siempre el más grande amor en mi corazón, y ni usted ni nadie, podrá borrar el hecho de que fuí yo el hombre que lo hizo volver a la vida, que me amó y vió en mi un lugar seguro para refugiarse de usted y su patética forma de ser. Sí Taehyung lo desea, siempre tendrá un lugar en mi cama...

-¿Eso cree?-, carraspeo su garganta, convirtiendo su sonrisa en una mueca molesta-. No soy nadie para alardear, y tampoco debería ventilar mi intimidad con alguien como usted, pero Taehyung está más que satisfecho con mis atenciones, dudo que tenga la energía suficiente para acompañarlo en el lecho; pasamos tanto tiempo juntos que incluso una visita suya no registrada sería imposible que se dé, pero aunque lograra burlar la seguridad, tengo la certeza de que él me ama, ¿Puede usted decir lo mismo?

La respuesta era un rotundo "no". Porque después de tanto esfuerzo que hizo para ganarse su corazón, Taehyung jamás lo amó como él lo hacía, porque el doncel ya tenía el alma comprometida al demonio más desvergonzado en la tierra; porque simplemente, lo suyo fue solo una alucinación creada por su deseo de permanecer a su lado por la eternidad.

-Viviré-, respondió finalmente, y jura que pudo sentir la soga apretarse en su cuello tras decir esas palabras, sus manos le dolieron por los ajustados grilletes de los que jamás podría liberarse, pues acaba de lanzar la llave de su libertad a lo más profundo del océano-. Viviré infeliz por el resto de mis días, pero no permitiré verlo sufrir nuevamente a su lado. Deseo que sea feliz aunque no sea conmigo...

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