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30| SONRISAS APAGADAS

Recuerdos de abril.

EL CORAZÓN DE UN AMANTE DESTROZADO.

Sonrisas apagadas, miradas vacías, y una presencia opaca era lo único que Hoseok encontraba en ese delicado cuerpo que antes rebosaba en alegría y sinceridad.

Detrás de aquel cristal que fue colocado como barrera para el dolor, había una criatura encarcelada, agonizante y desesperada por un poco de libertad; quizás amor, o tal vez solo calor.

¿Cómo es que aquel brillante sol se apagó?

¿Cómo podía evitar que el fuego de la vida se extinguiera?

La frustración que venía acumulando por sentirse impotente, ya estaba cobrándole factura. Las noches en vela y el montón de papeles sin revisar en su escritorio eran prueba evidente de aquello que tanto tormento le causaba.

Hubiera. Hubiera. Hubiera.

¿Qué hubiera pasado si Taehyung fuera su esposo?

¿No fue muy cobarde de su parte confesar sus sentimientos después de ver a su más grande amor ser arrebatado por otro hombre?

Tal vez si hubiera actuado con más valentía en el pasado las circunstancias serían distintas.

Ahora ya no podía hacer nada. Y le dolía el corazón ver cómo su bonito castaño se iba marchitando.

"Se acabó"

¿Qué significaba eso? ¿Tenía algo que ver con lo que ellos tenían?

La noche anterior, en medio de una conversación que tuvo con el doncel, esa última frase lo había dejado bastante aturdido; y tras meterse bajo las mantas de su cama, el sueño que se apoderó de su inconciencia lo orillaron a mentirle.

"Haré un viaje, no podré cuidarte hoy"

Taehyung lo había aceptado sin rechistar, y aunque le pareció extraño, tampoco hizo por indagar.

Aunque era cierto que sus responsabilidades como futuro Duque, lo tenían bastante ajetreado; también debía admitir que ser el guardián de tan preciosa joya como lo era su primo, resultaba agotador, y no lo decía por el hecho de estar junto a él la mayor parte del tiempo, sino qué, verlo desvivirse por otro hombre, entregarle sus suspiros, sus besos y su tiempo lo estaban quebrando lentamente.

Él no era tan fuerte.

No emocionalmente, al menos.

Era exhaustivo tener que dividirse en pedacitos para sobrellevar todas sus obligaciones. Organizar campañas de entrenamiento, mantener a los rebeldes al margen, y socializar con la nobleza, lo hacían querer llorar.

No había tiempo para respirar con tranquilidad. Ya no conocía la paz.

Ese día en específico, el clima era bastante cálido; era más que evidente que la primavera había llegado, y que se encontraba en el punto más bello. Lamentablemente no pudo detenerse a admirar los hermosos colores de las frescas flores; y tampoco partió de la capital como le había dicho a su bonito ángel. En cambio, optó por su mejor opción: asistir personalmente al campo de entrenamiento.

Ese era su escape ideal, drenar su energía mediante ejercicios y riñas amistosas, era algo que siempre lo ayudaba a calmar la pesadez de sus pensamientos. Pero quizás se le había pasado la mano, pues, aunque estuvo alrededor de doce horas maniobrando la espada y disparando armas, se sentía mucho más agotado que al inicio, y su mente seguía opacada por esa neblina grisácea, por ese sueño que lo había obligado a despertar con el corazón acelerado y los ojos llenos de lágrimas.

"No quiero perderte, mi amor, no puedo verte partir."

Los músculos de su cuerpo estaban adoloridos, pero nada lograba comprarse al terrible dolor en su corazón.

Cuando recién salió del campo que se encontraba dentro del enorme palacio de los Jeon, se dispuso a admirar el cielo divinamente despejado, que dejaba brillar las estrellas titilantes y tupidas a la distancia; pero había algo en el ambiente que lo hacía sentir incómodo.Un presentimiento, una superstición, o quizá, solo era el destino avisándole mediante la angustia inexplicable en su pecho que los días más oscuros se avecinaban.

Aún con el uniforme de combate, y la catana recién afilada, Hoseok desvío su camino hacia la enfermería Real. Esperando recibir alguna medicina que lograra noquearlo, o quizás adormecer su cuerpo lo suficiente para dejar de sentir por un momento.

El camino fue relativamente corto, pues se encontraba absorto, perdido en las profundas aguas de su cobardía y dolor. Y una vez llegó a su destino, el joven aprendiz fue guiado hasta el consultorio del médico en guardia por tres amables señoritas que no paraban de mirarlo y susurrar cursilerías entre ellas.

Era algo que detestaba. Odiaba ser el blanco de tanta habladuría, aunque estás fueran palabras inocentes. Y estuvo a punto de reprender a las jóvenes, de no ser por la sorpresa que le provocó encontrarse con el sonriente rostro de un hombre que alguna vez fue el amante de su mentor. El infame doncel Kim Seokjin.

- No tenía idea de que usted trabajaba de noche. - habló burlesco, e inclinó ligeramente la cabeza para saludarlo.

- Siempre es un placer verlo, joven Kim. - le respondió el médico dejando brillar una sonrisa enigmática, que dejó a Hoseok un poco confundido. - Aunque me preocupa verlo aquí. ¿Se siente bien?

Dejando de lado aquella corazonada extraña por el actuar del doncel, Hoseok asintió, y tomó asiento en la camilla acolchonada.

- El entrenamiento terminó con mis energías, y aunque me duele el orgullo admitirlo, mi cuerpo no aguanta más.

Seokjin dejó escapar una risita aireada, y se dispuso a revisar el cuerpo del hombre. Tocando apenas los músculos de sus brazos, hombros y espalda.

- Solo tiene tensión muscular. No debería exigirse tanto a sí mismo. - comentó después de su rápida evaluación, para posteriormente encarar al joven. - Podría pedirle a una de las enfermeras que le proporcione un masaje. Es usted un hombre saludable, por lo cual, con un poco de descanso y las infusiones que le recetaré, podrá volver a entrenar con normalidad.

- Esas mujeres son unas atrevidas sin remedio. - se burló el castaño con ironía. - La última vez que recibí un masaje por una de ellas, terminé más manoseado que la fruta del mercado. Prefiero ahorrarme la vergüenza.

- Compréndalas mi general, ellas solo buscan un poco de atención del hombre más cotizado y encantador del reino. - una vez que terminó de arrimarle las prendas que llevaba, se movió por el lugar hasta llegar al estante donde descansaban algunas hiervas secas para preparar una infusión medicinal; y mirando de soslayo al hombre, guardó un frasco en su saco médico, procurando ser lo más discreto posible.

- Deberían tener un poco de decencia...

- O quizás usted necesita una esposa. - respondió en un murmullo lo suficientemente audible para el menor, quién se cruzó de brazos y le miró con diversión.

- Soy muy joven para casarme. - refutó enseguida. - En cambio usted sí que necesita dejar descendencia. No prive a las generaciones futuras de una sonrisa tan encantadora como la suya.

- Me niego a condenar a alguien más al infierno. Suficiente he tenido yo con esta sangre maldita. No pienso hacerle eso a uno de mis hijos.

Seokjin lo dijo sin antes meditarlo, y se arrepintió enseguida.

Hoseok lo miraba cual detective a una pista. Analizándolo detenidamente, buscando la respuesta de su pregunta implícita en su semblante y su mirada.

Afortunadamente, o quizás no tanto, el hombre no pudo preguntarle nada al respecto, pues la puerta del consultorio fue abierta abruptamente por un joven que se miraba bastante abrumado.

- No está. El príncipe Taehyung, yo no lo encuentro...

Seokjin no sabía quién era ese bonito joven, pero por su apariencia idílica, y ese corsé ajustado, dedujo que podría tratarse del nuevo acompañante del príncipe de Jeon.

El tiempo se detuvo por un momento, pudo ver cómo Hoseok cambiaba su expresión lentamente, y como la primera lágrima del rubio corría despacio por su mejilla caliente.

Alarmado, Seokjin giró su vista en todas direcciones, buscando la sombra que había estado acechándolo desde que Taehyung sufrió su mareo esa misma tarde.

Y lo escuchó. El filo de la guadaña se estaba arrastrando por el suelo, dejando el rastro de su portadora.

La muerte.

Seokjin vio a la muerte dirigirse al oeste.

Cuando los perros cercanos dejaron de aullar, el tiempo volvió a su normalidad, Hoseok se levantó de su lugar, y salió corriendo de la enfermería, sin aparente rumbo, solo mirando hacia el cielo en busca de una guía, pero no encontró más que desasosiego.

- ¿Qué fue lo que ocurrió? - inquirió el castaño, tomando con fuerza los hombros del rubio que no paraba de llorar.

- Yo no quise... No fue mi intención.

- ¡Dime que mierda paso! - exigió está vez alzando la voz.

- Su alteza fue a buscar el príncipe Jungkook para darle la noticia de su embarazo.

¿Embarazo?

- ¡Ese maldito hijo de puta! - gruñó exasperado, y soltó con demasiada brusquedad el cuerpo de Jimin, provocando que esté cayera al suelo. - Ve al campo de entrenamiento y diles a todos esos idiotas que inicien la búsqueda del príncipe.

Jimin asintió a sus palabras, y salió corriendo en dirección contraria en cuanto se puso de pie.

Mientras tanto, Hoseok, comenzó a caminar hacia la salida, esperando que el doncel hubiera huido hacia el mismo lugar que la última vez, pero la delicada mano del doncel mayor, lo detuvo.

- Creo saber dónde está.

Con esas palabras, y esperando que el médico tuviera razón, Hoseok le siguió el paso, desconcertándose cuando notó que el mayor se dirigía a los establos.

- ¿A dónde me lleva? - preguntó enfadado, pero Seokjin no le respondió, en cambio, apresuró su paso, corriendo en dirección a una caballeriza en específico.

Unos cuantos pasos bastaron para que la poca luz proporcionada por la luna dejara al descubierto la cruel jugada del destino.

En la columna de madera, desde un trozo grueso yacía colgado el cuerpo esbelto y tambaleante del doncel castaño, quién tenía los ojos cerrados en totalidad, aunque soltando lágrimas gruesas de despedida. Sus débiles manos tomaban con dificultad aquella soga con la que había decidido terminar con su vida, mientras que su último suspiro estaba por llevarse su alma.

La penumbra de su corazón herido había terminado por arrebatarle la valentía...

Seokjin ahogó un jadeo sorpresivo cuando lo notó; mientras que Hoseok sintió como toda la sangre de cuerpo se estancaba en la punta de sus pies, helándole la piel, a pesar del clima tan cálido.

Fue un breve momento, un instante que se le prólogo a una eternidad, una en el que la conmoción de esa terrible imagen lo mantuvo inmóvil. Incapaz de ejecutar alguna acción, de pensar con claridad. Podía escuchar el sórdido sonido de su corazón acelerado, y sus músculos tensándose, contrayéndose a la nada.

Entre el pánico y el miedo por perderlo; aún cegado por el dolor de sus extremidades siendo arrancadas lentamente, sus instintos humanos lo guiaron en todo el camino que faltaba, desenvainando su espada y cortando con el filo de ésta la soga que le había abierto las puertas a la muerte.

Inevitablemente y preso de la gravedad del suelo, Taehyung cayó entre sus brazos, inhalando una fuerte bocanada de aire cuando la presión en su cuello dejo de estrangularlo. Pero seguía inmóvil, respirando pesadamente mientras seguía llorando.

Taehyung jamás dejo de llorar.

Hoseok lo tomó con cuidado antes de dejarse caer sobre sus rodillas, acomodándolo entre su pecho para soltarse a llorar.

- ¿Por qué? - preguntó en un susurro, pero pronto, la rabia reemplazo la melancolía. - ¿¡Por qué Tae!? ¿¡Por qué me haces esto!?

Seokjin se aproximó a ellos, arrodillandose a su lado cuando la muerte volvió acercarse al cuerpo del doncel, dispuesta a llevarse el último suspiro que aún guardaba la humanidad del castaño. Y no lo pensó, sus ojos brillaron en un precioso amatista y tras susurrar algún conjuro el fuego de sus manos brotó, formando un círculo alrededor de los tres cuerpos, e impidiendo de esta manera que figura encapuchada terminara de clavar su guadaña en el cuello de su alteza.

Aunque burlona, la muerte se alejó, y Seokjin pudo maniobrar de mejor manera para hacer que el castaño recuperara la conciencia.

Se sentía culpable, ese niño al que ahora tenía en su regazo era como su propio hijo; y lloro silenciosamente por usarlo como carnada, como vil marioneta.

Hoseok miraba idiotizado al doncel mayor, anonadado por las tenebrosas palabras que esté murmuraba; escuchando los truenos y mirando los rayos que el cielo evocó en respuesta a sus conjuros; y después de varios minutos, cuando creyó que todo estaba perdido, Taehyung abrió los ojos completamente, y jadeó el aire intoxicado que tenía atascado en los pulmones al retenerlo tanto tiempo desde su última inhalación.

Cuando el castaño recobro los sentidos, y su sentido de orientación lo atacó, sus lágrimas se volvieron mucho más pesadas, los sollozos desgarradores y sus gritos lamentables.

Sus manos recorrieron su cuello, encontrando ahí, el resto del nudo que había forjado con desespero.

- ¡No! ¡No! ¿Por qué? ¿¡Por qué me salvaste!? - recriminó en dirección a su primo con un tono áspero, cortesía del ardor en su tráquea lastimada.

- Tae...

- ¡Yo debí morir! ¡No quiero vivir! - la exasperación le estaba provocando sofoco, y entre su angustia, cuando las imágenes que había visto anteriormente volvieron a él, tomó la espalda que lo había salvado, apretándola desde el filo para colocarla en su pecho. - Mátame... Por favor mátame. Acaba con mi sufrimiento. Ya no puedo más, por favor... Por favor mátame...

- Si tú mueres, mi vida no tiene ningún sentido... - Hoseok colocó una de sus manos sobre la del doncel, obligándolo a guiarla hacia su propio pecho. - No puedes morir sin matarme antes, así que adelante. Toma la vida de este hombre que tanto te ama y reencontrémonos en el infierno. ¡No vas a morir mientras yo siga respirando! ¡No lo harás! Me niego a perderte, y quizás estoy siendo estúpidamente egoísta, pero no me importa, tú no morirás.

- ¡Ya no puedo soportarlo hyung! - gritó entre sus sollozos, aferrando sus manos ensangrentadas a la armadura mal colocada de su mayor, pegando su frente en su pecho para drenar todo el dolor que sentía. - No puedo... No quiero seguir aquí, la muerte es la única solución. ¡Jamás podré salir de este maldito infierno si no es muerto! Así que, por favor, te lo suplico, mátame.

- Voy a sacarte de aquí. - aseguró enseguida el mayor, acurrucando el cuerpo del castaño contra el suyo. - Todo va a estar bien, confía en mí, tu hyung está aquí para cuidarte...

Después de aquella conmovedora interacción, en la que Seokjin simplemente se mantuvo atento a su enemiga, volvió a sus sentidos, y sacó de su bolsillo la pasión que había guardado anteriormente, extendiéndola en dirección del general cuando esté le devolvió la mirada.

- La pasión de la muerte, un veneno dulce que lo mantendrá dormido el tiempo suficiente para que velen su cuerpo. - respondió a su pregunta silenciosa, llevando su mano libre hacia el doncel que parecía igual de abrumado que antes. - Tienes razón, la única forma de salir de aquí, es si te cargan en un ataúd... - concedió en su dirección, acariciando sus cabellos húmedos por el sudor. - Hagámosles creer que Jeon Taehyung está muerto...

[...]

El doncel lo podía sentir en la piel, podía escuchar sollozos fuerte y claro, del hombre al que acudió en busca de ayuda. A medida que avanzaba todo se había más evidente, y la culpa en su pecho le estaba oprimiendo en su corazón hasta dejarlo sin aliento.

Cuando llegó hasta ellos, el grito que soltó, retumbó con eco en las caballerizas, alterando a los caballos nerviosos que relincharon acompañando su tristeza, y los grillos cantaron en armonía a su dolor.

Preso del miedo, sus piernas perdieron la fuerza, y se dejó caer de rodillas al suelo, a escasos centímetros del hombre que sostenía el delicado cuerpo del príncipe a su cuidado.

Sus ojos se llenaron de lágrimas, y tomando todas sus fuerzas, logró empujar ligeramente a Hoseok, quién tenía el rostro enterrado en el cuello del castaño; tomándolo en su lugar y dejando que sus manos viajarán lentamente hasta su rostro sintiendo de inmediato el frío helado recorriendo de sus palmas.

Muerto...

Kim Taehyung estaba muerto.

Y todo era su culpa.

Su garganta se desgarró cuando un nuevo grito de dolor brotó de sus entrañas. El recuerdo vívido de su bonita sonrisa cuadrada y esa mirada que derramaba miel, lo atacaron hasta quebrarle los huesos; tenía nada de conocer al príncipe de Jeon, pero en ese poco tiempo, el doncel logró ganarse su corazón.

Ahora ya no estaba, había partido.

Si bien era cierto que ningún aristócrata tenía la conciencia limpia, Jimin jamás se había manchado las manos con sangre ajena.

¿Cuánto estás dispuesto a hacer por amor?

¿Qué tanto debes perder para hacer entrar en razón al corazón?

- Lo encontraste. - susurró el rubio.

- Lo encontré...

Si tan solo...

- Perdóneme su alteza. - pronunció en un hilo de voz contra el oído del doncel en sus brazos. - No debí dejarla entrar...

[...]

En algún lugar escondido entre las líneas de un poema que proclamaba la mentira como la única salida; Taehyung leyó que la verdad es como un inmenso armario, al que todo mundo acude solicitando sus secretos; tocando sus puertas con tanta fuerza e insistencia hasta lograr romperlas solo para encontrarse con la oscuridad absoluta, una agonía interminablemente dolorosa.

¿Cómo puede una sonrisa venir acompañada de tanto veneno?

De tanta verdad. De tanto dolor...

Mientras miraba por la ventana, sin lograr ver algo realmente, y con la mente perdida en sus recuerdos, su corazón estalló nuevamente en melancolía.

Siempre creyó que las palabras de Jeon YeJi nacían desde sus glándulas venenosas. Pensó en ella como una víbora mordaz, ponzoñosa y valiente ante la adversidad de la vida; pero ese día, solo unas cuantas horas atrás, pudo ver en su mirada algo más que solo un rencor insostenible. Algo que era mucho más profundo y doloroso de lo que él mismo venía cargando sobre sus hombros.

"Tú y tu bastardo pueden irse mucho a la mierda"

La sórdida verdad retumbaba en su cabeza.

¿Qué son los hijos, sino una debilidad?

Cómo cualquier padre al mencionarle a su hijo con semejante osadía, Taehyung reaccionó con violencia, abofeteando a su cuñada por la crueldad de sus palabras; pero pronto cayó en cuenta que su pobre retoño, ese bebé que había nacido de una traición, era, sin lugar a dudas, un bastardo.

Un hijo legitimo nacido fuera de su matrimonio. Un príncipe al que le fue otorgado un apellido y título impropio de su linaje cuando su desesperación lo hundió en lo más profundo de la miseria.

Taehyung murió, por un instante estuvo entre los brazos de la muerte; a quien extrañaba profundamente, y a la cual podía ver rondando a su alrededor. Esperando al acecho que diera el golpe final, y terminara con aquello que dejó inconcluso.

Sus votos matrimoniales terminaban después de la muerte.

"Prometo ser tuyo hasta mi último aliento... Hasta que la muerte nos separe"

La fuerza más poderosa de la vida, había separado sus caminos.

Ya no existía un Jeon Taehyung. Sin embargo, nadie más que esos tres confidentes lo sabían.

A estas alturas, y dadas sus circunstancias; revelar el verdadero origen de su hijo, era una daga de doble filo. Una verdad que lo tenía acorralado, y que terminaría lastimándolos a ambos.

Un armario con poca luz.

Aunque el deseo por tener a su príncipe a su lado era desesperante, debía ser paciente, y calcular con detenimiento todas las posibilidades futuras.

¿Estaría dispuesto a afrontar las consecuencias por mermar sus deseos?

¿Cuándo fue la última vez que se le fue otorgada la posibilidad de una verdadera elección?

El consejo, su cuñada y la Reina madre lo estaban presionando; necesitaba darle un heredero a la corona lo más pronto posible.

Pero Taehyung ya había dado a luz al príncipe. Ya se había desgarrado el alma al llevar el embarazo a término. Su cuerpo sufrió las consecuencias del parto, y crio lo mejor que pudo al príncipe Jeon YeonJun. El legítimo heredero de Sirgo.

La diferencia era, que no importaba cuánta veracidad poseyeran sus palabras. Nadie creía que por la sangre de ese diminuto ser, el cual fue bautizado con otro apellido, corriera la sangre azul de la corona Sirgana. Y aunque ninguno se atrevía a decírselo en la cara, todos comenzaban a especular sobre la castidad del consorte durante su matrimonio con el actual Rey.

Ante los ojos de todos, Taehyung era un traidor. Un doncel embustero que había logrado cautivar a dos fuertes bestias para hacer su voluntad.

Cuan equivocados estaban todos.

¿No se supone que un doncel o una mujer no son aptos para pensar con claridad?

¿Por qué de repente se ponían todos en su contra cuando ellos mismos fueron los que cedieron ante el deseo de sus seductores encantos?

Los hombres, aristócratas o no, eran viles embusteros. Ratas escurridizas que huyen de las consecuencias de su nulo juicio; y como ya es costumbre, acusan a los más débiles: a sus esposas, hijas, o amantes para deslindarse de sus acciones.

Que poca hombría. Que poca valía.

Desafortunadamente nadie estaba listo para escuchar esa oscura verdad.

Entonces... ¿Qué debía hacer?

Si hace memoria, y se centra en lo ocurrido, Taehyung jamás actuó con malicia. Él creía que su cuerpo era poco agraciado para los hombres; pero ahí estaba, siendo juzgado por los de su mismo género por seducir a dos reyes poderosos.

Quizás si su padre estuviera a su lado, no sería tan complicado.

Si tan solo Yoongi respondiera sus cartas, no estaría sintiéndose tan angustiado.

¿Qué sería de él?

¿Qué sería de su bebé?

¿Por qué Jeon YeJi no se cansaba de recordarle su escabroso pasado?

¿Por qué Jungkook seguía mirándolo con tanto arrepentimiento y devoción?

Pero lo más importante.

¿En qué momento fue que apareció rodeando de tantos árboles y envuelto en ese aroma dulce?

Con un golpe de realidad, su entorno se volvió nítido. De un momento a otro, dejo de estar encerrado en su jaula de oro y apareció ahí. Vestido con ropas sencillas, mientras caminaba colgado del brazo de su insufrible esposo, quién le miraba de soslayo con genuina preocupación.

Su capa de piel con cuello del pelaje de algún animal, cubría su delgado cuerpo del gélido entorno. Los rayos del sol, esos pocos que alcanzaban a colarse por el espesor de la bruma gris, le resultaban cegadores; y no lo podía creer. Tuvo que llevar una de sus manos enguantadas hasta sus ojos para tallarlos e intentar despertar de ese ridículo sueño que jamás creyó posible alcanzar.

Estaba ahí, en el parque de cortejo. Rodeado de parejas futuras, y otras tantas gastadas por los años. Siendo víctima de miradas curiosas y sonrisas fingidas; caminando a lo ancho del sendero empedrado como si fuera un doncel normal.

Atontado por lo surrealista de ese momento, Taehyung miró a su acompañante, abriendo los ojos hasta su punto máximo e intentando emitir alguna palabra, alguna pregunta; pero su voz se había apagado.

- Creí que sería agradable dar un paseo. - acotó Jungkook cuando se percató de su intento desesperado por hablar; ajustando el agarre en la unión de sus brazos cuando ésta se fue debilitando. - Siempre quince venir aquí... Bueno, si te soy sincero, no siempre. De haber sido el caso, te habría traído cuando inicié mi cortejo.

El parque del cortejo. El sendero de los enamorados.

Ese era un lugar al que todas las parejas prometidas acudían cuando la unión de sus familias se concretaba.

Las doncellas se acicalaban con esmero, y los caballeros las guiaban por aquel sendero para presumir a los nobles que un nuevo matrimonio se llevaría a cabo. De esta manera, además de vivir un romántico encuentro con su futura pareja, eliminaban cualquier rastro de duda sobre su soltería.

Los hombres se mofaban orgullosos; se erguían poderosos ante los otros por su fructífera cacería; mientras que las doncellas, simplemente se dejaban presumir por sus prometidos, alardeando ante las otras por su beneficiosa elección. Aunque ésta, no existiera realmente.

Era un sueño para cualquier señorita casadera pasearse por ese parque acompañada por su futuro dueño, y no solo por sus padres o damas de compañía.

Ese fue el sueño de Taehyung.

El único doncel noble en esa provincia que soñaba con el día que pudiera pasearse por ese sendero y mostrarles a todos el diamante en su anular. Colgado del brazo del hombre de su "elección" y callarles la boca por su ridícula especulación.

¿Qué hombre en su sano juicio elegiría a un doncel sobre una dama?

¿Qué tan enfermo o desesperado debería estar para presumirlo delante de todo el mundo en ese camino?

Todos los sueños y esperanzas de Taehyung se habían roto; una tras otra.

Pero ahí estaba, colgado del brazo del hombre de su elección, portando su anillo de compromiso acompañado por el de unión. Caminando por el sendero del amor, en el maldito parque de cortejo.

¡Era una locura!

De un momento a otro, toda la preocupación que había cargado durante meses se desvaneció a la nada; y aunque aún sentía un enfermizo rencor por el azabache a su lado, pudo sentirse feliz. En paz.

Sin darse tiempo de pensar antes de actuar, una sonrisa surcó sus labios; sus músculos antes tensos se fueron relajando y sintió como si caminara sobre esponjosas y livianas nubes.

Jungkook le había cortado las alas; le arrebató la dignidad, virtud y añoranza. Pero también, era el único que permanecía a su lado.

¿En qué momento el victimario se convirtió en la víctima?

¿Cómo pudo su cazador transformarse en un ciervo blanco de esperanza?

La poca gente que logró reconocerlos, se inclinó ante ellos en una profunda reverencia; acto que logró hacer a los demás nobles preguntarse quiénes eran esos hombres tan osados.

Podían verse suspirar a las señoritas, y a los caballeros prestar extrema atención en las facciones del doncel castaño, quién era tratado con sumo respeto y cariño por parte del azabache enfundado con un traje blanco.

¿Quiénes eran?

Por primera vez en su vida Taehyung amó la atención sobre él. Tanta fue su dicha por verse preso entre tanta incredulidad, que esa bella sonrisa se negó a abandonar su rostro.

Jungkook creía que, alejar a la persona que amabas, aún después de tantos errores, era un pensamiento mediocre.

¿Por qué no esforzarse por ser mejor?

Él sabía que no era merecedor de aquel amor, esa miel en los ojos de su esposo; pero quería remediarlo. Quería demostrarle que podía cambiar, que su corazón no era enteramente de piedra. Latía por él, por y para él.

Era egoísta, sí; pero ¿Quién no lo es?

Taehyung era la criatura más bella del mundo; muy en el fondo lo había sabido desde siempre, pero fue después de perderlo que se dio cuenta de ello. Quería tenerlo a su lado, pero está vez, ya no como un acto de soberbia, sino que por amor.

Su amor, por más cruel que sonara su analogía, era un campo de batalla, uno en el que tenía que luchar contra sus propios miedos y asesinar su pasado. Fue por ese motivo, que entre su desesperación por mostrarle una faceta escondida de sí mismo, decidió comenzar a cortejar a su esposo como era debido; pues en el pasado, simplemente había optado por endulzarle el oído con palabras robadas y obsequios entregados por su madre. Ahora, a sabiendas del terrible dolor que implicaba perderlo, deseaba hacer las cosas bien. Conocerlo y dejarse conocer. Abrirle las puertas de su corazón y mostrarse tal cual era.

María fue su mejor consejera. Le agradecía día y noche a los cielos por ponerla en su camino y abrirle los ojos de una bendita vez por todas.

Comenzaría con eso, con un paseo sin malicia para ganarse su corazón.

El apacible silencio se fue convirtiendo en tensión, y a medida que avanzaban; sus pies cansados pidieron descanso y tomaron asiento en una de las tantas bancas de madera del lugar; alejados de los murmullos, y sumidos en el soplido del viento frío y los roedores que se paseaban entre las copas de los árboles dejando a la vista su cola esponjosa.

Jamás habían pasado tanto tiempo juntos, fuera un carruaje o su habitación; por eso parecía extraño. Taehyung dejó de sonreír en el momento que se percató de lo brillante que podría parecer su semblante; y no queriendo darle ideas equivocadas a su esposo, se recorrió un poco en la banca, separando sus cuerpos para después suspirar con cansancio.

Jungkook por otra parte, se quedó estático, mirando detenidamente las bonitas facciones del castaño, quién al caer en cuenta de la sofocante atención del contrario se giró ligeramente para mirarlo.

Cuando sus ojos se encontraron, y la conocida chispa de añoranza recorrió sus cuerpos, ambos se ruborizaron; pero no apartaron la mirada. Se quedaron así, viéndose fijamente sin emitir palabra alguna. Simplemente apreciando aquello que durante tanto tiempo habían deseado.

Había algo inexplicable entre ellos; algo mucho más profundo en sus miradas aparentemente vacías. Una fuerza mayor que los obligaba a permanecer de ese modo, juntos a pesar de todo. El calor del otro provocaba una oleada de sensaciones magníficas. Una conexión que no podía describirse, palpar o ver, pero que sin lugar a dudas estaba ahí, rodeándolos en esa atmósfera romántica y tensa de la que no podían escapar.

Los árboles de cerezo ya habían perdido todas sus flores, sus hojas pintadas de anaranjado arropando sus raíces, dejándose ver secos, sin color ni vida; pero el lugar seguía siendo tremendamente bello.

- Me hubiera encantado venir en primavera. Las flores deben verse preciosas. - comentó el doncel girando su cabeza para enfocar el camino de piedras; casi como un murmullo a sí mismo; pero Jungkook no planeaba desaprovechar la oportunidad de entablar una conversación.

- Si así lo deseas, vendremos en primavera. - se apresuró a decir con nerviosismo, ganándose una mirada acompañada por una ceja arqueada por parte del castaño. - En verano, otoño y el invierno próximo también. Vendremos en todas las estaciones, y admiraremos la transformación natural de este bello lugar. Juntos...

"Juntos"

Aquello logró hacer bastante ruido en la cabeza del consorte.

- Un Rey no tiene tiempo para dar paseos. - atacó automáticamente, como un mecanismo de defensa.

Jungkook se lamió los labios resecos por el frío, y una de sus manos se elevó hasta llegar al rostro impropio, donde dejó una sutil caricia, apenas un roce que logró erizarle la piel al doncel.

- Un esposo debería hacerse tiempo para poder dar un paseo.

Taehyung quiso refugiarse en su tacto, e inconscientemente fue moviendo su rostro para poder sentir sus caricias con más intensidad. La falta de calidez humana estaba afectándole, y Jungkook parecía estar dispuesto a proporcionarle calor.

- Hubiera dado mi vida porque usted fuera simplemente mi esposo...

Tum. Tum. Tum.

Los latidos de su corazón fueron ganando rapidez y su alma pareció regresar a su cuerpo.

Jungkook tomó sus palabras cómo una refrescante brisa en medio el calor veraniego. Cómo una luz de esperanza que prevalecía en la temible oscuridad.

Taehyung lo había soltado sin pensar, pero Jungkook atesoró esa chispa de esperanza que necesitaba para continuar.

- Deseo serlo. - comentó con la voz pendiendo de un hilo, y afianzó su agarre cuando el doncel hizo amago de apartarse. - Quiero ser tu esposo, quiero ser ese hombre que jamás me permití ser para ti, y el que realmente necesitabas y por supuesto, mereces. Yo puedo cambiar, ¡Voy a cambiar! Solo dame la oportunidad, permíteme demostrarte que puede ser diferente.

- Usted jamás va a comprender el dolor que me hizo vivir, majestad. -
La mirada del consorte se oscureció, su rostro perdió cualquier rastro de emoción mientras veía el universo agonizante en las pupilas ajenas. - No hay nada que pueda hacer para eliminar nuestro pasado. Mi corazón está lleno de cicatrices, y heridas que no dejarán de sangrar jamás. Yo puedo perdonarlo, pero no olvidaré que fue usted quien me orilló a la muerte. ¿Se hace una idea la magnitud de sus pecados? Incluso la muerte es mejor que seguir amándolo.

Escuchar la verdad siempre era doloroso. Pero Jungkook se merecía sus palabras; merecía recordar cada segundo que fue él, el único culpable de todo lo que pasó.

Estaba dispuesto a afrontar las consecuencias. No planeaba huir más.

- Lo comprendo Tae. - susurró con dolor; acariciando los cabellos sedosos de su esposo para ganar fuerza y valentía. - Reconozco mis pecados y acepto mi penitencia. Sé que soy un idiota egoísta, pero te quiero a mi lado; no solo por nuestra unión forzada, o por imposición del parlamento. Yo realmente quiero hacerte feliz, remediar el daño que te causé y cuidarte de penas futuras.

- ¿Puede mi verdugo devolverme a la vida?

- Permíteme intentarlo.

¿La venganza es tan dulce como dicen?

Taehyung se preguntó internamente mientras veía detenidamente el rostro de su captor. Ese mismo rostro que se desfiguraba ante su presencia; ese que enrojecía en cólera cada que intentaba acercarse, o ese que se llenaba de satisfacción al entrar en su cuerpo, mente y corazón.

No quería confiar en él, no podía usar su arrepentimiento como un refugio a su tormentoso pasado; pero tampoco deseaba rebajarse a su mismo nivel de crueldad.

El doncel no va a negar que en algún momento consideró cobrar venganza por mano propia. Quería regresarle cada una de sus lágrimas derramadas.

Quería que sufriera y temblará de miedo tal y como él lo hizo.

"Vas a llorar lágrimas de sangre, Jeon Jungkook"

¿En verdad era lo que Taehyung quería?

- Intentémoslo Tae... - volvió a decir el monarca con los ojos llorosos ante su silencio. - Tenemos toda una vida para reparar lo nuestro. Permíteme pintar tus días de colores. Déjame curar las heridas que yo mismo abrí...

- Majestad yo...

- Al menos dame este día. - se apresuró a decir ante el temor de una negativa. - Seamos tú y yo este día, sin el peso de nuestra corona, sin los títulos y obligaciones de nuestro apellido. Seamos solo Taehyung y Jungkook.

"No existe un nosotros, jamás lo hizo..."

Taehyung pronuncio en su mente, pero le fue imposible mover sus labios para decírselo a la cara. Estaba cayendo, estaba entrando a la misma jaula de la que tanto le costó salir y no lo sabía; o lo hacía, pero simplemente no quería darse cuenta de la dirección de sus pasos.

Pequeño doncel, quizás tu verdugo no es el verdadero enemigo...

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