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27| UN HOMBRE COMO USTED

En lo inhóspito del bosque, donde los enormes árboles cubren casi por completo la vista de los cerros, un grupo de mineros ha estado haciendo su labor.

La economía de Sirgo siempre fue basada en sus telas, en sus sedas suaves, exportación de algodón y cultivos que únicamente crecen en sus tierras. Convirtiéndolo así, en un reino en crecimiento y desarrollo, o al menos así eran considerados antes de que Megrana amenazara con invadir el reino tras encontrar a los príncipes enredados en la cama. Una historia que todo el mundo conocía, pues al ser el actual rey de Sirgo el protagonista de aquel escándalo, no existía alma en este mundo que fuera ignorante a ese dato.

Después de firmar aquel acuerdo, que les costó a sus majestades una suma de dinero exorbitante, poco a poco el pueblo fue padeciendo de hambre, y eran las familias nobles, los únicos que tenían el privilegio de gozar de un buen plato de comida sobre su mesa, de atención médica inmediata y una lista infinita de cosas que les fueron arrebatados a los plebeyos por causa de Jeon Jungkook y su libido elevado.

Afortunadamente y gracias a la unión de los Kim con la familia Real, la situación del reino fue mejorando gradualmente, y la inversión que hizo el Rey Min, también contribuyó bastante, aunque a estás alturas, y después del escándalo armado en el reino de Percia, aquel proyecto quedó en pausa, o, mejor dicho, desechado por traición.

Pero eso es algo que todo el mundo sabe; lo que en realidad resulta impresionante, es el hecho de que, por las noches, los cantos graves de algunos hombres logren escucharse en medio del bosque. Que el pico de un objeto punzante retumbe hasta el punto de hacer a los animales silvestres huir a los pueblos cercanos.

Tres comerciantes de Sirgo, quienes se encargaban de viajar por el territorio con frecuencia, habían salido del tercer pueblo más cercano a la capital; con sus caballos sobre cargados de mercancía que no habían logrado vender, y con la esperanza de que al llegar a la capital, la suerte les sonriera con dinero, quizás alguna cama cómoda para descansar y un plato caliente de comida caliente. Fue tanto su cansancio y ansias por poder disfrutar de las ganancias de su mercancía, que tomaron un atajo, escabulléndose en lo más profundo de los bosques, para evitar las rutas transitadas, arriesgándose a que algún animal pudiera quitarles la vida, o que los ladrones terminarán por arrebatarles su único sustento.

Estaba desesperados, llevaban meses andando, sus pies estaban repletos de ampollas y callos por la pesada caminata, sus ropas totalmente sucias y olorosas; y ni hablar de su aspecto físico, porque sus barbas descuidadas al igual que su cabello brilloso, indicaban que no habían tomado un baño en bastante tiempo.

Antes de caer la noche, y aprovechando al máxima la tenue luz de la esfera de fuego en el firmamento, estos viajeros estuvieron a punto de armar su campamento, cuando fueron testigos de aquel sonido que llevaba meses atemorizado a los pueblos que rodeaban aquel bosque. Parecía un picoteo constante, objetos arrastrados por el suelo y una melodía que se repetía sin cesar.

Creyéndose valientes, y siéndole fiel a su naturaleza curiosa, ataron sus caballos en los troncos más alejados de dónde creían provenía dicho sonido, y esperando no ser atrapados por aquellas bestias desconocidas, se adentraron a los cerros, cruzando torpemente la maleza seca, e iluminando su camino con una lámpara de aceite que apenas lograba salvarlos de chocar con los troncos gruesos que hacían su andar cada vez más complicado, como si estuvieran advirtiéndoles que no cruzarán más. Pero esos hombres resultaron ser tan entrometidos y testarudos, que no se rindieron a pesar de tropezar y rasgarse los brazos con las ramas secas; siguieron con cautela el sendero marcado por las ondas sonoras.

El tiempo de búsqueda se extendió más de lo estimado, y después de dar varias vueltas sin aparente rumbo, por fin lograron encontrar algo. A lo lejos, sus ojos se vieron presos de una mancha roja y titilante en lo profundo de la montaña, dónde las rocas son gruesas y filosas. Un lugar que tan árido que ni siquiera los animales frecuentaban.

Era extraño, pero también interesante.

¿Por qué los hombres de su majestad se encontraban trabajando a esas horas de la noche? O peor aún. ¿Por qué arriesgarían su vida al trabajar en un lugar tan lúgubre como era ese?

Si antes ya se sentían bastante curiosos por aquel sonido, ahora lo estaban el doble. El cansancio de sus cuerpos pareció desvanecerse por completo cuando comenzaron a avanzar con más rapidez, más seguros de su destino por las luces flamantes de las antorchas que fueron colocadas en un arco creado por la mano humana. Supusieron, pues la rebaba de la piedra y los pedazos de madera vieja mal colocados a su alrededor, indicaban que dentro de esa cueva improvisada había una mina.

No cabía duda que era el trabajo de un minero.

A medida que avanzaban, por el pequeño túnel al que habían decidido entrar, las voces de los hombres se hicieron más fuertes, aturdiendo sus sensibles oídos por el eco que generan los picoteos a la par del cántico desafinado.

No tenía sentido, no podían creer lo que sucedía, y su avaricia creció a medida que sus ojos se posan sobre las carretas repletas de un metal terroso en forma de granillo desprolijo.

Oro.

Había oro en las tierras de Sirgo.

Emocionados por su reciente descubrimiento, se unieron al festejo ajeno. Al parecer habían logrado obtener más metal del que debían extraer por noche.

Su euforia fue tanta, que el trio de comerciantes terminó contagiado de su alegría, y al estar en condiciones tan deplorables, los mineros no objetaron algo, no dudaron de su presencia; en cambio, les sirvieron un poco de comida, en cuanto salieron de aquella cueva, para posteriormente tumbarse alrededor de una fogata improvisada, dónde bebieron sin restricción mientras compartían anécdotas interesantes entre ellos. Charla que el trio no logró comprender, pues estás relataban sucesos desconocidos para ellos, lo cual les pareció sumamente extraño, pues al ser viajeros, estaban enterados de miles de sucesos dentro de las fronteras del reino; y los que esos hombres contaban no se asemejaban en nada a lo que sabían.

Inevitablemente la sospecha comenzó a crecer en ellos, y todo cobró sentido cuando después de un rato en el que se mantuvieron atentos a su alrededor, el que parecía ser el líder de aquel grupo, sacó de su bolsillo una diminuta tela con un escudo impropio del reino de Sirgo bordado en el centro.

Al percatarse de ese detalle, los tres hombres comenzaron a sentirse ajetreados, sudando frío por el nerviosismo que su presencia en ese lugar implicaba para su rey.

Genuinamente creyeron que esa expedición era por órdenes de su majestad el Rey Jeon; y tarde cayeron en cuenta que era otro hombre quién había estado haciendo de las suyas, ultrajado tierras ajenas en busca de un beneficio propio.

¿Pero quién?

¿Quién se atrevería a hacer algo semejante?

Fueron incapaces de responder a sus preguntas silenciosas, y la velada que antes les había parecido agradable, se tornó bastante incómoda. Afortunadamente cuando el cielo comenzó a aclararse, los mineros fueron eliminando todo rastro de su estadía en ese lugar, y tras verlos partir en distintas direcciones, los viajeros salieron despavoridos también.

Si antes habían querido llegar a la capital con suma urgencia, ahora tenían motivos de sobra para apresurar su paso.

Estaban cometiendo traición, y ellos, aunque eran solo unos simples comerciantes, eran fieles a su nación, a su rey, y obviamente al dinero que la recompensa por informar de semejante hallazgo les traería a sus bolsillos.

Tras tres pesados días en los que solo detuvieron su paso para dormir unas cuantas horas y satisfacer sus necesidades humanas, la capital del reino los recibió de manera cálida. Sin perder más tiempo arreglaron sus ropas lo mejor que pudieron, y corrieron a prisa hasta el palacio de su majestad, tocando las puertas de este, en medio de la noche, con la esperanza y urgencia por cumplir con su deber como ciudadanos, esperando que alguien del alto mando escuchara lo que tenían por decir. Los guardias de las puertas los corrieron un sin de veces, pero al ver que estos no se rendían la versión de su relato no cambiaba, informaron al doncel que servía actualmente al consorte real, apareciendo después de largas horas para posteriormente llevarlos al salón donde serían recibidos por su majestad, Kim Taehyung, quien a pesar de estar pasando por un momento de angustia infinita, escuchó su llamado.

- Espero que lo que tengan para decirle a su majestad sea importante, no toleraría saber que desperdicie horas de sueño por un simple chisme.

Fue lo primero que el doncel dijo al tomar asiento enfrente de los hombres arrodillados.

- No, su majestad... - le dijo uno de ellos, quien no se atrevió a levantar la mirada. - Hemos encontrado a un grupo de mineros en los bosques del oeste. Están robando su oro.

Todo rastro de somnolencia se disipó del cuerpo del castaño, quién arrugó el ceño, y miro a HyunJin a su lado, igualmente impactado por la acusación tan grave que ese trio había soltado sin escrúpulos.

- Sus palabras son graves. ¿Están seguros de esto?

Los tres asintieron a su pregunta, pero solo el mayor fue capaz de responder., el mismo que se presentó como Ahn HyoSeop.

- Lo estamos, su majestad. Creímos que era algún trabajo de la realeza, pero me temo que no es así, vimos al líder del grupo portar una bandera que no pertenece a este reino.

- Si lo que me dice es cierto, y alguien externo a nuestras tierras ha osado hurtar un mineral tan precioso que creíamos inexistente en estas tierras, las consecuencias serían graves, señor Ahn. ¿Sostendría sus palabras incluso frente a su majestad el Rey Jeon?

- Lo haré, mi Rey, sabemos que nuestra cabeza rodaría por atrevernos a levantar falsos y pretender aprovecharnos de sus majestades, y sé también que es difícil creerle a alguien como nosotros, pero somos testigos de un acto de traición, por favor le pido protección para nosotros una vez que se confirme la veracidad de nuestras palabras.

Taehyung se lamió los labios antes de soltar un suspiro.

- Llamen al Rey Jeon. - dijo a uno de los guardias que custodiaban su seguridad, pero este no se movió. - ¿No me ha escuchado?

- Su majestad el Rey Jungkook no se encuentra en el palacio...

[...]

Con un destello de lucidez, y siendo a penas consciente de lo que a su alrededor sucedía, Jungkook miró desorientado el lugar, percatándose de que la velada está en pleno apogeo, que las señoritas de corsés ajustados y labios rojos mueven sus caderas con sensualidad, mientras que los caballeros de ropajes entierrados y bigotes descuidados lanzan monedas de oro rasgado hacia el suelo cada que una de las mujeres levanta su falda para mostrarles la liga de sus medias.

La cálida luz alumbrando a penas sus rostros borrosos y el fétido aroma rancio del cigarrillo y licor barato, logran asquearle lo suficiente para que una arcada regrese la amarga cebada; vomitando el poco alimento sólido que ha consumido durante esos días de desasosiego por debajo de la mesa.

Dejando caer su peso sobre el respaldo de la silla de madera sucia, el azabache echa la cabeza hacia atrás para intentar recuperar la conciencia, o al menos un poco de ella, y así evitar que sus lágrimas escapen de sus ojos hinchados, como lo han estado haciendo el último tiempo. Tristemente y para colmo de todos sus males, no logra detenerlas, no es capaz de contagiarse de las risotadas ajenas; en su corazón no hay lugar para una emoción ajena al auto desprecio y absoluta tristeza.

Bien dicen que las viejas costumbres son difíciles de erradicar por completo, y Jungkook da fe a esas palabras, pues después de varios meses en los que estuvo en total abstinencia, ahora mismo se encuentra en una taberna de mala muerte, en lo inhóspito del pueblo de la capital, un lugar donde los campesinos escapan de sus esposas tras recibir la paga mensual. A dónde huyó con la esperanza de no encontrarse a nadie que reconociera su rostro, que no pudieran juzgar su apariencia desaliñada y sus lamentables sollozos.

Y quizás se está rebajando demasiado, porque se encuentra rodeado de mugre, y la ventilación es tan escasa, que lo único que puede oler es sudor, el aroma a sexo y fluidos ajenos. Fétido, asqueroso, indigno de su posición, de su preciosa sangre azul. Podía sentir las ratas caminarle sobre los pies, a los mosquitos chupándole la sangre intoxicada, y el calor proveniente de la cocina brotando la última pizca de agua almacenada en su cuerpo.

Jungkook intenta ahogar sus penas. Su majestad, el Rey de Sirgo, ha pasado las últimas horas de su vida perdiendo su nariz en el fondo de su vaso, bebiendo hasta la inconsciencia las divinas gotas de las botellas verdes que no poseen una etiqueta, siendo éste el licor más barato y de dudosa procedencia.

La música que resuena por las paredes es emitida por instrumentos improvisados y mal afinados, pero Jungkook no puede quejarse, pues encuentra entre esas melodías un alivio, un escape directo que lo hacen olvidar por un momento que de agudizar su audición se toparía con los gemidos exagerados y bien actuados de las señoritas que se encuentran en las habitaciones, en los rincones, y sobre las mesas que lo rodean.

Hay derroche por dónde quiera que mire, pero no le importa.

Cuando sus ganas de vomitar se disipan, y la cordura vuelve momentáneamente a él, lleva su vaso hasta su boca, encontrándolo vacío, y levanta la mano, en un intento débil por llamar a la mesera que lo ha atendido desde el minuto uno; esa misma joven que tras darle una mirada furtiva, no desperdicio el tiempo en ofrecerle sus servicios privados, usando sus dotes sensuales que le han funcionado toda la vida; pero grande fue su sorpresa cuando el monarca se negó, cada una de las veces que intentó acariciarlo más allá de su camisa de seda.

Jungkook no tenía cabeza para nada más que no fuera su miseria. Sus emociones eran similares a un huracán, intensas y devastadoras. La imagen de Taehyung se reproducía una y otra vez en sus recuerdos, y por primera vez en su vida, no deseo vaciar su dolor a través de un orgasmo; aunque claro, en el estado en el que se encontraba no era capaz si quiera de levantarse de la mesa.

¿Cómo podría despertar su libido?

¿Cómo podría entregarse a otro cuerpo cuando su esposo, su Rey, y su más grande amor lo había rechazado de la manera más cruel?

Después de varios minutos en los que creyó que su llamado no había sido escuchado, la presencia de una fémina desconocida se apoderó de su nublado campo de visión. Sus adormilados ojos hicieron el intento por enfocarla, y cuando lo logró, descubrió que efectivamente la mujer que tiene frente a él, no es la misma señorita que ha estado atendiendo sus necesidades desde el día anterior. En cambio, está nueva mesera, no lleva un atuendo tan provocativo como las demás, su cabello negro está pulcramente recocido en un moño bajo, y sobre su falda descansa un mandil descuidado y manchado por lo que parece ser comida.

El plato de madera chocando contra la mesa, lo saca de su ensoñación, y su atención cae hasta el humeante platillo, que desprende un aroma bastante extraño, al igual que la consistencia que reposa.

Su inconformidad crece, sus mejillas se vuelven más rojas, su ceño se frunce y eleva la vista para encarar a la joven que lo mira con detenimiento.

- Se ha equivocado de mesa. - sus palabras salen torpes, su garganta le duele por no haber emitido palabra alguna por un lapso de tiempo enorme; su lengua sigue adormecida por todo el licor que ha bebido; y hace un esfuerzo sobrehumano para devolverle el plato, arrastrándolo hacia enfrente. - Vine aquí a embriagarme, no a contraer alguna enfermedad estomacal.

La joven lo mira a través de sus pestañas, y rueda los ojos hasta dejarlos en blanco, para posteriormente sentarse frente al monarca, empujando nuevamente el plato en su dirección.

Jungkook hubiera protestado, pero está lo suficiente adormecido como para evitar su compañía.

- Lo sé. - responde en un tono hosco. - Y de seguir así, créame que una enfermedad estomacal sería lo mejor que pueda pescar.

- No es de su interés. Estoy pagando por un servicio, lo menos que puede hacer es darme lo que le pedí. - fue un logro poder articular su habla sin tanto titubeo, y estaba a punto de celebrar su victoria, cuando notó como la mujer comenzaba a acomodarse el corsé, metiendo las manos dentro de este para hacer resaltar más sus pechos; y Jungkook se llenó de fastidio, no lo soporto más. - No estoy interesado en recibir ese tipo de atenciones, lárguese antes de que pierda la paciencia.

- Tiene usted el ego muy alto como para creer que cualquier criatura con falda quiera averiguar lo que esconden sus pantalones. ¿Quién se cree que es? ¿El Rey? - se burló con un tono ofendido, dejando brillar una sonrisa ladeada. - Y para que lo sepa, yo no soy una prostituta, soy la hija del dueño de esta pocilga y encargada de la cocina. Lo he visto desde hace dos noches sentado en este mismo lugar bebiéndose con desesperación las botellas como si el mundo fuera a acabarse. ¿Es que acaso tiene usted deseos de morir? Si es así por favor retírese, mi padre ya tiene suficientes problemas como para hacerse cargo de la muerte de un ricachón.

Tambaleante y a como pudo, el azabache se acomodó mejor en la silla, logrado recargar su espada en el soporte, y mantener su rostro elevado con ayuda de sus puños.

- ¿Ha escuchado el dicho... - se detuvo un momento para procesar sus balbuceos - ... "muere la boca por un pez"? - antes de que pudiera agregar algo más, la cocinera se soltó a reír con ahínco, dándole manotazos a la mesa y doblándose en su lugar al no poder respirar con normalidad.

¡Que osadía!

¿Cómo podía esa mujer reírse de esa manera en su cara?

- ¡Mujer insolente! - bramó el monarca con una mueca rabiosa, señalándola con su índice. - ¡Lárguese de una buena vez, si no quiere que le arranque los ojos con mis propias manos! ¿¡Es que acaso no sabe quién soy!? ¿¡Tiene usted deseos de morir!?

- "Por la boca muere el pez". - lo corrigió una vez que su risa cesó. - Y no. Aunque la idea de la muerte me resulta hasta cierto punto atractiva, no tengo deseos de morir pronto, y tampoco tengo interés en saber quién es usted. En este mundo, entre menos sepamos, mejor nos va. El gobierno es una mierda y la nobleza ni se diga. No deseo saber a qué familia adinerada pertenece usted. Lo que sí me intriga es el motivo que lo tiene tan entristecido... - se lamió los labios para después cruzar sus brazos a su pecho y echar su cuerpo atrás, imitando la postura "poderosa" de Jungkook, quién demostraba superioridad, pero al mismo tiempo se le veía bastante inseguro. - A lo largo de mi vida he conocido todo tipo de personas. Los borrachos y los niños siempre terminan por decir la verdad más oscura de sus corazones, y sus acciones los delatan; la gran mayoría busca simplemente pasar un buen rato, y expulsar sus perversidades con una buena puta; algunos otros simplemente están ahogados en deudas y vienen a venderle el alma a mi padre para obtener un poco de alivio; y hay otros como usted... - está vez lo señalo a él, dándole una mirada aguda. - ...que ha rechazado todas las invitaciones a bailar y ha llorado lo suficiente como para desmadrar un río. Lo que me indica que quizás esté sufriendo alguna perdida, quizá por el amor de una mujer. Puedo ver en sus ropas que es un joven noble, con el dinero suficiente para comprar todos los negocios del pueblo, y está aquí, bebiendo cerveza barata y llorándole a la nada. ¿Qué le ocurre? ¿Qué problemas puede tener un hombre como usted para rebajarse a entrar a esta choza mugrienta?

¿Un hombre como él?

¿Qué problemas puede tener?

Jungkook lo meditó un momento. Hasta ese instante no fue consciente de lo ridículo que se veía. ¿Quería contarle a una extraña su sentir? ¿Ella sería capaz de aconsejarle? ¿Lo juzgaría?

Su silencio se extendió por demasiado tiempo, el suficiente para hacer a la mujer dudar por sus palabras. Era evidente que el azabache estaba sufriendo, y quizás había abierto una herida profunda.

- Por su anillo, sé qué es un hombre casado. - habló nuevamente, está vez utilizando un tono más suave. El comentario logró hacer que Jungkook llevará su atención a su mano izquierda, y que las yemas de sus dedos acariciaran el metal precioso. - Lleva aquí el tiempo suficiente para hacer que su familia se preocupe. No sé qué es lo que le sucede, pero le aseguro que su esposa no encontrará este lugar apropiado para un hombre como usted; y le puedo jurar, que en cualquier momento la puerta principal será abierta por ella, y estará en grandes problemas. - una lagrima traviesa se alcanzó a colar por los ojos lloros del azabache, y la cocinera volvió a empujar el plato. - Coma un poco, debe tener la fuerza suficiente para inventarse una excusa creíble.

Sus palabras lograron tocar una fibra sensible en el monarca, quién limpio su resto de lágrimas con el puño de su camisa, y tras soltar una risita nerviosa, le echó un vistazo al plato que reposaba tibio en su lugar.

Hacía mucho tiempo que alguien había tenido un detalle así con él, que había pronunciado sus palabras con preocupación, y sí, esa joven era demasiado osada, descarada hasta más no poder, pero Jungkook se sintió bien siendo tratado como una persona normal.

Una vez que el aroma del plato volvió a picarle la nariz, se encontró a sí mismo comiendo de este con un hambre voraz. Su estómago gruñía en agradecimiento por tener algo más que líquido caliente. La comida tenía un buen sabor, y aunque no está seguro de que platillo degusta, lo encontró bastante sabroso, a pesar de su apariencia grotesca.

- Mi esposo no vendrá a buscarme, y mi hijo quizás ni siquiera es capaz de reconocer mi rostro. - se rindió por fin. Soltó las palabras como dinamita expuesta al fuego, y se sintió bien. - Él no vendrá, me ha dejado claro que no goza de mi presencia. No notará mi ausencia.

- ¿Es un él? - indaga con curiosidad, y no puede evitar que su rostro se pinte con asombro cuando Jungkook asiente a su pregunta.

Ella jamás tuvo el privilegio de conocer a un hombre que admitiera abiertamente estar en un matrimonio "homoparental". Conoce el repudio que todo el mundo le tiene a los donceles, y que un hombre como el que tiene enfrente no lo niegue, y que incluso esté en ese estado por él, la parece asombroso, más que eso, increíble.

- No quiero entrar en detalles, simplemente le diré, que merezco esto, pero no significa que no me afecte.

- ¿Es usted un hijo de puta?

Para ese punto, y gracias al alimento ingerido, la racionalidad que tenía perdida había regresado de a poco, y logro saber que sus palabras eran una afirmación disfrazadas de pregunta. En lugar de causarle enfado, le provocó gracia.

- Lo soy. - admitió dándole el último sorbo a su sopa. - Lo he engañado de todas las maneras posibles, use su cuerpo, ultraje su corazón, y me beneficie de su apellido. Yo en verdad lo quiero... ¡qué va! Lo amo. Pero me dejé llevar por las palabras ajenas, por el juicio de hombres canallas, y cuando me di cuenta ya lo había perdido, cuando quise recuperarlo, el hombre del que me enamoré había muerto. Jamás creí que esas últimas palabras que me dedicó pudieran salir de sus labios.

- Creo comprender. - murmuró la mujer con un aire preocupado cuando Jungkook comenzó a llorar con fuerza, sollozando e hipando por un poco de aire. - Pero dígame, mi lord. ¿Fue usted víctima de un matrimonio arreglado?

- ¿Sí? - sin comprender del todo su pregunta Jungkook asintió. - ¿Me creería si le digo que le propuse matrimonio cuando éramos niños?

- ¿Y en verdad lo ama? ¿O está enamorado de la persona en la que él se convertía al estar enamorado de usted?

Atónito.

Jungkook estaba atónito ante esa pregunta. Jamás se había cuestionado sus sentimientos por el doncel después de su desaparición.

¿En verdad lo amaba?

No puede darle mucho crédito a esa primera vez, cuando sus almas eran ingenuas e inocentes. Los sentimientos cambian, las personas también.

¿Entonces qué era lo que sentía? ¿Por qué no podía vivir con la idea de que Taehyung no lo amaba, de que había cambiado?

Quizás fue su duro pasado, ese en el que jamás le mostraron calidez, y al ser objetivo de un trato tan dócil como el que Taehyung le ofrecía, simplemente lo confundió.

- Yo... Y-yo creo que lo amo. - balbuceó con torpeza, intentado convencerse de su sentir.

La mujer arqueo la ceja, puntiaguda y juzgona por su respuesta.

- Usted no lo ama. - no hubo duda en sus palabras, y Jungkook sintió su corazón apretarse. - Usted ama que él lo ame, que su atención sea suya, que su cuerpo le pertenezca. Y me atrevo a decir que, si yo le preguntará por su color favorito, no sabía que responderme. Los hombres como usted no se fijan en esos pequeños detalles, no son capaces de asimilar que el mundo no es completamente suyo. Y sé que es apresurado adelantarme a los hechos, cuando no le conozco de nada, pero se lo digo por experiencia propia... Los hombres como usted son soberbios, egoístas y orgullos. Fieles creyentes de su autoridad y valía, pero realmente no saben nada de la verdadera vida, de lo que es carecer y esforzarse por poseer. Este es mi consejo, y puede tomarlo o simplemente desecharlo, honestamente me da igual; vaya por él, conózcalo y verifique si en verdad lo ama, si en verdad meceré la pena retenerlo a su lado aun cuando él siente tanto desprecio por usted. Y si la respuesta es un "sí", sin titubeos ni dudas; entonces conquístelo, cortéjelo como es debido y no lo suelte. La vida es demasiado corta para desperdiciarla entre lágrimas. Arriésguese, entréguese y ame; si después de eso, él sigue sin corresponder, entonces habrá perdido, pero se quedará con la satisfacción y la certeza de que al menos, lo ha entregado todo en la batalla.

Si los tutores que le enseñaron a su majestad, pudieran ver la concentración del monarca en esos momentos, seguramente se habrían largado a llorar. Jungkook jamás creyó que alguien ajeno a su palacio, con tan poca educación como la que tenía la joven frente a él, pudiera tener tanta razón, tanta sabiduría.

Su cabeza comenzó a cuestionarse todas y cada una de sus acciones pasadas, pero no pudo llegar a ninguna conclusión, no al menos en el estado de embriaguez en el que seguía sumido.

Fue reconfortante. No puede darle otra explicación al alivio que sentía en ese momento tras escuchar sus palabras.

- ¿Quién es usted? - le preguntó una vez salió de su delirio. La mujer le sonrió con dulzura, sus manos cayeron hasta las impropias y dejo sabes caricias con sus pulgares.

- María. Puede decirme María.

[...]

Atendiendo al llamado de su majestad, los hombres leales a la familia Kim, formaron una fila perfectamente ordenada frente a él; agacharon la cabeza en símbolo de sumisión y absoluto respeto, mientras esperaban con paciencia a qué el doncel hablara.

- ¿Dónde está mi esposo? - les preguntó Taehyung con la voz áspera.

Y no espero que realmente lo supieran, pero en cuanto uno de ellos dio un paso al frente su corazón se detuvo. ¿Por qué sabrían los hombres de su padre el paradero de Jungkook?

- Si me permite, su majestad... - dijo el soldado con mayor rango, elevando la mirada cuando el castaño sacudió la mano, dándole permiso para hablar. - El Rey Jungkook, se encuentra en una taberna a las afueras de la capital.

- ¿Cómo es que conoce usted su paradero? - no pudo resistirse a preguntar.

- Después de su perdida, su excelencia, el duque Kim, nos ordenó seguir al Rey.

Taehyung dejó escapar un suspiro cansino, su diestra subió hasta el puente de su nariz, y sus párpados se apretaron con fuerza.

- ¿Con cuantas? - pregunta después de un rato. El guardia lo mira con intriga, no comprendiendo del todo su pregunta, entonces, el doncel se apresura a hablar de nuevo. - ¿Con cuentas mujeres se ha acostado en estas últimas horas?

- No poseo esa información, su majestad. - respondió con vergüenza, con el rostro colorado por la mirada profunda que el castaño estaba dándole.

- No me mienta. Conozco a mi esposo lo suficiente para saber que no puede mantener los pantalones sujetos sobre sus caderas. Así que dígame. ¿Con cuantas?

- Desconozco esa información...- repitió apresurado, arrastrando las pablaras con nerviosismo. Jamás había tenido el privilegio de estar frente a frente con el consorte del Rey, a pesar de haber trabajado toda una vida a lado de su padre; pero el coronel sabía, que el joven Taehyung, era una perita el dulce, o al menos eso era lo que le habían contado; sin embargo, el hombre que tenía frente a él, carecía de dulzura, sus facciones eran duras, y su aura era poderosa. - Mis hombres se han mantenido afuera, no les permito estar cerca de su majestad, de lo contrario podría detectar su presencia.

El doncel lo evaluó meticulosamente, buscando algún indicio de mentira en sus palabras, y aunque dudaba de su veracidad, terminó por asentir, y averiguarlo por su propia cuenta.

- De acuerdo. - soltó en un suspiro. - Entraremos a la taberna; buscarán a su majestad por todo el maldito lugar y lo traerán ante mi sin importar las condiciones en las que se encuentre. ¿Les quedó claro?

- Sí, su majestad.

Respondieron unísono, y después de preparar los carruajes partieron del palacio, asegurándose de no ser seguidos o descubiertos por alguien ajeno a los hombres de Kim Namjoon.

[...]

Las pezuñas de los caballos, y el ajetreo de las ruedas moliendo las piedras del rústico camino, eran lo único que Taehyung podía escuchar, mientras miraba el recorrido por la rendija que la cortina dejaba ver.

En el pasado jamás creyó que pudiera hacer algo similar como lo que estaba por suceder; no creía posible que sus agallas le bastaran para atreverse a ir en contra de los deseos de su esposo, de enfrentarlo y retarlo. Pero ahí estaba, con un montón de guardias siguiéndole el paso, cuidando de su salida clandestina, mientras que él se comía la cabeza pensando en su siguiente movimiento, en las palabras que usaría en su contra.

Si es honesto, aún no lograba recuperarse emocionalmente del último encuentro con él. Esas últimas horas que pasó tratando de asimilar lo sucedido no fueron suficientes para apaciguar su corazón; y las acciones recientes de Jungkook, dejaban en claro las verdaderas intenciones que tenía con él.

Si tanto deseaba buscar el calor en otra cama, ¿Entonces por qué no lo dejaba ir?

Lejos de sentirse herido, estaba molesto, ofendido y un poco más decepcionado de lo que espero estar, porque tal parecía que no importaba cuán creíbles fueran sus lágrimas, siempre terminaba demostrado su verdadera naturaleza. Su egoísmo. Su orgullo.

Jungkook no querer aceptar su nueva faceta, no quería rendirse ante sus negativas. Y Taehyung no lo comprendía. Si realmente lo amaba y si tan arrepentido estaba ¿Por qué volvía a actuar de esa manera? ¿Cuál era su verdadero objetivo?

Cuando el carruaje se detuvo, y el conductor bajo del carruaje para abrirle la puerta, el castaño tuvo que esperar un momento, aspirando todo el aire posible antes de decidirse por poner un pie afuera. Su vista capturó el lugar, y el desagrado le nación desde su centro. Podía escuchar la música, las risas y los gritos de las señoritas, aun estando a varios metros de la vieja construcción.

La luna estaba por desaparecer, y la fiesta en el interior del lugar seguía vívida.

¿Qué hacía Jungkook en lugar como ese?

A simple vista, su propio porte y presencia lograba desencajar en ese lugar. Su esposo no era alguien que pudiera pasar desapercibido, y jamás creyó que él, siendo quien es, y con el orgullo que tiene, pudiera atreverse a rebajarse a tal grado.

- Entren. - ordenó con voz firme, no mostrando alguna expresión en su rostro. - Tiren el lugar si es necesario, pero traigan a su majestad a como dé lugar.

- Sí, su majestad.

Después de la respuesta recibida por los soldados, las puertas de aquella choza fueron abiertas con premura, azotando las maderas contra el interior. Todos sus hombres comenzaron adentrarse de inmediato, alertando a todos los presentes, quienes intentaron salir corriendo al distinguir la armadura de estos, pero fue una misión imposible de cumplir, puesto que, Taehyung había ordenado retener a cualquiera que intentará salir de aquel lúgubre lugar.

La conmoción se hizo cada vez más intensa, las mesas comenzaron a ser arrojadas al suelo, la música alegre fue reemplazada por gritos llenos de terror, y las habitaciones ocupadas fueron vaciadas a totalidad.

Había señoritas con solo una enagua mal colocada sobre sus caderas, otras tantas tenían los senos rojos a la vista de todos, y los hombres sin pantalones, con las erecciones apagadas, arrodillados en el centro del primer piso.

Había protestas, llanto y gritos, pero todos esos alaridos fueron callados cuando la puerta principal fue abierta nuevamente, y de esta cruzó una persona con un traje pulcramente limpio, caro a simple vista. Con sus cabellos castaños perfectamente peinados hacia atrás, y las botas relucientes.

- Presenten su respeto, a su majestad, el Rey Jeon Taehyung de Sirgo.

La angustia creció, los presentes se miraron todos entre sí, muertos de miedo, soltando en un suspiro ahogado antes de dar a su majestad sus últimas palabras antes de caer al suelo y pegar sus frentes al sucio lugar.

- ¿Dónde está? - preguntó el doncel a sus guardias, dejando de lado los sollozos soltados por todo el gentío.

- No se encuentra en esta planta, su majestad. - respondió uno de ellos.

Taehyung apretó los labios, busco con su mirada al hombre que mejor vestido estaba entre los plebeyos desaliñados, y con un gesto de mano, ordenó a uno de los guardas levantarlo de su lugar.

- ¿Qué hay en el segundo piso? - se dirigió al hombre anciano que temblaba arrodillado a sus pies.

- Más habitaciones, su majestad. - soltó con nerviosismo, acompañando a sus lágrimas.

- ¿Es usted el dueño de este lugar?

Y el anciano dudo antes de asistir a sus palabras.

- Por favor perdóname su majestad...

- No sabe cuál es motivo que me tiene aquí, ¿Señor...?

- Lee. - dijo en un hilo de voz. - Lee SeungGi, mi Rey.

- Señor Lee, he venido por un hombre, que pisó este lugar hace dos noches, si puede decirme con que señoritas paso la noche, le prometo perdonarle la vida, y hacer como si jamás hubiera visto este lugar. Así que dígame... ¿Con cuantas y cuáles señoritas se ha acostado?

- El joven noble solo ha bebi...

- ¡Esa no fue la pregunta que le hice! - lo interrumpió elevando la voz. - Voy a subir a ese lugar, y créame que, de encontrarme con la respuesta a mi pregunta, su cabeza será alimento para los cuervos que frecuentan la plaza. Así que dígame, señor Lee, ¿Quiénes se acostaron con ese hombre?

Pero está vez ya no hubo respuesta, y Taehyung dejo de esperar. Acompañado por unos cuantos hombres, subió los peldaños de las viejas escaleras que guiaban al segundo piso, encontrándose únicamente con unas cuantas velas encendidas, y un silencio sepulcral, hasta que divisó las puertas, las cuales fueron abiertas una a una por sus hombres, sacando de dentro a otras cuantas parejas que se habían mantenido en silencio debido al aborto que escucharon en la primera planta.

- ¿Están seguros de que no ha salido de este lugar? - preguntó al aire, esperando que alguno de los guardias respondiera su pregunta, pues estaban por llegar al final del corredor y Jungkook no aparecía por ninguna parte.

- No su majestad, las dos puertas de este lugar han sido vigiladas día y noche.

Y entonces la última puerta sin abrir estaba por ser descubierta, un joven soldado estaba por girar la manija antes de que Taehyung lo detuviera, tomando su lugar enseguida.

Su mano hizo presión en el metal oxidado, y el corazón se le apretó cuando un gemido logró entrar por sus oídos.

Suspiró, su mano se alejó momentáneamente de la manija para alisar el corsé de su traje, cerrando los ojos con tanta fuerza que incluso logró ver luces de colores en plena oscuridad. Se armó de valor, abrió la puerta lentamente, escuchando el chillido del material desgastado, y la escena que vio le hizo revivir un viejo recuerdo.

Una señorita se encontraba a escasos centímetros del rostro de su esposo, que yacía inmóvil en la pequeña cama de sábanas marrones. Tenía las manos apoyadas en el colchón, aparentemente ayudando al azabache a recostarse de mejor manera sobre la almohada.

- Buena noche. - logró decir tras tragarse el nudo que se formó en su garganta.

La señorita se sobresaltó en su lugar, miró hacia la puerta con cierto fastidio, y palideció enseguida al ver al doncel debajo del umbral, con cinco soldados detrás de él.

Jungkook por su parte, simplemente frunció el ceño. Después de su charla con María, las botellas de cebada volvieron a su mesa, y tras llorar nuevamente, está lo llevo al segundo piso, a la única habitación desocupada para que el monarca pudiera descansar.

Estaba ebrio, más atontado que al inicio, y era ese motivo por el cual no supo si esa preciosa voz, provenía de su imaginación.

- ¡Arréstenla!

Pero escuchar eso, seguido de un forcejeo y los gritos de su nueva amiga, Jungkook abrió los ojos por fin, encontrándose con su esposo de pie en la puerta, con una expresión impasible, y los ojos brillándole como fuego.

El hormigueo que antes sentía en su cuerpo desapareció por completo, y todo rastro de alcohol se destilo a través de sus poros, con un sudor frío, que provocó que se levantará de la cama en un salto.

- Tae... En verdad no es lo que parece.

El nombrado lo miro con la ceja arqueada, sus brazos se cruzaron en su pecho y sonrió con sorna.

- Cualquier situación que lo implique a usted con una señorita sobre una cama, es lo que parece. - respondió rencoroso, desvaneciendo su sonrisa hasta que en su rostro se pintó una mueca disgustada. - He dejado de esperar algo de usted, pero justo cuando creo que no puede decepcionarme más, aparece con una nueva estupidez que deshonra mi nombre, que macha mi reputación como consorte... ¿Cómo pretende que la gente me respete como el padre el pueblo, si ni quiera mi esposo es capaz de hacerlo? Deje de ser egoísta, por un momento pónganse a pensar en lo que sus acciones perjudican a su esposo, a su familia y a su reino. Ya no es un chiquillo, y si tantas ganas tiene de meter su pene en una vagina, entonces buscaré a las candidatas perfectas para que le sirvan como concubinas.

Jungkook tembló, sus manos comenzaron a sudar, sus ojos se llenaron de sal y su labio inferior se abulto cuando los sollozos volvieron a invadirlo.

- Yo no necesito ninguna concubina. - negó de inmediato, se acercó apresurado al cuerpo del castaño, quedando frente a él, con la mirada afligida. - Créeme Taehyung, por favor créeme está vez... No hice nada inapropiado, no toque a nadie y no permití que nadie me tocara. Vine a este lugar con la esperanza de disipar el dolor que provocó nuestro último encuentro.

- No le pedí ninguna explicación, vine aquí para asegurarme de que nadie más lo viera. - atacó el doncel, dejando que su mirada viajara hasta la mujer que seguía a su costado, llorando en silencio. - Usted y yo no tenemos una relación sentimental. - agregó con pesadez, sintiendo como su pecho se apretaba por la expresión que el azabache le daba. - Soy su consorte, y nada más que eso, así que limítese a hacer lo que le corresponde, y afronte las consecuencias de sus acciones. No estoy aquí por un arrebato de celos, entienda que mis sentimientos por usted han cambiado, pero no voy a permitir que siga ensuciando mi nombre y el de mi familia con sus actos lujuriosos.

- Acepto mi culpabilidad, comprendo que esté no es un lugar adecuado para un hombre casado, mucho menos para un hombre como yo. Pero... - concedió limpiándose las lágrimas. Hipando por un poco de aire. - Taehyung, no te fui infiel. Esta vez no lo hice, y aunque tú no sientas nada por mí, yo sí, mi corazón te ama, mi razón me súplica darte una explicación a toda esta situación, y aunque no quieras escucharme, aunque no me creas, te volveré a repetir una y otra vez que yo no te fallé, y no volveré a hacerlo por lo que resta de mi miserable vida. Eres tú la única razón por la que sigo aquí de pie, pues saber que respiro el mismo aire que tú, ya me es suficiente, y no pararé, no me detendré hasta demostrarte que mis intenciones contigo son genuinas.

Taehyung suspiró, sus puños se apretaron a la costura de su abrigo en un intento desesperado por retener sus lágrimas.

- Deje de hacer el ridículo frente a sus soldados, su majestad. - atinó por decir, y le dolió ver cómo el azabache agachaba la cabeza con vergüenza, para continuar llorando. - Hay asuntos más importantes que atender en el palacio que intentar arreglar algo que ya está roto. Mi confianza en usted ya se ha perdido, así que no intente convencerme de lo contrario, simplemente manténgase alejado de los escándalos.

Jungkook solo pudo ver los pies del doncel girar sobre su eje antes de perderse en el oscuro pasillo, dejándolo de pie en ese lugar, con el corazón hecho trizas, y las palabras de la cocinera que era arrastrada escaleras abajo, resonando con eco en su cabeza.

¿Debía rendirse?

¿Valía la pena cortarse las manos por intentar reconstruir un corazón hecho pedazos?

Se lo pensó dos veces, y en esas dos veces la respuesta fue un rotundo "si".

Taehyung había sufrido mucho más que él, soportó mucho más que él. ¿Entonces por qué él no podía hacer lo mismo?

Rendirse no era una opción. Taehyung era alguien que valía todas y cada una de sus lágrimas. Quería tener una oportunidad, una nueva oportunidad para conocerlo, para enamorarse totalmente, y que él pudiera conocerlo también, y quizás si el castaño quería, su contrato matrimonial no sería lo único que los mantendría unidos.

Después de sobre pensarlo por un buen rato, Jungkook bajó las escaleras, encontrándose con todos los hombres que antes gozaban del festejo, siendo jaloneados por sus guardias, que parecían llevarlos fuera del lugar.

- ¿Qué ocurre? - se atrevió a preguntarle al castaño, quién miraba todo con una expresión fría.

- Me parece injusto que estos borrachos se gasten su paga en lugares como este, mientras que seguramente sus esposas padecen de hambre. - le dijo Taehyung sin voltearlo a ver. - Serán exhibidos en la plaza del pueblo como los adúlteros que son. Y después serán llevados a juicio. Sus mujeres recibirán la paga de estos, cada mes, y les daré la posibilidad de divorciarse de ellos si así lo desean.

- ¿No es un poco extremista? - se arrepintió enseguida, pues el castaño volteo a verlo con la ceja arqueada.

- Nuestra ley se ha encargado de darle armas a los hombres, su majestad. Lo mínimo que puedo hacer yo, es brindarle a las mujeres y donceles un escudo para defenderse de la injusticia de sus maridos. ¿No está usted de acuerdo?

- Creo que todos cometemos errores...

- La primera vez puede considerarse un error, por supuesto. - concedió volviendo a posar su vista en la puerta. - Pero cuando estos errores se vuelven frecuentes, entonces ya no es un error, sino que, una elección.

Jungkook apretó los labios, y asintió con desgano a sus palabras, sabiendo de sobra que era él, uno de esos hombres que habían elegido una y otra vez, imponer su naturaleza sobre los débiles, sobre su pareja y esposo.

- Sé que no solicitaste mi permiso, pero hay cosas que no puedes simplemente hacer sin consultarme, Taehyung. - el mencionado volvió a mirarle un tanto apenado al darse cuenta de sus acciones. - Pero puedes hacerlo, escribe la propuesta para esta nueva ley, y yo me encargaré de que el parlamento acepte tu pedido.

Ahora fue Taehyung quién no supo que decir, y se quedó plantado en su lugar cuando Jungkook salió por la puerta para adentrarse al carruaje que lo había llevado hasta ahí.

¿Qué acababa de ocurrir?

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