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04| PEQUEÑO JAZMÍN

Para Taehyung, que creció poseyendo más de lo que podía imaginar, la vida dentro del palacio parecía una cotidianidad más. Sus sirvientes acataban sus peticiones con diligencia, y muchos de ellos habían comenzado a tomarle un cariño especial, pues su amabilidad sumada a la dulzura natural que exudaba su existencia, logró hacer que todo aquel a su servicio lo saludara con entusiasmo cada vez que se cruzaban; habiendo también un contraste abismal entre el trato que reciban por parte de su esposo, un áspero joven que carecía de empatía y modales cuando de su desigual se refería.

Conforme fue pasando el tiempo, el aprecio que se le tenía al castaño, fue inmiscuyéndose lentamente por el pueblo, incluyendo los rincones más inhóspitos y olvidados que colindaban con las fronteras. El doncel, ensimismado en desempeñar con pasión su papel dentro de la corona, tomó de sus bolsillos el oro necesario para levantar albergues comunes para mujeres, niños y ancianos en circunstancias poco favorables. Asimismo, construyó un par de orfanatos, reparó parroquias y planteó el proyecto de una casa de médicos a sus suegros, quienes dudosos aceptaron su pedido.

Eran más que evidentes las ganas que tenía por ganarse la aceptación de su pueblo antes de que se coronara junto a su esposo como el rey consorte, y aunque lento, fue dando el resultado deseado.

Como recompensa y prueba de ello, estaba el festival organizado por los plebeyos en el centro de la ciudadela por su cumpleaños. Un febrero lleno de alegría y entusiasmo, que no sólo se debía a la primavera entrante y el final del atroz invierno, sino, a la esperanza que había sembrado en cada uno de ellos pese a los prejuicios que cargaba por su naturaleza.

Esa mañana en particular, tras salir en su carruaje hacía el orfanato recién inaugurado a las afueras de la ciudad, logró ver la aglomeración de gente en las calles, quienes se acercaron al vehículo en movimiento con la esperanza de, al menos, verle un mechón de su cabello. Y fue tanto el ajetreo que tuvo que volver al palacio para evitar disturbios; pero al entrar de nueva cuenta por los altos muros del castillo se llevó la grata sorpresa de que los reinos vecinos y nobles de su patria, le habían enviado al menos una habitación repleta de obsequios y felicitaciones, que, desde su punto de vista, no eran más que palabras vacías.

No era un secreto que el doncel disfrutaba más de pequeños detalles o vistas privilegiadas del hermoso atardecer, aunque, muy por encima de todo eso, estaba la presencia del príncipe heredero, quién en algunas ocasiones llegaba a su habitación compartida con dulces y flores.

Sin importar cuántas cosas materiales pudiera poseer, la buena compañía siempre fue de sus cosas preferidas. Algo que anhelaba, pero que muy pocas veces obtenía, pues, durante ese tiempo comenzó a notar que su esposo se escapaba por las noches cuando creía que dormía, dejándolo solo en tan fría habitación.

Era casi imposible que no llegara a escuchar los murmullos de las mucamas, aquellas jóvenes que cada sábado traían del mercado las noticias y rumores tan frescos como los víveres que llevaban a la cocina; uno de ellos, en particular, tenía al príncipe como protagonista, y se decía que el apuesto azabache visitaba con frecuencia la casa de señoritas en el centro de la capital.

Aunque aquello logró ocasionar un avasallante dolor en el pecho, hizo caso omiso a los rumores, creyendo ciegamente en la promesa que Jungkook le había hecho en el altar, y justificando su disparate con todas las noches en las que él, lo acariciaba en el lecho con pasión y devoción.

Para Taehyung el sexo era un símbolo de amor y entrega, un acto tan íntimo que debía ser únicamente compartido con la persona a la que se amaba, a la que los unía la divinidad del cielo, y por ello, no creyó que Jungkook hiciera con otra gente lo que hacía con él.

Pero sin duda, la actitud de su primo al enterarse de aquel rumor, lo tenía más alterado que cualquier otra cosa; pues el castaño había comenzado a insistirle repetidas veces para que le contara todo respecto a su matrimonio. Por respeto a su privacidad, y abochornado por la idea de contarle a alguien más su intimidad, decidió guardar silencio, y evadir a toda costa que abordará el tema. No quería dejar en evidencia que realmente no era tan feliz como aparentaba, y mucho menos, poner a Jungkook en un aprieto. Él estaba satisfecho con los besos y caricias que compartían por las noches, con el hecho de sentirse deseado y perteneciente por primera vez. Incluso si la realidad y sus deseos se contradecían abismalmente.

Dejando de lado sus pensamientos, y entre suspiros frente al espejo, Taehyung veía lo rápido que las damas de su corte perfeccionaban su apariencia, y al par de sirvientas haciendo malabares para dejar impecable su habitación.

Una vez estuvo listo con un nuevo conjunto de dos piezas en tono tierra, las puertas de su habitación fueron llamadas con golpes sutiles pero insistentes, y tras una aprobación, que fue dada por un asentimiento de cabeza, éstas se abrieron para el guardia que custodiaba sus aposentos, quién al ingresar lo saludó cordialmente con una inclinación completa que se mantuvo incluso cuando comenzó a hablar.

–Su alteza, el Duque de Céndia está aquí—, le informó el hombre con la voz firme, y no se movió ni un milímetro a la espera de su respuesta.

La simple mención de su padre logró eliminar la tensión de su cuerpo y una genuina sonrisa brotó de sus labios, alisó la tela de su camisa y le dio un último vistazo a su reflejo antes de asentir eufórico.

–Háganlo pasar.

Y no tuvo que esperar mucho para que el guardia saliera de sus aposentos siendo seguido por todas las señoritas a su alrededor, quienes, y por órdenes del duque, comenzaron a llevar el desayuno de ambos al jardín.

Cuando las puertas volvieron a abrirse, el sonriente hombre de apariencia impecable —a pesar de sus vastos años de experiencia en el mundo terrenal—, iluminó por completo la habitación. Su traje limpio y sin arrugas fueron un toque adicional para el hermoso arreglo de margaritas rosas que llevaba con orgullo entre sus manos.

Kim Namjoon no era tan viejo como la mayoría suponía, su edad rondaba por los cuarenta otoños, y gozaba de buena salud pese a estar sometido diariamente al estrés que conllevaba su noble título, ésta se reflejaba en la jugosidad de su acanelada piel que apenas poseía un par de arrugas, muy contrario a su ceño, pues, era cuestión de tiempo para provocar el desagrado en el viudo. Algo que sin duda no incluía a Taehyung, pues era, y dicho de su propia boca, la flor más bella de su jardín. El único recuerdo de su matrimonio, y su amada esposa.

–Su alteza—, saludó con alegría el duque, acercándose hasta su hijo para reverenciarlo como correspondía, y también, para poder besar el dorso de su mano—. Me place poder verle.

–¡Padre!—, se quejó el doncel con una sonrisa—. Por favor, al menos usted no me llame así—. Pero Namjoon negó a su pedido, entregándole las margaritas que fueron recibidas con amor y desbordante alegría—. Se lo agradezco tanto, son preciosas.

–No hay persona en este reino que merezca más que usted, el honor de ser llamado príncipe—, soltó juguetón, pero aferrándose siempre a la verdad—. ¿Cómo podría yo faltarle al respeto?

El rubor en las mejillas de Taehyung fue más que evidente. Aunque se había acoplado a sus deberes, aún le parecía un tanto extraño que su mismo padre, a quien siempre había tratado con respeto, comenzara a hablarle de manera formal.

Queriendo evitar las lágrimas que amenazaban por salir de su ojos, corrió a los brazos de su padre para esconder su rostro el pecho que tantas noches le había dado consuelo, inundando sus pulmones con el varonil y limpio aroma, lo estrujó con fuerza, mientras éste, acariciaba con cariño su cabello.

–Por favor llámame como antes padre—, le suplicó entre suspiros—. Necesito escuchar de su boca que sigo siendo el mismo que antes. Prometo no decirle a nadie que me llama por mi nombre...

La dulzura en su voz, sus lágrimas y su fuerte agarre, eran la debilidad de un hombre tan firme como era Namjoon. Algo a lo que simplemente no podía negarse. 

–Prometo llamarte con cariño únicamente cuando nos encontremos a solas. ¿De acuerdo?—, le hizo saber, acunando el rostro de su niño entre sus manos y obligándolo a subir la mirada para darle un sonoro beso en la frente—. Ahora dime, Tae. ¿Qué tiene a mi lindo angelito tan preocupado?

Taehyung volvió a esconder su rostro en su pecho, incapaz de sostenerle la mirada, pues el Duque tenía la capacidad de hacerlo soltar la verdad con tan solo mirarlo fijamente, y ciertamente, no quería hablar del tema.

–No es nada, el príncipe trabaja mucho, y yo he tenido tantas cosas que hacer, que a veces me siento muy solo. Extraño mucho a Hoseok hyung, y a mi nana también.

–Ah, con que eso era—, soltó no muy convencido por su respuesta—. Le asignaré a Hoseok un trabajo en la corte, pero no puedo deshacerme de la señora Kim, no hay nadie mejor que ella para llevar la casa.

–¿En verdad harías eso por mí?—, inquirió con sus ojos brillando de ilusión, a lo que Namjoon asintió sin soltarlo—. ¡Gracias, muchas gracias!

–Todo para mi niño—, dijo a la par que dejó un toque sobre la punta de su nariz—. Ahora vamos, le pedí a tus sirvientas que preparan el desayuno en el jardín. Es tan tarde que seguro tienes mucha hambre.

Toda la tristeza arraigada se congeló en ese instante, y sintiéndose más liviano con la presencia de su progenitor, salió junto a él con dirección al jardín para probar el desayuno que ya se encontraba listo y servido en una pequeña mesa redonda justo en el centro.

Al poco rato de tomar asiento, la presencia del príncipe fungió como una nube gris para aquel soleado día, y con una sonrisa tensa, los saludó. 

–Buen día Duque Kim—, dijo Jungkook inclinando la cabeza en su dirección.

Namjoon se levantó para reverenciarlo, y posteriormente palmeó su hombro, provocando en el azabache una mueca imperceptible de incomodidad.

–¿Por qué no me dice suegro, alteza?

–Oh, no podría, du...

–Somos familia ahora, príncipe—, lo interrumpió el mayor—. Mientras usted haga feliz a mi hijo, seremos familia.

–Supongo que está bien—, decidió ceder pasando por alto que aquello sonó más a una advertencia que una bienvenida a la familia, pero sin perder la compostura, y sintiéndose presionado por la mirada del contrario, Jungkook no tuvo más remedio que suspirar en rendición, y devolverle la sonrisa—, suegro. 

La sonrisa de Namjoon se ensanchó en demasía al percibir cómo sus ojos se oscurecieron. Presentía que algo no iba bien con su matrimonio, y si tenía que ejercer presión, sin duda lo haría. Y al parecer el pelinegro lo había notado.

–Que bueno que llegó, estábamos por comenzar a comer. Siéntese con nosotros, su alteza—, comentó para aligerar un poco la tensión—. Después de terminar, me encantaría ver el obsequio que le ha dado a mi hijo.

Taehyung se había mantenido detrás de su padre durante el tiempo que duró su breve conversación, con la cabeza agachada y a la espera de que alguno le indicará que debía hacer a continuación, pues Jungkook le había repetido hasta el cansancio que no debía interrumpirlo mientras hablaba, que siempre debía guardar silencio para evitar ponerlo en ridículo.

Antes de que pudieran volver a sentarse, el doncel sintió la cálida mano de su esposo en su cintura, por lo cual, ante el inesperado contacto se sobresaltó, y lo miró con incredulidad.

Al tener su atención, el pelinegro se acercó hasta su odio, y mientras lo guiaba a su asiento en la mesa, susurró:

–¿De qué obsequio habla tu padre?

El temblor de su cuerpo se transformó en un oleada de decepción y tristeza, su corazón se fragmentó y soltó un suspiro.

–Hoy es mi cumpleaños—, volvió a comentarle, pues se había pasado al menos una semana recordándoselo constantemente. 

–No me lo dijiste.

–Se lo dije hace una semana, alteza.

–¡No me lo dijiste Taehyung!—, gruñó contra su oreja—. Te he dicho que no debes contradecirme. 

»Volví a arruinarlo, volví a arruinarlo«.

Se repetía sin cesar en la cabeza del doncel. No tuvo más remedio que asentir a sus palabras, y girar el rostro para evitar que su penetrante mirada lo hiciera llorar.

Sin querer sembrar duda en el padre del doncel, Jungkook besó fugazmente los labios de su esposo, percibiendo en el contacto, el aroma floral que desprendía como si fuera propio; y tras darle una sonrisa logró que su actitud enamorada volviera en él. Una técnica un tanto cruel, pero que daba resultados efectivos.

Después de meditarlo por un momento recordó que, en efecto, Taehyung le había dicho la verdad, y que fue bastante insistente respecto al día de su cumpleaños, pero tan ocupado estaba en buscar una nueva mujer para aplacar la picazón en su orgullo, que simplemente decidió ignorarlo. Y creía genuinamente, que nadie podía juzgarlo por por sus necesidades carnales, algo que no podía satisfacer enteramente con su esposo, pues él gozaba de estrujar abultados pechos y enterrar su rostro en suaves labios, algo de lo que Taehyung carecía totalmente; sumado al hecho de que no podía tratarlo como le viniera en gana, pues era un doncel delicado, alguien inexperto. Pero, definitivamente, era más su sed por sentirse el mismo hombre varonil y mujeriego, que no disfrutaba a plenitud el encuentro sexual como lo hacía antes de casarse con él, y comenzaba a dudar de sí mismo.

¿Qué diría la sociedad sobre él?

¿Se burlarían por gozar de la sodomía?

Esa misma mañana entre su recurrente reflexión respecto a su estado civil, las campanas en su cabeza sonaron advirtiéndole el peligro que implicaba tener al Duque de Céndia caminando por lo ancho de su palacio, y más aún, cuando éste se encontraba en compañía de su esposo, a quién en cualquier momento podría soltarsele la lengua y contarle sobre lo sucedido en las últimas semanas, además del insistente en el salón de su padre justo después de su boda; por lo cual, y actuando bajo presión, optó por colarse en la reunión que tenían para tomar el desayuno, pero jamás llegó a imaginar que le resultaría tan desastroso.

¿Cómo haría para demostrarle al viejo que era un devoto esposo?

Namjoon únicamente quería averiguar que tan bien iban las cosas entre ellos, así que debía idear un escape efectivo para no levantar más sospechas; porque definitivamente no lo quería rondando su sensible carne cual buitre hambriento. Quizás, la golpiza que recibió a mano de su progenitor sí que le había hecho abrir los ojos ante el peligro que implicaba ganarse a Kim Namjoon como enemigo. Las marcas en sus piernas eran un fiel recordatorio de ello.

Una vez mitigado el miedo, ayudó al doncel a tomar asiento nuevamente, y tras besar su sien, lo siguió hasta que hubo un plato frente a él, y el desayuno comenzó a fluir de manera amena para los Kim.

Taehyung, tan enamorado y ensimismado en las emociones que provocaba su esposo en él, no reparó en las filosas miradas que le lanzaba su padre de vez en vez, y por supuesto, tampoco se percató de que el cariño recibido por el príncipe era únicamente para acallar las dudas que tenía el Duque con respecto a su relación.

Una vez satisfechos con los alimentos, Namjoon chasqueó los dedos en dirección a un par de mozos a su izquierda, quienes al instante corrieron a su lado, asombrando a Jungkook, pues durante todo ese tiempo no se percató de su presencia, y tampoco había sido informado de más intrusos además del duque; pero lo que definitivamente le hizo cosquillear la lengua fue ver a Taehyung tan cómodo con esa situación, como si supiera que tras las paredes encontraría al menos a un centenar de aliados de su padre; y aquello, sin lugar a dudas, era un gran problema.

Después de darles indicaciones murmuradas al par de mozos, los Kim se sumergieron en una conversación banal y sin importancia alguna, mientras que Jungkook parecía querer devorarse las uñas por la incertidumbre que sentía; sin embargo, en cuanto los hombres volvieron a aparecer en su campo de visión con una carreola negra en mano, pudo respirar con normalidad, al menos por un momento.

–¿Recuerdas a HaRi, la cachorrita que tenías cuando eras niño?—, inquirió el Duque hacia su hijo, quién no pudo siquiera mirarlo por la emoción y curiosidad que tenía por averiguar qué era lo que se encontraba dentro el hermoso artefacto.

–La recuerdo.

Soltando una risita, el mayor, finalmente terminó con la angustia del doncel, se levantó de su asiento y retiró la fina manta que mantenía oculto su obsequio, provocando un jadeo sorpresivo por parte del castaño, pues se encontró con una diminuta bola de pelos negros y marrones durmiendo cómodamente en el interior acolchonado.

–No lo puedo creer. ¡Padre, es hermoso!—, pronunció eufórico, tomando con delicadeza al cachorro para acunarlo entre su pecho—. Su parecido es ridículo. Se lo agradezco tanto. 

–Me alegra que te haya gustado. Quería darte algo que te hiciera compañía mientras tu esposo está ausente.

–¿Ya tiene nombre?—, le preguntó a su padre y éste negó—. Oh, entonces debería darle uno lindo. YeonTan me gusta. ¿A usted qué le parece, su alteza?

En algunas ocasiones, por no decir que todas en las que se perdía en sus pensamientos, Jungkook se dedicaba a admirar la belleza del doncel. Había notado que su singular sonrisa era uno de sus mejores atributos, y le era inevitable frenar los acelerados latidos de su corazón, y ese, por ejemplo, era uno de esos momentos.

–Es un nombre precioso, mi amor.

Amor…

El azabache no reparó en lo que dijo hasta que el rubor de su esposo se hizo presente en sus mejillas.

–Bien—, soltó Taehyung con nerviosismo—, si a su alteza le gusta, entonces así será.

Con aquella interacción, Namjoon pudo sentirse ligeramente complacido. Y regocijándose de la elección tan acertada que había hecho, sonrió con dulzura hacía su hijo, a quien jamás creyó ver enamorado, tan tímido y avergonzado por un simple mote.

–Dígame, mi príncipe, ¿Cuál es su obsequio?

Ante aquello, Jungkook se sintió sudar en frío, acorralado en un callejón sin salida que estuvo por hacerle brotar un balbuceo que dejaría en evidencia el poco empeño y atención que le prestaba a su consorte. Afortunadamente, y antes de abrir la boca, una sirvienta se acercó a ellos, interrumpiendo sus acciones y salvandolo del infortunio.

–Lamento la interrupción—, comentó apenada la joven—. Le han enviado un obsequio al príncipe Taehyung.

La mujer extendió al doncel una pequeña caja de madera color negro, los bordes bañados en oro, e incrustaciones de zafiros finamente tallados en la cubierta.

Los dedos del castaño se movieron con delicadeza por la tapa hasta llegar al broche de ésta para abrirla sin más tapujos, pero sólo logró encontrar en su interior una caja aún más pequeña que al abrirla envolvió a todos con su angelical melodía. Asustado por el repentino sonido, cerró la caja un par de veces para cerciorarse de que realmente la música se encontraba encerrada en ella, y al percatarse de ello, sonrió confundido.

–¿Es de parte de usted, alteza?—, quiso saber con desesperación, ilusionado por la idea de que quizás su esposo le había obsequiado un objeto tan innovador, pero supo que no era el caso cuando al igual que él, Jungkook tenía una expresión sorprendida.

–Tiene un remitente, cariño—, dijo el duque extendiendole la carta que se encontraba en el interior de la primera caja—. Dinos, Tae. ¿De quién es?

Cuando Taehyung la abrió, su sonrisa se desvaneció por completo, y miró a su esposo con cierto deje de pánico, provocando desconcierto en los hombres por su repentino cambio de actitud.

–¿Quién te lo envió?—, insistió el Duque; a lo que Taehyung sacudió su rostro con evidente nerviosismo y guardó la carta en el bolsillo interior de su abrigo.

–Hoseok hyung—, respondió temeroso—. Me lo envió mi primo.

No muy convencido por su respuesta, Namjoon asintió sin más, sin embargo Jungkook no pudo evitar la duda y el disgusto expresado en su rostro. 

¿El obsequio era realmente por parte de Hoseok?

–Bien, supongo que es mi turno, mi obsequio no es para nada ostentoso y mucho menos impresionante, pero lo he hecho con el corazón—, dijo Jungkook finalmente, poniéndose de pie una vez que tuvo la atención los Kim—. Si gusta, suegro, puede acompañarnos.

Con complacencia y realmente curioso, Namjoon asintió, ayudó a su hijo a levantarse y se lo entregó a Jungkook, quién tomó de la cintura para comenzar a caminar.

En algún momento entre los celos que no quiso aceptar que sentía, recordó un espléndido lugar que le serviría para compensar, y quizás llegar a superar los obsequios de, aparentemente, el ducado de Céndia.

Mientras tanto, Taehyung, aún mareado por el remitente oculto entre líneas en la carta que guardaba con recelo, olvidó momentáneamente aquel incidente, y dejó volar su mente para imaginar que era lo que Jungkook quería mostrarle, pues, después de lo que dijo, presentía que no tendría nada preparado para él.

Tras una corta caminata se encontraron en un jardín de jazmines en plena floración. El blanco de las flores no opacó el bello estanque de peces, y mucho menos el columpio que pendía de un fuerte tronco de nogal a un costado de un pequeño pabellón repleto de cojines y una mesa para tomar el té.

Ante tal magnificencia y resplandor, los ojos del doncel picaron de alegría, y sin poder contener su emoción se lanzó a los brazos de su esposo para llenarle el rostro de besos cuando éste lo sostuvo.

–Aunque me avergüenza admitirlo—, comenzó Jungkook, carraspeando la garganta por la intensa mirada de su suegro, pero sintiéndose cálido y valiente por la atención que Taehyung le prestaba—, éstas flores me recuerdan a ti. Eres pequeño y dulce, como un pequeño jazmín.

–Es hermoso, alteza—, murmuró lleno de ilusión, besando nuevamente los labios del príncipe—. Se lo agradezco tanto. 

Por encima de la vergüenza e incomodidad que sentía por ser objeto de tal muestra de afecto, muy en el fondo le resultó gratificante, y pensó que quizás si su gesto hubiera sido genuino, la nauseabunda emoción instalada en la boca de su estómago sería comparada con el revoloteo de una mariposa, y no con asqueroso desprecio a su persona.

–Está de más decir que éste lugar es todo tuyo, sé que aún no logras adaptarte del todo, así que pensé que sería agradable tener un espacio en el que puedas pensar y alejarte de lo abrumante que puede llegar a ser el palacio.

Aún con lágrimas en los ojos y conmovido por las palabras de su esposo, Taehyung se separó sutilmente de él, y recorrió el blanco jardín hasta no dejar ni un solo rincón por explorar. Lamentablemente, y aunque lo sentía tan propio, era tan ajeno como el corazón del heredero, pues ese mágico lugar le perteneció a la actual reina de Nagdum.

Y mientras Taehyung miraba embelesado la construcción, e ideaba un par de arreglos que podía hacerle, Namjoon se acercó lentamente al príncipe, dejó caer su palma sobre sus hombros y enfocó su atención en el rostro alegre de su progenie.

–Me alegra saber que mi hijo es feliz—, admitió en un susurro—. Sí le soy sincero, no esperaba mucho de usted. Me ha sorprendido.

–No se preocupe, es algo que escucho con regularidad—, bufó burlón—. Haría todo por mi esposo.

–Respecto a los rumores que circulan por el reino… Bueno, me gustaría tener la certeza de que son únicamente eso, simples rumores, ridículos e infundados—, soltó fingiendo tranquilidad, pues inmediatamente pudo sentir al contrario tenderse por sus palabras—. También quiero informarle que mi sobrino se instalará mañana mismo como guardia personal de mi hijo. Le daré órdenes estrictas a seguir. Deberá defender su honor de cualquiera que intente dañarlo, incluso si se trata de usted. No es mi intención asustarlo, mucho menos amenazarlo, pero quiero que sepa que estoy dispuesto a todo por proteger a Taehyung. Haré llorar lágrimas de sangre a quien se atreva a herirlo de cualquier manera.

Su semblante apacible y escabrosa pronunciaron provocaron un escalofrío en el azabache, un nudo en su garganta que tuvo que tragar para evitar flaquear frente al Duque, quien a pesar de parecer desinteresado lucía imponente y aterrador.

–No me atrevería…

Namjoon se giró un poco para mirarlo, y con una sonrisa ladeada asintió.

–Que así sea, su alteza, que así sea.

Una vez dicho aquello, Jungkook vio como el sombrío hombre se alejó de sí, y sus propias palabras retumbaron en su cabeza como una tétrica melodía, como un mal augurio que le costaría la vida.

"Que así sea.."

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