03| VARA DE BAMBÚ
Tanto en la sociedad aristócrata, como en la plebeya, el verdadero significado de un padre había quedado enterrado en los cimientos de las creencias y cotidianidad, sepultado por la avaricia de aquellos hombres que sedientos de poder, jamás pudieron conformarse con lo que ya poseían. Sus hijos, mujeres, varones o donceles, fueron vistos como monedas de cambio, objetos sin valor alguno que eran intercambiados por bienes materiales, posiciones privilegiadas en la corte del Rey, alianzas entre familias, o, simplemente ganado o sacos de arroz para sobrevivir al invierno.
Pero era el sexo vulnerable quien verdaderamente tenía todas las de perder; pues un varón podía al menos, expresar su inconformidad con libertad, y aunque en muchas ocasiones no eran escuchados por sus mayores, tampoco eran del todo reprendidos. Era su deber fortalecer su apellido, resguardar la seguridad de su familia y asegurarle a sus hermanas un matrimonio próspero. No tenían escape, claro; pero, ¿qué tortura era para ellos tener a su disposición el calor placentero de la cama de su esposa? Los hombres ganaban una compañera muda, y las mujeres perdían por completo la libertad de hablar.
Existían muy pocos hombres que podían portar con orgullo el honorífico de un padre, y entre la minoría, se encontraba el inquebrantable Duque de Céndia. El hombre viudo que supo equilibrar la carga laboral con su responsabilidad paternal; el caballero acariciando por los años que estaba más que dispuesto a ver el mundo arder si es que alguien osara arrancarle, aunque fuera un pétalo, a la más hermosa flor de su jardín.
Kim Namjoon, era poderoso, valiente, aguerrido y orgulloso; con el oro suficiente para abastecer y liderar un ejército entero en contra de cualquier enemigo. El duque más poderoso de su época, un líder nato que tenía a la corte de su majestad comiendo de la palma de su mano, y por si fuera poco, al unir a su único hijo con el príncipe a heredar el trono, sus consuegros y reyes, terminaron atados de pies y manos ante sus dictaduras y propuestas.
A pesar de la condición de Taehyung y la poca tolerancia que le tenían los nobles a los jóvenes de su misma naturaleza, el doncel fue objetivo de innumerables propuestas matrimoniales en cuanto fue presentado en sociedad. Realmente no importaba que tan aberrante fuera para los demás aquel don con el que había nacido, sino que, el apellido que portaba, y el peso que conllevaba el ser el yerno de tan respetable hombre, los orilló a todos a presentarse en más de una ocasión en el salón principal de la mansión Kim, para obsequiarle algún presente, que muy frecuentemente, iba acompañado de miradas despectivas, y comentarios fuera de lugar.
Al percatarse de aquello, Namjoon se vio en la tarea de hacer callar las habladurías maliciosas; no por nada, era el hombre más temido de la nación. Por su autoría, algunas cabezas nobles fueron arrancadas de su cuello, y la destitución de otros, fueron motivo suficiente para amansar las aguas.
¿Quién era realmente digno de pronunciar el nombre de su hijo? ¿Existía alguien con la suficiente valentía para enfrentarlo?
A las dos preguntas, le correspondía una negativa.
Miedoso por lo que la crueldad del mundo pudiera hacerle al inocente corazón de su único hijo, prefirió aislarlo por completo del exterior. Resguardó su ingenuidad en la comodidad de su alcoba, y alimentó su mente con enriquecido conocimiento financiero, diplomático, artístico, y políglota; dando como resultado a un joven que dominaba con excelencia las bellas artes, los astros de los cielos y las cuentas de su casa. Tristemente, sus talentos quedaron ocultos de todos, y carecía de la habilidad de socializar, de comunicarse con éxito y sin decoro con alguien ajeno a su núcleo familiar.
Taehyung podía ofrecer algo más que sólo belleza y estatus, pero la poca convivencia con el mundo exterior, lo transformó en un joven introvertido, y temeroso de las bestias en sociedad. Con el amor a su persona del peso de una pluma.
Aunque el doncel estaba capacitado para llevar las riendas de su familia, dada su naturaleza, Namjoon no pudo convertirlo en su heredero, y en su lugar, nombró al hijo de su hermana menor con tal honor, cambiando el Jung, por el Kim, y orientándolo desde niño para tomar el ducado cuando la vida se le fuera.
Afortunadamente aquella decisión fue la mejor que pudo tomar, pues, el actual Kim Hoseok, era un joven que gozaba no sólo de un vasto conocimiento académico, sino que también, de una extraordinaria destreza cuando de enfrentamientos cuerpo a cuerpo se trataba. Un guerrero audaz, sin embargo, dulce y gentil.
Con el tiempo, el Duque pudo notar en su sobrino la misma afición protectora que tenía hacía su hijo, el cariño con el que lo trataba distaba de malintencionado, así que, la idea de unirlos en matrimonio le parecía ideal, a fin de cuentas, debía buscarle un esposo a Taehyung, ¿y quién mejor que él? Estaba seguro de que viviría dichoso, y quizás, con un poco de suerte, también amado.
Su deseo de ver su sangre unida, se vio frustrado cuando, en una noche de lluvia torrencial, las puertas de su casa fueron llamadas con excelsa premura y desesperanza, por el magnífico monarca sirgano.
De los labios de su majestad, brotó una dolorosa súplica de auxilio, calando en lo profundo de su orgullo patriarcal, y cegando sus ojos a los ideales que antes creyó prósperos, escuchó con atención, y mucho antes de pronunciar una afirmativa, él ya lo había decidido.
Era de conocimiento público el comportamiento libertino del príncipe heredero, al igual que su relación con la princesa de Valoria. Su supuesta amistad había sido negada por ciertos ojos curiosos entre los sirvientes de ambas familias, pero nunca habían podido recolectar las pruebas suficientes para señalarlos por aquello, no hasta ese momento; pues según las malas lenguas, y recientemente confirmado por el regente sirgano, el Rey vecino había encontrado a los príncipes en una situación desvergonzada.
Jungkook, con el orgullo y soberbia que lo caracterizaba, se negó a tomar la responsabilidad de su ultraje, y como consecuencia, Valoria les declaró la guerra. JoongKi, apenado por las acciones de su primogénito, y preocupado por la estabilidad de su reino, le ofreció a su amigo el tesoro de su nación como compensación a la falta que habían cometido, y le prometió también, la mano de la descendencia innata del príncipe, para que, y en un futuro, sus familias pudieran volver a amigarse y convivir en paz como venían haciendo hasta ese momento.
Aunque Valoria recibió su buena voluntad, JoongKi no pudo recuperarse económicamente de tal despilfarro, y era evidente que la escasez de alimentos, y el aumento de impuestos comenzaban a perjudicar negativamente al pueblo que regía. En su desesperación, miedoso por la inminente rebelión civil, acudió a su única salvación, Kim Namjoon.
A cambio de entregarle el oro suficiente para restablecer la economía interna de Sirgo, la disposición de sus barcos y ejército independiente, el Duque le propuso unir sus casas. El matrimonio entre el heredero y su único hijo, les sería beneficioso a ambos, quizá a uno más que al otro, pues JoongKi necesitaba dinero fácil, y Namjoon, un esposo que pudiera asegurarle protección a su hijo; así como también, la libertad de hacer y deshacer en la corte como le viniera en gana.
Aunque sus prejuicios y orgullo fueron una base sólida de su personalidad, el monarca no tuvo más remedio que estrechar su mano, sellando de esa manera el destino propio y el de su progenie a manos de los Kim.
Solo unos cuantos días después de su conversación, enormes baúles repletos de placas doradas tocaron las puertas del palacio, y con ello, el anuncio oficial del compromiso del heredero. Una sentencia escarlata para toda una generación, las riendas un imperio entregadas por voluntad, y un amor que prometía seducir a la muerte.
Namjoon había obtenido el control total de sus vidas, así que, cuando el doncel fue llevado en brazos a los aposentos de la reina por el príncipe de Percia, los monarcas perdieron cualquier rastro de color en sus rostros.
¿Podrían afrontar la ira del Duque?
[...]
Con los primeros rayos del sol iluminando las tierras del reino, y los cálidos colores otoñales, el príncipe azabache volvió al palacio sintiéndose curiosamente arrepentido por su actitud la noche anterior. El galope del purasangre negro que lo transportaba, y agradable cántico de las aves, fueron un deleite efímero, pues tan pronto divisó las puertas traseras del castillo, tuvo que detener su andar abruptamente, y bajar de su caballo cuando el puñado de guardias le obstruyeron el paso.
Al igual que en otras ocasiones, el príncipe fue llevado casi a rastras por los hombres de su madre, a lo que él creía, serían sus aposentos, pero contrario a todo lo que esperaba, el rumbo cambió drásticamente, y en su lugar, lo guiaron hacia el salón donde su padre recibía a sus visitas personales.
Tras cumplir con su deber, los guardias dejaron al príncipe justo debajo del umbral, y salieron despavoridos del lugar cuando la sombra del monarca se comió la luz entrante por los ventanales.
Con su corazón a punto de salirse de su boca, y apenado por su aspecto desprolijo, Jungkook intentó acomodarse el traje, se peinó como mejor pudo sus cabellos alborotados antes de avanzar vacilante y temeroso hacía su progenitor, quién se había sentado en un trono improvisado, junto a su madre.
Ya de por sí, la relación entre ellos era bastante tensa, pero la mirada de odio y decepción que JoongKi le dio fue escalofriante, y lo suficientemente clara para darse cuenta de toda la información que ya tenía en su poder.
¿Podría ser de otro modo?
–Majestad—, pronunció en un susurro grave por el repentino picor que sintió en su garganta, pero antes de que pudiera siquiera aclararse la garganta, un fuerte golpe impactó de lleno en su mejilla—. ¿Madre?
Al elevar el rostro con dolor e incredulidad, pudo ver los ojos enrojecidos e hinchados de la mujer que le dio la vida; y pensó que quizás, su mirada había sido malinterpretada, pues su mejilla contraria fue duramente maltratada por la bendita y delicada mano de ella, rasgada por su alianza hasta el punto de hacerlo sangrar.
La reina jamás lo había agredido de esa manera, y mucho menos lo había mirado con tanto desprecio. Si bien era cierto que nunca pudo desenvolverse correctamente como una verdadera madre, siempre lo trató con cariño y respeto.
¿Qué crímen había cometido para recibir tal trato?
Cuando la furia de la reina pareció disminuir tras propinarle un par de bofetadas más, se giró sobre sus pasos sin dedicarle la mirada, y volvió a su lugar junto a su padre; dejando al príncipe consternado y dolido, incapaz de emitir palabra alguna, o siquiera tocarse las mejillas para aliviar el caliente y punzante ardor que sentía.
Un escalofrío recorrió su columna por el silencio que gobernó el salón, por la frialdad en los ojos de sus padres, quienes recorrían cada parte de su cuerpo con cierto deje de vergüenza; desde sus zapatos enlodados, hasta ese llamativo hematoma sobre la sensible piel de su cuello.
Aquello logró llamar la atención del Rey, y suspiró con cansancio, masajeando el puente de su naríz y apretando los ojos para evitar sentir más de esa rabia que crecía en su pecho; y claro que Taehyung podría ser el autor de dicha marca, pero en el fondo sabía que no lo era, pues el doncel había sido capacitado durante el tiempo que duró su compromiso, con todas las normas y reglas que debía cumplir tras contraer nupcias con el príncipe, y una de ellas era, el no marcar de ninguna manera su cuerpo, al menos no, en zonas visibles. JoongKi pensaba en él como alguien ingenuo, pero sin lugar a dudas, sabía que era sumamente inteligente y apegado a las costumbres.
El tenso silencio terminó con el choque constante del metal precioso que el monarca portaba sobre su anular, el sello real y símbolo de la realiza; impactando contra la madera del trono en un ritmo desigual, y finalmente suspiró antes de mirarlo nuevamente a los ojos.
–Respóndeme una cosa—, dijo el azabache mayor de manera pausada, pero lo suficiente fuerte para hacer a su hijo temblar en su lugar—. No logro comprender qué es lo que pasa por esa diminuta cabeza tuya, así que dime, hijo mío, ¿en qué mierda estabas pensando al actuar de esta manera tan estúpida?
–¡Lo lamento, padre! Juro por mi honor que algo como esto no volverá a ocurrir. Taehyung me prometió que no diría...
–¿Tu honor?—, repitió entre estrepitosas carcajadas, provocando desconcierto en el menor—. ¿De qué honor hablas, hijo mío? La poca valía que poseías la perdiste cuando decidiste enredarte en la cama con la puta de Valoria, pero no cabe duda, que aún después de todas las desgracias que trajiste con tus acciones, continúas siendo un completo imbécil. Se necesita ser, o muy valiente, o muy estúpido, para abandonar en el lecho, al hijo del Duque en la noche de tu boda, y recién follado. ¿Y aún así piensas que no habrá consecuencias? ¿Crees que me basta con una disculpa? ¿Crees que a su padre le serán suficientes tus palabras?
–¿Él se los dijo?—, se atrevió a preguntar con la poca valentía que le quedaba, pero su padre negó, y aquello lo aturdió aún más.
–El príncipe de Percia lo llevó inconsciente a la alcoba de tu madre por la madrugada—, su pintoresco semblante fingido finalmente decayó, reemplazando su sonrisa socarrona por una mueca oscurecida.
–¿Tienes idea del peligro en el que nos has puesto?—, intervino la reina—. Ya deberías saberlo. Ese hombre es capaz de cualquier cosa por mantener el honor de su hijo, y tú… ¡Dios, Jungkook! Te fuiste a fornicar con sabrá el cielo cuánta ramera se te cruzó en el camino, tras dejar a tu esposo en ese estado—, sus últimas palabras lo hicieron reaccionar, y ella, como la fiel madre que era, pudo reconocer esa pregunta inédita—. ¿No creerás que no estuvimos presentes, verdad? Debía haber testigos, lo sabes bien, tu matrimonio con ese niño debía ser consumado antes de que el Duque pudiera apelar la anulación de nuestro trato.
–Lo siento—, musitó en un hilo de voz, bajando la mirada hacia la punta de sus pies.
Pero, ¿Era genuino su arrepentimiento? ¿O solamente lamentaba el hecho de ser atrapado infraganti?
–Ruegale a los cielos que tu esposo se apiade de nosotros, y mantenga la boca cerrada, Jungkook, porque de no ser así, tu hermana, tu madre, y yo, nos enfrentaremos a un destino de hierro y sangre—, habló nuevamente el rey, levantándose de su asiento para comenzar a caminar en su dirección, y cuando estuvo frente a él, suspiró—. Quítate los pantalones—, le ordenó con brusquedad, y Jungkook lo miró dubitativo—. ¡Te he dicho que te quites los malditos pantalones! ¿¡Es que acaso no entiendes!?
Jungkook asintió a su pedido, realizando la acción con dificultad por lo temblorosas que estaban sus manos, por la sal angustiosa en sus ojos, y el creciente miedo del hombre frente a él que había nacido desde su niñez. Con un movimiento rápido, logró retirar sus zapatos sucios, y al quedar en ropa interior, vio al rey extender su mano en dirección a su madre, quién le alcanzó la herramienta para hacerlo cumplir su castigo.
Iban a azotarlo.
[...]
Con extrañeza por la suavidad de la cama que sostenía su cuerpo, y el extraño aroma a lirios acariciando sus sentidos, el doncel entreabrió sus ojos adormilados, y justo como lo pensó, el lugar en el que se encontraba le era ajeno, totalmente desconocido.
Procurando no parecer desesperado por escapar, se sentó sobre el colchón. Antes de que pudiera poner un pie fuera de la cama, un tirón recorrió su espalda baja, fue tan fuerte que por poco volvió a recostarse, pero, y al mismo tiempo que soltó un quejido dolorido, unas fuertes, pero extrañas manos sostuvieron su cintura apenas vestida con su camisón.
Desconcertado por la presencia extraña, se sobresaltó asustado, y tallo sus lagañas para despejar su vista aún nublada por el sueño y cansancio. Contrario a lo que esperó encontrar, el rostro pálido de un apuesto hombre de cabellos de fuego y mirada felina lo saludó con una sonrisa que aparentaba ser amable, pero al mismo tiempo poseía un cierto destello de… ¿complacencia?
Debido a su estado le era imposible adivinar, pero no siquiera tuvo tiempo de detenerse a pensar, cuando él habló.
–Es una pena no haber sido yo el causante de su malestar muscular—, murmuró el pelirrojo sin apartar su mirada de su rostro, con una mano afianzada a su cintura, y la otra acariciando sutilmente su mejilla—. De haber sido yo, no podrías levantarte de la cama por una semana.
–¿Quién es usted?—, cuestionó a la defensiva, tratando sin éxito de quitarse las manos del hombre de su cuerpo—. ¡Le exijo que me suelte y me diga dónde se encuentra mi esposo!
–¿Es esta mi recompensa por cuidar de usted durante toda la noche? ¿Cree que es apropiado preguntarme por el paradero de otro hombre cuando me he pasado la noche en vela?—, inquirió burlón, pero soltandolo finalmente—. Ya le he respondido esa pregunta un par de veces, pero tal parece que no recuerda nada de lo sucedido—, suspiró con fingido cansancio, y se levantó de la cama para llenar un vaso con agua que le entregó al doncel—. Estamos en los aposentos de la reina, su amable suegra; así que no hay motivo para estar asustado, yo solo he permanecido a su lado para cuidarlo—, le aclaró con calma, limpiando con sus pulgares las comisuras humedecidas por el agua que recién había ingerido—. Aunque claro, si lo desea, puedo sacarlo de aquí en este preciso momento. Llevarlo conmigo a Percia sería un placer.
–No entiendo a qué se refiere—, le dijo el doncel sin llegar a comprender sus palabras en doble sentido, y mucho menos esa aura extraña que lo envolvía y lo hacía parecer un temible depredador—. ¿No va a decirme quien es usted y por qué estoy aquí?
–¡Oh! Pero que modales los míos—, soltó el pelirrojo con una sonrisa. Tomó la diestra del castaño entre sus manos y lo reverenció como era debido—. Mi nombre es Min Yoongi, su alteza. Príncipe heredero del reino de Percia. Estoy a sus órdenes.
Taehyung lo miró dubitativo, con el ceño fruncido y el labio inferior abultado por intentar recordarlo, buscando entre sus recuerdos su rostro, pero no tuvo éxito alguno, sin embargo, lo saludó con el mismo ánimo, echando el cuerpo hacia enfrente.
–Kim…—, se detuvo para negar—. Jeon Taehyung, su alteza. Es un placer conoce…
Pero no pudo terminar la frase, pues un siseo molesto lo interrumpió.
–No me parece que el Jeon le quede bien a su nombre, así que no vuelva a presentarse de esa manera frente a mí. ¿Qué tal Min?—, su voz denotaba entusiasmo, pero su expresión y mirada no cambiaron en lo absoluto—. Min Taehyung, le iría mejor. ¿No lo cree?
Incómodo por sus palabras, el doncel se removió en su lugar, pues estaba más que claro a lo que se refería. De no ser por el enamoramiento que sentía hacia su esposo, quizás se había sentido tentado, pues el príncipe era atractivo, y parecía demasiados interesado en él, muy contrario a su esposo, quién fue capaz de abandonarlo estando en estado tan vulnerable.
–Perdóneme, su alteza, pero usted ya sabe que estoy casado; me halaga ser objeto de su admiración, pero no puede sugerir algo como esto.
Yoongi sonrió ladino por sus palabras, quizás sintiendo un poco de pena por lo enamorado que estaba de alguien como Jungkook, por su devoción tan firme a pesar de la desgracia vivida la noche anterior; pero aquello, lejos de ahuyentarlo lo hizo interesarse más por él.
¿Qué pasaría cuando logrará arrancarlo de sus brazos?
¿Jungkook lo protegería?
–Crea en mis palabras, joven Kim—, hizo énfasis en su apellido, pasando por alto el reciente rechazo que sufrió—. Usted será mi esposo. Quizás no en un futuro cercano, pero será mío. Juro por mi honor que lo será.
La cercanía de sus cuerpos era peligrosa, Taehyung podía sentir sobre su piel el aliento caliente del pelirrojo, su fragancia entre dulce y amarga, entró en su sistema cual oxígeno. Sus ojos, sus manos, y labios, lo envolvieron lentamente, y no tuvo más remedio que girar el rostro para evitar que notará el rubor de sus mejillas, el miedo de fallar en la profundidad de sus pupilas.
–Le agradezco de todo corazón el que me haya ayudado, pero su presencia me incómoda, y cualquiera podría malinterpretar la situación—, le dijo con firmeza, pero sin atreverse a mirarlo—. Por favor retírese, necesito buscar a mi esposo.
Pero contrario a lo que esperó, el príncipe descarado, simplemente asintió, le regaló una galante sonrisa, pero apenas y se movió.
–Bien—, soltó en rendición—, me retiraré por hoy, pero debe saber que no soy una persona que desiste a sus deseos, así que espere noticias mías, volveré para llevarlo conmigo.
Taehyung lo vio levantarse, y al caminar hacia la puerta, se obligó a levantarse —con mucho esfuerzo y dolor—, de la cama para alcanzarlo en medio de la habitación, deteniendo si andar con un débil agarre en la manga de su camisa.
–Príncipe, olvidé preguntarle si es que sabe dónde se encuentra mi esposo en este momento—. Yoongi arqueó una ceja en su dirección, y Taehyung afianzó su agarre con desesperación—. Dígamelo, por favor.
–¿Qué ganaré a cambio de esa información?—, inquirió con soberbia, mirando al doncel sobre la barbilla—. ¿Hay algo que pueda darme?
El castaño se atragantó con su propia saliva al sentirse preso del océano de aguas turbulentas que el príncipe tenía por mirada, de su segura masculinidad y de su sensualidad nata.
¿Realmente alguien así podría fijarse en él?
Su pregunta quedó olvidada cuando la desesperanza de la noche anterior volvió a su cuerpo, y se giró en todas las direcciones posibles intentando encontrar algo que pudiera darle al pelirrojo a cambio de su respuesta, pero al estar rodeado de las pertenencias de la reina, cayó en cuenta del lugar en el que se encontraba, y lo poco que poseía realmente.
¿Qué objeto valioso podía ofrecerle a un hombre que aparentaba tenerlo todo?
Por más que buscó en alguna alternativa, no pudo encontrarla, hasta que finalmente se rindió, y con la poca fuerza que poseía, tomó entre sus manos el encaje de la parte inferior de su camisón, lo arrancó de un jalón Y llevó la fina tela perfumada con su esencia a su naríz, cubriendo de este modo su rostro.
El príncipe lo miraba expectante cuando con timidez extendió su mano en su dirección, temeroso de ser rechazado y víctima de su burla, pero él, tras darle un vistazo a la tela blanca, la tomó entre sus dedos y copió su acción previa, llevándola hasta su nariz para aspirar con fuerza su aroma.
–Es todo lo que tengo—, dijo en un hilo de voz, alisando la tela que cubría su vientre como un reflejo para apaciguar su ansiedad—. Puede no aceptarlo, sé que es insignificante pero…
–Me parece un intercambio justo—, lo interrumpió el pelirrojo con una sonrisa enigmática, sin dejar de tocar la suavidad del encaje, y llevándolo lentamente hacia sus labios para dejar un casto beso sobre esta—. El príncipe Jeon, se encuentra en el salón del oeste. Su majestad creyó prudente reprender sus acciones, pero si me lo permite, no creo que sea prudente alcanzarlo allá, podría ser traumático para usted presenciar la furia del rey.
Yoongi fue testigo del pánico que arribó en cuerpo y alma al joven, su expresión desfigurada por el miedo, al igual que aquel siseo de dolor al correr hacia la puerta, le dieron una respuesta más que clara. Taehyung, a pesar de ser tan joven, y a sabiendas de la naturaleza monstruosa del hombre con el que había unido su vida, era capaz de amarlo incondicionalmente, y por un momento se vio reflejado a sí mismo en él, pues alguna vez, también amó a un hombre como él, y la consecuencia de aquello, lo había convertido en la persona que es ahora.
Aún después de quedarse completamente solo en los aposentos de la reina, él continuó viendo la puerta, y al no verlo regresar simplemente suspiró y se rió con diversión.
–No cabe duda de que terminarás por robarme el corazón, Taehyung. Me aseguraré de volver por ti.
[...]
Ajeno a todo lo que sucedía fuera del salón, Jungkook se encontraba de pie sobre un pequeño banco de madera, en el centro de la habitación. De su frente caían gruesas gotas saladas de sudor, y su mandíbula comenzaba a dolerle de la fuerza que ejercía para evitar llorar frente a su padre.
La delgada tela de lino que cubría su sexo y se extendía un poco más abajo de sus rodillas, se encontraba manchada del rojo vivo de su sangre, y con cada impacto del bambú sobre sus rasgadas pantorrillas, más de ella salpicaba sobre su ropa, sobre el piso y el mismo rostro del autor de tal tortura, pues, aunque el bambú era ligero, también era sumamente resistente, y maniobrando con tanta ira, se convertía en un arma lo siguiente peligrosa para herir de muerte a quien fuera castigado.
Y era humillante, terriblemente doloroso; un castigo que era utilizado por los esclavistas y amos a quienes creían su propiedad, a los ladrones y prisioneros que actuaban con imprudente valentía, y por lo visto, ahora también podría ser aplicado a la realeza. Pero algo tenía de distinto, y era que, al contrario de aquellos malaventurados, Jungkook recibió los azotes en la privacidad de la habitación, y no bajo el sol ardiente del mediodía, frente a un gentío que lo juzgaría y se burlaría en su cara. Quizás debía agradecer que estuviera vestido, y que su padre tuviera tanta fuerza para romper la vara en cualquier momento, porque claro, la tortura terminaba, solo sí el bambú se rompía, pero el tiempo había corrido, y apesar de que llevaba más de cincuenta golpes, el Rey no parecía tener la intención de parar, su furia era inmensa, y el rencor podía sentirse en cada elevación.
JoongKi, al igual que su padre, y su padre antes que él, fue criado de esa manera; sobre las partes menos visibles de su blanca piel, también yacían cicatrices como las que estaba dejando sobre su hijo. Aunque en algún momento deseó no continuar con el patrón repetitivo, y apegarse a las sagradas normativas de la corona, el comportamiento de Jungkook había escalado a tal punto de hacerlo perder la cabeza, y decidió actuar con la firmeza de un rey, y con la delicadeza de un padre.
Tan sumergido en su dolor, y concentrado en acallar sus sollozos, Jungkook no fue consciente del momento en el que la puerta fue abierta entre alborotos, los sonidos le eran ajenos, pero de un momento a otro, tampoco pudo sentir nada. El bambú no volvió a impactarse sobre sus pantorrillas, y el ardiente dolor fue mermado por un cuerpo cálido que sostenía con fuerza sus extremidades.
Desconcertado por lo que ocurría, el azabache agachó la cabeza, y lo que vio lo hizo abrir los ojos con asombro, pues la cabellera castaña de su esposo descansaba entre sus muslos, sus manos se aferraban con tanta fuerza que por un momento perdió el equilibrio.
–¡Basta por favor!—, suplicó el doncel entre sollozos—. Se lo ruego, majestad. Tenga misericordia de él. No ha hecho nada malo, y de mi boca jamás saldrá una palabra de esto, pero por favor deténgase.
JoongKi lo miró estupefacto, incrédulo de su valor, por aquella devoción que le tenía a un hombre al que debería guardarle rencor, y lo dispuesto que estaba por recibir su castigo en su lugar, pues se interpuso entre la vara y él, recibiendo un fuerte golpe sobre su piel casi desnuda, provocando una herida, que, aunque era pequeña, parecía ser lo suficientemente profunda para hacerlo sangrar.
–Príncipe Jeon, levántese—, ordenó el monarca con la voz quebrada, pero el doncel hizo caso omiso a sus palabras, y afianzó su agarre con mucha más fuerza, negando entre lágrimas.
–Si me aparto volverá a golpearlo—, refutó enseguida, sus creencias tergiversadas entre cada palabra pronunciada, pues él pensaban en el matrimonio como un acto valeroso en el que tenía que poner sus mejillas con tal de que su esposo no recibiera golpe alguno, en este caso, sería su espalda—. Estoy dispuesto a recibir su castigo.
Tristemente y entre tanta adrenalina, el castaño no fue capaz de sentir su propia sangre escurrir por su espina, no reparó en que el impacto de la vara había sido tan fuerte que terminó rompiéndose, llegando así al tan esperado final del castigo.
Sobrecargada en desconcierto, la reina apenas pudo reestablecer sus sentidos cuando corrió despavorida hacía el joven castaño. Sus rodillas impactaron contra el suelo para tomar entre sus manos su rostro ensangrentado producto de las heridas abiertas de su hijo.
–Por favor Taehyung, levántate, el castigo terminó, Jungkook estará bien— le hizo saber en un susurro que pretendía ser tranquilizador, pero que debido a la conmoción, salió quebrado y repleto de pavor—. Todo estará bien, ya terminó. Fuiste muy valiente.
La mirada afligida del doncel se apaciguó momentáneamente al ver la sinceridad en los ojos de la mujer, por lo que después de unos minutos y tras recuperar el aliento, soltó el agarre ejercido sobre las pantorrillas de su esposo, y lo rodeo para finalmente mirar su rostro y ayudarlo a bajar del banco.
–¿Se encuentra bien, su alteza?—, inquirió sosteniendo el pesado y tambaleante cuerpo del azabache, quién aún atontado asintió sin ánimo a su pregunta—. No debe preocuparse por nada, sé que usted no me traicionaría así, yo le creo, príncipe, realmente le creo.
No se necesitaba ser muy listo para darse cuenta que el temor reflejado en las acciones de los monarcas se debía al miedo irracional a su padre; y, aunque desconocía el motivo, haría cualquier cosa que estuviera en sus manos para preservar la reputación de su marido, y por supuesto, su integridad física y moral, aunque eso significara acallar sus más dolorosos lamentos.
¿No le debía al menos su silencio por fijarse en él?
Incapaz de articular con éxito alguna oración coherente, Jungkook le sonrió con dulzura, a simple vista, genuina.
Tras unos extensos minutos, la reina se llevó a Taehyung devuelta a sus aposentos para curarle la única herida que tenía, y limpiar su rostro aquella sangre que comenzaba a tornarse oscura.
Mientras tanto, cuando el silencio se apoderó del salón, y los hombres se encontraron completamente solos, el mayor de ellos soltó una sonora carcajada, que más allá de romper la tensión, provocó un escalofrío que recorrió el cuerpo del príncipe desde la punta de sus pies, hasta el último de sus cabellos.
–¿Lo ves?—, soltó con ironía y la mirada totalmente ensombrecida—. Tu esposo es un maldito ángel. Está vez corriste con suerte, y en verdad espero que sepas apreciar la segunda oportunidad que te ha dado la vida, porque créeme, no habrá más. Ten por seguro que si alguno de sus familiares se entera de esto estaremos acabados, y la deuda de sangre será saldada. No pienso protegerte más de las sombras de tus decisiones.
Sin comprender aquel oculto mensaje en la advertencia, Jungkook vio salir a su progenitor por las puertas del salón. Quizás si hubiera sido más astuto, se habría colocado de vuelta sus pantalones para salir corriendo en busca de su esposo, pero, contrario a lo que su conciencia gritaba que hiciera, comenzó a pensar en qué más podría hacer para poner a prueba el amor y lealtad que le tenía el castaño.
Incluso sin mentirle o inventar alguna excusa que justificara su abandono, Taehyung le creía, lo amaba con locura. Quizás debería usar a su favor tal devoción…
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