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Capítulo 86

POV  LOUIS

Me llevaron a la comisaría y me tuvieron allí retenido hasta por la noche. Mi historial quedó un poco más manchado pero a estas alturas daba igual. Tener un número mayor o menor de arrestos no iba a cambiar las cosas. Me dejaron marchar sin problemas ya que no causé ningún disturbio. La noche había caído y las calles estaban oscuras y deshabitadas. Las luces de las farolas iluminaban la soledad de la calle. Caminé sin rumbo. No tenía a dónde ir, ni dónde quedarme. No podía volver ahora a Oxford porque estaba agotado. Tampoco quería acercarme a casa de Harry y coger la moto porque me escucharían irme. Lo haría mañana, cuando no hubiera nadie en la casa pero, hasta el momento, no podía hacer otra cosa más que quedarme en la calle a esperar a que amaneciera.

POV  TRISH

Lo tenía decidido. Había llamado a mi madre y le había comunicado que me iría a Estados Unidos con ella. Había sacado dinero de la cuenta y había comprado un billete para dentro de dos días. Su negocio iba tan mal que no le importó que dejara el semestre para ir a ayudarla. En verdad prefería trabajar en cualquier cosa de las suyas antes que tener que quedarme aquí estudiando para los exámenes finales, sin ser capaz de concentrarme. Y sí, puede que fuera una cobarde por salir corriendo cada vez que las cosas se ponían mal, pero mi mente no me daba otra opción. O me iba o me quedaba atrapada en los recuerdos. No quería pasar por lo mismo otra vez. Podría tropezarme una vez con una piedra pero dos... dos nunca.

Estaba dispuesta a dejar todo atrás para no sentir el dolor de la pérdida. Necesitaba tener la mente concentrada en algo, necesitaba enfocar mi vida hacia algo porque, hasta el momento, había estado enfocada hacia... Él, y estaba claro que lo único que había conseguido con eso había sido perder el tiempo.

Por la mañana cogería el coche y me iría hasta Notthingham para recoger algunas cosas que me había dejado allí y, después, me iría directamente a Londres, donde cogería el avión que me llevaría hasta Nueva York. Era un cambio tan drástico que no pensaba que estuviera del todo preparada. Solo había una cosa que me frenaba y se llamaba Harry.

Volvía a quedarse solo, y esta vez solo de verdad. Habíamos estado hablando y me había tratado de convencer de que todo estaba bien, que debería irme y que él se las apañaría solo, pero le conocía demasiado bien. Yo confiaba en él, yo sabía que podría arreglárselas bien... El que desconfiaba de ello era él, y eso era lo que más miedo me daba, que sus inseguridades volvieran, que su pasado le atormentara y se quedara tan encerrado en sí mismo que no hubiera manera de volverle a sacar a la superficie.

"Esto  no  se  trata  de  mí, se  trata  de  ti. Tú  también  te mereces  ser  feliz", me había dicho.

Después de que Louis fuera arrestado por la policía, Harry me contó que los había llamado porque ya no se fiaba de él. Era demasiado bueno, ni siquiera quiso poner una denuncia en su contra, solo quería que se lo llevasen. Temí que volviera a ir contra ellos en cuanto le soltasen pero Harry me aseguró que no lo haría. Yo, en cambio, no estaba tan segura.

Volví a casa por la tarde tras pasar el resto de la mañana con Harry y Gemma. Nos intentamos calmar los nervios los unos a los otros pero lo único que conseguimos fue entristecernos y hundirnos en la miseria. Gemma parecía muy afectada aunque, más que afectada, lo que sentía era decepción y, en parte, la entendía. Sabía que ellos habían dado mucho por Louis y que les quisiera quemar la casa no era el mejor de los agradecimientos. De todos, fue Harry el que nos obligó a levantar el ánimo y, una vez más, le tenía que agradecer que formara parte de mi vida porque sino, no sabría lo que hubiera sido de mí.

Fui a hacerme un té cuando recordé que me tenía que echar la pomada en el tatuaje. Maldije en voz baja. Deseaba, con todas mis fuerzas, haberme mantenido fiel a mí misma y no haberme hecho ese maldito tatuaje. No quería que mi piel estuviera manchada con sucios recuerdos de alguien que me había hecho sufrir como lo había hecho Louis. En estos momentos, ni siquiera le encontraba nada bueno a nuestra relación. Había sido de todo menos sana. Estaba saturada de malos recuerdos. Los buenos no eran capaces de formarse un hueco en mi memoria. Todo estaba sucumbido por la oscuridad y la tragedia.

Tenía las emociones mezcladas por todos los sucesos del día y no sabía qué hacer para pararlo. Me estaba atormentando. Quería dejar de sentir esa angustia en el cuerpo y esas ganas de querer llorar todo el rato porque estaba cansada, tenía sueño y quería tener un momento de paz dentro de este infierno.

Me senté en el sofá con la taza de té en la mano y me la bebí del tirón. Me acurruqué en el sitio, intentando encontrar una posición cómoda que me hiciera olvidar por un rato todo lo que me estaba pasando pero era imposible. Cada rincón de esta casa, aún en la oscuridad de la noche, me recordaba momentos vividos con él y eso... Eso siempre sería así.

Me desperté repetidas veces por la noche. No podía mantener el sueño tranquilo, era como si mi cuerpo se negara a dejarme descansar. A las seis y media decidí levantarme de una vez por todas y ponerme en marcha. Tenía que hacer muchas cosas y, para estar tumbada sin poder dormir, lo mejor era levantarse y aprovechar el tiempo. Mientras se preparaba el café me dispuse a hacer las maletas con todo lo que me llevaría a Nueva York. No sabía cuanto tiempo iba a pasar allí, por lo que no sabía qué llevarme exactamente. Subí a la habitación y saqué toda la ropa del armario esparciéndola sobre la cama. Me llevé las principales prendas de entre tiempo y, si necesitaba algo más, ya me lo compraría allí. Bajé a por el café y comencé a meter cosas en la maleta. Me di un ducha y, al acabar, vacié el baño, metiéndolo todo en pequeños neceseres para guardarlos también en la maleta.

Poco a poco la habitación se fue quedando vacía, solo había una cosa que sobresalía de entre todas las demás. Me acerqué a la balda que colgaba de la pared, donde estaba colocada la delicada bola de cristal que, tiempo antes, era mi objeto favorito de la habitación. Ahora se había convertido en un objeto maldito. Estuve a punto de estamparla contra el suelo en un ataque de rabia pero, por algún motivo, me contuve. Salí de la habitación con las maletas cerradas y sin mirar atrás.

Metí todo en el maletero del coche y me adentré en él  dispuesta a irme a Nottingham, pero antes debía pasar por un sitio. Paré el coche delante de la casa en la que tanto tiempo había pasado y, lo último que me esperaba, era ver la moto de Louis aparcada en el jardín. Me quedé paralizada con las manos en el volante. No sabría qué hacer si me le encontraba dentro de la casa, no sabría cómo reaccionar. Esta vez sí que no. Estuve unos buenos diez minutos metida en el coche hasta que decidí salir. Llamé al timbre y la puerta se abrió, descubriéndome a un Harry con los ojos rojos.

-¿Qué te pasa?- pregunté preocupada. Él negó con la cabeza, pasándose una de las manos por los ojos, limpiándose la humedad.

-Nada... Que te voy a echar de menos- me acerqué a él y nos fundimos en un abrazo.

-Harry- murmuré pero él me cortó.

-No, calla. Ya hablamos de esto ayer. Nada de ponernos sentimentales.

-¡Pero si eres tú el que está llorando!- le recriminé entre risas.

-Déjame.

Me separé de él, después de estar un rato entre sus brazos, y vi a Gemma acercarse por detrás.

-Sé que no esperas que sea esto lo que te diga pero... Espero no verte por aquí en mucho tiempo- le sonreí y ella se acercó a abrazarme.

-Podéis venir cuando queráis. Lo sabéis, ¿no?

-En cuanto nos hagamos ricos- respondió con ironía.

-Pues no os preocupéis que ya os invitaré.

-Trish- me cogió de las manos y me miró seria pero con la ternura que siempre había habitado en ella-. Céntrate en ti.

Me dio un último apretón y volvió para dentro. Nos quedamos Harry y yo en la puerta, mirándonos fijamente.

-Nada de llorar- le recordé.

-Sí, sí...- si él se derrumbaba ante mis ojos, me derrumbaría yo también y sería incapaz de irme.

-Te quiero. Mucho.

-Eres lo mejor, te lo digo en serio- me agarró de la mano y tiró de mí hacia él, volviendo de nuevo a sus brazos-. Te quiero un montón y te deseo lo mejor.

-Lo dices como si no nos fuéramos a volver a ver- su mirada, llena de tristeza, fue peor que si me clavaran cuarenta agujas en el pecho.

-Ya está- me apretó con fuerza y se separó, reprimiendo con fuerza sus sentimientos-. Vete.

Asentí con la cabeza ligeramente. Era hora de irme, antes de que los dos acabáramos destrozados y llorando sin poder parar.

-Pero, ¡espera!- cogió algo del recibidor y me lo dio. Era una carta-. Quiero que la leas cuando estés en el avión. Antes no, por favor.

La tomé entre mis dedos mientras la curiosidad me comía por dentro. Volví al coche y levanté la cabeza antes de entrar.

-Hasta pronto, Harry- él se despidió con la mano, me metí en el coche, arranqué y abandoné Cambridge.

El viaje hasta Nottingham se me hizo más corto de lo que pensaba. Me pasé el trayecto escuchando un programa de radio en el que hablaban sobre la subida de los tipos de interés. No sabía ni qué hacía escuchando aquello pero consiguió despejarme la mente todo el camino. Llegué a la ciudad sobre las once de la mañana. Conduje por las calles con la cabeza fría. Esta casa era otro sitio que acumulaba recuerdos y quería deshacerme de ellos cuanto antes pero, tenía previsto pasar la noche allí y, tenía el presentimiento de que sería otra tortura.

Bajé las maletas del coche y saqué las llaves para entrar. Al pasar por el jardín recordé lo que pasó allí con William unos días atrás, lo mal que me sentí, cómo la culpa me invadió aunque no hubiera tenido la iniciativa de ese beso... Y él había... Había sido capaz de acostarse con otra siendo consciente de lo que hacía. No lo entendía. Pensar en Louis era como subir una cumbre y quedar cegada por la niebla, no saber qué está ocurriendo a tu alrededor, no saber por qué te duele el cuerpo, no saber por qué esa persona te está haciendo daño porque no la ves, no eres capaz de divisarla y se pierde en la distancia.

Entré en la casa y dejé las maletas en la entrada del salón. Fui a la cocina en busca de algo para comer. No encontré nada. En la nevera todo estaba pasado y tenía un aspecto asqueroso. No tenía hambre pero solo tenía en el cuerpo el café que me había tomado esta mañana y me obligué a comer algo. Tampoco quería salir a la calle pero no tenía otro remedio. Me puse de nuevo el abrigo y me dirigí hacia el centro de la ciudad.

Había demasiada gente por la calle. Era hora punta, ya que los trabajadores aprovechaban este momento del día para hacer un descanso en su jornada laboral y tomarse un café, o algo que les ayudara a conservar las fuerzas. No quería estar rodeada de tanta gente porque sabía que no llevaba la mejor de las sonrisas. Iba seria y no me sentía bien. Entré en la cafetería más pequeña que vi y me pedí un simple sándwich acompañado de un zumo. Me lo terminé lo antes posible y salí de allí casi corriendo. Tenía pensado volver directamente a casa pero supuse que lo mejor sería pasar por el supermercado para comprar algo para la comida y la cena de hoy. Bufé mientras cambiaba el rumbo. La mayoría de las cosas que cogí eran de la sección de congelados, para no tener que pasar mucho tiempo en la cocina. Después de tenerlo todo me puse a esperar en la cola para pagar. Quería salir de allí cuanto antes.

-¿Trish? ¿Qué haces aquí?- una voz grave sonó a mis espaldas. Cerré los ojos y suspiré. Me giré ligeramente y vi, por el rabillo del ojo, el pelo oscuro de William. Sus ojos me observaban sorprendidos e impactados. No sabía qué decir.

-Pues... comprar- señalé el pequeño carro rojo a mis pies. Él torció la cabeza con el ceño fruncido.

-No me digas- se movió hacia mí-.Me refiero aquí, en Nottigham. ¿No deberías estar en Cambridge?

-Pues sí pero...- no sabía qué decirle. Él agachó la cabeza por un instante.

-Kylie me llamó ayer- dejó la frase en el aire, dejando a mi imaginación lo que había pasado a continuación-. No puedo creer que el niñato te haya...

-Para, por favor. No quiero hablar de eso aquí- sentí cómo las mejillas se me sonrojaban por el bochorno.

-¿Quieres venir a mi casa?- alzó una ceja-. Podría hacerte algo de comer, y así... me cuentas.

-¿No tienes que trabajar?

-Sí pero- se acercó a mí-, ser el jefe tiene sus ventajas- me guiñó un ojo, intentando hacerme sonreír.

*

-¿Quieres alguna salsa con esto?- me señaló el plato de verduras. Negué con la cabeza.

-No sé ni por qué he aceptado a venir- murmuré sentándome.

-Porque, cielo, no querías estar sola- me imitó y se sentó enfrente de mí-. Y porque me dijiste que me darías tu versión de lo que ha pasado.

-Pero es que no quiero hablar- Will se resignó en su sitio mientras nos echaba agua en los vasos.

-Vale, pues no hables pero, ¿preferías haberte ido de vuelta a tu casa? ¿Estar sola?- moví la comida con el tenedor de un lado a otro del plato. No contesté pero suponía que tenía razón-. He tenido muchas rupturas, sé lo que quieres y lo que no quieres y, la mayoría de las veces, lo que no quieres, es lo que más te conviene.

La situación era muy extraña. Comía con William en silencio mientras por mi cabeza se paseaban miles de pensamientos y trozos de historia que necesitaba sacar fuera. Él no decía nada, se limitaba a comer mientras que yo, al contrario, tenía un nudo en la garganta. Cada vez me ponía más nerviosa hasta que acabé explotando.

-He dejado a Louis- Will levantó la cabeza, como quien no quiere la cosa, y una pequeña sonrisa, que intentó disimular, se formó en sus labios al ver que me había rendido y había acabado hablando-. Esta vez para siempre.

-¿Por qué?

-Ya sabes por qué- fruncí el ceño.

-Sí, pero quiero que me lo expliques.

-No sé lo que intentas con esto pero quiero que te quede claro que no tienes posibilidades conmigo, Will- él parece que se tomó mi comentario a broma porque se rió.

-¿Quién ha dicho que quiera tener algo contigo?- una última carcajada salió de su boca-. Además, estoy viendo a alguien- confesó.

-¿En serio?- murmuré, más extrañada que sorprendida.

-Sí, pero ese no es el tema. Quiero que me cuentes qué pasó con Louis- bajé la mirada, de nuevo al plato, y me quedé callada.

-Se acostó con otra.

-¿Y tú...?- me dio pie para que continuara.

-Les pillé.

-¿Cómo que les pillaste?- le miré de mal humor. ¿Es que quería que le contara todo? Bufé.

-Entré a su casa en Oxford, después de haber discutido con él, y me los encontré en la cama- él asintió lentamente, con el tenedor aún en la mano, a pesar de que había acabado el plato.

-Así que le has dejado- sentenció, aclarando los hechos.

-Sí- le corroboré.

-Para siempre.

-Sí.

-Porque te ha destrozado el corazón- esa vez no contesté.

No, no es que me lo hubiera destrozado... es que yo, como una tonta, se lo había entregado y, ahora que nos habíamos separado, me había quedado sin corazón.

Will se levantó con el plato en la mano y lo llevó a la cocina. A mí aún me quedaba la mitad de la verdura pero no tenía hambre. Hablar de esto me cortaba todo el apetito.Volvió con un helado en la mano y me lo ofreció.

-Escúchame, una ruptura es dura, pero si la persona no te apreciaba, no es una pérdida, es una victoria- alcé la mano hacia la tarrina.

-¿Y cuál es el premio?- inquirí.

-La libertad.

Más que libertad, lo que sentía que me había dejado era soledad. Me había obligado a dejar todo atrás, todo lo que me era conocido, mis amigos, mi casa, Harry. No quería libertad si no tenía a nadie con quien ser libre.

-Mira- se posicionó delante de mí para que le prestara atención-, ese capullo no te merecía. He vivido lo suficiente para saber cómo es una persona con tan solo hablar con ella una vez; y él no era bueno para ti; no era bueno para nadie. Era un engreído, un irrespetuoso, un maleducado, un niñato, un gilipollas, y ahora ha demostrado ser un cabrón.

-No, pero...

-¿Le vas a defender?- exclamó horrorizado. 

-No- susurré con apenas un hilo de voz.

No le iba a defender porque ya no se merecía que yo le defendiese aunque, si Louis era de esa forma, era porque la gente le había tratado mal y él se había caído  en un pozo oscuro y sin fondo, pero ya me daba igual. Me daba igual lo que la gente pensara de él. Tal vez ellos tenían razón y fui yo la que me monté mis historias en la cabeza creyendo que Louis podría ser, de verdad, alguien digno de mi amor, sin embargo... las lágrimas comenzaron a descender por mis mejillas. No, me estaba engañando a mí misma. El problema era ese, justamente, que nada me daba igual. Todo me importaba. Todo lo que se refería a Louis me importaba, aunque no quisiera aceptarlo.

-¿Por qué lloras?- preguntó William.

-¡Porque odio lo que siento!- exclamé levantándome de la silla y saliendo del salón, pero él me siguió.

-¿Qué te piensas? ¿Que los sentimientos van a desaparecer de un día para otro? Pues no. 

-¡Eso es lo que me preocupa!- me giré para encararle-. Tengo miedo de que pasen los días y esta sensación que me hace sentirme como una mierda no desaparezca, que se quede conmigo para siempre.

-Eso te pasa porque estás enamorada.

-¿Y cómo dejo de estarlo?- grité.

-No puedes. La confianza puede morir, la pasión puede morir, una relación puede morir, pero el amor... el amor nunca muere. Si de verdad le quieres, le amas, y sientes que no puedes cambiar eso... estás jodida porque, entonces, el amor solo morirá cuando tú mueras.

Mi mente se imaginó con claridad mi futuro. Días y días de agonía, uno tras otro, y solo porque una vez cometí el error de enamorarme.

Salí corriendo hasta el baño y me encerré en él, mientras Will aporreaba la puerta para que abriese. Me coloqué delante del espejo, apoyando las manos sobre el lavabo, y observé a mi reflejo llorar. Me asustaba pensar en mi vida porque todo lo que quería, todos los planes que tenía para el futuro ya no existían, me los habían arrebatado de las manos sin tener la consideración de pedir perdón. No tenía ilusiones. El futuro que tenía imaginado ya no estaba, nunca se haría realidad. Me había quedado perdida, en la mitad del camino y, tratando de encontrarme, había caído en un pozo, profundo y oscuro, como en el que había caído Louis tiempo atrás, igual que del que le había intentado rescatar. Ahora yo estaba en otro, pero no con él... Ahora estaba completamente sola.

-Trish, abre la puerta.

-¡Déjame sola!- grité.

-¡No voy a dejarte sola! Voy a estar golpeando la puerta hasta que salgas- gruñó en frustración. Sabía que era capaz y maldije por lo bajo. Abrí solo porque no quería estar escuchando el ruido incesable de los golpes. Ya bastante dolor de cabeza tenía, no quería que fuera a más.

Al salir vi a William delante de mí, preocupado. Se acercó lentamente y abrió un poco los brazos. No le negué el abrazo que esperaba que le diese. En verdad, yo también quería abrazarle. Quería hacer todo lo posible para no sentirme sola.

-Estás horrible- susurró mientras me abrazaba.

-Gracias por tu apoyo, lo aprecio.

-Lo siento, pero es la verdad- se separó, mostrándome una sonrisa genuina-. Deberías dormir un rato.

-Mañana me voy a Londres- le informé. La noticia le pilló por sorpresa.

-¿A Londres? ¿Para qué?

-Me voy a Nueva York- frunció el ceño, intentando asimilar la información que le estaba dando.

-¿Por cuánto tiempo?- suspiré.

-No lo sé. El suficiente, hasta que me sienta capaz de volver.

-¿Vas a abandonar tu carrera por ese desgraciado?

-Mira, las cosas ya eran suficientemente difíciles antes de todo esto. Este semestre apenas he hecho nada. No tenía posibilidades de aprobar- Will me miró no muy convencido-. ¿Crees que no estoy haciendo lo correcto?- él se rascó la nuca con suavidad.

-Creo que estás haciendo lo correcto ahora pero, al cabo de unos años, será un error. Si te vas a Nueva York, quedarás encerrada en el negocio de tu madre, la moda, las pasarelas, las modelos... ¿Es eso lo que quieres?

-Will, no sé lo que quiero. Lo único que tengo claro es que quiero salir de este país- ahogué un suspiró para contener las lágrimas.

-Pues adelante. Eres una chica lista. Sé que te irá bien.

Me dedicó una dulce sonrisa, algo extraño en él, pero que le agradecí. Era raro pensar en nuestra relación. Le conocí hace poco y, aún así, siento una gran conexión con él. Me agradaba su compañía e incluso le veía como a alguien de confianza, a pesar de sus intenciones conmigo al principio.

*

Eran casi las dos de la tarde. El trayecto en tren desde Nottingham se me había hecho largo y pesado. Llevaba una hora en Londres y había aprovechado para comer en un restaurante de la estación y, ahora estaba tratando de coger un taxi que me llevara hasta el aeropuerto. El vuelo salía a las cuatro y media y no quería perderlo. El taxista me ayudó a meter las maletas en el maletero y, a continuación, nos dirigimos a la terminal desde donde despegaba mi avión. Al bajarme del coche y entrar en el aeropuerto sentí una sensación, un escalofrío recorrerme todo el cuerpo. Miré a mi alrededor. Iba a ser la última vez que viera a tanta gente británica junta por algún tiempo, y empecé a sentir cierta nostalgia, a pesar de que aún no me había marchado. Me puse en marcha y fui a facturar. Al acabar, me eché el bolso al hombro y, dejando todos los recuerdos atrás, me dispuse a embarcar.

POV  LOUIS

Llegué a Londres con el corazón en el puño. No estaba seguro de nada, ni de dónde, ni de cuándo, solo sabía que Trish cogería un avión y se iría a Nueva York ese mismo día. Cogí la carretera que bordeaba la ciudad y me fui a toda leche al aeropuerto más cercano. Dejé la moto de malas maneras en el aparcamiento y subí corriendo las escaleras mecánicas hasta llegar a las colas de facturación. Ahí la divisé, a lo lejos. Llevaba el pelo suelto. Siempre que viajaba lo llevaba así porque decía que las coletas le molestaban al apoyarse en el respaldo del asiento. Tuve ganas de llamarla pero me contuve, sabía que no podía. Solo quería verla por última vez, aunque fuera a distancia. Una vez que sus maletas se perdieron por la cinta, ella cogió su pasaporte y su billete y se marchó por el largo pasillo.

Me di la vuelta tocándome el tatuaje que nos unía y nos uniría siempre, a pesar de lo lejos que estuviéramos y de las cosas que hubieran pasado entre nosotros, sabiendo que esa sería la última vez que la tendría delante. Fui andando hacia la puerta de salida, con la cabeza cabizbaja, entumecido y, al alzarla de nuevo, vi cómo mi destino se acercaba rápidamente a mí. Me detuve para ver cómo me embestía con brutalidad. Junté mis muñecas delante de mi cuerpo y esperé a que el destino me condenara por todos lo actos que había cometido.


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