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Capítulo 4

-No sabes lo que dices- negó con la cabeza repetidas veces y se frotó la nuca en señal de nerviosismo, sin saber cómo manejar la situación o qué decir.


-¿Por qué no aceptas que me importas? No te lo diría si no fuera verdad. ¡Deja de encerrarte tanto en ti mismo! ¡Te estás haciendo daño!


-No tienes ni puta idea, Trish- se acercó a mí, encarándome.


No me intimidaba lo más mínimo. Me daba lástima verle en ese estado. Estaba completamente perdido y no sabía qué hacer. Su primera reacción siempre era ofender con sus palabras pero, con el tiempo, intenté hacerme inmune a ellas porque sabía que en el fondo no las quería decir.


-No sabes por lo que he pasado. No conoces nada de mí.


¡Claro que conocía cosas de él! Me había hablado de su familia, de su madre y de todo lo que le habían hecho. ¿Acaso eso no contaba?


-Y... ¿Lo que me contaste?- pregunté un tanto desconcertada.


-¡Eso no es nada comparado a toda la mierda que llevo dentro!


-Pero jugar con drogas no es la solución.


-¡Ya había encontrado la solución pero- se paró de golpe sin saber qué decir-... Se fue- susurró cabizbajo.


Me acerqué aún más a él, cerrando el poco espacio que quedaba entre nosotros. Cogí su mano y la acaricié suavemente, intentando calmarle con mi tacto.


-Tal vez pueda ayudarte a volver a encontrarla.


Me observó con la mirada fría e impasible que tanto le caracterizaba. Un escalofrío recorrió mi cuerpo al pensar en cuál podría ser la solución que había llegado a encontrar pero se me hacía imposible de creer. Fuera lo que fuera sólo quería que la encontrara de nuevo. Puede que fuera un capullo pero no merecía estar en esta situación. Debía dejar todo su pasado atrás y centrarse en su presente, en ser feliz...


Esto era absurdo. Hacía una hora no quería ni verle y ahora estaba dispuesta meterme de nuevo en su vida. Irónico.


-No sabes dónde te metes, Trish.


-Me da igual.


-Sigo sin entender por qué eres tan... buena conmigo.


-Créeme que yo tampoco- reconocí.


Louis se empezó a reír. Se reía de verdad. Sus carcajadas endulzaban mis oídos y me esbozaron una sonrisa en los labios. Su vista cayó y se posó en nuestras manos, que seguían unidas.


-Puedo... ¿Puedo probar una cosa?- susurró-. Déjame hacer esto. Cierra los ojos.


Antes de que pudiera decir nada, él ya había dado por supuesto que lo haría. Era más una orden que una pregunta. Su carácter dominante era superior a cualquier cosa. Le hice caso y mis párpados se cerraron.


-No... te... muevas- murmuró lentamente, acercándose a mí.


No sabía qué iba a hacer y mi cuerpo empezó a temblar por el nerviosismo. Me mantuvo unos segundos en vilo, en los que Louis no hizo nada. Mi mano seguía colgada de la suya pero no la movía. Sentía la necesidad de abrir los ojos y ver lo que estaba pasando hasta que, de repente, noté algo frío contra mi piel, justo en la comisura de los labios. Era suave y húmedo. Acto seguido, los labios de Louis se posaron lentamente sobre los míos y yo me paralicé. No reaccioné. Me quedé con los ojos cerrados, asimilando que sus labios estaban pegados a los míos. Él tampoco se movió. El simple tacto del dedo pulgar de Louis acariciando mi mano fue suficiente para concienciarme de lo que estaba pasando. A continuación abrió sus labios poco a poco y esperó a que yo hiciera lo mismo. No tardé en unirme a él y seguirle el beso.


Me besó de la forma más delicada y lenta que había hecho nunca. Aunque ya le hubiera besado más veces, esta era distinta. Su aliento no olía a fresa, como acostumbraba. Tenía un gusto distinto debido a la sustancia que se había fumado. Sentía cómo se le había quedado impregnada por todo su cuerpo. Sus ojos lo dejaban claro y ahora sus labios también. Me maldije a mí misma por dejarle tirado solo en esta ciudad aunque tampoco sabía qué había estado pasando con él durante estos meses. No había tenido comunicación con nadie.


Louis necesitaba apoyo. ¿Acaso nadie más lo veía? ¿Sólo yo?


Aun así, mi subconsciente estaba feliz. Esta era la segunda vez que él empezaba el beso y eso me hacía pensar que me deseaba. De una forma extraña, pero lo hacía.


Me vino a la memoria un flashback de la primera vez que nos conocimos. Lo recordaba claramente. Fue la primera vez que juzgué a alguien a primera vista... Y fue la primera vez que alguien me cayó tan rematadamente mal. Era irónico pensar que después de ese fatal encuentro hubiéramos llegado a esto.

Desde que le conocí, entenderle había sido todo un reto para mí. A día de hoy todavía no era capaz de comprender toda la complejidad de sus pensamientos.

Y en este momento ni siquiera sabía por qué me estaba besando cuando hacía apenas unos minutos no paraba de insultarme. Sin embargo, así parecíamos funcionar él y yo. Agua y fuego, día y noche, blanco y negro. Quería ayudarle a encontrar la luz que alumbrara la oscuridad en la que andaba inmerso.


Louis nunca había sido mi ejemplo de pareja ideal. Nunca me hubiera acercado lo más mínimo a alguien tan calculador y maleducado. Ahora recordar eso me producía risa, sobre todo en la situación en la que estábamos en aquel momento. Estaba segura de que yo tampoco era para nada su ejemplo de chica ideal. Era posible que me viera como una niña caprichosa y consentida y estaba claro que los dos nos equivocamos en eso la primera vez que nos vimos. Nos fiamos de las apariencias, sin tener en cuenta que tienden a engañar.


No trataba de desmentir mis palabras anteriores. Louis era borde y arrogante, en efecto, pero era así por todo lo que había sufrido y necesitaba llegar al punto donde todo esto comenzó. Necesitaba hacerle ver que no todo en la vida era oscuridad y melancolía, también se podía ser feliz pero para eso tenía que dejarme derribar de nuevo esos muros.


Sus labios se fueron separando de los míos con delicadeza, dejándome con ganas de más. Abrí los ojos para encontrarme con los de Louis más cerca de lo esperado. Tuve que parpadear un par de veces para acostumbrarme a tan extrema cercanía. Me pareció entender un gracias saliendo de sus labios, pero era difícil de saber porque estaba perdida en su mirada.


Después de ese beso se había tranquilizado un poco. Podía notar cómo se sentía más relajado, como si le hubieran quitado un peso de encima. Una sonrisa, un poco apagada, se esbozó en su cara. Tenía que quitarle la murria de encima.


-Debo irme- murmuró separándose de mí.


-No- sujeté con fuerza su mano, la cual seguía unida a la mía-. Prométeme que mañana te veré- él rodó los ojos-. Quiero hablar contigo.


-Sabes que detesto tener que hablar.


-Me da igual, Tomlinson. Me debes una explicación por ese beso.


Nada terminar de decir eso me di cuenta de que acababa de meter la pata al llamarle por su apellido. Sabía que lo detestaba y que se enfadaba mucho cuando alguien lo hacía. Sorprendentemente, no hizo ningún comentario al respecto, lo pasó por alto. ¿Desde cuándo dejaba que la gente le llamara Tomlinson? Pensaba que ahora que estaba solo lo odiaría más que nunca.


-Ha sido por necesidad.


Necesidad.


Ha sido por necesidad.


Entonces ¿de verdad me necesitaba? Eran demasiadas emociones en un espacio muy corto de tiempo y no iba a ser capaz de manejarlas todas.


-Mañana te voy a llamar. No me ignores como la última vez y cógemelo, por favor.


Sabía que se iba a poner a reprochar y a decir que él no había recibido ninguna llamada pero le corté, haciendo algo que no se esperaba. Le di un beso en la mejilla, haciéndole callar. Me separé de él y le miré por última vez a los ojos que, aunque estuvieran enrojecidos e hinchados, para mí seguían siendo los más bonitos.


-Adiós Louis.


Me giré y comencé a andar, dejándole atrás. Una sonrisa me acompañaba.


*


Para llegar de nuevo a casa tuve que usar el GPS del móvil porque me había perdido por el barrio. Al entrar, mi madre no estaba. Tampoco quería saber su paradero. En ese momento me importaba más bien poco. Subí a mi habitación y me quité la ropa. Me puse el pijama y saqué un pequeño cuaderno que había comprado a principio de curso con mucha ilusión. En teoría, iba a estar destinado a mi primer paciente, para cuando fuera psicóloga y tuviera mi propia consulta, pero había decidido darle otro uso


Cogí un rotulador permanente y en la portada escribí LOUIS. Lo abrí por la primera hoja y empecé a escribir. En menos de cinco minutos ya tenía escrito un buen tocho. Había puesto todo lo que había pasado hoy con Louis, lo que me había hecho sentir y cómo pensaba que se sentía él, con detalles. Ya que no podía contárselo a nadie porque no tenía con quién hablar de ello, ese cuaderno sería mi pequeño diario de confesiones.


Al cabo de un rato empecé a escuchar una melodía. Alguien estaba escuchando música. En mi casa sólo estaba yo así que tenía que provenir de la casa de al lado, la cual estaba pegada a la pared de mi habitación. La melodía no me desagradaba, de hecho, era relajante. No fue hasta después de un rato que me di cuenta de que no era la música de una canción, era alguien tocando una guitarra. Eso me dio una idea.


Saqué el móvil y organicé el reproductor para que pusiera música de Secondhand Serenade. Su música y sus letras me hacían pensar en muchas cosas, y así me resultaba más fácil escribir.


Ha sido por necesidad.


Esas palabras seguían dando vueltas en mi cabeza. Esa noche me dormí pensando en ellas y los dulces labios de Louis.



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