Capítulo 3
POV TRISH
Era sorprendente lo mucho que tu vida podía cambiar en un año. La mayoría de las veces no te dabas ni cuenta hasta que llegaba alguien y te recordaba lo diferente que eras doce meses atrás. Lo peor de ser consciente de lo mucho que habías cambiado era recordar el día en que todo cambió porque ese día se convertía en un martirio para ti. Había tenido esa sensación de que hoy sería un algo así... Y, efectivamente, no me estaba equivocando. Por más que intentara no pensar en ello, el veintisiete de agosto había marcado un antes y un después en mi vida y, aunque me negara a reconocerlo, siempre recordaría esa fecha con una mezcla de rabia y melancolía.
Una fecha no se convertía en algo importante para ti a menos que tú quisieras darle importancia, y creo que ese era mi problema, que por más dolor que me produjera, no quería olvidar todo lo que sentí. Al fin y al cabo, todas esas experiencias me habían convertido en la persona que era hoy en día y en este momento, me sentía más fuerte que nunca.
-Trish... ¿Qué haces todavía en la cama? Son las doce de la mañana -murmuró mi madre desde la puerta de mi cuarto mirándose el reloj de muñeca.
-Me he levantado temprano pero... no le he encontrado sentido al día de hoy, así que me he vuelto a acostar.
-Pues más te vale encontrarle el sentido rápido porque nos tenemos que ir -murmuró evitando cualquier tipo de conversación profunda.
-¿Adónde? -pregunté incorporándome ligeramente.
-Los Hudson nos invitaron a pasar el día en su casa. Tienen una piscina enorme. ¿Quieres venir?
No sabía quiénes eran los Husdon y no estaba dispuesta a averiguarlo.
-No, gracias. Me quedaré aquí intentando encontrarle el sentido a la vida.
-Trish, por Dios -farfulló y se fue a su habitación para terminar de vestirse-. ¡Más te vale levantarte antes de que nos vayamos!
Dejé que el peso de mi cuerpo cayera sobre la cama de nuevo y cerré los ojos con fuerza. Llevaba tanto rato acostada, dándole vueltas a las cosas, que me había empezado a entrar sueño. No podía dormirme. El estrés me ocasionaba pesadillas y no quería soñar ese tipo de cosas estando sola en casa. Me levanté y decidí arreglar la estantería de mi habitación, colocando los libros por tamaños en vez de por autor. Algo estúpido e innecesario pero que me ayudaría a despejarme y olvidar todo lo demás durante un rato. Decidí acompañar la tarea con música de Michael Bublé.
-¿Trish? -Matt volvió a aparecer al lado de la puerta, como había hecho mi madre hacía un momento-. Me ha dicho Lillian que no quieres venir.
-No, no quiero ir -comenté poniendo a Hamlet al lado de The Turn Of The Screw.
-¿Ni un poquito? -inquirió mostrando la pequeña porción con sus dedos.
-Nada.
-Hay piscina.
-Aquí también tenemos piscina -comenté. Matt se había pasado el verano cavando un hoyo en la parte trasera de la casa para colocar una pequeña piscina. No era la gran cosa pero lo suficiente para echarte unos largos.
-Aquella es más grande.
-Matt, de verdad lo aprecio, pero no estoy de humor.
El hombre se quedó parado en el marco de la puerta observándome. Quería decir algo, se le notaba en la cara, pero optó por mantenerse en silencio mientras suspiraba.
-Sólo te aconsejo que no hagas tonterías mientras estamos fuera... Por favor.
Su ceño fruncido y su voz, sumamente preocupada, me hicieron sentir lástima a la vez que una gran ternura. No podía explicarlo pero Matt había traído una gran sensación de seguridad y tranquilidad a esta casa, la cual nos había agradado tanto a mi madre como a mí. Era un hombre honesto, sincero y protector, cariñoso cuando tenía que serlo y lo suficientemente inocente como para que no le tomaran por tonto. Al principio pensé que esto sería temporal. No imaginaba a nadie que fuera capaz de soportar a mi madre durante tanto tiempo, porque ni siquiera yo lo hacía, pero él era distinto. Había cambiado a mi madre para bien. Matt no se daba cuenta, porque no sabía cómo era antes, pero todo ese miedo a las relaciones y a la confianza había desaparecido, estaba más tranquila y contenta que nunca, y eso ayudaba mucho a nuestra relación. Apenas peleábamos y hasta habíamos empezado a salir de nuevo juntas. Sentía que las dos habíamos crecido en diferentes aspectos y habíamos dejado atrás esa etapa infantil e inmadura en la que habíamos vivido durante tanto tiempo. El responsable de todo esto era Matt. En poco tiempo había conseguido algo que muy poca gente había conseguido: que le quisiera.
-¡Matt! -le llamé en cuanto vi que se alejaba de la puerta tras pensar que no recibiría ninguna contestación por mi parte. Volvió a asomar la cabeza y me miró expectante-. Gracias.
Él esbozó una genuina sonrisa y, asintiendo con la cabeza, se marchó. Al cabo de un cuarto de hora vinieron a despedirse de mí y mi madre me informó de la comida que había dejado a medio hacer en la cocina. Se marcharon y sentí cómo el silencio inundaba la estancia. Había estado esperando todo el día para que me dejaran sola en algún momento y me quedara rodeada de paz y tranquilidad... El problema era que ese silencio no me proporcionaba calma, sino tormento. El tiempo pasaba a una velocidad muy lenta. Cada segundo se hacía eterno y había ordenado y limpiado tantas cosas que ya no sabía con qué entretenerme. Intenté comer algo pero tenía el estómago vacío. No me entraba nada pero, a la vez, tenía esa sensación de hambre. Comenzaba a desquiciarme y, sin haberme dado cuenta, descubrí que había cogido una cerveza de la nevera y ya me había bebido la mitad. Estaba apoyada en la encimera de la cocina, mirando a la nada y pensando en todo porque, una simple cerveza no era capaz de sacarme los pensamientos de la cabeza... Necesitaba más.
Era curioso cómo la vida se veía desde otra perspectiva cuando estabas borracho. El alcohol podía destrozarte completamente, reducirte a cenizas si no te moderabas, pero otras veces hacía maravillas. Sentía que el tiempo iba a cámara lenta pero esta vez no me importaba, es más, me hacía apreciar todo con mucho más detalle... aunque un poco borroso. Iba a echarme en el sofá cuando escuché que mi móvil sonaba en la planta de arriba.
-Hay que joderse -me quejé subiendo las escaleras a toda prisa intentando no dar un traspiés y caerme en el intento. Y no porque estuviera borracha sino porque, ya de por sí, era patosa. Llegué a mi habitación antes de que dejara de sonar y lo cogí sin fijarme mucho en quién llamaba.
-¿Sí?
-¡Trish! -me aclaré la garganta.
-Harry -murmuré maravillada. No recordaba cuándo había sido la ultima vez que había escuchado su voz.
-Siento no haber podido llamar antes. Kylie me dio tu recado pero he estado liado y... sinceramente, se me olvidó -comentó un tanto incómodo.
-No te preocupes. Sólo llamé para saber cómo estabas -me senté sobre la cama-. ¿Qué hacía ella allí? -inquirí. Era algo que me carcomía desde que respondió a mi llamada en vez de él.
-Nada, en verdad. Sólo estaba de visita.
-Ya...
Todo se me hacía un tanto raro pero decidí no hacer más preguntas por miedo a las respuestas. No quería sacar el tema al que parecían llevar todos los caminos.
-Bueno, y ¿qué tal estás?
-Pues cómo ya te he dicho, ocupado -resopló-. Ahora que Gemma se ha mudado a Londres tengo que hacerlo todo yo. Cocinar, lavar, planchar... ¡Planchar, Trish! No sabes qué calor, y encima en verano.
-¡Es verdad! -exclamé sintiéndome culpable porque se me hubiera olvidado-. Hablé con ella hace cosa de dos semanas, justo antes de que se fuera. ¿Qué tal le va?
-En el trabajo bien, al fin y al cabo es el mismo que el que tenía aquí pero en una oficina nueva... La ciudad es otra cosa. Dice que no se acostumbra a vivir en un sitio tan grande -se rió.
-La entiendo... Yo tampoco me acostumbro a Nueva York.
Aún me parecía surrealista que hubiera pasado aquí más de tres meses, tan lejos de mi hogar. Se creo un silencio que Harry rompió con una pregunta que no me esperaba.
-¿Echas de menos Cambridge?
Me quedé callada. ¿Lo echaba de menos? Desde que me había mudado aquí no había pensado en ese lugar ni por un momento. Por mucho que sintiera que este no era mi hogar no solía acordarme de aquella ciudad inglesa. Había intentado cerrar ese capítulo de mi vida y muy pocas veces volvía para ojear sus páginas, normalmente sólo para recordar lecciones impartidas en la universidad.
-Sí, lo echo de menos.
-Has tardado mucho en contestar. Pensaba que dirías que no.
-Porque no echo de menos la ciudad. No echo de menos ir a la universidad, aunque eche de menos aprender. No echo de menos los parques, llenos de vitalidad. No echo de menos la paz de una ciudad tan tranquila. Te echo de menos a ti. Tú formas parte de Cambridge, fue allí dónde te conocí y aunque odie muchos sitios de esa maldita ciudad es uno de mis lugares favoritos en el mundo porque gracias a ella pude descubrir a la persona más genial que he conocido en toda mi vida.
Sentí cómo una lágrima se deslizaba por mi mejilla. Era por esto que apenas hablaba con Harry por teléfono. No soportaba la distancia. No aguantaba vivir lejos de él porque a veces, lo único que necesitaba era un abrazo de alguien que me conociera de verdad y no me juzgara por todo lo que había hecho. Y estar medio borracha no ayudaba a evitar esos sentimientos tan profundos.
-Yo también te echo de menos -pude sentir cómo esbozaba una sonrisa melancólica-. ¿Volverás algún día?
-No lo sé, Harry- me froté la mano por la frente. Me estaban entrando calores.
-Ya... -la decepción en su tono de voz era palpable. Me dolía estar haciendo tanto daño a una persona tan especial para mí pero aún no me sentía preparada para volver. No podía.
-Sabes que puedes venir aquí cuando quieras -le recordé.
-Lo sé. Sólo prométeme una cosa.
-Claro -a Harry era capaz de prometerle cualquier cosa.
-Cuídate, por favor. Odio no estar allí contigo.
Matt me había dicho algo parecido pero que lo dijera Harry me parecía mucho más tierno y cargaba con mucho más significado.
-Lo haré -dije mirando la lata de cerveza que llevaba en la mano y estrujándola con fuerza-, no te preocupes.
-Tengo que irme a hacer unas cosas. Llámame si necesitas hablar. Sabes que me gusta estar al corriente de tu vida -comentó con gracia.
-Claro -intenté sonar un poco más animada pero fallé en el intento.
-Pásatelo bien. Hasta luego, Trish -fue a colgar pero en el último momento le interrumpí.
-¡Harry! -apreté el teléfono con fuerza.
-¿Qué? -preguntó extrañado.
-Te quiero mucho.
Esta vez sí que le escuché sonreír de verdad.
-Yo también te quiero mucho, Trish.
Esas palabras, sabiendo que las decía alguien que lo sentía de verdad, me hicieron sonreír como nadie lo había conseguido en estas últimas semanas. Recordando lo mucho que quería a mi mejor amigo, colgué el teléfono y bajé al salón con una nueva perspectiva.
Amar a alguien era una tarea complicada, depositar toda tu confianza en un extraño era algo que muy poca gente hacía por miedo a la traición (yo sabía mucho de eso), pero con personas como Harry se me hacía imposible no mirar el mundo desde una perspectiva positiva. Tener a alguien como Harry era una de las mejores cosas que me había pasado en la vida y nunca más dejaría que una experiencia mala con alguien me hiciera pensar lo contrario.
El amor valdrá la pena cuando esa persona te demuestre que vale la pena.
Y Harry me lo había demostrado siempre.
Me senté en el sofá con el mando a distancia en la mano y busqué un programa grabado que tenía de Buscadores de Fantasmas. Siempre había sido mi programa favorito y hacía mucho que no lo veía. Me alegraba creer en ese tipo de cosas y pensar que había otra vida más allá, que aquí no se acababa todo. Puede que incluso, después de morir, viviéramos la misma vida sabiendo lo que nos iba a pasar, pudiendo enmendar nuestros errores. Sería como volver a empezar, pero haciéndolo todo bien, viviendo una vida plena y entonces moriríamos en paz, sabiendo que todo lo que hicimos, lo hicimos bien. Sólo nos queda el descanso eterno.
Entre psicofonías e imágenes que llegaban a ser espeluznantes, mis ojos se fueron cerrando hasta que me quedé dormida.
POV LOUIS
La luz de la tarde se filtraba por los barrotes formando sombras en el suelo. Aún me cegaba la claridad de mi celda. Ayer me sacaron de aislamiento y se me hacía muy complicado volver al día a día.
-¿Estás despierto? -escuché a Horan hablar.
Gruñí en contestación a su pregunta. Horan estaba encerrado en la celda de al lado, por lo que no podíamos vernos pero sí escucharnos.
-¿Quieres jugar a algo? -susurró.
-¿Por qué no te tocas un poco y me dejas tranquilo?
Parecía gilipollas. Decir ese tipo de cosas aquí nos podía provocar más de un moratón en los ojos. Las primeras semanas que estuve aquí intenté ganarme una reputación y ahora él lo estaba tirando todo por la borda con sus tonterías y estupideces de niño pequeño. No estábamos en la puta guardería. Cuando alguien se aburría aquí dentro se iba a una esquina o se tapaba con las sábanas y se hacía un trabajillo a sí mismo.
-Cada vez sales de esa celda más agilipollado.
-Que te jodan, Horan.
-¡Es verdad! -exclamó. El murmullo que hacía el resto de presos al hablar me impedía escucharle bien-. Te pasas una semana sin hablar con nadie y cuando sales sólo sabes discutir. Tienes toda la ira de una semana acumulada y siempre la pagas conmigo. Estoy hasta los huevos.
-Porque eres el único que me toca los cojones. Pregúntate por qué.
-No, Louis. Es porque soy el único que se acerca a hablar contigo.
-Cállate o te meto una paliza en cuanto nos saquen a cenar, te lo aviso.
-¿Para que vuelvan a llevarte a aislamiento? Vale, haz lo que quieres. No será la primera vez que me pones la mano encima.
Él sabía perfectamente que me estaba tentando. Pude sentir el crujir de los huesos de mis puños al apretar la mano con fuerza.
-No, y te aseguro que tampoco será la última.
-Genial. Tú sigue yendo a aislamiento y así las visitas dejarán de venir. Ahora mismo no te mereces una mierda.
-¿De qué coño estás hablando? -exclamé habiendo perdido completamente el hilo de la conversación.
-De que ha venido Kylie a verte dos veces la semana pasada y no pudo pasar porque estabas en esa estúpida celda.
-¿Kylie? -susurré.
-Sí, Kylie. Tu hermana.
-¡Ya sé quién es, joder! - exclamé incapaz de contenerme. No quería que se refiriera a ella de ese modo.
-Pues ya lo sabes. Ahora dame una paliza y no la verás hasta que salgas de esta maldita prisión.
-Horan, hoy me estás tocando mucho los cojones y te aseguro que hoy no es un buen día para hacerlo.
-¿Por qué?
Agaché la cabeza y posé la mirada sobre mi brazo. Todo el día había sentido cómo ardía. Los pequeños número grabados con tinta en mi piel parecían estar más vivos que nunca. Me consumían cada vez más a cada hora que pasaba. Hoy, veintisiete de agosto, no podía pensar en nada más que en ella. Era una putada estar encerrado entre cuatro paredes y no poder ir a un bar y emborracharme allí todo el día para eliminar los recuerdos por un par de horas porque, por cada recuerdo, sentía un vacío en mi interior, una parte que había sido desalojada, una habitación que solía estar llena de sentimientos y ahora estaba llena de oscuridad y tinieblas.
Y esa habitación era mi corazón.
No aguantaba más. Me había estado meando durante más de una hora hasta que conseguí perder de vista a la policía. Habíamos tenido que salir corriendo de nuestro primer meeting de la temporada de carreras porque algún gilipollas había llamado a la pasma. Intenté alejarme de las afueras y volver hacia el centro. Paré en la primera gasolinera que vi de vuelta a la ciudad y tras haberme cambiado la matrícula de la moto. Siempre llevaba en el maletero tres o cuatro matrículas distintas para estos casos. Dejé la moto aparcada en un lateral de la tienda y entré apresuradamente en el baño.
Al entrar descubrí que había dos puertas y ninguna de ellas tenía ninguna indicación que diferenciara el de hombres del de mujeres.
-Genial...
Abrí la puerta que estaba más cerca de mí y entré aliviado al ver que había urinarios. No me hubiera gustado haber entrado en el baño equivocado y que una mujer me hubiera montado un escándalo. No estaba de humor. Me miré en el espejo un momento, colocándome el pelo y remangándome para no mancharme. Me situé en uno de los urinarios, me bajé la bragueta y comencé a mear. Había cerrado los ojos para disfrutar del placer que sentía al vaciar mi vejiga cuando escuché que la puerta del baño se abría. Los volví a abrir para descubrir a una chica mirándome descaradamente, con los ojos como platos.
La situación me pareció graciosa, no era la primera vez que alguien se me quedaba mirando mientras estaba así pero decidí no reírme y gastarle una pequeña broma.
-¿Se puede saber qué coño haces? -exclamé mostrándome indignado.
La chica se había quedado congelada, no reaccionaba, ni siquiera después de que yo le hubiera soltado aquel borderío. Cómo ella estaba anonadada mirándome decidí mirarla a ella también.
Era curioso. No iba vestida como la gran mayoría de chicas de aquí, seguro que era una pija de la capital que venía a estudiar a la universidad. Básicamente, el tipo de personas que siempre intentaba evitar. No soportaba a esa gente tan superficial. Tenía el pelo largo y castaño, le caía por los hombros de una forma muy natural, como una cascada, hasta el estómago. Sus labios eran finos pero de un color pálido y jugoso. Era alta, comparada con el resto de chicas, pero no lo suficiente como para superarme. Su piel no tenía rastros de ningún tatuaje, ni piercings, ni marcas de ningún tipo, era lisa y estaba ligeramente bronceada. Sin embargo, lo que más me llamó la atención de ella fueron sus ojos. Eran castaños, al igual que su pelo, pero una tonalidad que nunca había visto. Tal vez serían los fluorescentes del baño, que se reflejaban en sus iris, pero aquellos ojos brillaban de una forma especial, como ningunos que hubiera visto antes. Tenían personalidad, tenían algo que hacía mucho que no veía y que a veces añoraba: inocencia.
La chica seguía sin reaccionar y yo necesitaba irme ya. No quería que la policía pasara por allí por casualidad y encontraran mi moto, aunque le hubiera cambiado la matrícula.
-Oye, ¿me vas a dejar mear tranquilo o es que me la quieres ver o...?
La chica se sacudió la cabeza incrédula y me miró, esta vez, fijamente a los ojos.
-¡Claro que no! Eres un guarro.
Su voz era demasiado dulce. Me la imaginé diciendo una palabrota y me reí internamente. Me parecía imposible que alguien tan inocente y con la voz tan dulce pudiera decir un taco y ofender a alguien. Sonaría ridículo.
Me hubiera gustado hablar más con ella. Su voz me había cautivado. Me traía recuerdos de un tiempo en el que fui feliz... pero tenía que irme. Además, ya le había causado una mala impresión así que la corté de la forma más basta que pude.
-Oye, oye... Has sido tú la que ha entrado a vérmela. ¿Quién es la guarra ahora?
La cara que puso me hizo reír. Apostaba mi preciada moto a que no estaba acostumbrada a que la trataran de esa forma. Se fue, cerrando la puerta con brusquedad, y me volví a quedar solo.
Bajé la mirada. Hubiera estado bien haberla picado un poco más. A pesar de que me pareciera una de las chicas más guapas que había visto en mucho tiempo, era el tipo de persona al que me gustaba molestar por su vestimenta y su actitud.
Me subí la bragueta y, tras lavarme las manos, salí de aquel sitio. Al montarme en la moto descubrí cómo un coche que acababa de echar gasolina intentaba incorporarse a la autopista de nuevo. Me fijé en el interior y la vi. Era ella. Arranqué la moto con curiosidad, quería saber adónde se dirigía, y comencé a seguir al coche por la carretera a una distancia considerable, detrás de otros coches, para que no me descubriera.
Pocas veces tenía la ocasión de cruzarme con una familia adinerada, y menos que tuvieran hijos (en este caso hijas) jóvenes a los que pudiera acercarme. El Mercedes aparcó enfrente de una casa enorme. La chica y una mujer, la cual suponía que sería su madre o, al menos, pariente suyo, se acercaron a la puerta y fueron recibidas por otra mujer.
La puerta se cerró y me encontré en una calle que no conocía en un barrio que despreciaba y en el cual no era bien recibido. Iba a arrancar la moto cuando la voz de la chica volvió a sonar por mis oídos. Había algo en ella que me hacía querer recordarla y me descubrí alejando las manos de las llaves y apoyándome en el manillar.
Así esperé hasta la noche. De pronto salieron tres figuras de la casa y reconocí a una de ellas. Era la chica junto a dos personas más. Una sonrisa se esbozó en mi cara. Esto podía ser interesante. El chico y la otra chica iban vestidos de la misma forma, o puede que tal vez más pijos y atusados que ella.
-¿Dónde vamos a ir? -preguntó la otra chica.
-A algún club del centro. Me da igual. Podéis elegir. Yo sólo quería salir de esta casa -comentó el chaval.
-Tú eres el que se conoce esto -le replicó la otra chica de nuevo y entraron en un coche oscuro y de buena marca.
Antes de que ellos arrancaran hice una llamada rápida, haciendo planes para aquella noche.
-¿Cole?... ¿Estás con los demás?... Genial... ¿Os apetece salir de fiesta esta noche? -sonreí sabiendo lo mucho que les iba a gustar ver a gente pija a la que picar y molestar.
El coche arrancó y segundos después lo hice yo. Lo seguí hasta que aparcó y, a partir de ahí les seguí a pie, con la moto a mi lado, desde la acera de enfrente. Se pararon en un local y supe que habían decidido entrar. Mandé la dirección a Cole y mientras les esperaba observé la situación desde un tercer plano. No sabía lo que era, pero los tres tenían algo que despreciaba. Esa actitud, esos lujos, esos movimientos aristocráticos... Me ponía muy nerviosa la gente así, me molestaba que lo tuvieran todo en la vida. Aunque eso no era del todo cierto. Siempre les faltaba ese toque de humildad. Desde aquí podía ver cómo sus únicos problemas eran no mezclar la colección de otoño-invierno de este año con la del año pasado. Eran repugnantes.
Al cabo de un rato escuché el rugido de unas motos por la calle y al rato las vi aparecer en la distancia. Se acercaron al local y aparcaron los vehículos entre la acera y la calzada, justo delante de la puerta de entrada. Arranqué la moto un segundo sólo para cruzar la calle y unirme a tiempo a la conversación que se estaba llevando a cabo. Sólo podía ver a Cole, acercándose a alguien al tiempo que decía:
-¿Y tú qué miras?
-¿Yo? Na... Nada -reconocí esa voz al instante sólo que esta vez estaba llena de miedo.
Decidí meterme en la conversación, y no precisamente para ayudar, pero quería saber qué reacción provocaba en ella.
-¿Ella? ¡Já! A ella le gusta mucho mirar. Sobre todo cosas que no son de su incumbencia.
La chica miró hacia el grupo de motos en el que estaba integrado, buscando a la persona responsable de aquel comentario, hasta que sus ojos dieron conmigo y su cara fue exactamente la misma que había puesto al entrar erróneamente en los baños de la gasolinera.
Esa era la reacción que esperaba.
Desde entonces todo había cambiado. Y, lamentándolo mucho, nunca olvidaría esa fecha, porque la llevaba tatuada en el brazo, en un rincón especial. Al igual que nunca la olvidaría a ella porque fue la primera persona a la que amé más que a mi propia vida.
Me apoyé en los barrotes y dejé que mi cabeza se deslizara por ellos hasta chocar con la pared. Era capaz de escuchar la respiración impaciente de Horan, así que decidí contestarle.
-Porque hoy es miércoles
-¿Y qué? -me miré el atuendo carcelario que me obligaban a llevar encima y bufé.
-Que ya no tienen sentido.
-¿Por qué? -comentó de nuevo confuso. Yo suspiré.
-Porque ya no sale el arcoíris.
Son las cuatro y media de la mañana en España. Espero que apreciéis el esfuerzo porque estoy que me muero de sueño.
No sé cuando podré volver a subir porque la semana que viene me voy de vacaciones a casa de una amiga y no tendré tiempo de escribir.
Además, todos los dramas que hay en el fandom a día de hoy me quitan las ganas de todo.
La frase del principio es de una canción que estado escuchando todo el tiempo mientras escribía el capítulo. Simplemente me encanta. Se llama Belong y es de Cary Brothers, por si queréis escucharla x
Tengo una última pregunta antes de despedirme. ¿De qué país sois? Tengo curiosidad por saberlo ;)
Ahora sí, espero que os haya gustado el capítulo. Votad y comentad, por favor. ¡Os adoro!
@PatriFlyingHigh
@fast.fanfic
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