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Capítulo 29

Pasaron los días, las semanas; y cada vez me sentía mejor, con más fuerza. Estaba llevando bien el proceso de recuperación. Hacía caso a todo lo que me decían, realizaba todos los ejercicios aunque sintiera que mi cuerpo no daba para más. Deposité toda mi confianza en los médicos y aquello había dado sus frutos; me la habían devuelto en forma de energía y musculatura.

Cada día recibía un mensaje de Louis. Por ello, las noches se habían convertido en mi momento favorito. Antes de dormir, mi móvil siempre sonaba, indicando que había un nuevo mensaje sin leer. Extrañaba el contacto físico pero sabía que, tarde o temprano, estaríamos reunidos de nuevo.

Mi madre y Matt no se alejaron de mí en ningún momento durante la rehabilitación. Dejaron la empresa en manos del subdirector mientras ellos trabajan desde aquí. Se hospedaban en un hotel de la ciudad, en el cual también estaban Harry y Aden. A ellos dos les imploré que regresaran a Estados Unidos y continuaran con sus trabajos, pero ambos se negaron en rotundo. Me sentí un poco mal al respecto. No quería que mis problemas les ocasionaran más problemas a ellos. Sin embargo, una vez más, me demostraban lo increíbles que eran como amigos.


—¿Cómo estamos hoy? —exclamó el doctor Bay, tan animado como siempre al entrar en la habitación.

—¿Por qué estás aquí? —inquirí, mientras él se acercaba a la ventana y abría las cortinas para que pudiera ver lo gris que estaba el cielo de Leeds aquel día. Una vista encantadora. Me extrañaba verle por aquí, ya que siempre eran las enfermeras las que más pasaban a visitarme para hacerme pruebas.

—¿Has estado alguna vez en Leeds? —preguntó con curiosidad.

—Sí, de pequeña.

—Es una ciudad preciosa —murmuró, sonriéndose así mismo mientras admiraba las vistas.

—No me acuerdo, la verdad.

—Pues es tu día de suerte —alcé las cejas, sorprendida, conforme él se giraba.

—¿Y eso?

—Acabo de firmar el alta. En cuanto la tramiten podrás irte a casa.


Mi corazón pegó un latido tan fuerte que pensé que se me saldría del pecho. Había pasado semanas esperando escuchar esas palabras.


—¿De verdad? —exclamé, y por el rabillo del ojo vi cómo mi madre y Matt entraban por la puerta, sonriendo de oreja a oreja.

—De verdad. Ya me he cansado de ver tu cara por aquí —bromeó el doctor, apartándose para que los demás pudieran acceder mejor a mi camilla.

—¿Eso quiere decir que podemos volver a Londres? —miré a mi madre.

—Hemos pensado en quedarnos un par de días por aquí, por si acaso algo va mal.

—Que nada tiene por qué ir mal, pero más vale prevenir que curar —añadió Matt mientras acariciaba mi pelo con ternura. Ese hombre nunca sabría el bienestar que me proporcionaba su persona.

—¿Y Harry y Aden? —pregunté al no verles por allí.

—Aún no se habían levantado cuando les he llamado para contárselo —comentó mi madre. Rodé los ojos.


Menudo par de vagos. ¡Ya eran las diez de la mañana! Aunque en realidad lo que me pasaba es que tenía envidia. A mí siempre me levantaban a las siete y media aquí. La vida era muy injusta.


*


Pasaron un par de horas, las cuales pasé viendo la televisión. Era extraño pensar que después de tanto tiempo, podría volver a hacer vida normal. El hospital no estaba mal, te acababas acostumbrando, pero era un lugar frío, sin alma. No era mi hogar.

De pronto, todas las preocupaciones que traté de dejar a un lado durante todos estos días, vinieron de golpe y me arrollaron, como un camión a 300 kilómetros por hora. Tendría que hablar con Ariel. Mi madre me había asegurado que mantenía el contacto con él y le iba informando de mi estado, pero el chico aún no se había pronunciado. No sabía nada de él y lo entendía. Sin embargo, teníamos que hablar y arreglar todo lo que había provocado. O al menos, dejar las cosas claras. No quería que sufriera más por mi culpa. Bastante mal le tendría que haber hecho sentir y, pero mis sentimientos hacia Louis no eran algo que fuera fácil de esconder.

Para cuando el alta estuvo tramitada y pude irme, Harry y Aden ya habían llegado.


—¿Cómo te sientes? —preguntó el de pelo rizado, mientras bajábamos al vestíbulo.

—Con ganas de probar otras camas —bufé, masajeándome la espalda.

—¿Tan malas son éstas? —comentó, incrédulo, y yo resoplé.

—Preferiría dormir en una cama de cristales rotos —él pareció sorprendido—. Parece mentira que trabajes en un hospital y no sepas este tipo de cosas.

—Tal vez si le rompiéramos un par de costillas y tuvieran que ingresarle, aprendería —susurró Aden y Harry le dio tal colleja que hizo que el mayor se retorciera de dolor.

—Soy médico, lo que significa que puedo romperte todos los huesos del cuerpo mientras los nombro —sonrió con malicia y avanzó hasta alcanzar la mi madre, con la que se puso a charlar.

Aproveché su ausencia y me acerqué a Aden, tomándole del brazo.

—Yo que tú me pondría duro con él ahora o cuando os caséis, pensará que él es el que lleva las riendas de este matrimonio —el chico dejó de rascarse el cuello para mirarme con el ceño fruncido.

—¿Has tratado de hacer una referencia sexual? —suspiré.

—He tratado de darte un consejo, pero tómalo como quieras —se quedó callado durante unos segundos, mirando al suelo.

—Trish, no sé a dónde quieres llegar con esta conversación.

—Solo procura que no te rompa ningún hueso —le di una palmadita en la espalda y le dejé atrás, juntándome con Matt.


*


El hotel en el que se alojaban tenía pinta de tener unas camas maravillosamente cómodas. Al llegar a la habitación pude comprobarlo. Estuve a punto de llorar de felicidad. El cuarto era bastante espacioso y la televisión se pasaba de grande, pero no es como si me molestara.


—Tienes la habitación para ti sola —me informó mi madre, colocando mis pertenencias en el armario.

—Ahora entiendo por qué no os habéis marchado a Nueva York. Con habitaciones así, yo también me quedaría. Y pensar que me sentía mal por estaros reteniendo aquí...

—Cariño —suspiró mi madre y se acercó a mí—, nos hubiéramos quedado aquí contigo aunque hubiéramos estado viviendo en un albergue de mala muerte.

—Si hubierais estado en un albergue, Aden se habría ido hace un par de semanas. O tal vez ni hubiera venido —ella se rió al verme más animada.


De hecho, lo estaba. Estaba feliz. El tiempo de ese día dejaba mucho que desear pero sentía como si un rayo de sol me iluminara por dentro y apaciguara todo mi interior. Era reconfortante. Puede que no estuviera en mi casa, pero estaba con la gente que me hacía sentir como en casa, y eso era más que suficiente para mí.

Al menos por ahora. Aún faltaba la persona más importante.


—¿Qué tal si me dejas terminar de ordenar las cosas a mí? —pregunté, levantándome de la cama.

—¿Estás segura?

—Sí. Me apetece hacer algo. Llevo semanas sin poder hacer nada. Me siento inútil.

—Está bien —dejó el montón de ropa que llevaba sobre una de las mesas—. Me voy a mi habitación. Si necesitas algo, ya sabes cuál es, y la de los chicos también. En un rato vendré a por ti para bajar a comer —asentí y se marchó.


Terminé de colocar la ropa y los productos de aseo en el baño y me tumbé en la cama. Cogí mi móvil, con el que estuve mirando algunas aplicaciones. Le di me gusta a las nuevas fotos de Harry y Aden. Hacían una pareja demasiado buena, eran estéticamente perfectos. Parecían modelos. Daban envidia. Después de haber cotilleado la vida social de la gente a la que seguía, me metí en internet y me puse al día con todo lo que había estado pasando en los últimos meses. Estando en el hospital había tratado de mantenerme lo más aislada posible para que el paso del tiempo no me afectara. Según el doctor el Bay, era mejor así. Además, todos me habían asegurado que no había ocurrido ningún hecho de relevancia. Llevaban razón. Me cansé de leer cotilleos de los famosos. El ámbito político del país también había estado muy relajado. Poco a poco, y sin darme cuenta, el aburrimiento y el ajetreo del día hizo que me bajara el cansancio de golpe y me quedara dormida.

Cuando me desperté, otro tipo de luz entraba por la ventana, más tenue. Miré el reloj del móvil. Eran las cuatro de la tarde. Estaba tan grogui que no encontré las fuerzas para incorporarme. Me quedé con los ojos cerrados un rato, hasta que la puerta de la habitación se abrió.


—¿Ya estás despierta? —preguntó mi madre, con un tono de voz muy suave.

—Pensé que me ibas a avisar para bajar a comer.

—Y he venido, pero te he visto frita y preferí no despertarte. Supondría que estarías cansada. Pero no te acostumbres —me advirtió, señalándome con un dedo.

—Lo sé —me senté en el borde de la cama, restregándome los ojos para poder abrirlos al completo.

—Lo mejor que puedes hacer es moverte y no perder la musculatura otra vez.

—Lo sé.

—Bien. Te traeré  la comida, entonces.

—¿Aquí? —me sorprendí a la vez que me sentí aliviada. No quería bajar con esta cara de muerto.

—Sí. La cocina del restaurante ya está cerrada. Llamaré al servicio de habitaciones.


Y así hizo. En menos de una hora estaba terminando de comer. Mi madre se había marchado y me había quedado con Aden y Matt.


—Mucha gente de la empresa te manda recuerdos —comentó Matt.

—¡Qué amables! —realmente no pensaba que nadie se fuera a acordar de mí.

—Y también quieren saber si tú —señaló a Aden—, les vas a invitar a la boda.

—Estarás de broma —alzó una ceja mientas Matt se mordía la lengua para no reírse—. ¡Dejaron de hablarme en cuanto me fui de la empresa! Menuda panda de interesados —se enfurruñó con él mismo.

—¿Dónde vais a celebrar la boda? ¿Aquí o allí?

—La verdad es que aún no hemos hablado de eso. A mí me gustaría celebrarla allí pero supongo que Harry querrá hacerla aquí.

—Yo voto por allí —comenté.

—Yo también —murmuró Matt—. No me acostumbro a este tiempo.

—Podríais organizarla en Miami —sugerí y Aden volvió a alzar las cejas como lo había hecho antes.

—Tú lo que quieres es irte de vacaciones y no pagar ni por un vaso de agua.

—No. Pero a Harry no le vendría mal ponerse moreno.

—¡Está más moreno que cuando le conocí! —se quejó—. Debo aclararte que yo fui quién le presenté al sol —Matt y yo nos reímos—. Creedme, era como salir con un vaso de leche andante. Le cuido mejor que vosotros.

—Y te lo agradecemos, Aden, de verdad —murmuró Matt con sarcasmo.

—Deberíais —nos señaló con el dedo muy seriamente cuando escuchó nuestras risas.

—Hablando de Harry, ¿dónde está? —inquirí, retirando el plato de encima de mis piernas y colocándolo en la mesilla.

—Viene en un rato. Estaba descansando.


Si antes hablábamos de él, antes iba a llamar a la puerta. Matt se levantó para abrir y juntos entraron en la habitación. Se había arreglado el pelo y se había colocado una bufanda.


—¿Estás preparada? —preguntó mi amigo en cuanto fijó sus ojos en mí.

—¿Para qué? —musité mirando a todos los presentes, tratando de descubrir de qué estaba hablando.

—No hagas preguntas y sal por la puerta —me animó. Volví a mirar a los demás pero todos rehuían mi mirada excepto Harry, el cual me ofrecía su mano para acompañarle.

—Espera un momento. Voy al baño.


Cuando estuve completamente arreglada, salí. Los tres estaban prestando atención a la televisión, por lo que no se dieron cuenta. 


—Ya estoy —anuncié. Harry fue el único que se giró para mirarme. El comportamiento de los dos estaba siendo extraño.

—Genial. Vayámonos, entonces —se incorporó y se puso a mi altura.

—¿Ellos no vienen? —señalé al resto, al ver que seguían sentados.

—No creo que quieras que vengan —Harry me guiñó un ojo y sentí una especie de descarga eléctrica recorrer todo mi cuerpo.


Tomó mi mano y me arrastró fuera de la habitación. No entendía nada. Me llevó hasta la puerta del hotel y de ahí al aparcamiento. Me hizo subirme en un coche que no había visto en mi vida y entonces fue cuando ya no pude aguantar más. Todo estaba siendo muy precipitado y misterioso. Mi cabeza había estado dando vueltas alrededor de un mismo tema, pero aún no lo creía posible. Había tratado de no hacerme ilusiones.


—Harry, en serio. ¿A dónde me llevas? —el motor se puso en marcha y el chico aprovechó para mirarme. Sus ojos azules parecían palpitar con fuerza.

—A ver a Louis.


*


La carretera cada vez se me hacía más larga. Seguía sin saber a dónde íbamos y el trayecto se me estaba haciendo insoportable. Estaba ansiosa. No era capaz de contener la emoción. Íbamos en un profundo silencio. No era capaz de mantener ninguna conversación, tenía la mente colapsada a pesar de que aún no había pasado nada. Harry conducía serio, concentrado, y tampoco parecía tener muchas ganas de conversar. Todo cambió cuando vi el final de nuestro camino. No era el destino que había esperado.

Era como entrar un tren con todas tus ganas e ilusiones. Subirte emocionada y feliz; ver cómo, poco a poco, los demás pasajeros se iban bajando en sus respectivas paradas; ver cómo el tren se iba quedando más vacío y frío. Tú ibas a la última estación y cuando llegabas, el tren de las ilusiones se había quedado completamente vacío, y al salir, no había más que un desierto lleno de soledad.

Aunque eso no fue exactamente lo que sentí. Cuando vi el letrero que ponía cementerio, solo pude fruncir el ceño, sin entender.


—¿Está Louis aquí? —inquirí.


Harry asintió, con la vista fija en el camino que rodeaba las tumbas. Me esperé lo peor pero Harry me tomó la mano y esbozó una pequeña sonrisa. Entonces recordé que los cementerios siempre habían sido un lugar especial en nuestra relación y me tranquilicé. Había pensado que iríamos al lugar dónde él había estado todo este tiempo. No me habría imaginado nunca que querría quedar en un sitio como éste. Aunque, como había dicho, conociendo nuestra historia, no era nada fuera de lo normal. El problema de todo esto no era el lugar, ni la compañía, sino la sensación de soledad que se había instalado dentro de mí al cruzar las puertas.

Pero cerré los ojos para pestañear y en menos de un segundo había pasado todo de golpe. Ni siquiera me había dado tiempo a asimilarlo Había sido como quedarse dormido y encontrarse en un sueño de repente. Había esperado ver su cuerpo de pie en alguno de los caminos hasta que lo hice, aunque no de la forma que había imaginado.

Estaba delante de una tumba. Una lápida de piedra gris, fría y exánime surgía del suelo y se alzaba a menos de medio metro. Pero no entendía. No entendía lo que me estaban queriendo decir.  En el epitafio había escrito un nombre. Una letra grande y clara.


Louis William Tomlinson


No comprendía qué era este lugar ni por qué me habían citado aquí.

O tal vez sí lo comprendía pero me negaba a creerlo.

Alcé la vista y busqué rastro de algún individuo en las proximidades. Hasta que mi horizonte se cruzó con Harry.

El chico  miraba al suelo, ensimismado, absorto. Diría que estaba pensativo pero no, tenía la mente en blanco porque estaba asustado. Tenía miedo de mirarme.

—¿Harry?

Y cuando sus ojos encontraron los míos entendí por qué. En ellos se encontraba la verdad más pura y más cruel que en mi vida había presenciado.

La muerte.


Capítulo 30:   27 de marzo (22 pm - hora española)

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