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Capítulo 24

                  POV TRISH

Las palabras quedaron en el aire y no supe qué hacer con ellas. No sabía ni si quería que Louis dijera algo al respecto. No sabía nada. Mi mente estaba vacía y mis pensamientos congelados. Acababa de citar al propio Lord Byron. La situación me pareció irónica porque, no me había dado cuenta antes pero, el propio Louis me parecía el prototipo perfecto de un héroe byroniano. Aún así, nada de eso ayudó a que el aire pudiera entrar en mis pulmones con facilidad.

—Me voy a dar un paseo —anuncié.

—Pero... —Louis enseguida quiso incorporarse conforme yo me levantaba y me sacudía la arena pero le retuve.

—No, de verdad. Quiero pasear un rato. Ahora vuelvo —esbocé una sonrisa pero supe que no había llegado a mis ojos.

Necesitaba despejarme, estar un rato alejada de él, que la suave brisa del mar pusiera las cosas en su sitio porque ahora mismo mi cuerpo parecía la caja de juguetes de un niño; todo estaba desordenado.

El temor al que había hecho referencia hoy Louis era el mismo temor que yo llevaba sintiendo estos días y que había tratado de mantener oculto. Lo último que quería era hacer a alguien el mismo daño que me hicieron a mí. Y el problema era que ese temor había aumentado porque había emprendido un camino el cual solo llevaba a esa repugnante situación.

Y no quería... Pero en este momento me sentía tan plena que todo mi cuerpo estaba plagado de emociones infinitas e incontrolables. Algo que no era capaz de parar, algo que no quería que parase. Estos sentimientos eran mi droga pero podrían ser las balas que mataran algo que no quería que acabara... Al menos, no quería que acabara de esa forma.

Caminando por el paseo marítimo, encontré un estanco y, sintiendo la necesidad desde mis pulmones, entré y compré un par de cigarrillos.

Pensar en ese otro chico que estaba en Italia, que me trataba tan bien, que me había mantenido viva todo este tiempo me mataba más que el tabaco hundiéndose en mis pulmones.

No era justo. Sentía que le estaba mintiendo a la cara aunque estuviéramos a miles de kilómetros de distancia. Nos estaba engañando a los dos con mis actos, nos estaba haciendo daño aunque él no lo supiera.

¿Estaba bien llevarse por los sentimientos más desenfrenados si al hacer eso engañabas a una de las personas más importantes para ti?

La respuesta era no. Pero cuando Louis estaba por en medio, era incapaz de responder con coherencia. Cuando estaba con él era incapaz de reprimir lo que sentía. Los sentimientos me desbordaban, no tenía control sobre ellos. Ellos me dominaban. Y si estaba cometiendo un error nunca lo sabría porque esos sentimientos también afectaban  a mis sentidos. Me nublaban la vista, lo único que podía sentir eran los latidos de mi corazón.

Y, en este instante, me daba cuenta de algo que había tratado de apartar de mi mente porque, simplemente, no quería que fuera verdad, aunque era un poco difícil de evitar cuando era la más pura de las verdades. Y es que mis sentimientos por Ariel no eran tan fuertes como los que sentía ahora mismo al pensar en ese chico que se había quedado con el ceño fruncido en la playa. Eran igual de fuertes pero distintos. Distintos y con una fuerza sobrenatural que no era capaz de entender racionalmente... y el tabaco no me estaba ayudando una mierda a aclararme las ideas. Joder.

No sentía por Ariel lo mismo que sentía por Louis pero tampoco lo mismo que sentía por Harry,  entonces... ¿En qué posición le dejaba? ¿Qué era para mí? Porque había sido alguien demasiado importante en mi vida. Habíamos estado destinados a encontrarnos, lo sabía, y tal vez a arreglarnos, a mantenernos con vida mientras esperábamos a renacer.

Dios mío.

Tenía la necesidad de emborracharme y hacerlo sola.

Necesitaba a Harry.

Pero Harry estaba al otro lado del océano.

Todo era una mierda.

Y Louis tenía razón. El amor estaba sobrevalorado en ocasiones y era una mierda cuando no podías amar a una persona sin hacer daño a otra... Sin hacerte daño a ti.

Me senté en un banco, de frente al mar, mientras me encendía otro cigarrillo. A mi lado vi a una familia con dos niños pequeños. Por lo que les escuché hablar, entendí que eran dos hermanos con sus respectivas mujeres e hijos. Dos niños entrañables que jugaban en el borde del paseo marítimo. Uno de ellos tenía acento del sur, mientras que el otro tenía acento escocés. Los dos primos reían y hacían travesuras a los pies de sus padres hasta que llegó el momento de la despedida.

—¿Podemos volver la semana que viene? —preguntó el sureño. Los padres se miraron entre sí mientras el niño aún sonreía a su primo.

—Cariño, no podemos. Volveremos el año que viene, en verano, cuando podáis bañaros en la playa. ¿Te parece? —su padre trató de animarlo pero la expresión del crío se hundió. Murmuró cosas que no pude llegar a entender mientras su madre le acariciaba la espalda, con mimo.

El otro tampoco parecía muy contento de que su primo se tuviera que ir, se miraba los pies mientras se mordía con nerviosismo las uñas. Los padres empezaron a despedirse antes de que la cosa se pusiera más fea y, estaba segura de que ninguno de ellos esperó la reacción que tuvo el pequeño.

—¡Me voy a acordar de ti todos los días! —exclamó el sureño, lanzándose a los brazos de su primo.

–¡Yo tampoco me voy a olvidar de ti! —y fue un gesto tan tierno e inocente que los adultos no pudieron evitar sonreír ante el cariño de los pequeños.

Aparté la vista porque sentía cómo las lágrimas se hacían paso hacia la salida y no estaba por la labor de llorar. Me terminé el cigarrillo y regresé a la playa. Louis estaba abrazando sus rodillas mientras contemplaba el horizonte. La brisa soplaba suavemente sobre su flequillo y lo movía con naturalidad. Sus manos se agarraban con fuerza la una a la otra y, ver su nariz de perfil, fue lo único que necesité para suspirar, pensando en que parecía un auténtico sueño de verano.

Me descubrió cuando ya estaba a escasos pasos de él. Me senté a su lado, sobre la toalla, y me coloqué en su misma posición.

—¿Has estado fumando? —musitó, arrugando la nariz.

—Tal vez.

Él no hizo ningún comentario más al respecto, se dedicó a observarme y vi en sus ojos el reflejo del mar, perturbador y revuelto.

—Oye, Trish, antes yo no quería sacar el tema de... bueno, ya sabes.... para... ¿confundirte? Solo quería saber si estabas conforme con... esto —señaló el espacio entre nosotros, sin parar de balbucear—. No quería pensar que te estaba forzando.

—No me estás forzando, Louis.

Él asintió y... Dios, ¿por qué me sentía tan atraída a él después de tanto tiempo? Era como una adicción que nunca lograría superar.

Tal vez yo era como esos niños del paseo marítimo, que no querían olvidarse el uno del otro. Tal vez lo había intentado hacer pero no había querido, por eso habría sido tan fácil volver a traer todos los sentimientos de vuelta y, es que, me volvía a sentir como aquella vez hace años.

Nada me hacía sentir más viva que Louis Tomlinson.

—Entonces... ¿Todo bien? —tímidamente, esbozó una sonrisa ladeada que ocupó todo su rostro cuando yo le correspondí.

—Todo bien.

—¿Quieres volver? —preguntó y supe que lo hizo por decencia porque se notaba a leguas que se quería quedar aquí hasta que fuera noche cerrada.

—No. Aún podemos disfrutar de lo que queda de día.

—En ese caso... —susurró y le miré asustada. Podía ver la travesura en sus ojos. Su sonrisa ladeada le delató.

Antes de que pudiera escapar, me tenía cogida de la cintura, habiéndome cargado en su hombro, y corría conmigo a cuestas hacia la orilla.

Recuerdo haber gritado cosas sin sentido y reírme escandalosamente al notar el agua fría chocando contra todo mi cuerpo. Louis nos hundió a los dos a la vez mientras mis brazos y piernas se agarraban a su cuerpo con fuerza, en busca de calor dentro de algo tan sumamente gélido. Mi risa aumentó cuando él comenzó a gritar por culpa del frío y mis brazos se entrelazaron con más fuerza alrededor de su cuello, sin querer dejarlo escapar.

No me bajé de su cuerpo ni por un momento, ni siquiera cuando nos sacó a los dos del agua. Él tampoco parecía querer dejarme ir. Nuestros cuerpos encajaban perfectamente el uno en el otro. Habían sido moldeados para permanecer juntos. O eso parecía.

Pasamos la orilla y llegamos a la zona de arena seca. Sus manos permanecían en mi cintura, agarrándome con fuerza y mis piernas caían por sus muslos, ya cansadas de soportar todo el peso de mi cuerpo. Nuestras cabezas estaban apoyadas entre sí y, pronto, nuestras miradas se encontraron. El que nuestros labios se juntaran en un beso fue algo que surgió de forma de natural. Su sabor a fresa se mezclaba con la sal del mar que se había escondido en la comisura de boca. Era una mezcla exquisita, pero la sensación que me producía tenerle tan cerca era aún mejor.

Al separarnos, ambos nos reímos, su risa seguía siendo la más bella de las sinfonías, y enterré mi rostro en el hueco de su hombro, aún sin bajarme de él.

—Eres un imbécil inmaduro.

—Eso ya lo sabías. Y aún así accediste a venir conmigo.

Le vi sonreír. No recordaba cuantas veces le había visto sonreír ya en el día de hoy pero no me iba a cansar de ello.

Bajé al suelo y volvimos a la toalla en silencio. Vi cómo comenzaba a recoger las cosas.

—¿Nos vamos ya? —comenté un poco apenada.

—No. Vamos a ir a una tienda del paseo marítimo para deshacernos de esto –señaló nuestras prendas mojadas–. Vamos a comprar la ropa más ridícula y vamos a volver aquí, a ver la puesta de sol.

—Qué romántico —comenté, aguantándome la risa al ver la mirada que me estaba echando.

—No te acostumbres.

Y puede que él lo negara siempre, pero era un romántico empedernido, lo quisiera reconocer o no. Tenía alma de filósofo.

Salimos de la arena y nos lavamos los pies antes de pasar a la calle. Con suerte, nos habíamos metido con los pies descalzos y no habíamos mojado nuestras zapatillas. Encontramos una tienda que vendía ropa con un estilo muy marinero y compramos, literalmente, lo primero que vimos. Louis hizo el tonto con unos tirantes, apretándoselos contra el pecho y moviéndolos de forma graciosa hacia los lados. Los comerciantes nos miraron raro porque, había que decirlo, Louis era todo un espectáculo.

Tras comprar la ropa y pasar al probador para cambiarnos, los dos parecíamos sacados de un circo, con pantalones tres tallas más grandes que las nuestras y camisetas que nos llegaban hasta las rodillas. Había ropa de nuestra talla pero, en ese momento, nos pareció mejor idea ir haciendo el ridículo. Ahora mismo lo lamentaba. No podía dar más de cuatro pasos sin que se me cayeran los pantalones.

Regresamos a la playa y volvimos a montar el chiringuito, el cual consistía solo en la toalla y nuestros culos sobre ella.  Era relajante ver cómo la brisa del mar ambientaba un día tan bueno porque, realmente, el día estaba siendo mejor de lo esperado.

Miré a mi alrededor y vi que su mano reposaba a escasos centímetros de mi muslo, sin atreverse a tocarme. Sentí cómo la piel de mi pierna ardía deseosa de ser tocada. Me mordí el labio inferior, aguantándome una sonrisa porque, verdaderamente, era gracioso y tierno a la vez ver cómo se estaba comportando.

El sol comenzó a caer, al igual que nuestra conversación, y el atardecer empezó a formarse en el horizonte. Tonos anaranjados y rojizos cubrían el cielo y, aunque la vista fuera preciosa, nada se comparaba con la que tenía a mi lado.

—Louis.

Por el rabillo del ojo vi cómo alzaba la cabeza y sentí su intensa mirada quemarme la piel.

—¿Qué?

—Nada.

No necesité mirarle para saber que estaba frunciendo el ceño, confuso, lo cual me produjo cierta diversión porque de verdad que no quería nada. No le estaba llamando.

A veces, decir un nombre en voz alta te producía miles de emociones y sensaciones. Tal vez era el sonido de las letras, la harmonía de las sílabas, el cosquilleo de la voz entre tus labios al pronunciarlo, o que ese nombre te transportaba a un momento en el tiempo, te recordaba un sentimiento. Es como cuando ves una película triste y lloras... Al decir un nombre puedes sonreír, deprimirte, alegrarte, divertirte... enamorarte.

Quería averiguar a qué sabían esas cinco letras entre mis labios, quería saber qué sentimientos me producían.

Louis —repetí de nuevo, porque la sensación había sido increíble.

Decir su nombre era como ver el color azul de su mirada. Era sentirse flotando en un mar, con el sol haciéndote cosquillas. Era una extraña felicidad.

Pensaba que me traería recuerdos turbios, manchados de dolor, a la vez que pasión pero... había sido todo lo contrario, habían sido pajarillos y un cielo azul, un perfecto día de verano, la más cálida de las miradas, el más tierno de los sentimientos, el más desenfrenado beso.

Mis labios colisionaron con los suyos y supe que le había pillado por sorpresa. Los rayos del atardecer iluminaban los mechones que agarré entre mis dedos con suavidad, mientras movía la boca al mismo compás. Pronto sus manos encontraron el camino hacia mi cintura y su espalda cayó al suelo, llevándome con él.

Una sonrisa involuntaria se me escapó porque había algo en esos labios, en ese sabor, en ese roce que, simplemente, me recordaba a casa.

—Gracias —susurré contra su piel, aunque no sabía por qué le estaba dando las gracias, exactamente.

Fuera como fuese, él las aceptó sin decir nada y continuó besándome, hasta que el agua se tragó los últimos rayos de sol.



POV HARRY

Las luces del apartamento estaban apagadas, se podía ver desde la calle. Nadie respondía al timbre. Quería darle una sorpresa a Trish en estos días que iba a estar sola, pero la sorpresa me la había llevado yo al encontrarme solo en Londres, sin Trish en casa y Louis que tampoco me cogía el teléfono. ¿Dónde coño estaba todo el mundo?






El martes acabo las clases yayyyyyy !!! No sé si podré actualizar antes del 25 pero, por si acaso, feliz Navidad a todos, os adoro!!!!!!!

Y happy bday, tommo xx

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