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Capítulo 19

POV TRISH

La semana se me había hecho eterna por culpa de lo que tenía planeado para el jueves por la tarde. Me aterraba completamente porque no sabía qué esperar de ese encuentro, fuera de mi zona de confort. Cuanto más cerca estábamos de la fecha, menos dispuesta me sentía. No sabía cómo comportarme a su alrededor. Era cierto que me alegraba verle y, en parte, sentía cierta curiosidad por saber cómo le iba la vida, pero prefería mantener las distancias. Sin embargo, Louis no parecía tener eso en mente. Es más, recientemente me había enterado de que se había pasado por mi apartamento el día que Ariel libraba y habían estado tomando unas cervezas. No estaba segura de las intenciones de Louis pero solo esperaba que fueran sinceras y se llevara bien con Ariel. Nada me haría más feliz que eso.

El jueves había llegado y con él todo lo que temía. Lo bueno era que hoy solo tenía que ir a la consulta por la mañana y después tendría toda la tarde libre por lo que, al llegar a casa, no pensé mucho en lo que debía hacer y me tumbé en el sofá, cayendo en un sueño profundo.

Me despertó el sonido del timbre. Abrí los ojos sin saber muy bien dónde estaba y, de repente, la realidad me golpeó en la cara. Miré el reloj. Eran las seis y diez.

-¡Joder!

Me levanté rápidamente, tropezando con mis pies por culpa de la falta de equilibrio, y abrí la puerta. Con los ojos aún un poco entrecerrados descubrí a Louis en el rellano. Llevaba una camiseta azul oscuro a rayas blancas. En serio, ¿qué le había dado con el estilo marinero? Mi mente no era capaz de asimilarlo.

-Espera un momento. Enseguida vuelvo -anuncié y cerré la puerta de nuevo, dejándole con la cara desencajada.

Corrí hacia el baño y con agilidad me lavé la cara y los dientes. Al secarme con la toalla me di cuenta de que tal vez había sido un mal gesto cerrarle la puerta en las narices, por lo que regresé a la entrada y la volví a abrir. Su rostro estaba un poco confuso.

-Me acabo de despertar y no me ha dado tiempo ni de vestirme ni de peinarme. Espera un momento y ya salgo -expliqué e hice además de irme pero él me frenó con lo que dijo.

-Trish, estás bien.

Resultaba extraño pero ahora me daba cuenta de que había echado de menos el sonido de mi nombre entre sus labios.

-Ni siquiera me he peinado y esta es mi ropa de trabajo -le contradije. No podía estar bien.

-Estás bien -me aseguró con una mirada honesta-. Venga, vámonos.

Me sorprendió cuando se echó hacia un lado para que pudiera salir de casa. Me quedé ensimismada hasta que reaccioné y me adentré para coger el bolso y las llaves, fiándome de sus palabras. Cerré la puerta con cuidado mientras sentía la mirada intensa de Louis sobre mi espalda. No dijimos nada hasta que salimos a la calle.

-¿Tienes tarjeta para viajar en metro? -preguntó.

-Sí.

¿Tan lejos me iba a llevar? Había intentando tanto no pensar en ello que ni siquiera había pensado en qué le diría o en qué haríamos.

-¿Qué tal tu día? -inició una conversación y me alegré de que lo hiciera.

-Bien. Hoy solo he trabajado por la mañana, o sea que no me puedo quejar. ¿Y tú?

-No trabajo los jueves -sentenció, metiéndose las manos en los bolsillos-. Ni los miércoles, ni los martes... ni los lunes -sonrió, sus ojos haciéndose más pequeñitos.

-Vaya -suspiré-. Hay gente con suerte.

Yo solo libraba los fines de semana y algún día, como hoy, que me daban la tarde libre.

-¿Te gusta la consulta? Quiero decir... -se trabó-. ¿Es cómo te esperabas? Siempre quisiste ser Psicóloga.

-La verdad es que no sabía qué esperarme pero creo que es mucho más duro de lo que pensaba.

-¿Por qué? -frunció el ceño.

-Tiendo a involucrarme en las situaciones de los pacientes, desarrollo sentimientos hacia ellos y eso no me permite ser objetiva en ciertas ocasiones. Tengo que trabajar mucho en mejorar eso o no valdré nada -expliqué.

-Tener sentimientos es algo normal. No deberías cambiarlo.

-En ciertos trabajos tienes que tener la mente fría. Éste es uno de ellos.

Nos quedamos en silencio durante un rato. Louis miraba al frente mientras caminaba y yo le seguía, aún sin saber cuál era nuestro destino.

-No entiendo mucho del tema pero a lo mejor tener sentimientos te hará mejor psicóloga. Sufrirás más pero... serás mejor -comentó pasados unos minutos.

Llegamos a la parada de metro y cuando estábamos pasando la tarjeta por el acceso, a Louis le entró un ataque de risa porque a una señora se le cerraron las puertas en la cara mientras pasaba, provocando un gran estruendo. Su risa era incontrolable a la vez que poco educada para la situación, y lo peor era que me la contagiaba a mí. Así entramos los dos en el vagón, muertos de risa.

Pocas veces, muy pocas veces, había escuchado su risa más sincera y genuina. Su típica risa era la que estaba cargada de ironía y sarcasmo. Ésta, en cambio, estaba llena de humor y alegría, como el cantar de los pájaros.

En ese momento parecía una persona tan distinta a la que un día conocí que sentía intriga por saber qué le había hecho cambiar.

Recorrimos un par de paradas y nos bajamos en una estación muy próxima al centro. Agradecí el salir a la superficie. El ajetreo del metro de Londres era algo a lo que aún no estaba acostumbrada y creía que nunca me acostumbraría. Llegamos a una pequeña cafetería y nos sentamos en una de las mesas de la terraza. Vinieron a tomarnos nota; yo pedí un té rojo mientras que Louis pidió un té con leche. Enseguida nos los trajeron y comenzamos a dar vueltas con las cucharillas para que se enfriaran mientras que el silencio se cernía sobre nosotros.

La suave brisa acariciaba su pelo con una delicadeza propia de un pintor. El aire dibujaba su rostro, enfriándolo, aunque dejando un cierto rubor en las mejillas, coloreándolas de tonos vivos. No hacía sol pero él brillaba como si los rayos le alumbraran. Era mágico.

-Una foto te duraría más -bromeó al sentir mi intrépida mirada sobre él.

Agaché la cabeza incapaz de creer lo embobada que me había quedado mirándole. No podía permitirme esos despistes pero no podía evitarlo, tenía el universo en su mirada.

Tomé un sorbo de la taza, nerviosa. Necesitaba hacer algo para desviar la atención de mi último movimiento y por ser tan impaciente me quemé la lengua. Intenté disimular los mejor que pude que no me estaba achicharrando por dentro pero dudo que lo consiguiera, ya que vi como una pequeña sonrisa que intentó retener se esbozaba en los labios del chico.

-Nadie llegó a saber nunca quién pagó mi fianza -anunció Louis de forma inesperada, mirando fijamente a su taza-. Aunque creo que Harry siempre lo ha sospechado.

-Gracias -musité.

Él alzó la cabeza y posó sus ojos sobre los míos. Le tenía que agradecer porque en su día le pedí que no se lo contara a nadie y había cumplido con su palabra. Puede que fuera la primera vez que lo hiciera.

-Mi madre se enteró -comenté.

-¿En serio? -se sorprendió, soltando la cucharilla. Asentí levemente.

-Saqué el dinero de la cuenta. Claro que se enteró. Le tuve que contar todo.

Tantos meses ocultándole la verdad para nada, ya que se acabó enterando.

-Y... ¿Cómo fue? -inquirió.

-Puso el grito en el cielo -sonreí recordando ahora el momento. En su día no había tenido ni pizca de gracia pero ahora me parecía un recuerdo entrañable.

-Me lo imagino -comentó Louis alzando las cejas.

-Pero lo comprendió -intervine y él frunció el ceño.

-¿Lo hizo? -se sorprendió aún más-. Quiero decir... No lo comprendí ni yo.

-Ni yo -añadí y él sonrió.

-Gracias por eso también -comentó. Volví a asentir y ambos tomamos un sorbo del té.

Era extraño hablar del pasado de una forma tan natural y desenfadada ya que, en su momento, los dos nos hicimos mucho daño.

-¿Desde cuándo tienes ese acento tan raro? -inquirí, probando esta vez el té con más cuidado.

-Yo no tengo acento raro -replicó, apoyando los codos sobre la mesa.

-Sí. Tu acento siempre ha sido muy basto y ahora pronuncias la a de una forma muy extraña.

-Oh... -se rascó la nuca-. Estuve un tiempo por Estados Unidos -reconoció.

-¿Un tiempo? -cuestioné, impresionada.

-Dos años.

-¿Y con solo dos años se te pega su acento? Vaya, no recordaba que fueras tan influenciable -sonreí, bromeando.

-Yo no soy influenciable. Soy Louis Tomlinson -se quejó como un niño chico.

-¿Por qué sigues utilizando ese apellido si sabes que no te corresponde? -frunció el ceño de nuevo.

-Es mi nombre, aparece en mi carné de conducir. Además, ¿qué más da? Es solo un apellido. No me define como persona.

-Al contrario. Yo creo que si alguien dice Tomlinson sabe perfectamente a quién hace referencia.

-Esta es una ciudad muy grande, lo dudo -esbozó una sonrisa ladeada, pícara.

-Tal vez aquí no, pero en Cambridge sí -él sonrió más ampliamente.

-Sí... Esa fue una época divertida.

-¿Volverías? -pregunté. Volvió a tomar la cucharilla entre sus manos.

-¿A Cambridge? No creo. Me he olvidado de esa etapa -removió la infusión -¿Y tú? ¿Volverías? -me encogí de hombros haciendo una mueca.

-¿Para qué? Yo solo fui allí a estudiar y ya he acabado la carrera. Además, no puedo dejar a Ariel aquí solo con el apartamento.

Paré para tomar un sorbo y porque no tenía más que decir al respecto. Pasó un rato hasta que Louis decidió hablar.

-Es muy bueno -su mirada estaba perdida en sus manos.

-¿El qué?

-Ariel.

Se hizo el silencio. Hablar sobre el chico no estaba dentro de mis planes porque sabía que sería un tema incómodo de tratar.

-Lo elegí con cuidado -murmuré tímidamente.

-Ya veo. Cuida mucho de ti.

-Nos cuidamos mutuamente -aclaré.

Era algo mutuo, no solo del hombre hacia la mujer. Ambos nos compenetrábamos a la perfección para protegernos el uno al otro.

Comenzamos a hablar de todo lo que nos pasó en estos años. Descubrí que al salir de la cárcel se fue a vivir con William y pasó una gran temporada con él, hasta que Kylie acabó la universidad, entonces fue cuando emprendió su viaje hacia América. Llevaba relativamente poco viviendo en Londres. Se había mudado aquí porque todos le habían asegurado que sería el sitio dónde encontraría trabajo más fácilmente y porque todos le animaron a relacionarse con más gente. Al parecer, había pasado unos años un tanto apartado. Conoció a Aden cuando él y Kylie estuvieron viviendo en la misma ciudad que Harry y, a partir de ahí, estuvimos hablando de Aden. Tenía curiosidad por saber lo que pensaba de él y cómo era su relación pero, tal como me esperaba, era tan buena como la que tenía con Harry.

Eso me hizo pensar en que Aden nunca me habló de que había conocido a Louis. Tal vez Harry le convenció para que no me lo contara y eso significaba que se había tenido que enterara de todo lo que había pasado entre nosotros. Me sentí un poco mal por no haber sido capaz de contárselo yo pero nunca tuve el valor suficiente para sacar el tema.

-Se está haciendo tarde -comentó Louis mirando el reloj. Era cierto. El tiempo se había pasado volando-. ¿Quieres ir a cenar?

La pregunta me pilló tan desprevenida que tardé en contestar. ¿Iba en serio?

-Tengo que volver a casa. Ariel me...

-Ya he hablado con él -me enseñó la pantalla de su móvil dónde pude ver algunos mensajes de Ariel-. Te deja venir conmigo -sonrió triunfante.

No sabía cómo lo hacía. Su descaro era inigualable y mi pobre Ariel de bueno era tonto. Sabía que no era buena idea pero había estado tan a gusto durante toda la tarde que se me hizo imposible decir que no. Pagamos la cuenta y, como había hecho antes, me dejé guiar por Louis hasta un restaurante que se situaba un poco a las afueras. Tuvimos que coger el metro para llegar.

Al entrar sentí una sensación rara en el cuerpo. Acostumbrada a ir con Louis a McDonalds, esto suponía un cambio radical. Él sonrió mientras el camarero nos asignaba una mesa. Su sonrisa tenía un color especial, me abrigaba de una forma personal. Nos sentamos uno enfrente del otro. La luz de la lámpara colgada sobre el techo caía en cascada sobre su pelo, iluminando mechones sueltos, convirtiéndolos en miel. Su pequeña nariz quedaba escondida entre las sombras mientras miraba la carta. Ese era uno de sus rasgos que más me gustaba. Esa nariz respingona convertía su rostro en una de las piezas más delicadas. Me quedé ensimismada por la forma tan considerada con la que hizo nuestro pedido. Dejé que pidiera un vino ya que, según él, ya había estado en este sitio y tenían uno de los mejores de la ciudad, lo cual me pareció curioso ya que el restaurante tenía cierta elegancia pero no parecía de los más caros. Me preguntaba con quién habría venido pero decidí no hacer la pregunta en voz alta. Sería demasiado vergonzoso aunque me moría por saberlo.

Cuando quise darme cuenta ya iba por la sexta copa de vino, superando con creces las que llevaba Louis. Me encontré riendo por las cosas más estúpidas. La sala se había quedado casi vacía.

-¡No me lo creo! -exclamé, incapaz de contener las carcajadas.

-¡Me gusta el fútbol! -exclamó con una de sus sonrisas más amplias.

-Venga, ¡por favor! ¡Lo detestas!

-Te he dicho que he cambiado. Ahora me gusta -me acerqué a la mesa.

-Y yo te digo que no me lo creo -alzó las cejas divertido y se apoyó sobre el respaldo de la silla.

-Creo que es hora de pagar e irnos -comentó, cortando la conversación y alzando el brazo para que el camarero nos trajera la cuenta.

Fue insistente pero, al final, dejó que pagáramos a medias. Era lo más justo, sobre todo porque yo me había bebido más de la mitad del vino. Al levantarme sentí un ligero mareo por culpa del alcohol. Me sentía un tanto aturdida pero intenté controlarlo. Salimos a la calle y me di cuenta de lo fría que era la temperatura a esas horas de la noche.



POV LOUIS

En la calle hacía mucho más frío que el restaurante y solo esperaba que si ella tenía frío me lo dijera. No quería que estuviera incómoda. Por el rabillo del ojo vi cómo se reía ligeramente.

-¿Qué? -inquirí con curiosidad.

El vino la había animado. Mi intención no había sido emborracharla pero ahora lo agradecía. Sabía lo apasionada que se volvía cuando el alcohol tomaba el control de su cuerpo.

-Es irónico que esta haya sido la cita más formal que hemos tenido. Supera con creces a las que tuvimos cuando estábamos juntos.

-O sea que... ¿Esto es una cita? -inquirí. Ella dejó de sonreír inmediatamente, mirando al suelo.

-Yo no he dicho eso.

Me quedé callado. No quería ponerla más nerviosa de lo que ya se había puesto de repente. Continuamos andando, yo marcaba el ritmo y la dirección. Sabía perfectamente en qué parte de la ciudad estábamos.

Era cierto que su pelo estaba más claro de lo habitual y lo llevaba ondulado, algo que solo ocurría cuando dejaba que se sacara al aire, pero le quedaba realmente bien y a mí siempre me había gustado mucho más que cuando se lo alisaba. Era el típico efecto que se te quedaba cuando ibas a la playa.

Cómo me encantaría haber ido con ella a la playa.

Tenía ganas de tomar su mano pero sabía que eso era demasiado arriesgado. No quería espantarla. Ella parecía tener muy clara su relación con Ariel y yo... Joder. Estaba completamente jodido.

-Pareces una fan obsesionada con La Sirenita. Primero Sebastian, ahora Ariel... ¿Quién va a ser el próximo personaje en aparecer? -ella se rió ligeramente, poniéndole banda sonora a la fría noche-. Ariel y tú lleváis mucho tiempo juntos -comenté pero ella no dijo nada al respecto.

Fue una afirmación pero deseaba que ella desarrollara un poco más el tema. Dado que no la vi con ganas, opté por volver a hablar.

-¿Es tu primera relación o... has estado con alguien más? -pregunté casi con temor a la respuesta. Ella sonrió de lado, tímidamente.

-No quieres saber eso.

Me conocía demasiado bien.

-Sí que quiero saberlo -aseguré.

Esta vez ella sí me miró y en sus ojos pude ver mil y una historias todavía por contar.

-Nueva York fue una época... imprudente -se aclaró la garganta.

¿Trish e imprudente? Me acojoné.

-¿Qué quieres decir con eso? -exclamé abrumado.

-Lo que seguramente estés pensando.

No. No podía ser lo que seguramente estaba pensando porque me la estaba imaginando en discotecas, borracha, colocada y rodeada de... de gilipollas y luego... luego camas y... No. Definitivamente no podía ser así. Esperaba que eso no hubiera sido así. Sentí una tristeza enorme.

-¿Y tú? -desvió la atención hacia mí y sentí cómo su penetrante mirada me desarmaba, como nunca antes lo había conseguido nadie-. ¿Estás saliendo con alguien?

Me mantuve en silencio, sin saber qué decir. Sí, lo había intentado muchas veces pero ninguna chica merecía mi atención por más de dos meses. Me acababan cansando. Parecía que había vuelto a las andadas.

-No. Creo que eso no es lo mío -sonreí amargamente.

Tal vez era mejor así. Tal vez no estaba destinado a estar con nadie. No todos teníamos suerte en esta vida.

-Louis, nacimos para vivir en sociedad. Un hombre sin contacto humano se volvería loco. Todo el mundo sirve para eso -trató de animarme.

Servía contigo, quise decir pero no me atreví.

-Entonces supongo que no me habré topado con la persona indicada aún.

Y sin saber por qué, ella se paró, delante de mí, frenándome el paso, sin pestañear, admirando todas y cada una de las partes de mi rostro. Su dulce mirada ardía como el fuego sobre mi piel. Alzó su mano y acarició una de mis mejillas. Cerré los ojos inconscientemente, acomodándome en su palma, calentándome con su calor.

Hacía tanto que no sentía ese tacto tan delicado que pensé que lo tenía olvidado pero ahora que lo volvía a sentir descubría que lo había añorado, y se sentía igual como cuando de entre un millón de nubes salía un tímido rayo de sol, iluminando todo a su paso.

Estaba triste porque sabía que todos y cada uno de sus movimientos se debían a los efectos del alcohol, era él el que hablaba por ella en ese momento pero me daba igual, me daba igual porque era ella, su cuerpo, y si la única forma de tenerla tan cerca era estando borracha lo aceptaría sin rechistar porque no quería volver a sentirme solo, quería volver a sentir el calor que ella me proporcionaba, quería controlar sus sentimientos, que éstos perdieran la razón por mí.

-¿Sabes? Tú siempre has sido el primero, el que lo ganó todo... El que me ganó. Pero no supiste mantenerme... Y ya no me perteneces. Estás muy lejos aunque te sienta tan cerca -me apretó más contra su mano.

Hablaba como si fuera yo el que estuviera con alguien en vez de ella. Hablaba como si quisiera recuperarme.

-Estás enamorada sin mí -susurré aún con los ojos cerrados.

Y eso era algo que dolía porque era muy egoísta y posesivo cuando algo se refería a ella. Nunca había sido capaz de controlarme y, era algo inhumano... O tal vez demasiado humano, demasiado íntimo, demasiado efímero, demasiado apasionante. Si tuviera que hacerlo, moriría por ella y sentir esa devoción por una persona tal vez era algo absurdo pero ella me inspiraba. Me inspiraba como nadie nunca había logrado hacerlo, me hacía mejor persona, hacía que me sintiera mejor conmigo mismo porque ella me había conocido como nadie había llegado hacerlo y, en un momento de la historia, fuimos uno.

-¿Le quieres? -susurré contra su palma, mi aliento chocando contra su piel.

Abrí los ojos para escuchar su respuesta y sentir cómo mi barco volvía a encharcarse, atiborrándose de agua por la confesión.

-Sí.

Sin embargo, por algún motivo, sonreí ante esa respuesta. La seguía conociendo y el significado de sus palabras no se reflejó en sus ojos como lo solía hacer unos años atrás cuando ella decía que estaba enamorada de mí.

-Mira -señalé a su derecha.

No me había percatado de dónde estábamos hasta ahora. Ella giró su cabeza y me miró sorprendida.

-¿Es tu moto? -exclamó emocionada. Caminé hacia ella y Trish me siguió.

-Ese es mi apartamento -comenté señalando la casa de enfrente.

Sus labios se abrieron, formando una O, asombrada. Murmuró algo que no supe descifrar y se acercó a la moto.

-¿Puedes llevarme? -acarició el asiento.

-No me vas a dar problemas como la primera vez, ¿no? -sonrió ante el recuerdo. ¿Cuánto haría que no montaba en moto?

-Solo si me haces ir montada delante sin tener sitio dónde agarrarme.

-¿Recuerdas cómo ir de paquete? -inquirí sacando el casco. Solo tenía uno porque no iba con nadie a ningún sitio, así que se lo dejaría a ella.

-Cómo olvidarlo -lo tomó y se lo puso en la cabeza, dejando que yo terminara de abrochárselo.

Fue una sensación increíblemente familiar y que querría repetir en los próximos días, semanas, meses, años...

Recordé la primera vez que la llevé en mi moto borracha. Iba tan borracha que acabó besándome y yo, solo porque sabía que a Malik le gustaba Ashley y le daría igual, acabé besándola también.

Le presté mi chaqueta antes de arrancar porque sabía que el viento de la noche era frío. Al entrar en su calle me subí a la acera y conduje por ahí hasta llegar a su portal. Apagué el motor y saqué las llaves. Giré sobre mí mismo en la moto, y me puse cara a cara con ella.

-Antes de que te vayas ¿puedo hacerte una pregunta? -pregunté y ella se rió.

El alcohol la estaba afectando demasiado. ¿Acaso sabía beber?

-¿No te irás a poner romántico? -murmuró riendo.

¿Yo romántico? ¿Es que no había pasado tiempo conmigo para saber que a mí no me iban esas gilipolleces?

-Muy graciosa -rodé los ojos-. Sabes que no -por alguna razón ella se volvió a reír y, aunque tenía una risa un tanto adorable, me estaba poniendo nervioso. Parecía que se estaba riendo de mí-. ¿Puedo o no? -exclamé ya harto.

-Claro -dejó de reírse y aproveché la oportunidad para hablar.

-¿Te caigo mal? -sentí cómo su rostro se cubría de confusión pero necesitaba saber la respuesta. Si de verdad le caía mal, echaría a perder todo el plan. Tenía que aprender a controlarme si quería darles una buena lección a estos niños ricos de mierda.

-Sí.

Mierda.

-¿Por qué? -inquirí.

Sentí cómo a ella le parecía estúpida mi pregunta, lo cual me hizo gracia porque, en verdad, lo era, pero intenté disimularlo.

-Porque siempre sacas lo peor de mí -murmuró como si fuera algo obvio.

-Eso es duro -dije serio.

Sus piernas estaban pegadas a las mías y el contacto entre los dos cuerpos me hacía fantasear y no porque fuera Trish, sino porque era una tía y estaba necesitado.

-Si tan mal te caigo ¿por qué accediste a que te acompañara?-seguí preguntando, forzando la situación.

-¿Por qué te ofreciste tú? Se supone que no me soportas y por eso me tratas mal.

-¿Quién ha dicho que no te soporte? -comenté con ironía.

-Oh, vamos, no lo niegues. Es bastante obvio que no me tragas.

-No eres solo tú. Trato así a todo el mundo. No te sientas especial.

En cierto modo estaba diciendo la verdad pero a la vez no, con ella sentía un rencor especial, solo por el tipo de vida que llevaba, tan increíblemente materialista. Era asquerosa.

-Pero ¿yo qué he hecho para no caerte bien? -musitó al cabo de un rato.

-No empieces, niñata -mascullé porque ese tipo de preguntas me tocaban mucho los cojones.

-¡Es que no lo entiendo! -exclamó.

-Lo que pasa es que siempre has sido la niña perfecta que caía bien a todo el mundo y no soportas el hecho de que le puedas caer mal a una persona -bufé, dejando que la rabia que sentía por los de su clase tomara el control sobre mí.

-Eres un cretino -masculló.

Era gracioso ver cómo nunca decía palabrotas. Era demasiado pura para algo tan soez.

-Sabes que tengo razón y por eso te pones así -seguí diciendo y la cara que puso fue la gota que colmó el vaso para mí. No soportaba más de ella por esa noche -. Bájate de la moto -demandé y ella me miró, sus ojos puro fuego.

-Te crees guay por ir en esta moto y no te das cuenta de que para el resto del mundo eres un fracaso -sentenció con la misma rabia que yo sentía pero me tuve que reír por dentro si pensaba que con eso conseguiría herir mis sentimientos.

-Puedes decir lo que quieras, los comentarios de gente irrelevante ya no me afectan. Superé esa etapa hace mucho tiempo.

-Eres un desgraciado -negué con la cabeza, desaprobando su actitud.

-Y tú una estirada.

-¿Qué coño acabas de decir?

Vaya, al parecer sí que sabía decir palabrotas y, la verdad era que le quedaban muy bien. Hasta le hacían parecer una persona normal.

-Me has oído perfectamente -sentencié con una sonrisa, intentando que dijera más tacos.

-Me das pena, Louis -solté una ligera carcajada.

-¡Genial! Espera sentada a que me importe, pero lejos de mi moto, no quiero que la contagies con tu estupidez. Y ya que estamos, déjame en paz de una vez. Cualquiera diría que quieres algo conmigo. Te respondo ya, para evitar malentendidos... Yo no.

Sentí cómo mis absurdas palabras herían sus sentimientos y el que sintió pena por ella fui yo, viendo lo débil que era y lo mucho que le afectaban unas simples palabras de un tío a quién ni siquiera conocía bien.

-No te creas tan importante. Yo estoy con Zayn -sentenció, casi orgullosa.

Si tan solo supiera la de cosas que le quería hacer el moreno a su amiga no se atrevería ni a pronunciar su nombre.

-Entonces ¿por qué estás aquí conmigo y no con él? -dije algo obvio.

-¡Sabes que no tenía otra opción para volver a casa!

-Todo son excusas -sonreí.

-Tu actitud me da náuseas -me reprochó.

-A mí las náuseas me las das tú -susurré e, inesperadamente, sus labios chocaron con fuerza contra los míos, forzándolos en un beso que yo acabé aceptando porque estaba muy cabreado con ella y necesitaba soltar toda la adrenalina que tenía acumulada y, para qué mentir, tenía unos labios jodidamente perfectos.

Cuando ambos estuvimos montados en la moto, sentí cómo ella acariciaba mi torso y se agarraba a mi cuerpo, apretando con fuerza para no caerse. Arranqué y sentí el viento azotar mi rostro con suavidad, recordándome lo fría que era la noche pero lo cálida que era por tener a Trish al lado.

Había dejado por completo el mundo de las carreras desde que me fui de Cambridge y, para mi sorpresa, no lo echaba de menos. Me encantaba conducir y seguía haciéndolo peor ya no sentía esa necesidad de ponerme a doscientos kilómetros por hora en una autopista vacía. Sin embargo, lo que sí había echado de menos era esto, ir conduciendo con alguien detrás... con Trish detrás.

Llegamos a su apartamento antes lo que hubiera querido. Aparqué delante del portal y reconocí el coche de Ariel en la acera de enfrente mientras ella se bajaba. Entonces fui consciente de lo que estaba haciendo. La estaba entregando a otro hombre con todo mi consentimiento y eso iba en contra de mis sentimientos, pero la miré y ella se veía tan feliz al regresar a casa... ¡Pero es que también había parecido feliz mientras acariciaba mi rostro! Estaba hecho un puto lío. Ya no sabía qué era ético y qué no, no sabía qué era lo mejor y qué era lo peor. Cómo Sócrates dijo una vez, solo sé que no sé nada.

Caminé con ella hasta el portal, lentamente, mientras mi cabeza se llenaba de dudas y de un barco cegado por la niebla.

-Tal vez haya sido mala idea haber salido... que volviéramos a hablar -me encontré susurrando.

Me topé con su mirada ensombrecida por mis toscas palabras.

-¿De verdad piensas eso? -su voz sonaba tan dulce y entristecida que volvió a ponerme todo patas arriba.

-Sí, pero mi vida está llena de malas ideas -reconocí. Nunca había divisado bien la línea entre el bien y el mal-.Y de esas malas ideas a veces han salido cosas realmente buenas.

Me mordí el labio inferior al ver mi rostro reflejado en sus pupilas.

-Y tal vez ésta sea otra mala idea pero necesito hacerlo -susurré desesperado.

Alargué el brazo y entrelacé su mano con la mía, apretándola muy suavemente.

-¿Cogerme de la mano? -inquirió tratando de no reírse, abrumada por la tensión.

-Sí. ¿No lo entiendes? -balbuceé, lo cual me pareció jodidamente ridículo pero estaba nervioso.

Ella bajó su vista hacia nuestros dedos y sus pestañas revolotearon ante lo que estaba viendo.

-La línea vuelve a estar conectada, vuelve a haber pulso, por fin el corazón vuelve a latir -musité.

Soltó mi mano de golpe, cómo si le hubiera dado un calambre y escuché las llaves tintinear en su bolsillo.

-Tengo que irme -anunció y, con una última mirada, abrió la puerta y se metió, desapareciendo de mi vista.



Siento la espera, espero que lo hayáis disfrutado :)

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