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Capítulo 16

• SEIS AÑOS MÁS TARDE •

                

POV TRISH

Hacía mucho que no veía el azul del cielo. Estaba nublado, llevaba así tres semanas. Los tonos grisáceos y oscuros cubrían el horizonte, ni siquiera el río conservaba su color aguamarina por culpa del mal tiempo. Lo único azul que veía estos días era el azul de mi paraguas. Nunca me había gustado vivir en esta ciudad, siempre la había intentado evitar. Había demasiada gente. Salir a la calle y no chocarte con nadie era algo reservado para privilegiados y afortunados. Ese era uno de los motivos por los que no me gustaba vivir en el centro, aunque a veces resultaba bastante cómodo tener todas las tiendas, cines, estaciones de metro y autobús prácticamente a la vuelta de la esquina. Aún así, después de haber vivido en Nueva York y de haber visto lo dicharachera, abierta, bromista y dispuesta a pasárselo bien que era la gente, vivir en Londres era un poco deprimente. Es más, si le añadíamos el mal tiempo se podía convertir en una especie de tortura. Tantos días con el cielo encapotado te acababan bajando el ánimo, aunque no lo quisieras.

Estaba exhausta. Trabajar en la consulta me dejaba exánime. Ser psicóloga era lo que siempre había querido pero me costaba mantenerme al margen y no dejar que los sentimientos de los demás me afectaran. Me resultaba sumamente duro reprimir las lágrimas cuando alguien me hablaba de sus sentimientos más profundos y oscuros. Estaba de prácticas en una consulta cercana. Era la primera vez que trabajaba en una consulta real. Era emocionante y apasionante al mismo tiempo que aterrador. Era mi primera experiencia profesional como psicóloga y me daba mucho respeto.

Ya estaba de vuelta en casa. Miraba por la ventana con la esperanza de que el tiempo cambiara, aunque no se veía nada fuera. El manto de la noche había caído hacía unas horas ya.Pronto sentí un ligero cosquilleo en las piernas. Bajé la vista y vi al pequeño Cavalier King Charles Spaniel.

-Flash, ven aquí.

Cogí al pequeño perro entre mis brazos y me lo llevé conmigo a la cama. Me senté en el borde, con el animalito encima. 

-¿Qué pasa, pequeño?

Acaricié su suave lomo, levantando sus grandes orejas, y él pronto se retorció entre mis brazos, comenzando a chuparme. Lo compramos hace menos de un año, aún era un cachorro. Era blanquito y tenía manchas marrones por todo su cuerpo, precioso, aunque sus grandes orejas fue lo que más me llamó la atención de él. Era una pequeña bolita llena de vida y vitalidad, que me proporcionaba alegría pasara lo que pasara.

-Ay, mi bebé -le achuché con fuerza contra mi pecho y le volví a soltar en el suelo-. Si supieras que eres la cosita que más quiero...

Suspiré y le abracé un poco más hasta que él se cansó y volví a depositarlo sobre el suelo. Se estaba haciendo tarde por lo que me iría a preparar la cena enseguida para poder acostarme pronto. A pesar de ser viernes, estaba cansada y me dolía un poco la cabeza. Me dirigí a la cocina mientras decidí que iba a hacer una ensalada. Flash empezó a ladrar de repente conforme lavaba la lechuga. Sabía lo que vendría después. Escuché pasos en el pasillo y la puerta principal se abrió. Vi cómo el perro pasaba corriendo por el pasillo hacia la entrada.

-¡Hola, pequeño! ¡Hola! -escuché cómo el animal ladraba con efusividad, al ver que su dueño había llegado a casa.

Yo también me alegré. Los pasos comenzaron a aproximarse a la cocina y pronto vi a aquel chico con el cachorro entre los brazos en el marco de la puerta. Flash no paraba de lamerle la cara. Apartó al perro, dejándolo de nuevo en el suelo y fijó su vista en mí.

-¿Haciendo la cena? -inquirió con una sonrisa. Asentí y él se aproximó, dándome un corto beso en los labios. No sabía cómo podía mantener su buen olor durante todo el día. Olía igual de bien que por la mañana-. Deja que te ayude.

Me apartó de un suave empujón de la encimera y se puso manos a la obra con la comida. Cada día estaba más maravillada con él. No me podía creer la suerte que había tenido al encontrarle. Sonreí sin que él se diera cuenta, aunque me conocía lo suficiente para saber que le estaba observando atentamente.

-¿Qué tal el día? -me preguntó, centrado en cortar la lechuga.

-Bien, agotador. Aunque supongo que no tan agotador como el tuyo.

-Lo único que he hecho ha sido tener reuniones. He estado sentado. Tampoco ha estado tan mal -me guiñó un ojo.

Mientras que yo estaba haciendo unas meras prácticas él era historiador y ahora mismo estaba trabajando para una cadena de televisión. Querían emitir una serie histórica acerca de la Primer Guerra Mundial. Había trabajado muy duro para ganarse ese puesto y yo no podía estar más orgullosa. Aún no habían empezado el rodaje, todavía estaban haciendo el casting y buscando localizaciones dónde poder rodar los exteriores. Realmente, no habían empezado con nada y era por eso ahora tenía tantas reuniones a las que asistir. Su opinión como historiador era clave.

-Yo también trabajo sentada -respondí.

-Ya, cariño, pero tú te metes en la mente de las personas y, créeme, eso agota más que escuchar cómo solucionar el tema de que el guionista quiera ir por libre, sin tener en cuenta las quejas del historiador -fruncí el ceño al verle tan apagado.

-¿No te están haciendo caso? -me crucé de brazos, apoyándome en la encimera, a su lado.

-No es eso. Sí que me lo están haciendo, para algo me contrataron, no pueden hacer una serie histórica sin un historiador. Sin embargo, el guionista es demasiado... excéntrico -alcé una ceja en desconcierto-. O sea, quiere adornar demasiado las cosas. Entiendo que un guionista quiera hacer de sus palabras un buen trabajo, entretenido y con sustancia, pero no soporto cuando se van por las ramas y se inventan la trama. Y, para que quede constancia, él ha plantado un árbol entero.

Me sentaba mal escucharle decir eso. Sabía lo mucho que había esperado para tener un trabajo así. No era de los típicos que estaban interesados en trabajar en un museo, siempre había querido dedicar su profesión a aspectos relacionados con el cine y esta era una buenísima oportunidad.

-Pues tala ese árbol y hazle saber quién manda ahí. Tienes que dejar claro quién es el importante porque, si te dejas pisotear ahora, no habrá manera de remontar más adelante.

Estaba furiosa. No quería que nadie le menospreciara porque era una persona que tenía muy poca confianza en sí mismo y baja autoestima. Había estado con él en sus momentos malos y no era bonito ver lo poco que se apreciaba. Quería que supiera que valía para hacer su trabajo. Era bueno, increíblemente bueno y no dejaría que nadie le hundiera.

-¿Qué haría si no te tuviera? -suspiró con una sonrisa tras una larga pausa.

-Posiblemente aún no habrías pasado del passé composé -él se rió.

Eso me recordó a cómo nos conocimos. Fue una de las situaciones más ridículas que había vivido nunca. Después de retomar mi carrera de Psicología en la Universidad de Sheffield, me planteé la posibilidad de irme de Erasmus en mi último año. Estuve sopesando las posibilidades hasta que llegué a la conclusión de que quería que mi destino fuera Francia. Sin embargo, para ello tenía que tener un nivel B2 de francés y, desafortunadamente, no lo tenía, por lo que comencé a buscar una escuela en la que impartieran clases. Fue allí dónde le conocí. Había estudiantes de todas las edades, adultos y jóvenes, y aunque les conocía a todos de vista, no había entablado conversación con muchos de ellos. Ese día nos iban a hacer una prueba de nivel muy importante, la que nos enseñaría si teníamos los conocimientos necesarios para presentarnos al examen oficial o no. Yo, para poder irme de Erasmus, necesitaba aprobar este examen o estaba jodida porque la siguiente convocatoria no saldría hasta marzo, la cual me quedaba fuera del plazo del Erasmus. El examen era mayoritariamente de tiempos verbales. Al acabar mandaron que cambiásemos los papeles con el compañero de la derecha y nos corrigiéramos mutuamente. Él, ese día, se había sentado a mi lado. Nunca me había fijado excesivamente en él pero me hizo sentir incómoda ver que me estaba mirando de una forma muy extraña conforme la profesora nos explicaba cómo debíamos de corregir. Al terminar la explicación, se acercó ligeramente a mí, su ceño fruncido y una gran preocupación en su rostro. Me suplicó que hiciera trampa. Él sabía que los verbos no eran su fuerte y que lo habría hecho fatal, pero quería irse a estudiar a París y necesitaba el título de la escuela de idiomas. Me sentí totalmente identificada con lo que me estaba diciendo ya que yo tenía los mismos planes que él y no podía imaginarme lo mal que me sentaría no poder viajar por no tener el nivel necesario. Sin pensármelo dos veces, cambié algunas de sus respuestas y, gracias a mí, aprobó el examen. Nos dirigimos unas sonrisas cómplices y salimos juntos del aula hacia la calle, sin decir ni una palabra. Una vez fuera, me dio las gracias. Estuvimos un rato hablando mientras el resto de estudiantes terminaban de salir. Descubrimos que ambos teníamos la intención de ir de Erasmus a Francia y decidimos ir a tomar un café para hablar de ello.

Fue una tarde realmente extraordinaria. Además de buscar residencias y hablar acerca de la vida francesa, me hallé sonriendo y riéndome la mayor parte del tiempo. Era una persona realmente agradable y con un gran sentido del humor, lo cual, me di cuenta, había echado en falta. Después de ese café vinieron muchos más y, sin darnos cuenta, los dos nos habíamos ido a estudiar nuestro último año de carrera a París. Después de pasar tanto tiempo juntos en un país diferente al nuestro, con la soledad pesando a nuestras espaldas, comenzamos a encontrar refugio el uno en el otro. Empezamos a salir a mediados del segundo semestre y, cuando volvimos a Inglaterra, planeamos mudarnos los dos a Londres para encontrar trabajo. Y aquí estábamos desde entonces.

Decidí abandonar Nueva York, Cambridge, Nottingham y todo lo conocido porque quería desaparecer, por eso elegí la universidad de Sheffield. Sin embargo, lo que no sabía cuando hice esa elección era que conocerle cambiaría mi vida por completo.

Terminamos de preparar la cena y nos fuimos al salón a cenar. Comimos viendo la televisión con Flash a nuestro lado, como hacíamos habitualmente y, al terminar, recogimos y dejamos todo en la cocina para lavarlo al día siguiente. Era viernes, por lo que mañana no teníamos que madrugar pero yo me sentía extrañamente apagada.

-¿Estás bien? -él notó mi falta de entusiasmo en nuestra reciente conversación.

-No sé... Cada vez me duele más la cabeza.

-Será mejor que te acuestes ya. Ha sido un día muy largo. Te has levantado a las seis.

Sí, hoy la consulta había empezado antes de lo habitual pero así eran mis viernes, empezaba a trabajar antes que cualquiera de los otros días de la semana.

-¿Vienes conmigo a la cama? -inquirí agarrándole de la camisa que aún llevaba puesta.

Él sonrió y tomó mi mano, dejando que le arrastrara hasta el dormitorio. Era divertido ver cómo él se dejaba hacer. La mayoría de las veces era así, yo tomando el control de la situación, algo que me encantaba. Una vez en la habitación, los dos sacamos el pijama de nuestras mesillas y nos lo pusimos.

No era capaz de apartar la vista de su torso mientras se desabrochaba la camisa. Tenía una espalda enorme y unos pectorales bien definidos. Solía hacer natación, por lo que tenía muy desarrollados los músculos de su tronco. Me encantaba todo de él, incluido su piel. Era blanco como la leche, una tonalidad que mucha gente despreciaba pero a mí me encantaba. Me recordaba a la nieve y a los días de invierno, y esa era mi estación favorita. Al contrario que yo, él estaba limpio. Ningún tatuaje cubría su virgen piel y con su pureza yo era capaz de recuperar parte de la que una vez me caracterizó a mí. Siempre solía llevar su cabello cobrizo corto pero últimamente se lo estaba dejando más largo y se le formaban unos remolinos en las puntas de lo más simpáticos. Era realmente encantador. Llevábamos más de un año viviendo juntos y el momento en el que los dos nos íbamos a dormir seguía siendo mi favorito, junto al despertar. Ver cómo se ponía su pijama de rayas era una de las estampas que más me agradaba de nuestra relación. Por fin había conseguido tener ese tipo de unión con una persona y sabía que esta era la indicada, la definitiva... Tenía que serlo.

Pronto descubrí que sus ojos me miraban con curiosidad y diversión al ver que me había quedado anonadada observando su cuerpo.

-¿Quieres una foto para que te dure más? -dijo con ironía mientras caminaba hacia su lado de la cama.

-No necesito fotos. Te puedo tener en persona donde y cuando quiera.

Él se acercó a mí y volvió a juntar sus labios con los míos. Sabían a la menta de la pasta de dientes. Ese frescor lograba revitalizarme más que cualquier producto que saliera a la venta. Me hacía increíblemente feliz, más de lo que nunca pensé que podría ser. Creí que siempre sería un alma amargada, solitaria, melancólica, lánguida pero él me hizo ver que estaba equivocada y creo que nunca sería consciente de cuán agradecida le estaba por ello. Tuvimos que detener nuestro beso porque me entró un inesperado ataque de tos.

-¿Estás segura de que estás bien? No lo parece -su ceño se había fruncido al ver lo mal que había sonado aquella tos. Había salido del pecho.

-Creo que es mejor que me tome una pastilla... por si acaso.

Sin necesidad de pedírselo, él se levantó y me trajo una aspirina junto a un vaso de agua. Sus ojos no dejaron de mostrar preocupación en ningún momento. Me pareció algo súper tierno. Ese par de iris era una de las cosas más puras que había visto en toda mi vida. Eran tan profundos que por muy cerca que estuvieras de su alma, sabías que por delante aún tenías siete mares pero de un agua tan cristalina y clara como la aguas del Caribe. Eran hermosos, sin embargo, su azul no tenía una tonalidad cristalina, eran un azul ligeramente oscuro, apagado. Un azul que me recordaba a otro azul, que hacía años que no veía, pero que eran inmensamente diferentes.

-Vamos, acuéstate y duerme. Mañana te sentirás mejor -me dio un beso en la cabeza después de haberme tomado la pastilla y me recosté en la cama, mientras él apagaba la luz de la lámpara. Noté cómo sus brazos se abrazaban a mi cuerpo y yo respiraba su aroma, el que tan hechizada me tenía.

Desafortunadamente, al día siguiente, no me sentía mejor. Me sentía tres veces peor.

-Esto ha sido la lluvia -afirmé-. Eso y estos cambios de tiempo. Bueno... ¡Qué digo! El mal tiempo en general.

-Y yo que pensaba que eras una chica fuerte -bromeó él, retirándome el desayuno a medio comer de la mesa.

-Pues ya ves que no -tosí incontrolablemente-. Mi cuerpo es la cosa más débil que hayas visto nunca. Doy fe.

-Pues este resfriado me ha chafado todo el día. Quería llevarte al British a ver la nueva exposición de los Celtas.

Mierda. Se había pasado las últimas semanas hablando de ella y de lo impresionante que iba a ser. Podríamos ir en unas semanas pero a él le gustaba ir los primeros días. Tenía un blog en el que hacía críticas de las exposiciones más importantes de la capital.

-Pues o vas solo o me parece a mí que yo... -volví a toser con fuerza.

-¡Ni hablar! No voy a irme a ver una exposición estando tú en este estado. ¿Estás loca? -parecía realmente angustiado.

-Vale, vale -tomé su mano y me abracé a su brazo con fuerza-. Me alegra saberlo.

Nos pasamos la mañana los dos sentados en el sofá, con la televisión encendida como mero aparato de entretenimiento. Flash estaba acomodado en su pequeño rincón, al lado del sofá, jugando con uno de sus huesos. La cabeza me retumbaba, no era capaz de respirar por la nariz, estaba congestionada hasta las trancas, y la garganta me dolía cada vez que hablaba. Todo esto había pasado en menos de ocho horas. Me había dado una ducha caliente al despertarme pero no había servido de nada. El ordenador portátil que estaba encendido encima de la mesa comenzó a emitir un sonido, el correspondiente a una video llamada.

-Oh, por Dios, ¿quién llama ahora? -me horroricé al ver mi estado.

Acercamos el ordenador a nosotros y él aceptó la llamada. Tardó un poco en cargar pero, cuando lo hizo, apareció un pixelado Harry en la pantalla.

-Buenas noches -habló mi mejor amigo. Todo a su alrededor estaba oscuro, la pantalla era lo único que iluminaba su rostro.

-Es buenos días, ricitos -le miré y me reí ligeramente. La verdad era que él y Harry se llevaban bastante bien y eso que ni siquiera se habían conocido en persona. Fue bastante gracioso el momento en que les presenté por Skype.

-Cómo sea...

Harry había viajado una temporada a Estados Unidos para hacer unas prácticas en un hospital importante de allí, habiendo sido recomendado por la propia universidad. Acabó hace un tiempo sus estudios en Cambridge y ahora estaba empezando a ser uno de los mejores neurólogos del país. Trabajaba muy duro cada día para ello y no podía estar más contenta por él. Todo le iba bien en la vida y, por primera vez desde que le conocí, le veía realmente feliz.

-¿Por qué tienes ese aspecto tan horrible? -inquirió mirándome.

-Gracias -suspiré ante las atentas palabras de mi amigo.

Me había secado el pelo pero no me lo había arreglado. ¿Para qué? No tenía planeado salir de casa ni que me viera nadie.

-No está tan mal... -comentó el chico a mi lado.

-Trish, dile a tu novio que no sea tan pelota, por favor -me reí ante la mirada que le había puesto.

-No está siendo pelota, está siendo dulce y amable, a diferencia de ti -le contradije.

-Sí, claro...

-¿Cómo te va por tierras americanas? -cambié de tema.

-Mal. Llueve demasiado -se quejó.

-Me dices o me cuentas -sonreí con ironía-. Vivo en Inglaterra, querido.

-Eso y que aún no me acostumbro al acento. Es... raro.

-Pero, Harry, ¿cuánto tiempo llevas viviendo allí? ¿Dos años? Además tu...

-¡Ya lo sé! ¿Vale? No hace falta que me lo digas -exclamó con intensidad. Yo me volví a reír.

-¿Por qué llamas a estas horas? ¿No se supone que es tarde?-preguntó mi novio-. ¿Qué hora es allí?

-Las tres de la mañana -respondió aborrecido.

-¿Por qué no duermes un poco? -vi que se estaba cubriendo el pecho con las sábanas, por lo que suponía que estaba metido en la cama.

-No puedo.

-¿Por qué no puedes? -pregunté sin entender. Cada vez me resultaba más difícil hablar con él. La garganta se me resecaba.

-Hay mucho ruido en esta habitación -se quejó, enrabietado.

-¡Te estoy oyendo! -se escuchó cómo una segunda voz hablaba.

Segundos más tarde, de detrás de Harry apareció un adormilado Aden con los pelos revueltos, mirando con rencor a su novio por sus palabras.

-Roncas mucho -se quejó el de rizos al ver que el americano se había despertado.

-¡Tú también y no me quejo! ¡Dios! -bufó el pobre chico incorporándose y sentándose a su lado ya que  el pequeño le había despertado y ahora le sería casi imposible volver a conciliar el sueño.

Se pasó la mano repetidas veces por el cabello hasta que se lo despejó de la cara y se tapó con la sábana su torso desnudo. Parpadeó varias veces hasta que pudo ser capaz de fijar su vista en la pantalla.

-¿Qué te ha pasado en la cara? -preguntó mirándome con el ceño fruncido.

-Aden, por favor -le regañó Harry, avergonzado por sus maneras.

-¡Pero si tú me has dicho lo mismo, prácticamente! -reproché.

-Pero no de forma tan bruta -se defendió.

-Yo no lo he dicho de forma bruta -se quejó Aden con su voz grave, recién despertado. Realmente era adorable.

-Me estáis dando más dolor de cabeza. Callaos ya, por favor. ¿Por qué no os vais a dormir ahora que estáis los dos despiertos?

-Porque Harry no tiene sueño -informó incómodo-. Y cuando no tiene sueño hace todo lo posible para que yo tampoco me duerma hasta que a él no le entre sueño.

-No, perdona. No me duermo porque tú roncas y se me hace imposible dormir.

-¿Veis lo que tengo que soportar? -exclamó el americano mirándonos a través de la pantalla.

-Dios, Aden, pues haz algo para que se canse y se duerma de una vez -sentencié. Los dos chicos se miraron durante un rato y sonrieron ligeramente, al mismo tiempo.

-Creo que se me ocurre algo -murmuró Aden con una sonrisa pícara, mirando directamente a Harry. No podía creer que estuvieran pensando en eso de verdad.

-Me alegra haber arreglado vuestros problemas -murmuré al ver que habían dejado de prestarnos atención.

-Sí, creo que mejor... apagamos... nos vamos a... a despedir ya... -musitó Harry tratando de ocultar una sonrisa, perdido en la mirada de su novio-. Hablamos otro día...

-Sí, sí. Adiós -nos despedimos nosotros y cortamos la conexión antes de que pudiéramos ver algo calificado para mayores de edad.

-Eso ha sido interesante -murmuró el chico a mi derecha después de quedarnos mirando la pantalla en negro del ordenador durante un largo rato.

-Sí... Probablemente ahora se estén desnudando el uno al otro.

-Trish, por favor -exclamó él y me miró con picardía-. Ya estaban desnudos.

Yo me reí por la forma en la que lo había dicho y al ver las cosas que me estaba imaginando, pero pronto esa risa se convirtió en tos y, desde entonces, se me hizo muy difícil parar.

Me pasé todo el día atontada en el sofá, mirando la televisión. Ni siquiera era consciente de lo que pasaba la mayoría de las veces en las películas que estaban echando pero no era capaz de concentrarme en nada, estaba absorta, como en un estado de trance. Nunca me había sentido así. Siempre me había parecido patético que la gente faltara a clase porque tuviera un resfriado pero ahora entendía por qué lo hacían. Esto era insufrible. Estaba claro que había enfermedades mucho peores pero no tener ganas de hacer nada era una de las peores cosas que me podían pasar a mí, que siempre estaba haciendo algo.

-¿Quieres un té? -me preguntó él a media tarde. Asentí con la cabeza mientras se levantaba del sillón e iba a la cocina.

Él se había pasado el día a mi lado, cuidando de mí y tratando de que Flash no me molestara mucho. Tampoco estaba inválida pero se negaba a dejarme sola, quería mantenerme acompañada. Era demasiado dulce pero me daba miedo que él enfermara también. Se lo había dicho pero a él no parecía importarle lo más mínimo. Nos habíamos pasado el día debajo de la manta, viendo todas las películas ñoñas que daban en la tele. Estuvo a punto de dejarme sola en el salón cuando vio que echaban un maratón de la saga Crepúsculo, con las tres primeras películas al completo. Sin embargo, acabó viéndolas todas hasta el final.

-¿Qué te apetece cenar? -me preguntó cuando el sol hubo caído y la oscuridad cubría la ciudad.

-¿Sinceramente? Nada.

-Vamos, Trish. Tienes que comer.

-Ya lo sé, y voy a hacerlo, pero no me apetece en absoluto.

-¿Quieres que pidamos una pizza? -preguntó con el teléfono en la mano.

-No sé...

-A mí me apetece. Hace años que no pedimos una -declaró con entusiasmo y pude notar cómo la boca se le hacía agua conforme hablaba.

-Haz lo que quieras -me volví a recostar en el sofá.

-De barbacoa, ¿verdad?

Asentí con la cabeza, sin apenas fuerzas y preguntándome cómo demonios iba a comerme una pizza entera con ese dolor de cabeza. Quedaría pizza hasta para desayunar, comer y cenar al día siguiente. Escuché cómo hablaba desde la cocina con la pizzería y al rato volvió con un vaso de caldo caliente.

-Tómatelo.

-¿Tú me has escuchado decir que no tengo hambre? -inquirí.

-Tú no tendrás hambre, pero tu cuerpo sí.

-Pero...

-Come -me ordenó serio. No se andaba con bromas.

Aunque en esos momentos le odiara con gran fervor, estos pequeños detalles eran lo que más me gustaba de él. Me sentía cómo en casa, como si mi madre aún estuviera aquí conmigo. A veces la echaba de menos. Después de casarse con Matt hace dos veranos, se compraron un apartamento en el centro de Nueva York y allí vivían desde entonces. El negocio iba viento en popa y estaba muy orgullosa de todo lo que había conseguido en los últimos años. Sus colecciones siempre arrasaban en las pasarelas de todo el mundo. Había resurgido como un ave fénix y ahora volaba en lo más alto del cielo. Aunque eso trajo consecuencias y es que la prensa del corazón se empezó a fijar demasiado en ella y, por consecuente, en mí. Ese fue uno de los motivos por los que decidí abandonar Nueva York y volver de nuevo a Inglaterra.

Después de una larga media hora, me di cuenta de que estaba ansiosa porque llegara la pizza ya que, de hecho, había empezado a sentir hambre. Después de tres cuartos de hora sonó el telefonillo y él fue a contestarlo. Abrió la puerta del portal y volvió al salón.

-Voy a por dinero. Abre tú la puerta.

-¿Yo? -me miré de arriba abajo. Me daba vergüenza entre los pelos que llevaba y el pijama.

-Por favor -suplicó y salió escopetado a la habitación.

Me levanté y fui directa a la entrada. Justo al llegar tocaron el timbre y abrí, dejando que el olor a masa caliente entrara por mis fosas nasales y se expandiera por todos mis sentidos. La caja era enorme pero, con solo olerla, supe que sería capaz de comérmela entera. La boca se me hacía agua y, al ver que el pizzero no decía nada, alcé la cabeza, fijándome en él por primera vez. Estaba parado, petrificado, mirándome sin decir absolutamente nada y enseguida entendí por qué. Tal vez, su expresión absurda y pasmada era un reflejo de mi propio rostro, el cual debía de estar igual porque, por primera vez en mucho tiempo, estaba viendo mi color favorito en sus ojos.

ANTES QUE NADA OS PIDO QUE POR FAVOR VOTEEEEEEEEEEEEEIS POR FAVORRRR

Me gustaría que llegara a los mil votos antes de subir el siguiente capítulo y se puede conseguir perfectamente porque, de media, los capítulos tienen como 5K de lecturas. No quiero volver a poner límite de votos para subir los próximos capítulos pero es que, como escritora, fastidia compartir una historia, que bastante me tengo que currar, y luego no ser recompensada por ello. No creo que os esté pidiendo mucho, tan solo darle a un simple botón. De verdad que lo agradecería muchísimo.

Ahora sí... HOLIII ¡siento la espera! Estuve enferma y no pude escribir. Espero que el capítulo os haya gustado. El actor que interpreta al actual novio de Trish es Jamie Bell (el actor de Billy Elliot ;) que es uno de mis favs xx) Os quiero mucho !!!

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