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Capítulo 15

POV LOUIS

Me quedé totalmente inmóvil. Era ella. Su rostro, su pelo, su ropa. El sol la iluminaba haciéndola brillar como una estrella. Ella siempre había sido una estrella. Mi estrella.

Ella me miraba, tampoco se movía. Millones de palabras volaban por el aire entre nosotros, todo aquello que no nos habíamos dicho y habíamos esperado tanto para hacerlo. Al menos yo había esperado mucho tiempo. Decidí moverme y dar un par de pasos hacia delante. Vi cómo ella enseguida se ponía nerviosa e intentaba recomponerse rápidamente. Me costaba creer que estuviera allí. Tenía las manos detrás de su espalda y yo metí las mías en los bolsillos del pantalón, sintiéndome ridículo. Me paré a escasos metros de ella, manteniendo las distancias.

-Hola -murmuré nervioso. Ella parpadeó un par de veces, tragando saliva.

-Hola.

Su voz. Era su voz. Esa voz tan dulce y melodiosa que tanto había extrañado y deseado oír cara a cara. Nos volvimos a quedar en silencio, sin saber qué decir, tratando de memorizar los pequeños rasgos de cada uno, aquellos que se habían olvidado con el paso del tiempo.

-¿Quieres subir? -preguntó al cabo de un buen rato señalando el coche que había a su espalda. Era su coche.
-Sí, por favor.

Ella se dio la vuelta y, rodeando el coche se metió en él. La imité y me subí en el asiento del copiloto. Una vez dentro se volvió a hacer el silencio. Me di cuenta de que ella estaba petrificada en su asiento, con el cinturón en la mano. Esto tendría que estar siendo aún más absurdo para ella que para mí. Podía sentir una distancia entre nosotros que nunca había existido. Quería preguntarle muchas cosas. Quería recuperar todo el tiempo perdido, enmendar mi error. Por ahora empezaría por la más obvia.

-¿Has pagado tú la fianza? -pregunté observándola. Se me hacía imposible quitarle la vista de encima. Habían pasado demasiados meses desde que la vi por última vez.
-Sí -susurró sin voltear a verme.

Estaba casi seguro de que había sido ella en cuanto vi que estaba aquí fuera pero no era capaz de creérmelo. Todo esto era real, no era un sueño.

-¿Por qué?

El silencio volvió a hacer acto de presencia entre nosotros. Era incómodo, no me gustaba, pero no había nada que pudiera hacer.

-No lo sé -susurró insegura de sí misma-. Simplemente lo hice.

La observaba tratando de entenderla pero, conforme pasaban los segundos, lo único que hacía era frustrarme cada vez más porque no era capaz de leer sus pensamientos como una vez supe hacer.

-Sentí la necesidad de hacerlo -añadió al cabo de un rato.

-Gracias por pagarla -murmuré con la intención de tomar su mano pero pensé que tal vez ella no estaba preparada para ese tipo de contacto todavía.

Lo notaba muy distante y no podía soportarlo. ¿Cómo habíamos llegado a esto? ¿Por qué había tenido que cagarla tanto?

-Pensé que me volvería a quedar allí solo, ya que sacaron a Horan hace una semana -comenté tratando de reanimar la conversación al ver que se había estancado.

-Lo sé. Yo pagué su fianza.

Mis ojos se clavaron en los suyos, los cuales seguían sin mirarme, totalmente incrédulo.

-¿Qué? Nos dijeron que fue Malik -musité confundido por la situación.

-Oficialmente fue él quien hizo el pago pero... -suspiró con fuerza antes de continuar- yo le dejé el dinero de la fianza en el buzón de su apartamento.

Me mantuve en silencio. Estaba totalmente desconcertado. No entendía nada.

-¿Por qué hiciste eso?

-Porque si te pagaba la fianza y salías no podía dejar que Niall se quedara allí dentro. Tenía que sacaros a los dos o no os sacaba a ninguno.

Ese gesto tan noble ablandó mi corazón. No le debía nada a Horan, que yo supiera, y aún así le había sacado de la cárcel.

-¿Y por qué te callaste?

-Porque no quería que nadie supiera que fui yo. Al igual que nadie sabe que te acabo de pagar la fianza.

-¿Nadie lo sabe? -respondí atónito.

-Solo tu abogado y porque era necesario que él lo supiera para hacer todos los trámites.

-¿Estás diciendo que nadie sabe que estoy fuera? -ella asintió con la cabeza, avergonzada-. ¿Ni siquiera Malik sabe que fuiste tú quién le dejó el dinero?

-No -musitó.

-¿Cuánto tiempo llevas en Inglaterra?

-Más de una semana.

¿Una semana entera? ¿Qué había estado haciendo todo ese tiempo aquí sola?

-¿Y por qué tardaste tanto en pagar mi fianza? ¿Por qué pagaste la de Horan antes que la mía? -musité un tanto molesto. Pensé que yo tendría prioridad.

Esta vez ella se giró y clavó sus ojos en mí. Parecía furiosa.

-¡No pagué la fianza de Niall antes que la tuya! Fue Zayn el que se me adelantó. Vino a pagar la suya por la mañana y yo vine a pagar la tuya por la tarde ¡pero me dijeron que estabas encerrado en no sé qué de aislamiento por una pelea y que no te podrían sacar hasta dentro de una semana!

Entonces... ¿Podría haber salido de la cárcel hacía una semana? ¿Y todo por haber pegado a Parker? La miré avergonzado. Era sumamente gilipollas.

-Sí, bueno. Lo de la pelea... Fue alguien que se lo merecía.

-¡Sé perfectamente qué prisión es esta y quién está aquí encerrado! -gritó.

O sea que ella lo sabía. Sabía lo que había hecho. Se lo habían contado. Ahora que había conocido a su padre descubría que ambos tenían un tic nervioso cuando se enfadaban. Abrían mucho las aletas de su nariz.

-Tenía que hacerlo -me defendí.

-¿Cuánto tiempo has pasado aquí dentro? ¿Seis meses? ¿Y todavía no te das cuenta de que tienes que dejar de comportarte así?

-¡Tenía que hacerlo! -repetí-. ¡Él le jodió la vida a tu madre!

-¿Te crees que no lo sé? -su voz estaba temblando.

-Y por consecuencia te la jodió a ti y las repercusiones llegaron hasta mí.

-¿De qué estás hablando?

-De que si tu padre no hubiera sido un hijo de puta, tu madre no hubiera sido tan estricta con nosotros al principio. Nos hubiéramos llevado todos bien. No hubiéramos tenido que escondernos. Nunca hubiéramos ido a Oxford... Nunca nos hubiéramos peleado.

Sus ojos se abrieron como platos y exhaló un suspiro que me dejó la piel de gallina.

-Mi padre podrá haber hecho muchas cosas pero ni se te ocurra echarle la culpa del fracaso de esta relación. El único culpable de eso eres tú.

Me quedé inmóvil tras esas duras palabras. Ella volvió a fijar su vista al frente, con el volante entre sus manos. Puede que tuviera razón pero todo tenía su por qué, mientras que lo de su padre no. Nada justificaría que hubiera maltratado a su mujer.

-¿Me vas a llevar a casa? -murmuré. Ella pareció que buscaba las llaves del coche de nuevo en el bolso.

-No creo que tengas nadie más que te lleve, ¿no?

No quería que estuviera enfadada. No podría soportarlo. Quería recuperarla, no que se alejara aún más. Se puso el cinturón de seguridad y yo hice lo mismo. Arrancó y pronto abandonamos la maldita cárcel que tantos problemas me había traído. Al poco tiempo de estar en carretera sentí cómo la boca se me hacía agua.

-¿Te puedo pedir un favor?

Ella me miró de reojo y, aunque al principio me ignorara, acabó asintiendo con la cabeza.

-¿Podemos ir a un McDonalds? -me miró con el ceño fruncido y sentí la necesidad de expresarme-. Llevo meses comiendo pescado y estofado. Necesito patatas fritas y una hamburguesa. Quiero grasa. Por favor.

Eso y pasar más tiempo con ella. Necesitaba tiempo con ella para calmarme, para olvidar las pesadillas. Ella era mi cura.

-Claro.

El trayecto hasta allí fue igual de incómodo que el resto del tiempo que habíamos pasado juntos. Quería gritar de alegría porque por fin era libre pero había algo que me limitaba. Era ella. Ella no estaba alegre. Estaba triste, podía verlo en su rostro. Aunque más que triste parecía melancólica. Sobre mí había un brillante sol y sobre ella un cielo encapotado, descargando toda su tormenta.

Al llegar al McDonalds pedí todo lo que quise y nos sentamos en una de las mesas. Ella no pidió nada, tan solo una Coca-Cola. Comencé a comer como si no hubiera comido en meses mientras ella me miraba con cautela. Siempre le había molestado que comiera tan rápido como lo estaba haciendo ahora, por si me atragantaba, pero se mantuvo todo el rato callada, sin decir palabra al respecto. Cuando acabé nos quedamos un tiempo más sentados en la mesa, en silencio. Ella apenas había tocado su bebida.

-¿Crees que vas a poder aguantar mucho tiempo más ignorándome? -mascullé ya cansado de estar callado. Alzó la cabeza y me miró a los ojos por primera vez desde que nos hubimos sentado.

-No te estoy ignorando.

-¿Y por qué no me hablas?

-Porque no tengo nada que decirte.

-¿Pagas mi fianza y después no tienes nada que decirme? -me miró seria, su mirada fría como el hielo.

-Solo una cosa. No le digas a nadie que fui yo quién la pagó -bufé. No era eso lo que esperaba que me dijera.

-¿Por qué no?

-No quiero que nadie lo sepa.

-Pero...

-Nadie, Louis.

Esa había sido la primera vez que había dicho mi nombre en seis meses. Había olvidado cómo sonaba entre sus labios, tan dulce, tan suave, tan melodioso, como un suspiro.

-Te estuve llamado por teléfono... Y mandando mensajes desde la cárcel-reconocí avergonzado. William me aconsejó que dejara de hacerlo por si me pillaban y, aunque yo estaba casi seguro de que no lo harían, le hice caso por algún motivo.

-Lo sé.

-¿Lo sabes? -exclamé sorprendido.

-Eres la única persona que conozco que está tan obsesionado con la filosofía.

-Lo reconociste -susurré incapaz de creérmelo.

-Era  obvio.

Aunque ella estuviera distante y tratara de ocultarlo, con estas cosas me recordaba que era la persona que mejor me conocía.

-Nunca he dejado de quererte -declaré.

Su mandíbula se tensó, al igual que sus hombros. Mi comentario le pilló desprevenido.

-Será mejor que vayamos devuelta al coche -se levantó inesperadamente.

-Trish...- tomé su muñeca y la hice frenar. Sin haberlo querido, nuestros cuerpos chocaron y se quedaron extremadamente cerca. Su respiración estaba agitada, al igual que la mía. Su pulso había acelerado, podía notarlo bajo el agarre de su muñeca.

-Vámonos, por favor -susurró y me hizo temblar. Cerré los ojos con fuerza mientras la soltaba y dejaba que se marchara.

Cada vez que sentía que volvía a tenerla, la perdía.

Nos montamos en el coche y, de nuevo, todo lo que nos rodeaba era un sepulcral silencio. Lo odiaba. Arrancó y nos pusimos de nuevo en marcha. Pasaron dos horas y mi paciencia se agotó. No podía más. Había pasado una semana entera en aislamiento, sin hablar con nadie y ahora que tenía delante a la persona a la que más cosas quería decirle, no iba a quedarme callado.

-Te he echado mucho de menos -bufé desesperado, esperando encontrar alguna reacción por su parte.

No hubo ninguna. Se limitó a seguir conduciendo y mirar a la carretera con el ceño fruncido.

-No he podido dejar de pensar en ti todos estos meses. No he dejado de pensar en ti desde el día que te conocí.

Siguió callada. Su indiferencia me estaba poniendo de mal humor.

-¡Di algo, joder!

Sonaba muy desesperado pero me daba igual. Eso era exactamente lo que quería, que notara mi desesperación, que se diera cuenta de lo mal que lo había pasado sin ella. Suspiró y eso hizo que mi corazón diera un vuelco.

-Cuando el chico que más has amado y más te ha destrozado está delante de ti después de tanto tiempo es apasionante y aterrador a la vez.

¿Qué quería decir con eso? Parecía que la frase tenía un comienzo feliz pero acababa diciendo que estaba asustada. ¿Por qué?

-¿Eso quiere decir que...? -comencé a decir ilusionado pero ella me cortó.

-No. Tú me has dicho que te dijera algo y eso he hecho. No intentes buscarle otra interpretación a mis palabras porque no la hay.

Sus constantes muestras de desinterés me habían hecho tocar fondo y mis sentimientos estallaron como un volcán lleno de lava.

-¡Pero hicimos una promesa! -exclamé.

-¿De qué estás hablando? -murmuró apartando su vista momentáneamente de la carretera para mirarme.

-Yo era un martes y tú eras mi miércoles. ¿Es que no te acuerdas?

-Eso nunca fue una promesa. Era un trato. Un trato que tú te encargaste de romper.

-Yo no rompí nada -me defendí. Ella siempre había sido mi arcoíris. La luz que iluminaba mi oscuridad, los colores que pintaban sobre mi alma blanca y negra.

-¡Sí que lo hiciste! ¡Aquella noche en Oxford! -comenzó a llorar y todo mi mundo se vino abajo una vez más-. Me has convertido en un domingo, en un día depresivo y frío. Un día en el que todos están siempre tristes porque saben que al día siguiente será lunes y el tiempo se les acaba. Un día en el que todos están cansados, de mal humor, y lo único que quieren hacer es olvidarse de todo y de todos.

-No... Tienes que perdonarme. Por favor -susurré mientras el silencio era llenado por su llanto.

-¡Me hiciste algo horrible!

-Pero fue porque...

-¡No! ¡No quiero que me lo digas! ¿Es que no lo entiendes? He pasado página. Esto terminó hace mucho tiempo. No puedes traer toda esa mierda de nuevo a mi vida. No puedes hacerme eso. No otra vez.

Sus súplicas me hacían daño porque yo haría todo lo que me pidiera pero me estaba pidiendo todo lo contrario a lo que yo quería.

-¡Pero eso es lo que yo necesito! ¡Traer todo eso de vuelta porque fueron los momentos más felices de mi vida y no quiero dejarlos ir! ¡No puedo dejarte ir! ¡Eres lo único que me importa en esta vida! ¿Cuándo vas a darte cuenta? -para ese momento yo también estaba llorando como un imbécil.

No quería que me negara la posibilidad de estar con ella. Estaría perdido si decidía dejarme solo.

Justo en ese momento de increíble debilidad sentí que Trish daba un fuerte volantazo y, de repente, el coche se salió de la carretera, se pasó al campo, y chocó con fuerza contra una valla.

El airbag no llegó a saltar porque no fue un impacto muy grande. No sabía qué le había llevado a Trish a dar un giro tan brusco para que nos saliéramos del camino. Mi corazón latía a mil por hora por el susto que me había llevado. Los latidos chocaban con fuerza contra mi pecho. Giré la cabeza en su dirección para ver si estaba bien y la encontré abrazada a su cuerpo con la misma fuerza con la que yo solía abrazarla. A pesar de mi agitada respiración pude escuchar cómo estaba sollozando. Me quité el cinturón con las manos temblorosas y me acerqué a ella con decisión, pasando mis brazos alrededor de su cuerpo, abrazándola cómo sabía que su cuerpo me estaba pidiendo. Ella dejó sus brazos muertos, sin corresponder el abrazo, pero se quedó llorando contra mi pecho.

Las lágrimas seguían cayendo de mis ojos, esta vez nerviosas, causadas por el pequeño accidente que habíamos tenido. Por un momento pensé que la había perdido. Por un momento había llegado a estar muerto.

Tras un rato, y aunque ella no había dejado de llorar, se separó ligeramente de mí. Hice lo imposible para que posara sus ojos sobre mí y, una vez que lo hizo, pude ver lo frágil que se veía, lo débil que parecía. Solo quería ayudarla, repararla, como una vez ella había tratado de hacer conmigo.

Los sentimientos tomaron el control de mi cuerpo y acerqué mis rostro al suyo, rozando sus labios. Aquel sitio era mi hogar. La besé. La besé y por fin mi cuerpo se relajó. Toda la pesadilla que había vivido estos meses se deshizo y se convirtió en un sueño hecho realidad. Ella me besó también y, por primera vez en mi vida, sentí ganas de llorar de alegría. El agua salada de nuestras lágrimas se mezclaba en nuestras bocas y le añadía un valor más profundo al beso. Sus labios tiernos y suaves sabían igual que siempre y por un momento sentí que seguíamos en aquel hotel de Edimburgo, bajo el agua de la ducha, dónde todo era perfecto, dónde solo había amor entre nosotros.

Nos separamos faltos de aire y junté mi frente con la suya. Respiré tantas veces cómo vi necesario y sentí que el tiempo se había detenido. Tal vez no era el momento perfecto, ni la situación ideal, pero sí había sido el mejor beso de mi vida, el que más había necesitado y en el que más amor había entregado.

-Lo único que me ha mantenido cuerdo durante todo el tiempo que he estado encerrado ha sido la esperanza de que tú y yo volviéramos a estar juntos -susurré contra sus labios.

-Y me alegro. Créeme. Pero... -sus manos agarraron mis muñecas, las cuales yacían a ambos lados de su rostro, y las apartó- no puedo, Louis.

Mi ceño se frunció, totalmente confuso. Mis ojos volvieron a llenarse de lágrimas al ver que se estaba alejando de mí otra vez, después de haberla tenido tan cerca.

-No puedo volver a estar contigo.

Me mordí la lengua por dentro, por primera vez en mi vida quería llorar pero no quería ser visto.

-No te entiendo.

-No puedo volver a sentir lo mismo que sentía antes porque me siento traicionada y no puedo evitarlo.

-Yo puedo arreglarlo.

-No, no puedes -se separó de mí-. Hay cosas que no tienen arreglo. Todo tiene un inicio y un final. Y ese final llegó para nosotros hace mucho tiempo.

Me volví a recostar en mi asiento al ver la distancia que ella estaba poniendo entre nosotros con sus palabras. No podía creer que lo estuviera echando todo por la borda. Estaba saltando al agua antes de que el barco se hubiera hundido. Sin embargo, el barco no se hundiría hasta que el capitán no lo abandonara. Yo era el capitán y tenía muy claro que nunca abandonaría mi hogar.

Me abroché de nuevo el cinturón para que ella pillara la indirecta de que quería salir de allí y llegar a casa. Estaba molesto, enfadado, cabreado, rabioso, furioso. Ella estaba poniendo el punto y final a todo y me estaba destrozando por dentro.

-Tú podrás pensar lo que quieras pero para mí esta historia nunca tendrá final.

*

Al coche le costó arrancar pero con un poco de empeño por parte de Trish, consiguió ponerlo en marcha. Condujo con cuidado hasta Cambridge. No volvimos a dirigirnos la palabra hasta que vimos el cartel con el nombre de la ciudad. Comencé a reconocerlas calles y a ver la universidad de fondo. Antes de que pudiera darme cuenta, Trish había aparcado el coche delante de la casa de Harry. Miré el edificio que una vez había querido prender fuego. Ninguno de los dos nos habíamos movido desde que había parado el coche.

-Supongo que este es el adiós definitivo -murmuré sabiendo que ella no tomaría la iniciativa.

-Sí...

-Gracias por pasar el día conmigo.

Sabía que lo había hecho aposta. Había estado este rato conmigo porque sabía que sería el último.

-Supongo que yo también necesitaba una última vez -sus ojos estaban rojos e hinchados por las lágrimas. Los míos tenían que estar igual. Menudo par de patéticos.

-Antes de que salga del coche necesito que hagas algo. Un último favor.

Se mostró dubitativa pero acabó asintiendo, sabiendo que esta sería la última vez que nos veríamos y me lo debía. Mis manos temblaban mientras susurré.

-Destrúyeme.

-¿Qué? -respiró agitadamente.

En el trayecto a casa me había dado cuenta de que esto se había acabado para siempre. No había vuelta atrás. No había más oportunidades. El cupo se había llenado y no podía retenerla un segundo más. Ahora lo entendía. Le había hecho un daño irreparable y nada nunca lo arreglaría. Hoy lo había comprobado. Estaba destrozada por mi culpa.

-Destrúyeme. Mátame para que pueda volver a nacer. Es la única forma de que pueda seguir con mi vida.

-Louis...

-Vamos. ¡Hazlo! Dime lo que has querido decirme estos seis meses. ¡Dime que no me quieres! Arráncame el corazón una vez más pero esta vez asegúrate de destruir también mi alma. ¡Destruye todo lo que soy!

Se acercó con velocidad a mí y, desesperadamente, juntó sus labios con los míos. Nos besamos como nunca antes lo habíamos hecho, con el deseo de un reencuentro y la rabia de una despedida. Sus lágrimas y las mías se juntaban en nuestras bocas. Con ese beso estaba entregando mi alma, estaba deshaciéndome de todo lo que había sido, le estaba dando al Louis cruel y arrogante que ella conocía, le estaba dando todo de lo que ella se había enamorado y esta vez, sí que me estaba quedando completamente vacío.

Ella se separó con suavidad, sus labios hinchados, sus ojos húmedos y sus mejillas enrojecidas. Tomó mi rostro entre sus manos y manteniendo la proximidad, habló.

-Lo que he querido decirte todos estos meses es que eres un desgraciado. Nunca he sufrido tanto como lo he hecho contigo. Ni siquiera mi padre me ha hecho tan miserable como tú. Tú has sido el arquitecto de mi vida y te fuiste, provocando que los cimientos se derrumbaran. Tú mismo has sido el culpable de que te odie con tanto fervor -las lágrimas se derramaban lentamente por sus mejillas-. ¿Sabes? Muchas noches me levantaba sobresaltada porque tenía pesadillas y muchas veces he querido viajar hasta aquí para que me vieras. Para restregarte que yo era libre mientras tú estabas encerrado. ¡Porque tú me has hecho eso! Me has convertido en alguien cruel. Me has hecho ser libre cuando yo no quería serlo. Yo hubiera seguido estando encadenada a ti. ¡Estaba enamorada de ti! Y lo peor es que tu esencia sigue estando debajo de mi piel -señaló el tatuaje que compartía conmigo-. Eres un indeseable. No te mereces nada. Solo sufrir.

-Pero aún así me sacaste de la cárcel -reiteré.

-Sí. Porque que te merezcas sufrir no quiere decir que pueda verte sufrir.

-Te amo.

Y sabía que esa sería la última vez que le diría esas palabras.

-Fuiste mi mayor virtud y ahora eres mi mayor error.

Y en ese momento me deshice de mi armadura, dejando mi pecho al descubierto, esperando que lo que me dijera me destruyera de una vez por todas. Necesitaba escucharlo de sus labios. Necesitaba morir de una vez y ella debía ser mi asesina.

-Y por eso ya no te amo. Nunca más podré volver a amarte.

Escuché algo resquebrajarse. Era mi corazón rompiéndose de una vez por todas. Oírlo de su boca fue la muerte de mi corazón, el entierro de mi alma.

Salí del coche con decisión pero, antes de cerrar la puerta, me agaché y la miré.

-Solo una última cosa -hablé-. Me ayudaste. Conseguiste arreglarme, pero yo fui muy imbécil y traté  de ocultarlo por miedo a que la gente me perdiera el respeto.

Ella no habló, tan solo se dedicó a mirarme.

-Siento que para salvarme a mí hayas tenido que destruirte a ti.

No sabía de si la merecía pero había una cosa que tenía clara. La gente no siempre tenía finales felices pero lo que siempre tenía y lo que nunca dejaría de tener era esperanza.

Necesito que ahora escuchéis The Blackest Day de Lana del Rey. La canción es perfecta para el punto de vista de Trish.

Es muy importante que VOTÉIS POR FAVOR. Y no me odiéis mucho por el capítulo. Yo os amo.

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