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El verdadero final.

Advertencia, el contenido que leerás a continuación puede considerarse un material homoerótico.
[Quizás no]

...

—Baja tu espada —mostró sus manos, tan sólo estaban enguantadas. Con una de ellas dirigió lentamente la espada hacia abajo.

Se acercó tanto a él que no podría atacarlo con el filo de su espada.

Estaban a un palmo de distancia.

Sus ojos estaban sobre los suyos.

¿Qué era esa mirada?...
Sentía una fuerza que lo atraía y mantenía ahí. No podía apartarse.

Quizas era su olor. Ese aroma que lo envolvía  era tan agradable...

—¿Qué sientes por ella? —preguntó su captor.

—Ese no es asunto tuyo —masculló el sureño intentando demostrar que no estaba por encima de él.
Aunque no era suficiente teniendo en cuenta la distancia que había entre ellos y las sensaciones que le estaba causando.

—Lo es y más ahora que apuntaste tu espada contra mí.
Dime... ¿No crees que es injusto?

Ursfeli cuestionó con la mirada.
¿Qué era injusto?

—Los dos la queremos y ella quizas no está segura de lo que siente o no sabe decir que no a uno de nosotros.

—¿Por qué dices eso? —estaba atento a sus palabras pero más al sonido de ellas.

—Avaly puede ser tan encantadora e inocente... Ese es su defecto, lo he visto. Puede que tenga miedo, quizas puede ser que no quiera tomar una decisión o tal vez puede ser que sea difícil para ella siendo tan joven y con poca experiencia... Puedo entenderla pero tampoco es justo para nosotros —explicó—. Le he dicho hoy, que tome una decisión, quiero que ella piense en lo que realmente quiere, esto no está bien, ella está intentando ser parte de nosotros por lo que le hemos dado. Pero así mismo la hemos lastimado sin saberlo,le hemos causado este daño. Ahora mismo debe estar frustrada pero debe pensar y tomar una decisión.

Ursfeli se quedó callado intentando asimilar lo que había dicho.

—Tal vez la quieres... Yo igual la quiero —decía Milo—, pero no pienso dejar que el tiempo siga pasando y después sea algo difícil de decidir. Lo hago por la paz de nuestros reinos... — Bajó su mano hasta sostener la mano con la que Ursfeli empuñaba su espada—, lo hago por mí, por ella y por tí.

El sureño sintió un cosquilleo en el estómago y un calor en sus mejillas. Sus palabras eran...

—Es posible que no escoja a ninguno —dijo Milo en voz baja.

—Si no elige ¿Qué haremos? —preguntó Ursfeli después de estar tanto en silencio.

Milo le tomó del mentón y con su rostro serio le dijo —: Tal vez quieras venir conmigo.

...

Nunca pensó que estaría haciendo algo como eso.

Sus mejillas estaban rojas y su respiración delataba lo alterado que se sentía su cuerpo.

La desnudez de su cuerpo era algo que nunca había compartido, ni siquiera con una mujer.

Aquella mirada escudriñaba en su cuerpo sin titubear ni detenerse.

El par de ojos barrían su inmaculado cuerpo en busca de los detalles nunca vistos por el mundo.

—Sólo unos segundos más... casi termino —dijo Milo con una sonrisa.

¿Así era con todas? Se preguntaba el sureño. De pronto tuvo la necesidad de saber cuánto habían visto aquellos ojos.

—Milo... Dime...

—¿Sí? —lo escuchaba con atención sin dejar de pintar.

—¿A cuantas personas has pintado así?

El principe que escribía estaba posando sin nada puesto para el príncipe que pintaba.
Estaba sentado sobre la cama abrazando una de sus piernas mientras su barbilla se recargaba en su rodilla y miraba hacia la pared vacía porque el pudor que sentía no le permitía verlo a los ojos.

—A nadie, sólo a ti —contestó.

—No te creo... —susurró y volteó a verlo.

—Una vez... A una Duquesa a petición de su marido —dijo sin darle importancia al asunto.

—Ya veo...

Regresó su mirada al vacío y se quedó en silencio.

—No es justo... —soltó de repente.

—¿Qué cosa?

—Que sólo tú puedas... —sus mejillas estaban tan rojas.

Milo dejó sus instrumentos sobre un mueble y se puso de pie.

—Tienes razón —se acercó a él con un semblante lleno de serenidad y lo besó suavemente.

...

—¿Qué haces? —preguntó alguien detrás de ella.

En seguida la chica cerró su libreta y volteó a ver a quién había interrumpido en su habitación.

—¿Qué quieres? —le preguntó.

—Mamá dice que la cena está lista —dijo la persona, que no era nada más y nada menos que su hermana mayor.

—Ya voy. Adelantate —sus mejillas estaban demasiado rojas, era como si estuviera hirviendo por dentro, no era furia, era vergüenza.

—Sí, que sea rápido —se encaminó a la puerta y antes de abandonar la habitación le dijo—: Cuando escribas sobre hombres desnudos, dándose amor... procura cerrar la puerta.

La chica casi explota por la vergüenza. No tenía nada que decir en su defensa y su hermana tampoco esperó a que lo hiciera pues luego de darle aquel sutil consejo, se fue.

Ella se quedó pensando.

Tomó su libreta y la atesoró entre sus manos.

Escribir era lo único que podía hacer para tener magia en su vida.

Principes y princesas, eran cosas irreales pero también muy ideales.
Desde que era pequeña —tal vez como cualquier otro infante— se vio impresionada por aquella imágen maravillosa que planteaban los cuentos de hadas.

Fue tanta su impresión que no pudo olvidarse de ella ni rechazarla cuando creció. Pero la vida... la real, cruel y auténtica "vida", era diferente. No habían príncipes gentiles dispuestos a darlo todo por su princesa y no habían princesas encantadoras que esperaban ser salvadas de una bruja o un castillo custodiado por un dragón. En la vida real sólo habían chicos tontos que jugaban a ser hombres y chicas tontas que jugaban a ser maduras y sensuales, eran más como brujas... O sucubos para ser más exactos.

La vida real era cruel porque no habían finales felices, porque la gente jugaba a enamorarse y quizás... quizás lo mismo hacía en sus historias, sus personajes jugaban a enamorarse pero era bajo sus términos, ella decidía...

Eso le gustaba. Era lo que prefería.

No deseaba conocer un príncipe, ni tampoco quería ser una princesa... ella escribía porque quería ser un príncipe, uno con una sonrisa gentil y un aspecto elegante; lindo y encantador.
Si no podía ser uno en la vida real, porque en la vida real no existen y porque era una chicaentonces lo sería en su imaginación...

—¿Te quieres apurar? —llegó su hermana a interrumpir sus pensamientos y golpeó la puerta.

—¡Ya voy! —gritó molesta por el ruido.

Exhaló sus frustraciones, luego guardó su libreta y se levantó de su silla.

Quizás los príncipes no existen, ni las princesas pero definitivamente las brujas sí, existen y viven en forma de hermanas mayores”
Apuntó en su mente.

—¡Apurate! —gritó la hermana desde la cocina.

—¡Ya voy! —salió refunfuñando y rechinando los dientes.

...

Eso es todo
Fin


Milo perdóname... Quizás prefieras la caja 🙊

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