Faro rojo
El universo es una bola de cristal, eso es lo que descubrí hace unos días. Es lo que no me deja dormir por las noches.
El NST-2720 era el telescopio más avanzado de su tiempo y el trabajo de mi vida, desarrollado por mi equipo en la NASA. Le llamábamos «Smarty» de cariño. Con él queríamos explorar el universo, lo más lejos que pudiéramos observar.
Y sí, encontramos algo asombroso, pero no en el buen sentido.
Smarty era un telescopio gigantesco, algunos lo llamarían más un laboratorio entero con una lente enorme apuntando al cielo. Teníamos un laboratorio de paredes blancas que resplandecía desde el exterior en medio de una zona de pruebas espaciales, era una especie de domo gigante, de unos tres pisos. Por fuera teníamos paneles solares que captaban la energía del desierto y le daban potencia a nuestro sistema.
Dentro, el blanco de las paredes contrastaba con los botones coloridos y los monitores que tapizaban la primera planta. En la segunda, había la zona administrativa, se imprimían las imágenes captadas, se recopilaban coordenadas, documentos de permisos y, por supuesto, también estaba la zona para tomar café. Luego, en la tercera planta, era la zona de mantenimiento del Smarty, con un montón de cables con el grosor de botellas de refresco y una batería que estabilizaba el suministro de energía.
El Smarty tenía visitantes diarios, porque cuando terminas el trabajo de tu vida, no esperas dejarlo botado para que otros lo usen. Yo lo administraba y era el principal encargado, la voz más fuerte en lo que se refería a las fotografías capturadas, la firma en papeles, conseguir permisos, darle nombre a los hallazgos, aprobar artículos científicos y hacer reparaciones. También me consultaban cosas como si David podía traer a su esposa para ver las estrellas en su aniversario.
El punto es que yo decidía todo, además de que, con tantas responsabilidades, prácticamente vivía en ese laboratorio. Divorciado y adicto al trabajo, no tenía nada mejor que hacer. Solo iba a casa dos veces por semana a ducharme, pero por lo demás pasaba el día allí y dormía en un motel cercano unas cuatro horas diarias.
En una de esas noches, mi telescopio apuntaba al cielo nocturno, cuando captó algo fuera de lo común: un punto rojo ardiente. Un punto rojo en medio de la negrura del espacio que mantenía a su alrededor a una horda de estrellas que arremolinaban. Y parpadeaba como un foco descompuesto. Parecía un faro parpadeante, dando una señal; o, una cámara.
No había nada igual a esto, nada absolutamente nada. Tenía que comunicarlo, inmediatamente. Me hubiera gustado tener una esposa o hijos a los que llamar para decirles primero, pero ahora veo que fue mejor así. No tenía nadie cercano a quien alertar, así que llamé al doctor Smith, el sujeto que había aprobado y financiado al proyecto del Smarty.
—¿Hola? —hablé en cuanto los tonos de llamada cesaron.
—¿Qué sucede? —Smith sonaba como si se estuviera levantando de la cama a prisas, intuyó que no le llamé en medio de la madrugada solo para saludar.
—Escucha, estoy justo ahora con NST-2720 y acaba de avistar algo.
—¿Se trata de una novedad?, ¿estás seguro?
—Completamente seguro.
—Vale, estoy allí en quince minutos.
Los siguientes minutos me dediqué a mirar el punto rojo por todos los ángulos posibles, tomar notas sobre su ubicación y registrar los detalles que pudieran ser útiles posteriormente. En esos casos, el primer paso es ubicar el fenómeno, lo siguiente sería identificarlo y por último evaluar sus impactos, para saber que significa esto para la tierra.
Hasta ese momento seguía sin tener teoría alguna, ¿sería una ilusión óptica causada por la reflexión de luz?, o quizá se trataba de un fenómeno que no conocíamos hasta la fecha, algo así como la explosión de una supernova detenida. La idea más sólida que pude formarme antes de que Smith y su equipo aparecieran, era que se trataba de una ilusión óptica: alguna estrella muy lejana que estaba en explosión, pero debido a la distancia no percibíamos el movimiento, sino una imagen fija que emitía destellos de luz de cuando en cuando.
Cuando Smith llegó fue que perdí todo mi poder en la estación. Se quedó pasmado cuando observó lo mismo que yo, lo que desechó la idea de que quizá estaba alucinando por las horas de sueño.
—Escucha —me dijo—. Esto es confidencial, ¿lo sabes, verdad?
—Lo sé, no tienes que recordármelo.
—Bueno, entonces ve a casa y descansa, nosotros vamos a encargarnos de esto.
—No quiero irme a casa, quiero ayudar a descubrir que es esto —le reclamé.
—A mí me importa un carajo lo que quieras, no tienes autoridad para seguir aquí. Tenemos equipo mejor capacitado para descubrirlo.
—¿Qué pasa entonces conmigo?, ¿y con mi equipo?
—Serán asignados a otros proyectos.
No importaba cuanto le reclamara a Smith, él había tomado una decisión y no iba a retractarse. Su palabra era ley y yo la estaba desobedeciendo, así que me sacaron de MI propio telescopio por la fuerza.
Durante cinco semanas estuve trabajando con los estúpidos astronautas que sinceramente me importan un carajo, pero era eso o perder el trabajo. No pude ni siquiera darle una explicación decente a los miembros de mi equipo, que pasaron de estudiar fenómenos estelares nuevos, a sentarse ocho horas apretando botones de rotación o enseñando a los hombres de trajecitos como usar los telescopios.
Las cosas cambiaron cuando me encontré con una revista de ciencia que en su titular anunciaba que desmantelarían del Smarty. La compre de inmediato y leí la nota con el corazón encogido.
Decía que «el que hasta el momento se había creído el telescopio más avanzado del mundo» estaba próximo a ser desmantelado, debido a fallas que había estado sufriendo los días recientes. Hablaron sobre una supuesta falla de diseño, que hacía que el laboratorio no pudiera llevar los datos ni procesar las imágenes. «Será necesario desmantelarlo y volver a iniciar el proyecto desde cero, con un nuevo equipo». El resto era una queja del autor diciendo que se habían gastado millones y millones en construirlo, quejándose por los impuestos que pagaba, bla, bla, bla.
Eran mentiras, puras mentiras.
Mi Smarty no tenía ningún estúpido problema de diseño.
Entonces fui directo a mi correo electrónico, para encontrarme con un mensaje totalmente impersonal de Smith enviado tres días antes, donde se me informaba que mi telescopio iba a ser desmantelado debido a órdenes de alto rango. Solo así.
Le marqué. No obtuve respuesta, y después de la quinta llamada, preferí irlo a buscar a casa. Ese desgraciado no iba a desmantelar mi telescopio solo porque si, sin darme la cara.
Entonces, me encontré con que su casa estaba rodeada de personas vestidas de negro. Me eché a correr, asustado. Necesitaba ver que estaba sucediendo.
Y fue así como me encontré con Smith dentro del ataúd.
No lo vi como tal, porque estaba cerrado, pero la foto era suya y las flores para él. Al parecer se había suicidado la noche anterior. Pero, ¿por qué? No era la clase de hombre que imaginas que haría algo así, ni por asomo.
Ahora tenía muchas preguntas y estaba dispuesto a lo que sea para conseguirlas.
Así pasé los siguientes veintitrés días en las oficinas de la NASA, pidiendo hablar con alguien, exigiendo explicaciones. Me sacaron a patadas, cargando y arrastrando cada uno de ellos. Hasta que finalmente, en el día veinticuatro, una mujer elegante con un traje gris me dijo que estaban esperando para hablar conmigo.
¿Esperan?, ¿quiénes?
Me llevaron a un lugar de la base que no tenía ni idea que existiera. Estaba enterrado, en el fondo de todo, y solo se podía acceder con escáner de retinas. Por un momento pensé que se han hartado de mí e iban a asesinarme.
Me dejaron en una sala con otras tres personas además de mí: una mujer y dos hombres. Parecían sacados de alguna historia de ficción, con su cabello perfectamente peinado y vestidos con el mismo raro traje gris.
Al inicio me preguntaron acerca de mí, mis datos, aunque parecía más para intimidarme que porque realmente los necesitaran. Daban la pinta de ser de esos que dicen «sabemos todo de ti».
—¿Ya me toca preguntar? —cuestioné en voz alta y firme, a pesar de que estaba muriendo de miedo.
—Claro, díganos, ¿qué desea saber? —tomó la palabra la mujer.
—Seguro que ya lo saben.
—Le daremos una compensación económica a usted y su equipo por las molestias con lo del telescopio, señor —informó el hombre más calvo.
—¡No quiero dinero!, quiero saber qué sucede —les grité—. Encuentro un fenómeno extraño, me echan del lugar, me entero de que van a desmantelarlo y luego el tipo que se había quedado encargado resulta estar muerto. ¿Qué le hicieron a Smith?
—Nosotros no le hicimos nada al señor Smith. Él tomó la decisión de terminar con su vida por su propia cuenta.
—¡Es ridículo! Tenía una familia, trabajo. Era feliz unos días antes cuando me lo encontré.
—Si quiere saberlo de verdad, tendrá que firmar algunos contratos de confidencialidad —intervino la mujer—. Pero le advierto, que la curiosidad mató al gato, y eso fue lo que le pasó a su amigo.
Ni siquiera me lo pensé, me importaba más la verdad que cualquier otra cosa. Firmé todos los papeles que me pidieron. Al asunto le llamaban «el faro rojo». Según el contenido del contrato, básicamente me obligaban a guardar silencio y ya está.
Pasaron horas hasta que el abogado dio el visto bueno, se retiró de la sala y ellos comenzaron con su explicación.
—Hace un mes, uno de nuestros telescopios detectó el mismo punto rojo que usted reportó —hablaba el hombre que hasta entonces había estado callado—. Estábamos investigando el asunto, cuando llegó su reporte, y decidimos sellar toda la información hasta que averiguáramos de que se trataba en realidad.
»Entonces, las cámaras de NST-2720 captaron un mensaje que se dirigía a la tierra, saliendo justo detrás del fenómeno del punto rojo. Era una especie de cilindro dorado hecho de un material desconocido para nosotros, que dentro contenía algo parecido a un papel; es un material tampoco identificado. Y en él solo decía «Faro rojo». Fue revisado por cinco personas, incluyéndonos a nosotros tres.
—¿Quiénes eran las otras dos? —me atreví a levantar la voz.
—Están muertas —declaró.
Esto no suena nada bien.
—La cosa es, que este papelito mágico, cambiaba de idioma dependiendo la persona que lo leyera. Y en cuánto estuvimos los cinco reunidos para analizarlo, nos preguntamos en voz alta de qué se trataba; y el papel cambió su texto. Nos estaba saludando. Y cuando saludamos de vuelta, volvió a cambiar para decirnos que teníamos que hablar, que nos aseguráramos de que estuviera con las personas que pudieran encargarse de una decisión importante. Le dijimos que lo estaba.
»Así fue como se nos explicó, a través de este canal, que la tierra estaba condenada a la extinción debido a que nuestro universo había dejado de expandirse y ahora estaba regresando su proceso. Nos explicó que era una especie de... entidad, que se dedicaba a salvar universos y ofrecerles una segunda oportunidad. Dijo, que podía salvarnos si nos dejaba encerrados en algo que describió como una bola de cristal. Habría una atmósfera artificial, una simulación para que pudiéramos creer que todo estaba como antes, ni siquiera notaríamos la diferencia.
—¿Y qué se supone que es el punto rojo?
—Es la entidad en sí misma, esa es su forma.
Dios, esto suena muy mal.
—Lo único que el faro rojo pedía a cambio, era observarnos —continuó—. Y para ser sinceros, no era una petición, porque tampoco teníamos nada que hacer para impedirlo. Estaría allí, sin que notáramos su presencia, siguiendo nuestras vidas, sin interferir jamás.
»Hubo un montón de reuniones con los líderes del mundo. Lo único que debe saber es que aceptamos. No había más opciones. Y decidimos que guardaríamos el secreto, que viviríamos como si nuestro universo fuera el mismo de siempre.
—Pero esto es algo que la gente debería saber.
—No, se equivoca. Cuando las personas se enteran de algo así, no les hace bien a la cabeza —explicó el hombre calvo—. Hubo gente haciendo predicciones, y concluimos que si esto era revelado, habría distintas reacciones de la población, pero ninguna positiva. Nos sumiríamos en el caos. Y eso fue comprobado cuando el señor Smith y nuestros otros dos compañeros tomaron la decisión de terminar sus vidas luego de saberlo. Por eso esto es un secreto.
Aún no terminaba de procesar la información cuando me escoltaron a la salida.
Hice una última pregunta antes de salir:
—Después de todo, ¿si éramos los únicos en el universo?
Los tres negaron con la cabeza.
—Ahora lo somos —respondieron.
Me planteé por días la posibilidad de decirle al mundo, porque después de todo, ese era mi deber como científico. Pero si ni yo mismo llegaba a creerme la idea, ¿cómo esperaba que otros me creyeran? Sin pruebas, sería solo alguien que había bebido demasiado. Saldría en las noticias como el tipo que creía que al mundo era una bola de cristal. Una más de las teorías conspiranoicas.
Y si me creían, estarían igual de locos que yo.
Eso, mientras me dejaran vivo, porque no me quedaría mucho tiempo luego de hablar.
Lo peor del caso, es que esos tipos tenían razón, porque cuando una idea como esas se queda en tu cabeza, es difícil pensar en cualquier otra cosa.
Se te mete la idea de que el espacio es una simulación y no paras de ver el cielo con otros ojos, como si te mintiera: porque, en realidad, lo hace.
Pasas noches en vela viendo arriba, atisbando con la mirada el punto rojo del cielo. Y aunque sea imposible de ver para el ojo humano, cuando te pasas cuarenta horas sin dormir y tienes encima una botella de Whisky, te parece que sí lo ves. Y su visión te sigue a todos lados, como una cámara que llevas encima.
Te quedas sin ganas de salir de casa y cambias tus cortinas por unas más gruesas. Solo te sientes seguro donde la cámara no puede verte. Pides todo a domicilio y dejas de comunicarte con otros.
Te preguntas en qué otras cosas te podrían haber mentido. ¿Quizá tu casa tampoco es real? Quizá la vida que llevas es parte de un teatro. Y terminas revisando tu casa hasta el último milímetro, porque quizá también hay cámaras.
Ahora tampoco te sientes seguro en tu casa.
Es una paranoia imposible de superar. Te persigue todos los días, a mí me persigue.
No puedo dormir.
No puedo pensar.
Necesito escapar.
Así que escribo esta última nota solo para decir a quien sea que la lea: ahora que sabes la verdad, debes guardar el secreto y evitar que te coma. Y si en el cielo crees ver un punto rojo, no es real, créete eso.
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