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29.- Las Erias: III

Corrían por la oscuridad y por el frío, envueltos por sus negros mantos y por chispas de fuego que surcaban el cielo junto a humo negro invisible en el cielo.
Habían ardido hasta las cenizas la tienda de mando, vacía, pues Gabi había salido un rato antes para cenar en ellos; También la armería, que no estaba vacía, tampoco lo estaba un barracón y la tienda de suministros.
Había ardido, pero eso no era lo único que había traído la noche. También había hombres, vestidos como la medianoche y armados todos con espadas, afiladas y finas, sin escudo ni armadura, moviéndose ágiles y gráciles, saltando de lado a lado, dando golpes y cortando en carne descubierta. Pues no eran meros mercenarios, eran asesinos.
Entre las tiendas se abalanzaron sobre Patch, que no pudo más que esquivar como pudo el espadazo, aunque le rajó una mejilla, la izquierda, que sangró sobre el pelaje oliva.
Pero el segundo espadazo no lo pudo esquivar. El tajo fue recto, directo al pecho, pero el hierro chasqueó al golpear contra la hoja de Rami, que hábil como era y rápido, más que el asesino, tras el primer golpe de espada golpeó con su codo derecho la mandíbula de hombre, encapuchado y de negro. El golpe le hizo tambalearse y, con el filo del arma, degolló rápidamente y con una sola estocada al veloz asesino, que cayó al suelo, dejando un charco carmesí en la arena mientras temblaba.
—¿Estas bien? —Preguntó Rami, girándose rápidamente a Patch. Vio de cerca su corte, pero era superficial y en poco de tiempo dejó de sangrar.
—¿Quienes son estos tíos? —Preguntó Patch, sacando su espada.
—Que nos maten ahora, así no espero hasta llegar a Rainer. —Dijo Rami, bajando la espada.
—Creo que te lo he dicho ya, pero por si a caso te lo repito: Tu sentido del humor, te lo puedes meter bien hondo por el culo. —Dijo Patch, con una sonrisa falsa de oreja a oreja.
Rami le miró a los ojos directamente. Al claro ojo con los suyos, grises negruzcos, ensuciados por chispas marrones. Y al verle, un escalofrío recorrió la espalda de Patch, viendo como no era ninguna broma.

Lo vio en sus ojos, y en los del hombre encapuchado y de negro que apareció tras Rami. Y vio como Rami le encaró, con la espada bajada y suspirando como siempre hacía. Suspiró demandando rapidez, un corte en el cuello no era lo que buscaba. No sería una muerte placentera, pero no iba a ser de otro modo, pues los asesinos no solían ser muy comprensivos con la forma de morir predilecta de sus víctimas.
—Sé rápido. —Dijo Pebrella abriendo los brazos, resignándose, pidiéndolo. —O al menos sé mejor que tú amigo... —Dijo, pisando su cuerpo, con el cuello rajado y con la tela negra húmeda.
—Eres un bastardo... Te daré muerte. —Dijo con voz silenciosa y etérea. Como la de un espectro, no era la de una persona normal, eso desde luego. Fue oscura, tanto, que Rami y Patch quedaron inmóviles.
Entonces, con una espada de un solo filo, curva y muy delgada, se abalanzó hacia Rami, con la punta directa a su cuello. Y de nuevo el chasquido del choque del hierro. Pues de un espadazo Rami la había desviado.
Antes de que pudiera pensar nada, bloqueó otros dos espadazos con el cuerpo de hierro. El sonido del metal llenaba el aire y estando tan cerca del asesino, le vio los ojos. Era negros, más bien vacíos. Eran fríos y negros. Pero eran los de un hombre adulto, que ya había visto mucho en la vida, mucha muerte y mucha sangre. Pero también eran los ojos de alguien que luchaba por algo, que no mataba por placer, sino porque debía. Con un solo vistazo, Rami se sorprendió de haber descifrado tanto, pero no tuvo tiempo de preguntarle, pues tuvo que defenderse de otros dos golpes que resonaron, primero al cortar el aire y luego al chocar con su filo.
De una patada rami le hizo retroceder, hasta poder dar otro golpe de espada, detenido por la del asesino, que no pudo detener el siguiente, pero lo logró esquivar. También el siguiente, y tras este asestó él un tajo, directo al cuello de Pebrella, que quedó a milímetros, frenada la hoja por la guarda de acero de la espada de Rami.
Aprovechó para dar una patada a la pierna izquierda de su atacante. La pierna cedió y le dejó arrodillado, golpeando su rodilla con el suelo con fuerza. Pero no se detuvo al ver que dejaba de ejercer fuerza con la espada, sino que de un solo golpe, cortó la cabeza de su atacante, de rodillas frente a él. Pero enseguida frució el ceño y para si mismo susurró algo, que Patch no logró escuchar. Vio la cabeza, pero no tuvo el valor de acercarse, su corazón le latía demasiado fuerte. No lo debería haber hecho, y aún con esas, le atacaban y solo se había defendido. Pero no le hacía sentir mejor.

Rami entonces se dio la vuelta y ando hacia Patch, inmóvil, mientras su amigo pasaba por su lado. Andaba encorvado como siempre e igual de taciturno y adormecido. Con la boca torcida y quebrada como siempre, con el rostro pálido cubierto de esa barba desaliñada y erizada, pero Patch le había visto, con la espada en la mano era otro. Aunque la mantuviera bajada y sus botas se tambalearan a los lados mientras andaba, era diestrísimo, había matado a dos asesinos en un momento. Pero apareció el tercero, y antes de que Patch pudiera gritar algo, se acercó a Rami y chocó su espada contra la del Noctámbulo. Tres veces la chocó, hasta que Pebrella golpeó su cara con la guarda de metal, agarrando la espada, con la mano derecha por el mango y con la izquierda del filo. Pero luego, para rematarle, agarró el filo con ambas manos y levantó la empuñadura de hierro como un martillo y la hundió en la cabeza del atacante, que cayó muerto al instante.
Y quedó de nuevo mirando su cuerpo, y luego la guarda de su espada, ensangrentada y con unos pocos pedazos de carne y hueso. Y cerró los ojos con fuerza. Pero volvió a agarrar con firmeza la espada, bajada igualmente, pero junto con él, había algo más.
—Eres un hijo de puta muy bueno. —Le dijo Patch. —Muy bueno...
—Pues ojalá no lo fuera tanto. —Dijo Rami, agrio cuál limón, mientras balanceaba la espada.
—Como se puede ser tan idiota... —Se dijo Patch para sí mismo.

Siguieron durante casi una hora, entre los dos lucharon contra otros tres asesinos, pero no lograron matar a ninguno de ellos, que escaparon, no ilesos, pero tampoco sin víctomas. Mataron a dos soldados con el fuego e hirieron a otros dos con este. Mas con la espada mataron a cuatro e hirieron solo a Patch, al que le hicieron un corte muy profundo en el brazo, aunque rápidamente se lo curaron.
En cuanto le vendaron el brazo, pudieron estar en la carpa de enfermería sin más preocupaciones, pues el fuego fue controlado muy deprisa, gracias a que no se propagó, pues las carpas no ardieron demasiado, quitado de la carpa de la armería, pues ésta tenía dentro un carruaje entero, de madera, que fue presa del fuego tan rápido que ninguno de los soldados corrieron tan deprisa con los cubos de agua para evitar que se hicieran cenizas de ella.
En la tienda estaba Violette en su camilla, con su tarro de miel en una mesa pequeña de madera a su lado. Descansaba plácida mientras en la tienda habían diversas personas, Patch tenía un corte en el brazo, pero los otros dos tenían diversas quemaduras, uno en las manos, por intentar sacar a su amigo de la tienda de suministros, donde se había quedado atrapado. Por desgracia el soldado atrapado había muerto.
El otro soldado con quemaduras era uno con sus años, mayor que Rami, pero no mucho, solo un hombre que se le habían prendido los pantalones mientras intentaba apagar el fuego. Había un total de seis muertos. Dos de los cuales estaban quemados, no completamente, pero el olor era increíblemente desagradable, mucho más que el de la carne normal quemada. Hizo incluso vomitar al joven soldado con las manos heridas.

Llegaron entonces Gabi, Rami y una de las cocineras. Rami y Gabi pidieron a Patch que saliera con ellos un momento mientras la mujer se encargaba de las quemaduras de ambos.
Fuera de la tienda estaba Isabel, que dijo que acababa de acostar a la pequeña Clara.
—Patch, os vamos a enseñar algo a ti y a Rami. —Dijo Gabi, que lucía serio y recto.
Los cuatro se dirigieron a un lugar familiar, donde habían dos cuerpos en el suelo. Eran los que había enfrentado Rami un rato antes. Al llegar vieron el cuerpo si cabeza, con las rodillas flexionadas, pues había estado arrodillado antes de que le cortaran la cabeza de un solo golpe de espada.
Al verle, Isabel instintivamente apartó la mirada. Era una visión muy dura, escalofriante como poco, tanto, que se le habían revuelto las tripas cuando les había visto por primera vez. Incluso había pedido no tener que entrar a la tienda de la enfermería por los cadáveres de dentro.
Gabi se acercó a la cabeza, pero Rami tampoco pudo mantener la mirada en ella. Había visto algo en sus ojos, algo que Gabi confirmó al quitarle el pañuelo negro de la cara. Esos ojos que había visto eran los de un hombre no mayor que los de Gabi. Era un chico, de unos veinte años, con una sombra de barba el el mentón y bajo la nariz. Un chaval solo un poco mayor que Diego. Pero algo había fallado en su predicción, sus ojos no eran los de alguien joven, eran experimentados y cansados. Tenía arrugas y patas de gallo, pero no era tan maduro. Su pelo era negro y su piel un poco menos oscura que el bronce. Pero no pudo mirarle mucho tiempo, pues apartó la mirada violentamente.
—Siento que fuera un chaval... —Dijo Gabi, entiendiendo a Rami, que caminó hacia su tienda. Solo. Esta vez dormiría, pero de rabia.

...

Un rato antes, Addy, Diego y Viktor llegaron a la calle grande de Eria Verde, llamada Verdeviña, pues llevaba el nombre de una familia de Eria, dueña de las tierras de Verdeviña, al sur del Rio Eris. En esa calle, había un campanario de piedra, que había estado ahí mucho antes de que el abuelo de Addy naciera o eso le habían contado. También habían tiendas, coloridas y aromáticas, pero en la noche resaltaban las tabernas y bares, abarrotados de barrigas llenas de cerveza y vino.
Pero los chicos no fueron a ninguno de esos lugares, sino que se dirigieron a un alto edificio, que una esquina en una manzana y era color café, con vigas de piedra y ventanas grandes. La entrada era un muro de piedra con una escalera para alcanzar la puerta, de roble, robusto y oscuro.
Dentro, les recibieron con calidez los hermanos mayores de Addy, junto con el pequeño Bennett, con solo 10 años, que se echó encima de Addy al verle.
En el salón, la mesa estaba puesta y el padre de Addy hizo sentarse a sus invitados uno al lado del otro, al lado de Beck, que también se encontraba allí. Ellos tres estaban sentados al lado de Louis por la parte de Beck, y por el otro lado tenían a Addy, en el estreno de la mesa. Frente a Diego estaba Bennett, que quiso sentarse con Addy, a su lado estaban Marco, Andrew y Holland. Y encabezando la mesa cuál matriarca: Había una mujer, de porte sin duda noble. De cara alargada y pómulos altos. Tenía los ojos verdes oscuros y el cabello negro y rizado, recogido en dos trenzas que terminaban en un moño, con unos broches dorados en ellas. Toqueteaba los collares y gargantillas de oro empedrados con nerviosismo mientras miraba a Addy.
—Nos alegáramos de que hayáis podido venir esta noche. —Dijo Holland por todos.
—Muchas gracias por invitarnos a nosotros también.  —Dijo Diego, con un poco de vergüenza.
—No es nada. —Dijo Louis. —Solo queremos que Addy esté a gusto en casa. Adeás, nos mata de curiosidad saber qué ha hecho mi hermano todo este tiempo.
—Pues los últimos meses no he hecho mucho, me partí el brazo y hasta hace poco lo he llevado recogido y sin usarlo. —Contó el chico. —Aunque últimamente hemos estado practicando mucho con la espada, eh? —Dijo Viktor, mirando a sus pupilos.
—Así es. —Dijo Marco, asintiendo con la cabeza.
—También nos alegramos de que hayas venido, Marco. Sentimos mucho la discusión de la última vez. —Añadió Holland.
—No se preocupe Holland, fueron diferencias. Una cosa llevó a la otra y usted y mi padre acabaron discutiendo. Son cosas que pasan todo el tiempo. —Dijo Marco, convencido de estarle disculpando.
—Gracias por tu comprensión Marco, pero sentimos mucho todo lo que diimos sobre tu padre y sobre vuestra familia, estuvo fuera de lugar... —Aseguró Louis, bajando la cabeza.

Uno a uno se fueron disculpando com Marco, todos y cada uno de la familia Smith, incluso el pequeño Bennett dijo algunas palabras, pero cuando fue el turno de la mujer al extremo de la mesa, solamente carraspeó: "No tengo intención de retractarme" dijo Seca y cortante. "Lo que dije, lo mantengo, pues tú, pequeño Marco, puedes endulzar tus palabras tanto como quieras, pero tú padre no. Tú padre es un hombre que puede llegar a ser despiadado y mordaz. Y por supuesto él no se retractaría de tales palabras como las mías. Solo me disculparé ante él si pide disculpas él antes, este hermano mío... ¡Es terco cual mula y un bufón de pies a cabeza! Pero yo le demostraré que más terca soy yo, y que sus payasadas no tienen ninguna gracia..." Concluyó, dejando tras ella todo el nerviosismo y mirando con fríos ojos verdes de jade a Marco, que la miraba con resignación.
—... Madre...—Intentó decir Louis, pero la mujer la cortó, poniendo la llema de su dedo, blanco como la nieve sobre sus labios.
—No digas nada querida, mi sobrino sabe perfectamente que todo lo que digo es cierto. —Aseguró muy altiva la mujer.
Ella era Mirra Smith, cuyo apellido de nacimiento era Bellas. Era la hermana menor de Roderick Bellas, el padre de Marco Bellas, el Lord Alcalde de Eria Verde, que vivía en el castillo del Verdilocuente, en la zona más rica de la ciudad.
La mujer fue dura, pero aunque al principio a Viktor y a Diego les pareció un ogro, pronto se dieron cuenta, por su forma de hablar, que lo que decía tenía sentido, y sobre todo atractivo, pues en poco tiempo escuchaban lo que decía, por el atractivo de sus palabras.

La mujer que encabezaba la mesa, parecía que fuera la que llevara las riendas de la casa. Había permitido que todos bebieran una copa de un vino que parecía muy delicioso, pero ni Viktor ni Diego llegaron a tocar la copa, pero si todos los demás. El pequeño Bennett, que se había acabado la copa casi de un solo sorbo, al terminar de comer el pastel de zanahoria cayó dormido, apoyando la cabeza en los brazos.
Tras terminar la cena siguieron hablando, pero en lugar de vino, había un licor amarillento sobre la mesa, pero los hermanos se mantuvieron alejados de él. Sobre todo Diego, que todavía recordaba el licor de pera, con cierta amargura...

La noche se fue alargando, el padre y los hermanos de Addy reían presa del alcohol y las historias de Addy de pequeño, que hacían sonrojarse a este y sacaban carcajadas de Diego, mientras Viktor charlaba animadamente con Beck, que resultó ser tan can de las conversaciones banales como Viktor. La única que no hablaba y no reía era Mirra, que llevaba sobre ella ya cinco vasos del licor de la mesa y se dedicaba a mirar el entrincado laberinto de líneas oscuras y círculos concéntricos que había en la madera de la mesa, el tapete, las velas e incluso el edificio que se veía desde la ventana.
—Padre. —Dijo Addy. —¿Qué le pasa a tu esposa? Está menos gruñona de lo habitual...
—Deverías ser más considerado, Addy. Esta es su casa, te ha invitado, a ti y a tus amigos porque no quiere que la odies tanto como la última vez. —Replicó Holland, indignado por el comentario.
—A mí me habéis invitado Louis y tú, ella no me ha dirigido la palabra en toda la noche. —Sentenció Addy. —No sé cuál es su plan, pero no me fío de ella...
—Estas siendo irracional, Mirra es una mujer maravillosa, puede que sea un poco ruda y directa a veces, pero se ha portado genial con nosotros, con todos nosotros. Se lo deberías agradecer, aunque solo fuese con un pequeño comentario... —Pidió Holland, poniéndole la mano en el hombro a su hijo.
—No te preocupes querido. —Dijo la mujer. —No necesito que tu hijo me agradezca nada. — Dijo con voz atronadora. —Me casé con tu padre porque le quiero. Por eso mismo, os trato con respeto, a cada uno de vosotros. Tu hermana es encantadora conmigo, pese a no ser su madre me pide opinión cuando compra ropa o joyas. Tu hermano adora mis tartas de zanahoria y mis postres. Andrew me trata de "mi señora" y "madamme" y yo no sé lo he pedido... Yo no necesito tú aprobación pequeño, ninguna. Me partió el corazón que te marcharás, a mí y a todos, y nadie se ha atrevido a decírtelo porque tienen miedo de que te vayas, pero a mí ya me da igual. Hemos estado viviendo perfectamente sin ti tras darnos cuenta de que si te fuiste no fue porque te obligáramos, fue porque eras un niñato desagradecido, y ahora, prepare que sigues siéndolo.

Se hizo el silencio cuál sepulcro mortal de lo que había sido un ambiente festivo, pareciera que Viktor, Diego y Marco estuvieran a punto de estallar de la tensión. El aire se había enrarecido por el alcohol mezclado con el caliente aliento de la chimenea y con su poco tacto habitual Addy agregó: "Me parece genial que no necesites mi aprobación, porque nunca te la daría, aunque mi padre te quiera, mis hermanos te hayan aceptado, y esta no sea mi casa." Dijo. "Tú no eres mi madre, y nunca lo vas a ser. Así que no sé qué te has creído que eres, para decirme a mí niñato y desagradecido. No tienes ni idea de lo que he pasado, de lo que he tenido que tragar. Porque tú no te ensucias las manos más que para hacer pasteles de mierda. Yo me fui porque no lo aguantaba, no aguantaba ver que en el lugar de mi madre se sentaba otra mujer, que al irme a la cama no estaba mi madre para darme las buenas noches. Y aún con esas, he visto cosas mucho peores que tú, mil veces peores..."
Entonces Viktor se levantó de la silla. Carraspeó, como si fuera a dar un discurso y fue hacia Addy, levantándole de la silla de un estirón y llevándose hasta la puerta. "Creo que ya estamos todos suficientemente cansados y bebidos. Ahora solo se pueden decir tonterías e impertinencias." Declaró, mientras Diego y Marco se levantaban tras él.
Diego y Marco se despidieron agradeciendo la comida y la hospitalidad, pero antes de cruzar el umbral de la puerta, alguien llamó a esta.
Al abrirla descubrieron a una figura femenina, de pelo negro brillante y largo, vestida con un vestido verde oscuro, de finas sedas y una bufanda de pelo negro, grueso y muy cálido. Unos guantes también verdes y un sombrero que le cubría el rostro, fino y pálido, de ojos atigrados y colores pardos.
Diego abrió los ojos como platos al reconocer a la figura. Pues era Lady Grima, la mujer que conocieron en la defensa de la ciudad del monstruo de Gul.
—Un placer volver a verle Diego. —Dijo la mujer inclinando levemente la cabeza en señal de respeto. Respondido por Diego y el resto de los chicos agachando la cabeza.
—Gracias por venir Grima, me hacía falta una voz más beoda que la mía. —Dijo Lady Smith, ofreciendo una copa de vino.
—No me las des Mirra, recibí tu invitación esta mañana, así que no he podido llegar antes. —Respondió Grima, agarrando en lugar de la copa de vino, la botella y dándole un trago, largo y amplió.
—¿Son amigas mis señoras? —Preguntó Diego, intrigado.
—Por supuesto, en mis años en la escuela en Bastión de la Frontera, tuve a Grima a mi lado en todo momento, aunque hacía meses que no nos veíamos. —Aseguró Mirra, agarrando la mano de su amiga, que estaba de pie junto a la silla donde ella reposaba.
—Así es, tras la escuela estalló la Tercera Batalla de Vallesombra, y cada una tuvo que regresar a su casa. No nos vimos en muchos años, de hecho hace sólo un par de ellos que volvimos a hablar... —Aseguró Grima, mirando de reojo la sexta copa de licor de su amiga, del color de la miel.
Lady Grima de apoyó entonces sobre la mesa, sentándose prácticamente en ella. Andrew estaba sentando justo detrás, vio como el vestido de seda verde se transparentaba en unos bellos dibujos de encaje a la altura de la baja espalda y del cuello, dejando ver su espalda, esbelta y pálida, pues su cabello largo y negro le caía por delante de los hombros y con los dedos jugueteaba con él.
Entonces la mujer preguntó a los chicos: "decidme. ¿Cómo está Violette?" Pero nadie respondió. Todos se ensombrecieron y Addy perdió el aliento por un momento. Perdió las ganas de todo e incluso la necesidad de respirar por un momento, pues vio que de nuevo el mundo se le echaba encima.
El rostro de Grima reflejaba los de los chicos, angustiado por una respuesta diferente a él "estupendamente" que esperaba.
—Chicos, respondedme, me estáis asustando... —Dijo la mujer, angustiada.
—Lady Grima... Lo siento mucho... —Dijo Addy, rompiéndose de nuevo en mil pedazos, dejando caer lágrimas desconsoladas y alaridos de dolor que no salieron, pero pudieron haber desgarrado el corazón de Addy.
Pues el rostro de Grima estaba devastado, extasiado y perdido. Sus pupilas pardas no pararon quietas un segundo y no pudo mantener la compostura, agarró a Addy por los hombros y por poco no se lo come de un bocado.
—¿¡Qué ha pasado enano!?¿¡Qué le ha pasado a mi Violette!? —Preguntó Grima, con los ojos muertos y pardos opacos, sin brillo, sin pasión. Al borde del llanto histérico. —¡Contéstame! 
—Nos emboscaron cuando estábamos solos... Nos capturaron a los dos... Lo siento, lo siento mucho. —Dijo partiéndose en pedazos de nuevo. Se quebró, delante de su propia familia. Tanto que Louis se le echó encima, mientras caía de rodillas y se echaba las manos a la cabeza, como ya lo hubo hecho antes.
—¿Donde está ella, qué le hicieron? —Volvió a preguntar, con dolor en el pecho la mujer. Sintió pinchazos en el corazón, directos desde las costillas, que no se expandían lo suficiente para que ella agarrara aire, dejándola mareada, apoyada de nuevo en la mesa.
—En nuestro campamento, lleva una semana sin despertar... Ya no sabemos qué hacer... —Dijo Addy, mirándola, llorando de rabia y pena.
Louis intentaba consolarle, abrazándole y acariciándole el pelo. Mientras Holland y Andrew intentaban mantener la compostura, pero incapaces de decir nada que pudiera servir para nada, decidieron mantener silencio.
—¿Quién? —Preguntó umbría Grima. —Quién lo hizo... dímelo.
—Un traidor de nuestra banda, Samuel Jones, para ganarse la entrada a la banda de Black. —Respondió.
—Connor Black. —Dijo Grima. —¿Fue uno de sus hombres? —Y Addy asintió.
—Le voy a abrir en canal. A ese puto bastardo lo voy a crucificar. Y a ese infra ser, mal nacido y... mataré al que tocara a Violette. —Dijo con el puño apretado hasta el dolor.
—¿De quien fue la brillante idea de enviar a dos niños solos por ahí....? —Preguntó Lady Smith, clavando los ojos en el chico. —Que despropósito... —Dijo, pero en menos de un segundo Addy fue detenido por Viktor, pues se iba a echar en una de su madrastra.
—¡Cállate, no estuviste ahí, tú solo eres una princesa, borracha y consentida en su palacio. A puesto a no ha tocado una espada en tu puta vida. ¿Como puedes ser así de pedante?! —Gritó el chico, que también estaba algo afectado por el alcohol. Aunque la mujer no respondió nada, se terminó el séptimo vaso de licor y suspiró. "Lo sé. ¿Te crees que no conozco este mundo de mierda...?¿Te crees que eres el primero que ve a una chica siendo violada? Pues sorpresa, la respuesta es no. Puede que yo no estuviera allí, puede que fuera mala suerte o puede que estuviera predestinado a pasar. Pero la verdad que tú no quieres saber, es, que fue culpa tuya, no la defendiste, no pudiste hacerlo..."
—¡Mirra!— Gritó Holland apuntando a la mujer con el dedo. —Cierra tú puta boca de una vez, ya he tenido suficiente de tus impertinencias e irreverencias. Addy es mi hijo antes que tú mi esposa, sí pides respeto, preséntalo tú primero. —Sentenció este, dejando a todo el mundo callado.
—Creo que yo también he tenido suficiente. —Dijo la mujer levantándose de su silla, con algunas dificultades por el mareo. Se encaró a la puerta que había al lado de la chimenea. Pero antes de desaparecer dijo: "Chico... Solo te diré una cosa más: Eres débil, y por eso violaron a tu amiga. Y mientras te sigas arrastrando con mercenarios en lugar de vivir donde te corresponde, no serás bienvenido en mi casa..."
Antes de que pudiera acabar, la botella de licor surcó la habitación con furia y se estrelló sobre la chimenea, rompiendo un plato de porcelana y tirando al suelo un par de velas.
—¡Lárgate de una vez! —Gritó airado Andrew, el que había lanzado la botella de licor contra la pared, haciendo que estallara en mil pedazos.
—Fuera de mi casa... —Dijo Mirra con ojos húmedos pero voz clamada mientras salía por una puerta tras ella, ambienta por un mayordomo, vestido de negro y blanco.

Addy y los chicos se marcharon de allí bastante nerviosos todos, una cena de cortesía se había transformado en una horrenda oda al respeto y una parodia a la empatía. Simplemente siguieron la calle ancha y oscura con sus cuatro caballos y salieron de la murallas un rato después hasta llegar a las afueras, desde donde se divisaba la colina en la que estaban las tiendas. Aunque vieron con abatimiento como el humo llegaba a cien varas.
Era el humo de las tiendas en las que el fuego había sido extinguido ya, pero donde quedaban todavía brasas y olor a carne quemada.
Entraron en las tiendas buscando directamente a Gabi, aunque el primero que le encontró fue Addy, que no le buscaba a él, sino a Violette, en la tienda de enfermería, rodeada de quemados, Patch y Jonás.
—¡¿Qué ha pasado aquí?!  —Preguntó Addy, mientras el resto llegaban.
—Nos han atacado, un grupo de asesinos. Vestían de negro y llevaban armas extrañas... —Respondió Patch rápidamente,  mientras con un paño limpiaba la hoja de acero de su espada, ensangrentada hasta el propio mango.
—¿Bajas?  —Preguntó Diego.
—Nosotros hemos perdido seis hermanos, y ellos tan solo tres... —Respondió Gabi.
Entonces llegó Isabel, acalorada y roja. "¡Le hemos encontrado ya!"
Era Zucchero, con una herida en el brazo derecho y un ojo morado.
—¡¿Donde estabais Mars?! —Gritó irritado Gabi.
—Vi como uno de esos tipos corría hacia el bosque, y fui para intentar detenerle, pero ese tío era bueno, de hizo un rote en el brazo y me dio un puñetazo... Cuando me desperté logré salir del bosque porque escuché los gritos de la gente que me buscaba. —Dijo afligido. —Siento mucho no haberle podido dar su merecido...
—No te preocupes, eran muy duros... —Dijo Patch. —Pero pensamos que quizá te podrían haber matado a tú también.
—Vamos a enterrar a los muertos. —Dijo Gabi. —Diego, Viktor, el resto también, avisad a los amigos de estos hombres. Les enterraremos en una hora....

...

Entre callejuelas se movía una sombra, vestida de verde y con un gran sombrero. Llevaba en una mano una botella de vino y en la otra apretaba un pequeño collar hecho con hilos de colores que le habría hecho una jovencísima Violette, en el tiempo que la Lady se encargó de ella. "Maldita sea, nunca tuve que dejarte marchar... mi querida Violette...

Salió de las callejuelas, rompió la botella contra la pared cuando la hubo terminada y entró el un edificio negro, con dos guardias en la puerta. Estos al verla se pusieron firmes y le dejaron paso a través de la puerta.
Era un edificio oscuro y mal iluminado, con escaleras crujientes bajo los pasos de Grima. Retratos horripilantes y sonidos inclementes que provenían del interior de las paredes, el techo y el suelo.
En el tercer piso había una gran sala oscura, con un total de dieciséis velas, puestas en círculo sobre una mesa redonda. En ella habían algunas personas, pero no las suficientes como para igualar las velas.
"Tome asiento mi Lady" Dijo una voz, grave y firme. Al acercarse vio al lado de la silla que le correspondía a Lord Ernest Stephon, líder de la casa Stephon, de Pozoblanco, al sur de las Erias. En la mesa, aún con la poca luz puesta a propósito, pudo diferenciar a Lady Clarissa Robleverde, una mujer de una familia muy adinerada en el condado de Robleverde, también al sur. Ambos miraron a Grima algo aliviados, pues la conocían. Pero también conocían los hombres que encabezaban la mesa, pero ellos no les inspiraban confianza.

Enla silla número dos se sentaba un hombre con melena hasta los hombros, negra brillante, con una barba acicalada y ungida en óleos y perfumes. Vestía de blanco, seda e hilos de oro. Sus ojos eran comunes, pero su sonrisa era la del dinero mismo.
Era Lord Baely Clayne, líder de la casa más rica al oeste de Lobos.
Era un hombre conocido en todos los lugares por tener una gran fortuna y porque hace tan solo un mes, su hermano menor Alister Clayne había sido asesinado por una banda de mercenarios mientras escapaban de la Inquisición. Baely era 15 años mayor que Alister, pese a ello no parecían tan diferente, excepto en la barba, pues el difundo Alister siempre iba muy bien afeitado y Baely tenía una barba bien cuidada y adornada con un anillo de oro en el extremo, que le hacía una pequeña cola.

Pero el terrorífico estaba a su izquierda. Era el que encabezaba la mesa. Su nombre era Judicael Nero, señor de la fortaleza de Sal, en Eria Roja. Y el hombre más poderoso al este de Lobos.
Era un hombre de más de cincuenta años, pero era alto y su rostro era serio y muy curtido por el viento salado de la fortaleza de Arenaroja. Tenía una barba muy corta, blanca como la nieve, a juego con su pelo plateado y canoso, que comenzaba a ralear y dejaba su frente con arrugas de fruncir el ceño, totalmente expuesta. Sus ojos eran azules profundos y vestía todo de negro. Un jugón de hierro negro, con dos osos en él. Llevaba guantes y una capa de piel de oso, todo de negro, excepto a hebilla del cinturón, que era plateada y con la cara de un oso en ella, con un rubí por ojo.
Tras él, escondidos casi totalmente por la penumbra, se levantaban dos caballeros con armaduras de hierro negro profundo, con cascos con guarda-rostros afilados y cuyas espadas, gigantes y muy largas, sobresalían sobre sus hombros derechos, eran mangos de mandobles pesados, así que los mangos se elevaban más allá de sus cabezas, con pomos de hierro y agarradores de madera, cubierta de cuero.
Llevaban hombreras y capas negras y en el cinturón, llevaban otra espada más pequeña.
El más alto de ellos era Verton Nero, el heredero de la fortaleza y de la Casa Nero, que tenía el pelo de largo como la barba y negro como la media noche y como sus ojos.
El otro era Tarsus Nero, el segundo hijo de Judicael Nero y Benigna Verdeviña, muerta al dar a luz a su hermana menor. Pero su padre nunca se volvió a casar. Unos dicen que fue porque la amaba de verdad, pero la realidad es que él nunca la amó, sino que se casó con ella por obligación. Pues la familia Verdeviña es muy rica en Eria Verde, además de ser dueña de gran parte de los viñedos de la Erias.
Tarsus era un hombre joven y guapo, siempre bien afeitafo y con el pelo largo castaño oscuro siempre suelto con alguna trenza como decorándolo.

Cuando Grima le vió se hinchó de furia y se volvió a levantar de la silla, solamente para ir hacia él y encararle allí mismo. Aunque fue detenida por el caballero de negro, ella consiguió gritarle.
—Si pilló a tu puto bastardo por ahí, te juro que te lo enviaré a tú puta fortaleza hecho comida de osos. —Dijo ella, alterada y tocada por el alcohol.
—Grima... seguís oliendo a alcohol y a tela vieja... Yo también me alegro de veros. —Dijo Nero, levantándose, un palmo por encima de todo el mundo.
—¡Dile a tú puto gorila que me quite las manos de encima, luego te daré lo tuyo! —Gritó ella, tienendo que alzar la cabeza para mirar al mentón del hombre de anchos y viejos hombros.
—No enloquezcáis Grima, no queremos que nadie salga herido, tan sólo queremos hablar... Y por si os sirve de consuelo: El Lord Senescal y protector del Rige meridional, Lord Darío Dancer, ha capturado al criminal conocido como Connor Black, autoproclamado Oso Negro y mi bastardo. —Sentenció Nero. Entonces Grima dejó de empujar a Verton Nero, que la empujó a ella hacia atrás.
—¿Sabéis a caso qué ha hecho? —Preguntó ella.
—Me da absolutamente igual. Él solo es mi bastardo, jamás ha entrado en Eria Roja con mi permiso. Jamás lo ará. Es Black, no Nero.
—Uno de sus amiguitos de banda ha violado a mi ahijada... Si tan poco te importa, me presentaré en la puta finca de Dancer a desollarle yo misma como el puto animal salvaje que es. —Dijo Grima, airada, casi al borde de la histeria.
—Estad tranquila Grima, Lord Dancer ya ha demostrado su interés en desollar a mi bastardo. Créame, nada me gustaría más. Deshonra a la casa Nero. A mí y a sus antepasado. Que deshonra que el primer Nero que nace con los ojos de oso en cien años, sea un maldito bastardo... —Dijo Nero, sin poner sus ojos sobre Grima ni una sola vez. Se limitó a observar el fuego danzante de la llama de la vela que tenía enfrente.

—Amigos, conocidos, benefactores... Bienvenidos a esta reunión. —Dijo mientras se levantaba Baely Clayne. —Nos complace anunciar que está teniendo lugar la primera cumbre de las grandes casas sureñas. Nuestro anfitrión es ni más ni menos que el ilustre caudillo Lord Judicael Nero: Guardian de las Erias y protector de los ríos, las cenízas y la arena.
Todos en la sala murmuraron mientras Grima volvía a su asiento.
—Os habréis preguntado mil y unas veces el propósito de esta memorable cumbre. —Dijo con gran teatralidad. —La respuesta es muy simple. Durante los últimos años hemos estado al servicio de Su Majestad Dante Derrós. Este gran bastardo nos ha arrebatado el poder de las manos, crucificándonos a impuestos para La Corona, llenando nuestras tierras de los perros de la Iglesia. Nos ha arrebatado nuestra cultura, los Apóstoles Púrpura y los Cazadores se han llevado casi a la extinción, y la Iglesia Azul no tiene poder para detener a la Oscuridad que se aproxima.
—Ya no sabes que estás diciendo Clayne. —Intervino Lord Alqueri, de Puerto Montañoso. —Vos mismo teníais un hermano en la Iglesia, i no fue ninguna oscuridad la que lo mató, ¡fueron herejes!
—Estáis equivocado, hace unos cuantos meses hubo una oleada de ataques a ciudades cercanas a Bastión de la Frontera. En las invasiones siempre se reportaba lo mismo, un ejército pequeño y rápido que si no indavía la ciudad en menos de un día soltaba un "monstruo" para que la destruyera. Pues precisamente los que ganaron reconocimiento y prestigio "matando" supuestamente al monstruo fueron los mismos que asesinaron a mi hermano. —Aseguró Clayne. —La banda del Manco, a la que ya le hemos hecho una cálida bienvenida esta noche...
—¿Queréis decir que están aquí? —Preguntó Mace Garden: Señor de Prado Jardín.
—Así es, pero tranquilos Señores del Rige Nysyd, tanto Lord Nero como un servidor ya nos hemos ocupado de ese problemilla. Coaccionamos al anterior líder para que vendiera al resto. El viejo estaba muy enfermo y por un tratamiento vendió incluso a su propio hijo para que fuera a Rainer. Allí perecerán todos, y con un poco de suerte también lo hará Lord Dancer. —Dijo Clayne con una sonrisa satisfecha en el rostro.
—No lo hará. —Dijo Lord Nero con voz de piedra y mirada escéptica. —El Joven León no es un adversario que tomarse a la ligera. Cuenta con un ejército propio y con esa rata de Vonken Swart. Juntos son muy peligrosos.
—Pero lo primero es lo primero. —Dijo Clayne. —¡Venga Djura, no sea tímido! —Gritó para que desde detrás de Lady Grima saliese un hombre de pelo rubio y sucio, algo largo y vestido con una capa de color pardo sobre cuero y pieles.

Llevaba tela verde oliva y una espada a la cintura. Sin embargo ya no era el portentoso mercenario que la mujer vio hace tres meses. Había adelgazado y su barba ya no está afeitada. Tenía una cicatriz en la frente y en la mejilla.
—Nos costó encontrar al gran Djura. Pero cuando le rodeamos y le hicimos elegir entre la muerte o sus servicios, no pudo rechazarlo. Su misión es simple, recuperar el cuaderno de Gul cuando la cuadrilla del manco sea destruida en Rainer y llevarlo al oeste, a la Catedral de Estefano para ser investigado. —Aseguró Clayne. —Los Apóstoles Púrpura estarán encantados de tener semejante vademécum entre sus archivos.
—¿Qué creéis que hacéis?¿Es que realmente queréis ayudar a esos tipos? Lo que estáis pidiendo es traición, insurrección y conspiración... —Dijo Grima, aterrada. —Nos colgarían de la Fortaleza del Lobo, solo por hablar de esto.
—No, Lady Grima, solo sería traición si falláramos. —Sonrió Clayne.
—Pero yo no fallo nunca. —Dijo Judiacael, levantándose una cabeza por encima de la de Clayne. —Os hemos reunido a todos vosotros, porque sabemos que apoyaréis nuestro plan. Nosotros somos en verdadero Sur. Haremos que Derrós declare el Torneo de Sucesión él mismo. Pero para ello debemos quitarle todo sus apoyos. Primero todos los mercenarios en Rainer. Luego los señores del Meridio y de Poniente. Luego: Nosotros seremos los Lobos que gobiernen. —Dijo alzando las manos en el aire.
—Nos alzaremos como lo que somos: Los herederos legítimos de nuestras tierras, de nuestro orgulloso reino y de todo lo que nos ha sido arrebatado. ¿Qué decís señores del Rige? —Preguntó Clayne. Y fueron alzando las manos poco a poco. Excepto Grima y Lord Alqueri. Tampoco la levantó Lady Clarissa Robleverde, que les gritó "¡Estáis locos! Habláis de herederos, pero fueron nuestros padres y abuelos los que lucharon por un rey cuyo poder no se transmitiera por herencia. ¡Fuimos nosotros los que elegímos la forma de transmisión de La Corona! Y ahora queréis apoderaros de ella! —Pero antes de que pudiera levantarse para terminar su discurso, por su espalda, alguien al agarró con unos guantes negros para cerrarle la boca y deslizó el filo de su cuchillo por su garganta, apagando con el estallido de sangre la vela que había delante de ella.
Su cabeza golpeó la mesa con violencia y tras ella había un hombre todo de negro. Con la cara cubierta y con un paño limpió el cuchillo. Entonces ofreció el cuchillo y alguien más apareció tras el cadaver de la chica de ojos azules y cabellos apagados.

Era un hombre grande y con una panza entre ropas de seda y terciopelo verdes y rojos. Tenía una barba en óleos que le escondían una sonrisa maliciosa y un pelo grasiento y castaño.
—Lord Bellas... —Dijo Grima, viendo la mesa encharcada hasta ella con la sangre se su amiga.
—Esperamos la colaboración de todos... —Dijo Bellas con esa sonrisa maliciosa que tanto espantó a a Grima.

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