28.- Las Erias: II
Se encaminaron hacia la ciudad, de edificios robustos y techumbres cálidas, regadas por el rocío de la mañana.
Zucchero Mars acompañaba a la tropa de 50 hombres a la ciudad, pues todavía necesitaban gran cantidad de comida, bebida y sobre todo, materiales y armas nuevas, para llevar a la batalla.
Iban juntos, uno al lado del otro: Viktor, vestido con su chaqueta rojo pardo, con un grueso gorjal de hierro negro sobre su pecho, con el emblema de una pequeña pluma en la parte derecha y una mano extendida en la izquierda, símbolo del "Manco"; Y Mars, que no llevaba puesta ninguna chaqueta, solo una camisa amarillenta, algo holgada. También vestía botas de piel altas y guardabrazos de tiras cuero remachadas con metal. Ambos portaban sus espadas en sus vainas y Viktor, que llevaba a otro caballo diferente a Níveo, al que no llegaron a encontrar, colgó un escudo redondo de madera con bordes de hierro en la parte trasera, junto a las alforjas.
—¿No tenéis frío Mars? —Le preguntó Viktor, que le veía muy poco abrigado.
—¡Esto no es nada, en mi tierra, en invierno hace tanto frío que el vino en casa se congela, y en verano, tal calor que hierve! —Respondió Zucchero con media carcajada.
—Me gustaría visitar tu tierra, ¿Cuanto tiempo se tarda en viajar hasta Valarkar?
—Un mes entero viajando en barco por el Mar Meridional, yendo hacia el sur, hasta la desembocadura del Rio de los Esclavos. De allí serían tres semanas de viaje por tierra siguiendo el río o una en barco. —Narró Zucchero, recordando cada lugar que mencionaba, pues los había cruzado todos para llegar hasta el Nuevo Continente.
—Largo viaje, nunca he ido en barco, no sé si me gustaría mucho estar encerrado en uno por tanto tiempo... Por mucho que me gustaran... —Farfulló Viktor poco convencido.
—El mar es ancho, no es un lugar para cualquiera, es duro y te carcome si no estás preparado. Aunque creo que tú no lo pasarías mal. —Aseguró Zucchero.
—Gracias, pero igualmente no estoy convencido. —Concluyó Viktor con una carcajada.
Unas treinta varas tras ellos se encontraban Gabi y Diego, conversando. Mientras Patch y Marco procuraban seguirles de cerca, cada uno con una lanza y un escudo. Y otros dos soldados tras ellos, banderizos, que portaban el estandarte de la palma de la mano y la pluma. Color amarillos sobre fondo negro.
—¿Has terminado ya con ese tema del libro...? —Preguntó Gabi, desconfiado de quien le hubiera podido escuchar, pero allí solo le podrían haber escuchado, Diego, Marco y Addy, y estos últimos eran de fiar y no parecían haberle escuchado realmente.
—Me quedan las últimas 10 páginas, pero la última semana no he tenido tiempo de hacer nada, si no estábamos yendo de un lugar a otro, estaba en la tienda de enfermería con Violette o comprando. Estoy muy cansado y por las noches termino por pedirle a Addy que me sustituya en los turnos de cuidar de Violette...
—Me imagino, ahora en Eria Verde tendremos unos días de descanso antes de volver a partir hacia el norte. Tendrás tiempo de terminar con ello. —Le dijo Gabi. —Estoy algo preocupado, hace tiempo que no tenemos ni Fina noticia de Djura...
—Quizá ya se haya cansado de buscar el diario. —Agregó Diego.
—No lo creo, por lo que nos contó Grima... ese tío es un sabueso... — Aseguró Gabi.
—Pues si viene, le enfrentaremos de cara, no podrá contra ti o contra Viktor.
—Claro, pero me preocupa estar ganándonos cada vez más enemigos... La Iglesia, Djura, Los Osos Negros... —Dijo Gabi algo preocupado.
—No te preocupes, poco a poco, lo podremos manejar mucho mejor. Pero lo primero es lo primero: Rainer, sobrevivir y ganar una fortuna y luego ya... ya veremos. —Respondió Diego, con amplia sonrisa en la cara, pues había mirado las llamas en la noche, y éstas le habían dicho que siguieran su camino, pues no habría nada para ellos fuera del camino.
—Me sorprende lo seguro de ti mismo que estás, ¿desde cuando eres así? —Preguntó Gabi, riendo.
—No lo sé, será que estoy madurando... — Respondió entre risas.
—No, definitivamente eso no es.
Sus caballos iban lentos, esperando para entrar en las calles de Eria Verde, tras sus altos muros, llenos de enredaderas que trepaban varas y varas hacia arriba. Tenían guardias sobre ellas, vestidos con una armadura idéntica a la de Lobos, pero en lugar de un peto y la capa de tela azules con el dibujo de un Lobo negro, aquí la tela era verde, con detalles en dorado, y con el dibujo de una corona color negro. Casi pareciera que tenían más prestigio los soldados de Eria Verde que los de Lobos, pero nada más lejos de la realidad, pues ambos tenían el mismo. Solo eran agentes de la ley, solo servían para hacerla cumplir, ni tan siquiera formaban parte del ejército.
Los que sí eran parte del ejército y encima tenían fama y prestigio eran: En Lobos, los Mano Blanca y la Guardia Real, y en Eria Verde, los Capa Verde.
En la Guardia Real del Rey se podían encontrar grandes figuras como: Ser Louis Horran, Ser Morrigan LaChance o Ser Giligan Pissel, grandes héroes en batallas como la de Bastión(299 d.C) o la de la Costa Delfín (305 d.C)
Héroes de leyenda, que servían ahora como vasallos del Rey, que se dedicaban principalmente a darle conversación a él y a los príncipes, a parte de oírles quejarse, pues hacía años que el Rey no montaba en un corcel e iba a la primera línea de batalla.
De pronto, la hilera de soldados del Manco se detuvo, pues había de pasar un gran convoy por una calle secante a la que ellos transitaban.
Eran tres carrozas negras, con banderas rojas con coronas negras. Delante de ellas habían jinetes, con armaduras negras, decoradas con adornos dorados en los platos de estas y capas blancas, como sus escudos. La última de las carrozas, la más grande de ellas, iba escoltada, no solo por esos caballeros de negro, sino también por los soldados de la ciudad e incluso Capas Verdes, que vestían una armadura de color amarillo caduceo, decorado con plata y capas verdes oliva, con capuchas en estas, e incluso una tela que les cubría de la cintura a las rodillas como un faldón grueso, con cuero debajo, para protegerles. En la tercera carroza, también había una bandera diferente a las otras, era una bandera negra, con tres Osos dibujados en color blanco, dos miraban hacia la derecha, y uno hacia la izquierda.
"Ese es el blasón de la casa más importante del este de Rige Nysyd: La Casa Nero" Sentenció Gabi.
El convoy pasó de largo sin hacerles ningún casó, pero ninguno de ellos notó que desde el interior de la carroza, tres personas les vieron.
"¿Esos son...?"
"Eso parece..."
"Que decepción, solo son una banda de mercenarios normales y corrientes..."
"¿Esos le robaron el cuaderno de Gul a Djura...? Deben de ser buenos..."
"O ese viejo arrogante muy malo..."
...
Mientras tanto en las tiendas que había montado la banda, justo en el límite de una arboleda muy espesa, Rami Pebrella se había pasado la mañana llevando cosas de un lado a otro, mientras Patch cuidaba de la muchacha. En realidad solo había estado afilando la espada y sacando brillo a un peto de hierro, pero pareciera que la muchacha, en su inconsciencia seguía el ritmo repetitivo del papel de afilar por la hoja.
"¿Por qué no habéis bajado a la ciudad, Pebrella?" Preguntó Patch, en cuanto Rami volvió a entrar en la tienda.
"No me gusta ese chico que trajo Viktor hace un par de días, no me fío de él..." Respondió este. "Aquí puedo ser de mucha más utilidad..."
—A mi tampoco me hace mucha gracia ese tal Mars... pero he de admitir que es bastante elocuente y habla muy bien, para haber nacido esclavo. ¿No cree?
—Exactamente eso es, de todo esto, lo que no me cuadra. Además, sus ojos... no me gustan. —Dijo Pebrella tan a la tremenda como siempre.
—¿Siempre seréis tan arisco? Supongo que es vuestra parte más carismática... —Aseguró Patch, haciendo una media carcajada y volviendo a afilar la espada.
—¿No tenéis nada mejor que hacer que hacer ese puto sonido justo a mi lado? —Le dijo Pebrella, hastiado, habiéndolo escuchado solo tres o cuatro veces.
—Pues ahora que lo decís, quizá me debiera afeitar... —Accedió Patch, levantándose y saliendo de la tienda.
—Gracias... —Dijo Pebrella para sí mismo, recostándose él en la camilla al lado de la muchacha.
—Dormís plácidamente todavía eh... que envidia... vos dormís por vos y por mí. —Dijo Pebrella.
...
Llegaron a una calle, más ancha que el resto, rodeada de talleres que en cuyo final se veía la puerta de un gran domo de madera y piedra, de cuarenta varas de altura, más alto que el campanario de las iglesias, pero menos que la catedral y el castillo. Igualmente ancho y vasto, pues en su interior había cientos de maestros artesanos trabajando en grandes obras. Era una estructura, hecha con 64 torreones de piedra con estatuas en ellos, unidos por dos puentes de piedra, uno a 15 varas y otro a 30. Y todo ello sostenía gigantes tablones de madera hasta un tejado de cúpula con una obertura en el centro para que entrara la luz.
Un lugar inmenso y ruidoso. En cuanto los chicos entraron sus cabezas se embotaron de inmediato, con el sonido del metal golpeando el yunque y la fragua, ardiente, rugiendo y eructando la escoria sobre el suelo, manchando botas, delantales y caras.
El aire era una mezcla de aceite y chispas revoloteando como mariposas incendiarias, que despegaban de todos y cada uno de los siete niveles del domo. Todos ellos aran altos y podían ser accedido a por grandes elevadores de hierro, donde también se cargaban carbón, mercancías, madera, hierro...
pero justo en el centro de todo aquel escándalo de metal y fuego, se erguía una gran estatua de bronce. Una estatua de un hombre empuñando un martillos la mano derecha y en la izquierda sujetaba el yunque. Era Gamerik, el hijo más pequeño del Rey de los Enanos, en época de Los Grandes Reyes de Sinnesky. Él fundó el gran domo de fuego en Eria Verde hace más de 300 años y nunca había sido remodelado, pues la piedra era proveniente de las montañas de los Grandes Hornos Enanos de Goldthror y la madera era de los masivos y espesos bosques de Northerka, cerca de Dwarve-Rog.
En cuanto pusieron un pie dentro del domo, olfatearon rapidamente el olor a carbón y cuero. Pues el ambiente era de azufre, sudor y fuego, que asfixiaba cualquier otra cosa.
El primero en entrar fue Addy, tras él, Viktor y Gabi, Mars, Diego y el resto, se quedaron fuera, comprando.
Subieron hasta uno de los últimos pisos, en un elevador de hierro negro, junto a un hombre barbudo y menudo que llevaba una carreta de carbón. Cuando llegaron, el sonido de los martillos golpeando acero se mezcló con el de los gritos y órdenes de un hombre. Un hombre con barba corta, sin camisa, pero cubriéndole los músculos de bronce pulido llevaba un delantal amarillento y sucio. Su voz era severa, pero todos los trabajadores de esa forja, que sin contarle a él serían otros quince respondían siempre "¡Sí señor!"
El hombre martilleaba una pieza de hierro, hasta que por encima de unas gafas de hierro y cristal, que hacían ver de muy de cerca los materiales que trabajaba, vio como el chico, al frente de la expedición se les acercaba.
—Cuanto tiempos... —Dijo a Addy, tras tragar saliva.
El hombre se quitó las gafas de un tirón y miró a Addy anonadado. Las líneas de su rostro, secas y formales, se iluminaron al decir: "Hijo mío... ¡Estas en casa!"
Todos en el taller dejaron lo que estaban haciendo y miraron.
"¡Estás en casa!" "El pequeño Addy ha vuelto" "Está hecho un hombre"
El hombre saltó por encima del yunque se plató a su lado, cogiéndole por los hombros y, tras mirarle de arriba a bajo, le abrazó con fuerza.
—¿Estos son la gente con la que viajas? —Preguntó el hombre. —Disculpadme, yo soy el padre de Addy, Holland Smith: el mejor herrero de las Erias. —Proclamó orgulloso.
El primero en estrechar la mano del hombre fue Gabi, que se presentó como el jefe de la banda. Luego Viktor: "Addy me ha hablado mucho de su trabajo, él mismo estuvo haciendo espadas conmigo, practicando con nuestro herrero"
—¿De verdad hijo?¿Te interesaste de verdad por e oficio familiar? —Preguntó Holland muy complacido.
—Sí. —Carraspeó Addy. —Tambien eh estado construyendo algunos artilugios como tú y como mis hermanos...
—Que alegría escuchar eso hijo, por cierto, llegas justo a tiempo para tu cumpleaños. Es dentro de un par de días. —Aseguró.
-¿De verdad? No sabía que ya fuera esa época del año... 24 de Octubre ya... Parece mentira que hayan pasado casi dos años. —Dijo con una vaga expresión de nostalgia.
—Tus hermanos van a desear verte, seguro. El pequeño Bennett estará en casa, con Elya. Tu hermano Andrew llegará aquí en un momento, le envié hace un rato a por unas piezas que le encargué al macerador. Y tu hermana... puede que esté trabajando en la taberna del padre de Beck.
—¿Todavía siguen juntos..? —Preguntó Addy extrañado.
—Sí, además su padre les ha dado trabajo a los dos en la taberna. ¡Tienen planeado vivir juntos!¿Qué te parece? Espero que puedas venir a la boda, si es que la hay... ¡espero no tener nietos con el apellido "Piedra" o "Montaña"! —Dijo, e inmediatamente rió una fuerte carcajada. Aunque Addy quedó un poco perturbado, pues conocía a su hermana e igual no le importaba que sus hijos tuvieran apellido de bastardos.
—En cualquier caso. — Dijo su padre. —Esta noche cenarás con nosotros, ¿verdad? También puedes traer a tus amigos, y a Marco, por supuesto. Me gustaría disculparme por lo de la otra vez... —Dijo Holland, un poco avergonzado.
—Se lo diré en cuanto le vea. —Aseguró Addy.
Entonces Viktor dijo: "¡Señor Smith!"
—También nos gustaría pedirle un favor. Nos gustaría hacer un pedido de espadas, escudos y armaduras. —Aseguró el pelinegro.
—Oh, por supuesto, pero si sois una compañía grande, os puede salir caro. —Dijo el hombre, previniéndoles.
—Tranquilo, nos han pagado por un gran trabajo por adelantado. Tenemos dinero suficiente. —Aseguró Viktor, mientras asentía con la cabeza.k
—Perfecto, dadme las indicaciones y pondré a todos mis hombre a trabajar, incluso el resto de talleres de interesarán por este gran pedido... ya lo creo...
Los chicos se quedaron un rato más, hablando y observando el lugar, hasta que llegó Andrew, el hermano mayor de Addy. Era un hombre alto y delgado, que vestía de fina ropa azul, bajo un delantal como el de se padre. También tenía el todo de piel Moreno, como su hermano y padre, pero él tenía los ojos claros, azules, heredados de su madre. Su rostro era serio, pero no severo, sino agradable, con muy corta y pelo deshecho y negro.
El chico se parecía mucho más a su padre que a Addy, pero tenían la misma nariz.
—Me alegro muchísimo de verte, hermanito. Pero no has crecido nada. — Dijo él, burlándose y haciendo reír al resto.
—¡Claro que he crecido!, un palmo como mínimo... —Dijo Addy, cada vez menos seguro de ello. Pues en verdad era bajo comparado con el resto. De ellos, el más bajo podría haber sido Diego, con 5,7 de altura. Pero Addy se levantaba sobre el suelo 5 pies y medio solamente. Comparado con los 6 pies de altura de Viktor o los 6,1 de Gabi, él parecía un niño, aunque ya casi hubiera alcanzado la edad de dieciséis años.
—Hermanito, ¿ya has aprendido a dar espadazos como Dios manda? Porque te fuiste de casa sin haber tocado una espada fuera de la forja en tu vida... —Comentó Andrew, siempre perspicaz y jocoso con su hermano.
—Por supuesto, además, me está entrenando el mejor espadachín que conozco, incluso es mejor que tú... —Aseguró Addy, pavoneándose un poco. Aunque Viktor, tras él decía que tampoco era para tanto. Aunque era bien sabido en la banda que era la mejor espada del grupo, e incluso mejor que muchos de los espadachines con títulos y señoríos, pues no era un Ser, pero luchaba como si hubiera vivido con su espada.
Era incluso conocido entre otros grupos de mercenarios: Era Viktor, que monta un caballo enorme y negro. También era conocido por ser un gran lancero, un gran espadachín e incluso por haber matado un gran monstruo.
—Pues estaría fuera de lugar que os marcharais sin enseñarnos como entrenáis. —Aseguró Andrew, y desde luego Holland estuvo de acuerdo.
Gabi y Diego, preguntaron a Holland también por las carrozas de Nero, que esa misma mañana habían visto en las calles. És padre de Addy les contó que al parecer, habría una reunión en los próximos días, entre las familias más poderosas del Rige Nysyd. Por supuesto la Casa Nero, guardianes de Eria Roja asistiría. También acudirían ilustres casas como Clayne, Bellas (la casa de Marco), Finnguard, LaChance y otras, así como figuras importantes de Sur. "Ese lugar se va a transformar en un nido de víboras de la noche a la mañana... Eso está claro, pero lo que no tengo muy claro es la finalidad de esa reunión..." Les dijo también el padre de Addy.
—Lo podríamos discutir en la cena, estáis invitados, por supuesto. Addy os llevará. —Dijo Andrew.
Los chicos salieron del domo y se toparon con el grupo entero de soldados que ya había comprado comida y pieles, cueros y telas.
Junto con ellos, volvieron al campamento, aunque separados, pues Viktor acompañó a Addy hasta una taberna que había cerca de las murallas exteriores. Allí el ambiente era animado, aunque no tanto como por las noches. Servían las mesas una muchacha morena y un joven con el pelo revuelto y claro.
La muchacha al ver entrar a Addy, se le echó encima, era su hermana Louis, y el chico era Beck, su novio desde hacía años.
—¡Hermanito, que alegría!¿Cuando has llegado? —Preguntó la muchacha muy emocionada, agarrando de las manos a Addy.
—Está mañana, hemos visitado a Padre y a Andrew en la forja, ellos nos han dicho que estaríais aquí. — Aseguró Addy.
—Sí, ahora estoy trabajando aquí, el padre de Harry nos ha dado trabajo a él y a mí aquí. ¿No es genial? —Dijo la chica.
—Padre está un poco preocupado por que viváis juntos sin haberos casado. —Aseguró Addy.
—No me va mucho el tema del matrimonio. —Dijo ella. —Nunca lo ha hecho realmente, ya lo sabes. Así que no espero casarme, por mucho que padre me lo pida...
—Pero si os casarais podríais unir a las familias, además, vuestros hijos tendrán el apellido Piedra. Serán bastardos... —Dijo Addy. En inmediatamente después de decirlo reparó en que tras de si, estaba Viktor, que llevaba apellido de bastardo.
—Lo sé... eso es lo único malo, aunque tampoco pensamos tener hijos ahora, todavía somos muy jóvenes. —Dijo Louis, secundada por Beck. El chico era alto y de pelo rizado y sonrisa facil, de buen trato con Addy y timido en ocasiones.
—Encantada de conocerle señor. —Dijo Louis al ver a Viktor. Le miró de par en par, como leyendolo. Pero él no retrocedió, fue algo extraño, tenían la misma edad y si se hubiera encontrado en otras circunstancias, podría haber llegado a ocurrir algo. —Siento que hayáis tenido que escuchar esta extraña conversación. —Dijo ella disculpándose.
—No hay de qué disculparse, no es la conversación más extraña en la que he estado, desde luego... —Dijo el chico, seguido de una carcajada.
—¿Vos sois el jefe de Addy? Espero que le apretéis bien fuerte en los entrenamientos... —Beck Dijo con voz pícara.
—Ya lo creo que lo hago, deberíais veniros un día, también os podemos enseñar algo a vos. —Añadió Viktor, más pícaro todavía.
—Mejor no... Nunca he cogido una espada en mi vida, y tampoco tengo interés en ello. —Aseguró Beck, retirando las palabras de antes.
Entonces la hermana de Addy, Louis de acercó a Viktor, le levantó la manga de la mano derecha y descubrió un vendaje grueso y amarillento que le recorría el brazo del codo al pulgar.
—¿Estáis bien?¿Parece que sea algo serio... —Pero Viktor retiró la mano. "Solo es una pequeña quemadura, nada serio" Aseguró.
Los hermanos se despidieron y Viktor y Addy también volvieron al campamento, donde comieron e hicieron recuento de todas las provisiones, así como un censo de todos los soldados y caballos. Era lo que solían hacer cuando iban a quedarse en un mismo sitio por varios días. Para evitar que nada ni nadie se perdiera.
La tienda más cercana al pueblo era una tienda de color blanco sucio, fría y llena de gente, rodeando una mesa en la que Gabi extendía un plano. Explicaba a los capitanes de división el camino que tomarían para ir a Entiricia, evitando tanto los Montes de Ceníza como Eria Roja y el río Azulón, que nacía en Pozonegro, una fortaleza de los señores feudales de las Erias.
Era un castillo robusto y color gris oscuro, con banderas carmesies. El blasón era el de un Lobo negro, con una corona blanca al cuello.
Pozonegro era una fortaleza muy bien situada, en el centro de una depresión natural, pero que era inundada por las aguas oscuras y profundas del rio de Pozonegro. Para llegar hasta las puertas del castillo, se tenían que cruzar primero por otras tres puertas levadizas que unían un puente de una milla de largo. Era un atajo ideal, para cruzar desde las Erias hasta las tierras fronterizas, pero muy pocos cruzaban por Pozonegro, pues el señor del castillo tenía fama de matar a traición a sus visitantes, aunque solo eran leyendas. De cualquier forma aquel lugar despertaba miedo en los viajeros, que cantaban historias de sus negras paredes y de la espesa niebla que permanecía allí todo el año, escondiendo sus murallas de color de la medianoche y sus aguas profundas y venenosas.
Evitarían cruzar por allí a toda costa. Aunque sin él atajó, su camino duraría tres días más. Haciendo un total del quince días de camino. Dejando solo cuatro días para permanecer en las Erias. Según veía Gabi, pasarían los últimos días del verano en las Erias y todo el invierno en Rainer. Los cinco meses de invierno, eso, sí no los hacían morder el polvo antes, o Reiner se lo hacía tragar a ellos...
Las siguientes tiendas eran las de los muchachos, todos los soldados dormían en ellas, hacían corros y en el medio de unas cuantas tiendas, montaban una hoguera, y la aprovechaban para cenar o calentarse en la noche. Rara vez era la que Viktor dormía dentro de la una. Decía que le resultaba insoportable dormir con otras personas en una tienda, más no una mujer en un lecho. O eso le echaba en cara Diego. Marco y Addy desde hacía una semana habían acordado dormir en la misma tienda, junto con otros dos chicos de edades similares: Tim (16) y Chick (17) cuyo nombre real no er Chick, pero era rubio y siempre llevaba un mechón de pelo erizado, pues no lo podía domar. Esos dos chicos también le pidieron a Viktor que los entrenara como a Addy y a Marco, y pronto, ya fueron cuatro chicos.
Ellos, en la mañana se levantaban, calentaban y preparaban, cogían sus espadas, sin filo ni punta y de reunían con Viktor. Él les hacía hacer flexiones, sentadillas y abdominales. Solo luego de completar las series de saltos, ejercicios y golpes con la espada, les hacía enfrentarse en parejas y cada día con uno diferente. Solo para luego jugar a un juego "Rey de la montaña" que consistía en que uno de ellos sería el rival a batir y cada uno tendría un turno para vencer. Si uno era capaz de tumbar al enemigo, tenía que sustituirle como rival a batir hasta que le tumbaran a él.
Llevaban solamente una semana, pero los chicos habían empezado a mejorar, Viktor no les dejaba usar espadas con filo, pero ellos respetaban el acero, algo que Viktor les hacía repetir antes y después del entrenamiento.
Una pequeña oración que había aprendido de el libro de su madre:
"No has de temer. Una espada solo guarda.
No mata el acero, mata el que lo empuña.
Hierro al pecho, mientras yo rezo.
Pues de la espada soy hermano.
No soy su filo en care y sangre.
Soy su guardia, su escudo, y defiendo a quien
me empuña.
Pues soy el que protege el reino, el que
protege al hombre, a la mujer y a nos niños.
Soy una espada. Y una porto.
Juro ser digno de llevarla, juro respetarla
como si fuera una hermana y amarla como a
una esposa.
Pues mi espada es mía y yo soy suyo."
Era la oración de los caballeros negros de la legión de los Alicaídos. Los hermanos juramentados que protegían los reinos, del mal y de todo tipo de infectas criaturas. Un millar de veces había soñado Viktor con jurar los votos negros de la legión, pero jamás había visto a uno de sus soldados. Desde pequeño había leído en su libro las historias de sus célebres guerreros, como Kyle Fuenteamarga, que llevó a diez hermanos negros hasta un aquelarre de brujas y las exterminó. O también de Ser Wylas Stronghugg, llamado Escudo de hierro, pues con su gigantesco escudo de acero negro, mató a un jabalí monstruoso de un golpe. Y como olvidar a Cataría, muñeca de plata, que reprimió la rebelión de los Osos, encabezada por la Casa Nero y sus vasallos hace 70 años en Eria Roja.
Ellos eran los más célebres hermanos juramentados, pero desde luego no los únicos. Otra cosa que hacía destacar a la Legión era que en ella estaban tanto los que vestían el color de medianoche de la Legión por gusto, como los que eran condenados a vestirlo. Bastardos y principes que no heredarían nada. Hijos menores de grandes señores junto con asesinos y violadores. Pero todos eran tratados igual, como hombres de la Legión. Sin duda era una vida dura, viajar eternamente a pie y sin descanso, y al detenerse, batalla.
Y sin embargo, siempre había atraído a Viktor, aunque nunca a Diego, que había intentado desencantarle una y mil veces, siempre sin éxito. Porque no veía qué había en el mundo para él. Vivir por y para servir a su rey como un caballero, para ser el mayor caballero de la historia, pero hasta la fecha solo había logrado ser un simple mercenario. Tiempo atrás, Viktor le había comentado a Diego que si no conseguían convertirse en caballeros, él marcharía al norte para encontrar a la Legión.
En las últimas tiendas de la atalaya se encontraba la tienda grande de la enfermería. Usada casi exclusivamente por Rami Pebrella que era el único, junto con Addy que se mantenía al lado de Violette día y noche. Pero en el momento en el que los chicos llegaron, en la tienda había otras dos personas una era Jonás, y la otra era una de las cocineras, que le inspeccionaba el brazo izquierdo, el que le perforaron con una lanza la semana anterior. La herida estaba cerrada, no cicatrizada, pues era muy poco tiempo, pero estaba bien Cósima y su brazo estaba inmovilizado con fuertes vendajes. El chico ya había comenzado a caminar y a correr, pero con cuidado, pues no sabía si los puntos le iban a saltar.
Jonás, al enterarse de lo que le pasó a Violette, maldijo el cielo y el infierno, y a sí mismo, pues no le había matado, no mató a Samuel Jones cuando tuvo ocasión en el bosque de Graccia. Había pensado mil veces qué haría si le volvía a ver, y otras mil veces recordaba la cara de Addy, y de que seguro que el chaval, bajó y flaco se lo querría hacer pasar mal.
Jonás había también coincidido con Viktor mientras entrenaba a los chicos una noche, y había visto de buena mano como Addy, con lo bajo que era, se esforzaba al máximo para blandir el acercó lo mejor que podía.
Y cuando comenzó a atardecer, los soldados comenzaron a encender hogueras y a prepara la cena, todavía llenos de la comida. Algunos de los soldados, en lugar de quedarse, se dirigieron a la ciudad, a cenar, beber y yacer con mujeres de toda clase, pues en las Erias, como en cualquier otro lugar del mundo, habían casas de putas y los soldados se gastaban su sueldo en ellas.
Sin embargo, y aunque otros soldados le animaban a ir, Rami Pebrella se negaba a bajar a la cuidad, pues no le gustaban esos lugares. Prefirió quedarse junto a la hoguera las horas que lo le tocaba estar en la solitaria tienda de Violette, cuidando de la muchacha o alimentándola con miel y agua.
Junto con Pebrella estaban Jonás, Gabi y Patch, acompañados también por Isabel y la pequeña Clara que también habían rechazado cenar en casa del padre de Addy, que les había invitado. Con el chico solo fueron Viktor, Diego y Marco. Aunque en el fondo del corazón él más que nada hubiera deseado que fuera Violette.
Isabel había convencido a Gabi para que jugara con su hermana y con ella a un tonto juego que se jugaba con ramas en la arena, sobre dibujar con los ojos cerdados, aunque la pequeña Clara hacía trampas, pero ninguno de los otros dos la reprendió. Mientras que Pebrella hablaba pausadamente con Patch, como de costumbre.
—¿Como llevas lo tuyo...? —Preguntó Patch, cuidadoso de que no le escucharan.
—Mal, como de costumbre, no he pegado ojo en varios días... —Aseguró Pebrella.
Sufría de insomnió, el más grave que jamas había nadie visto, pues cuando dormía tienía horribles pesadillas. Pesadillas con perros negros que solían predecir horribles acontecimientos. La última de ellas fue la que les avisó del peligro que corrían Addy y Violette. Y aún así...
Pebrella visitaba frecuentemente a Diego, éste compraba y le daba hierbas de todo tipo, que eran infusiones o somníferos, incluso había llegado a emborracharse tanto como para dormir y no soñar, pero nunca daba resultados.
—Estoy agotado siempre... Siempre con hambre... Siempre con frío... Necesito descansar, pero no puedo. —Confesó él amargamente. —Solo puedo recostarme en una camilla en la tienda de la enfermería, cerrar los ojos y hacer como que descanso, pero me aterra verles de nuevo...
—¿A quien? —Preguntó Patch muy inquieto.
—A esos malditos perros negros... Solo traen desgracias y dolores de cabeza. —Aseguró Rami mientras apretaba con fuerza sus puños con guantes, que hacían sonar el cuero al ser estirado.
—Amigo Rami. —Dijo Patch, poniendo su mano sobre el hombro de este. —Creo que todo esto es mucho más simple de lo que crees. —Aseguró.
—Tú no sabes nada Vincent Tytos. No puedes entenderme, nos Eres Rami Pebrella el "Noctámbulo" ¿o crees que no sé cómo me llaman...? —Dijo amargamente Rami, levantándose violentamente de su asiento de piedra.
—Tienes razón, no soy tu. Pero soy tu amigo, o por lo menos, espero serlo para ti... —Dijo Patch siguiéndole. —Lo que quiero decir, es que si cuando duermes tienes sueños premonitorios, aunque duermas o no, las cosas que puedes prever, no van a cambiar... Podrías dormir igualmente.
—No, Vincent, no puedo, las pesadillas me arrancan la piel, me muerden, me destrozan. —Entonces Rami se quitó el manto de piel parda y negra que llevaba y se quitó el gorjal de hierro negro sujeto con unas cadenas al manto y se desabrochó el jugón negro y subió su camisa para mostrarle a Patch de lo que hablaba. Tenía profundos arañados por todo el torso, algunos cicatrizados y otros que todavía estaba enrojecidos. También tenía un mordisco en el costado y varios cardenales.
—Eso es imposible... no puedes herirte mientras sueñas... —Dijo muy confuso Patch, sin poder dejar de ver el cuerpo magullado de Rami.
—Esto solo lo sabe Diego, pero él no me ha podido ayudar demasiado... Pero ha estado pensando... vamos a morir todos en Rainer. — Dijo Rami mientras se colocaba la ropa bien.
—¿Como puedes decir tales cosas? —Dijo Patch.
—Es la verdad, no digo nada que tú no sepas. Por muy bien armados que vayamos, aquello es un infierno, es el frente, la vanguardia...
—Y nosotros somos hombres del Sur, y tú eres Rami, de la casa Pebrella, el primero en en asalto a Campopardo. Te he visto luchar tú solo contra cuatro tíos, y derribarlos a los cuatro sin un rasguño. —Aseguró Patch, con su ojo, claro bajo la mata de pelo rubio y cardado, brillando.
—Suerte, supongo...
—Si tú mismo no lo ves... No voy a hacértelo ver. Solo te lo recordaré: Aunque veas esas cosas en tus sueños, tú no las provocas, no las puedes evitar. Duerme lo que puedas. —Dijo el hombre rubio, dándole la espalda.
—¿Y las heridas?¿Qué voy a hacer con ellas?¿como voy a vivir así? —Preguntó Rami, agrio y con las cejas arqueadas, desafiando a su amigo a darle una respuesta.
—Pues no lo sé, no sé cómo detener las pesadillas. Quizá con un atrapasueños o mejor, preguntemos a algún curandero de la ciudad. Seguro que alguno puede hacer algo por tí... Seguro que... —Le interrumpió Rami de pronto.
—Me iré. —Sentenció cabizbajo Pebrella. —Iré al oeste, a buscar a un puto Apóstol Púrpura a que me quite esto...
—Sabes que no son de fiar, son malvados, ¡malhechores y bandidos! —Sentenció Patch. —No te traerá nada bueno, te lo aseguro.
—Haré lo que haga falta. —Aseguró, poniendo sus ojos grises negruzcos sobre los de Patch. —Pero primero cobraré lo que he de cobrar por el encargo de Rainer. Si sobrevivimos, claro...
—Que pesado eres amigo mío... —Dijo Patch, y luego suspiró dándose por vencido. No era Pebrella conocido solamente por su forma de ser, tan taciturna y melancólica. También por su testarudez.
Ambos siguieron andando entre las tiendas, por la recién caída noche. Era fría, más que las anteriores, pero bajo el pelaje negro de Pebrella, parecía ser una cálida tarde de primavera. Pero Patch estaba algo más afectado por el gélido viento que soplaba desde el este, más allá de las montañas.
Estuvieron todo el rato callados, mirando el suelo, pues no sabían de qué hablar.
Olía todo a hierba y a humedad, pero las narices de ambos les dolían al respirar el aire frío y húmedo. Veían con cierta melancolía, a lo lejos, el cauce del Río Verde, que fluía triste en la noche, serpenteando entre la llanura y el bosque, hasta rodear la muralla de la ciudad, cien yardas al sureste.
Pero algo andaba mal, algo no cuadraba, de pronto ambos se detuvieron y se miraron el uno al otro.
—¿Hueles eso...? —Preguntó Patch, seguro de haber olido algo extraño. Era un olor fuerte e invasivo.
—¿Qué es? —Dijo Rami, pero antes de que Patch pudiera decir nada, justo detrás de ellos se levantó una columna de fuego rojo, ardiente y sofocante. Tan fuerte que les hechó a los dos al suelo.
Era la carpa del jefe, donde habían hecho los planes esa misma mañana.
Antes de que pudieran hacer o decir nada, otra explosión les sorprendió, un par de líneas de tiendas hacia el este.
Y seguido de todo eso, comenzaron los gritos de los soldados, corriendo de todos lados buscando y trayendo agua con cubos
"¡Nos atacan!"
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro