24.- Una pequeña historia...
CAPÍTULO DEL VIAJE
Viktor se encontraba en una carroza, junto con la pequeña Clara, su hermana Isabel, Addy, Marco y Diego, que estaba en el suelo, con el brazo entre vendajes, pero con rostro feliz.
—Viktor, me dijiste que me contarías una historia. —Le dijo la pequeña, rogándole mientras se acomodaba a su lado.
—Sí, supongo que habría de contar alguna...
—Me encanta cuando cuentas cuentos Vik. Pones esa cara seria que tanto me gusta. —Dijo Diego, riéndose de él.
—¿Viktor va a contar una historia? ¡Genial! —Dijo Addy mirando a Marco. —Nunca has escuchado una de las historias de Viktor ¿verdad? —Le preguntó, y Marco negó con la cabeza.
—Pero según me han dicho, las contáis con mucha epicidad y tensión, Viktor.
—Eso parece... —Dijo Viktor riéndose.
—Deberíamos llamar al jefe y a Violette. Seguro que ellos también la quieren la quieren escuchar. —Sugirió Addy y, como por arte de mágia, por la cortina que hacía de entrada en la carroza, apareció Violette, sujetada por Gabi del cinturón. Era una vista divertida y extraña al mismo tiempo; cómica por la cara de Violette, que estaba roja porque Gabi la llevaba cogida de un cinturón y la levantaba un palmo del suelo para meterla en el carro, y extraña porque básicamente era Gabi quien llevaba a Violette. La cara de Addy reflejaba perfectamente con que transmitía la situación: incertidumbre porque de pronto ellos dos parecían muy cercanos y, extrañamente, risa, pues la escena pese a lo extraño, era bastante entrañable.
La chica, al llegar a entrar le agradeció al jefe que la hubiera subido haciéndole agacharse un poco, pues era alto y ella baja. Y dándole un beso en la mejilla. La cara de Addy no fue la única de sorpresa. Diego y Viktor se miraron totalmente descuadrados y Marco miraba a Gabi con envidia. Realmente Violette era la chica más guapa de la cuadrilla. No había casi ninguna otra así que todos la tenían por una especie de diosa.
Tras la extraña situación Violette se sentó junto con Addy y Gabi fue al final, para sentarse sobre una caja junto con Diego.
—Pues bien. —Dijo tras unos segundos Viktor, que ya no aguantaba más el ambiente. -Voy a contar una historia, ¿de acuerdo?
—Genial. —Dijo Gabi. —Violette, ¿alguna vez habías escuchado una historieta de Viktor? —Preguntó Gabi, a lo que la chica respondió que no, bajo la mirada asesina de Addy.
—Pues te va a encantar.
—Bueno, había pensado en contar la historia de la Reina de Hierro. —Dijo Viktor.
—Aprovechando que pasamos por las Llanuras Grises.
—¿Qué ocurrió aquí? —Preguntó la pequeña Clara muy intrigada.
—Aquí, hace mil cuatrocientos años, se libró la batalla más grande de todos los tiempos. Las criatutas mágicas de Craigton, el Brujo de Anggar-Dûm contra los hombres del Reino del Sol.
Todos creyeron que perderían la batalla y la guerra, pues el ejército del Brujo era diez veces mayor, pero nadie contó que con los hombres luchaba también Eleonora, la Reina de Hierro, que empuñaba un mandoble hecho de luz de estrellas.
—¿Enserio? —Preguntó asombrada la pequeña.
—Por supuesto.
~Entró al campo de batalla al ver que sus cuarenta mil hombres eran superados por los duendes, trasgos, osgos y trolls de Craigton. Ella y sus caballeros de la Blanca Luna incursionaron en las filas enemigas, masacrando criaturas malvadas a diestro y siniestro. Pero fueron frenados en un momento por trolls de las cavernas, que portaban grandes mazas y gruesas armaduras que sus espadas no podían atravesar. Pero no para la Reina, que cargó su arma y disparó un proyectil de luz a cada uno, atravesando su armadura y su carne.
Mientras los hombres atacaban por el este, entre sus filas corrieron y saltaron hasta el fragor de la batalla los Elfos de Virilion, el Rey de los Elfos, junto con sus dos hijos Vithran y Verton, que portaban un arco dorado cada uno, la cuerda de los cuales estaba hecha de rayos de Sol y disparaban flechas llameantes y eléctricas. Y aunque por cada hombre que caía, caían cinco monstruos, y por cada Elfo, otros diez, parecían no acabarse nunca.
Hasta que Craigton se presentó y alzó las manos, despertando a sus más poderosos siervos, dos Wyvern o Guivernos que se habían escondido y camuflado entre las montañas y que descendieron prendiendo en llamas tanto al ejército de los hombres y los Élfos, como a los propios monstruos.
Eran dos Wyverns, que con su batir de alas levantaban escudos y con sus colas y fuego mataban a diestro y siniestro.
Pero Eleonora arremetió con unos de sus proyectiles a un ala de uno de los dos Guivernos y le hizo caer sobre las trompas enemigas. Se subió a su cabeza, atravesando el fuego de la criatura con aspecto de dragón y clavó su espada mágica en el cerebro del monstruo, atravesándolo y sacándo la punta por la boca. Esto hizo que el fuego del interior de la criatura ya no fuera rojo, sino que se tornó azul y calentó la punta del arma. Esta en lugar de tornarse en rojo vivo, se volvió acero azul brillante.
En el fragor de la batalla, los Elfos saltaban y hacían piruetas, disparando flechas y rebanando cabezas como los magníficos y fuertes guerreros que eran. Pero el segundo Wyvern, el más grande de los dos, hacía estragos entre sus filas. Hasta que Virilion, el más alto y portentoso de ellos gritó: "Naur peng Galad-or!" Y con esas palabras que hoy en día todavía se recuerdan, hizo que de los arcos dorados de sus hijos fueran disparados dos truenos que quemaron el ala y el pecho del Guiverno, haciéndole caer al suelo. Pero el dracónido no se paró e intentó arremeter con tremenda llamarada a los tres Elfos, pero antes de que la primera chispa de fuego saliese por sus fauces, una lanza de oro fundido, roja e incandescente le atravesó el morro y lo cerró contra el suelo. La lanza la usó el mismísimo rey Faradías, desde la montaña negra de Puertadragón. Desde allí lanzó incontables hechizos como soles hirvientes que destruían a los monstruos a centenares.
El Rey de los Elfos y la Reina de los Hombres lucharon codo con codo, abriéndose paso entre las bestias. Los Elfos de Virilion fueron cayendo uno tras otro al igual que los Hombres de la Reina, al final solo quedaron cinco guerreros entre las filas de los monstruos. Los hijos de Virilion y su padre y la Reina y su escudero: Anthalos, el hijo del Verano.
Al final, tras partir el ejército de los monstruos por la mitad, se les unieron los Enanos de Goldthror, Aspiragón y Orgodor, capitaneados por el príncipe Stienfel. Los enanos no sé precían nada a los Elfos, llevaban armaduras gruesas y muy pesadas, no tenían lanzas, solo alabardas, mazas, hachas y espadas.
Rodearon al Brujo y al ejército que no escapó al ver a los enanos, y así terminó la batalla. Hasta que Craigton voló en una nube negra y se plantó delante de la puerta de Dadlam. Allí retó a los héroes de la batalla a un combate, pues sabía que su ejército no les podría derrotar. Y frente a las puertas negras, llamó con un silbido a un Guiverno más, el más grande de todos, que era pálido y lanzaba alaridos de fuego.
Los hijos de Virilion dispararon con todas sus fuerzas, pero no perforaron su armadura de escamas. Al igual que ellos, la Reina lanzó sus proyectiles de luz y el Rey sus hechizos de fuego, pero igualmente fallaron.
Parecía todo perdido, pero apareció Anthalos, que había robado un Caballosombra del ejército de los monstruos. Cabalgaba veloz, y con cada pisitón dejaba un estigma de fuego en la piedra.
El jinete portaba su espada, Blanka, cuya funda de plata y malakita servía como un arma de gran tamaño, bien afilada y contundente a la vez. Se acercó con gran velocidad y pasó por el filo todos los electro-papeles que tuvo, que eran más de cuarenta, y por el tamaño de la pata nadie hubiera dicho que tal cosa llegara a pasar, pues era como dos caballos de gruesa y como la roca de dura, pero aún con esas Anthalos arremtió con toda su fuerza sumada a la del rayo y logró quebrar las escamas pétreas, el hueso y la carne del dracóndio. Tanto penetró la electricidad que agrietó todas las escamas hasta el pecho del animal, haciendo saltar por los aires su armadura en centenares de fragmentos chispeantes. Y en el impacto, le derribó, pero Cheiden también cayó y su caballo desapareció, dejando a Blanka clavada en los escalones frente a Dadlam, pero sin su vaiana de plata, que tambien había saltado en pedazos.
Pero entonces los héroes del campo de batalla arremetieron con luz, magia y rayos contra la cabeza del animal derribado, lográndolo matar de una vez por todas-
—¡Increíble! —Dijo Clara, poniéndose de pie de los nervios —¡Por un momento creía que el Wyvern se los comería!
—Sí, cuando yo lo leí de niño, también lo pensé —Le dijo Diego a la niña.
Ella se quedó mirando a Diego por unos momentos, luego preguntó: "¿Tú eres el hermano de Viktor? No te preces a él en nada..."
Viktor y Diego rieron al mismo tiempo. "Viktor y yo somos hermanastros técnicamente. Eso significa que no compartimos ni padre ni madre, pero somos hermanos" Le explicó Diego mientras Viktor le miraba con nostalgia.
Entonces la niña recordó lo que Viktor le había contado, que era un bastardo llamado Ceníza. Y decidió no preguntar más.
—¿Así fue como terminó la batalla de Puertadragón? —Preguntó Isabel, intentando romper el espeso silencio tras las preguntas de Clara.
—Tecnicamente, sí, pero ocurrieron muchas cosas tras la derrota del gran Wyvern. —Aseguró Viktor. —¿Quieres que te lo cuente, Clara? —Preguntó a la pequeña, a lo que ella respondió con un enérgico "sí"
~Tras verse acorralado y sin esperanzas, Craigton volvió a desaparecer, se trasladó justo frente a la puerta negra, allí invocó al mal personificado. Con tres golpes de nudillos consiguió que las puertas de acero de abrieran y saliera su defensor.
Era alto y vestía tela negra, acero negro y joyas negras incrustadas en una corona de piedra. Sus ojos vacíos tenían pupilas de fuego y con ellas juzgó el alma de Craigton. Lo juzgó como culpable y con su inmensa boca sin labios absorbió el alma de Craigton y escupió un pequeño Cristal negro que colgó de su capa, junto con otros centenares de cristales.
El demonio pedía otra vida por haber sido molestado, un alma poderosa y valiente, no la de un soldado, él pedía el alma de un héroe.
Pero el rey de los Elfos retrocedió. Conocía el poder del demonio e hizo retroceder también a sus hijos. El rey de los Enanos, conocía sus propias fuerzas, y retrocedió sabiendo que un rival era más fuerte que él.
Quedaron los Hombres. Y el demonio señaló a la Reina. Pero esta pidió que como era mortal, se le concediera un acompañante, para equilibrar la batalla. Y el demonio accedió.
Junto con la Reina se puso su esposo, el Rey, que vestía armadura sobre manto rojo con ornamentos dorados. La Reina portaba su mandoble de estrellas y el rey una lanza de acero rojo y retorcido, en cuya punta se concentraba la magia de fuego. Juntos encararon al demonio, que era alto, más alto que ellos, que eran, de la raza de los Hombres, los más altos.
El demonio en su mano izquierda llevaba una maza con fuego hirviente en su interior que lloraba magma y acero fundido, mientras que en la derecha no llevaba escudo, solo su mano, con piel de color negro salpicado de cenizas.
La batalla fue encarnizada y violenta, la maza de fuego chocaba contra la espada de la Reina y la lanza del Rey. Se lanzaban hechizos y el demonio los absorbía con su mano negra y los expulsaba por las fauces.
Y entre golpes y estruendo, la Reina, con la armadura hecha girones y la cara manchada de propia sangre y sudor, consiguió herir al demonio en el rostro. Le hizo un corte del que no salió ni gota de sangre, pero este muy furioso la derribó de un solo golpe.
Para intentar detener al demonio el rey se puso en medio y frenó un golpe del mazo con su lanza. Sin embargo, el segundo golpe partió la lanza.
Sin poder hacer nada, la Reina vio con sus propios ojos como el demonio daba lentos pasos hasta su amado, se puso a su lado y levantaba el mazo para rematarlo. Hundiendo el pecho del Rey, el demonio le mató sin que pudiera decir nada. Y aunque la Reina se levantó airada, nada pudo hacer contra el demonio, herida y sola. Y este la volvió a derribar.
"Mira a tú escudero" Dijo con voz grave de ultratumba el demonio. Ella miró a Anthalos, rodeado por dos licántropos gigantescos, que habían salido de la puerta negra de Dadlam, armado solo con Blanka, sin su vaina.
Y en gloriosa batalla, el joven Anthalos derribó a uno de ellos mientras sus garras le atravesaban la piel y le rompían los huesos. Y lo mató, hundiéndole la plata en el corazón. Y el segundo ladró y corrió hacia él, arrandonadole de un mordisco la mano derecha, tragando la espada entera y muriendo al clavarse esta en su estómago. Pero Cheiden cayó de rodillas entre los cadáveres de los licántropos. Suspiró y sintió que su cuerpo se llenaba de sangre.
De pronto se escuchó un sonido cortante recorriendo las montañas, era un proyectil negro, que dejaba una estela oscura por donde pasaba. Este impactó sobre el demonio y lo empujó hasta la puerta negra, pero antes de marcharse pronunció en lengua muerta "Dos vidas para salvar una sola, me parece justo" antes de desaparecer.
La sombra se descubrió como Luianor, que significa "Sol Negro" o "Sol Mortecino", la hija menor de Virilion, que era solo medio Elfa.
La muchacha medio Elfo tenía el pelo negro como el carbón y portaba un manto hecho de nubes de tormenta, rayos y lluvia que le había regalado Anthalos antes de la batalla, tenía el porte de su padre, pero no conpartía los ojos color bronce con sus hermanos o de Virilion. Ella se agachó ante la Reina pero al alzar la vista la muchacha vio los cuerpos de los dos licántropos asesinados y entre ellos a su amado Anthalos. Vio cómo miraba al cielo, arrodillando, con la armadura agujereada y deshecha. Se acercó, pero él estaba ya ciego y por mucho que abriera los ojos no la veía. Se despidieron con un beso con sabor a sangre y el joven pidió a la elfa que fuera ella la que le diera muerte. Y con otro beso, lo mató y lloró junto a él un día y una noche. Y todos volvieron a casa. No hubo celebraciones de victoria, las bajas eran inmensas y justo después de la celebración del funeral del Rey, la Reina murió a causa de sus heridas, a la edad de 97 años.~
—Y esta fue la última batalla antes de que el todopoderoso reinado de los últimos grandes reyes del continente llegaran a su fin. —Concluyó Viktor con gran satisfacción.
—¡Cómo que con 97 años!- Exclamó Addy.
—el Rey también contaba con una gran cantidad de años, para ser exactos contaba con 87 años. —Le contestó Viktor.
—Ambos fueron bendecidos a la hora de su nacimiento con una gran cantidad de años para poder dirigir a su pueblo durante mucho tiempo. ¡Y fueron reyes por más de 60 años! —Exclamó Gabi, que ya conocía de la historia.
Entonces se giraron y vieron a la pequeña Clara llorando, sentada entre las piernas de Viktor.
"¿Por que se tuvieron que morir?" Preguntaba la pequeña una y otra vez.
—Usualmente las grandes gestas de los héroes requieren de sacrificios. Uno no puede obtener algo sin dar otra cosa a cambio. —Dijo Diego, enseñando su brazo lleno de vendajes.
—¿Te hiciste eso salvando a alguien? —Preguntó la pequeña secándose las mejillas.
—Para ser totalmente sinceros... tú hermana me salvó a mi, pero me hizo esto sin querer. —Dijo riéndose.
—Lanzando la ballesta que me costó dos semanas montar... —Dijo Addy por lo bajo.
—No la hubiera tenido que lanzar si hubiera funcionado como debía... —Le dijo Isabel poniendo los ojos en blanco.
—Gabi, ya sabías esta historia ¿verdad? —Preguntó Violette.
—Sí, es una de las historias favoritas de Viktor, la solemos contar en las hogueras, junto antes de las batallas. Es como un amuleto, da ánimos a los hombres. —Aseguró Gabi mientras se levantaba. —Nos recuerda que cualquier batalla, por negra y perdida que parezca se puede remontar. Todos los hombres deben esforzarse, todos deben servir y morir si es necesario. —Se dirigió hacia la parte trasera del carruaje. Allí levantó la tela que la tapaba y mostró a todos lo que se veía en el horizonte mientras anochecía. Eran dos cordilleras enormes y negras, unidas por una fortificación, robusta y alta, de acero y piedra. Incluso, si achicaban los ojos se lograban ver unas misteriosas piedras pálidas en las cercanías de aquel lugar.
—¿Eso puede ser...? —Preguntó Marco.
—En efecto, eso es Puertadragón. La entrada de Dadlam. Estamos en el lugar donde hace catorce siglos se libró aquella batalla. —Respondió Gabi. Entonces Violette también se levantó y se apoyó en Gabi, que la sujetaba de la cintura. La muchacha sacaba medio cuerpo y observaba entusiasmada el lugar, que, aunque yermo, tenía un ambiente apacible y tranquilo.
—¿Qué son aquellas piedras? —Preguntó la chica.
Entonces, Diego, Viktor y Gabi se miraron entre ellos y respondieron a la vez "Huesos de Wyvern"
—¿Lo decís en serio? —Preguntó Violette boquiabierta.
—Por supuesto. —Respondió Viktor. —Son los mismos Guivernos que fueron asesinados hace mil cuatrocientos años. —Siguió.
—Gabi, ¿podemos acercarnos? Me encantaría verlos. —Pidió Violette a Gabi, que todavía la sujetaba de la cintura con su mano derecha.
—Siento decir aue no, ya estamos muy cerca, este lugar no es nada seguro, está lleno de ladrones, bandidos y sobre todo, Apostoles Púrpura. Esos tipos son de cuidado, dan un miedo terrible y encima, cuentan que te roban los sueños y te dejan las pesadillas. —Aseguró Gabi.
—Me suena de algo, ¿son los que tienen una catedral al oeste de las montañas de Lobos? —preguntó Diego, a lo que Gabi asintió.
—Yo también recuerdo haber escuchado a Lady Grima hablar algo acerca de ellos. —Añadió la propia Violette.
—¿Qué se supone que son? —Preguntó Addy.
—Vosotros sois del este de Lobos ¿verdad? —Preguntó Viktor. Y tanto Marco como Addy asintieron. —Por eso que no los conocéis, yo nunca he visto a ninguno, pero cuentan que son monjes y mercenarios que vagan por la tierra en busca de gente a la que robar las pesadillas. También tienen un Evangelio, pero no estoy tan informado. —Les dijo.
—Ni tu ni nadie Vik. —Dijo Diego. —Segun tengo entendido, es secreto, solo los Apóstoles Púrpura lo pueden leer.
—Pero bueno, no comencemos a hablar de estas cosas. —Dijo Gabi. Voy a contaros lo que vamos a hacer a partir de ahora. —Siguió Gabi.
—¿A qué te refieres? —Preguntó Violette mirándole de cerca, todavía agarrada de la cintura.
—Bien, como sabéis, nuestro objetivo es ir a Rainer, la principal fortaleza del Reino del Este. —Aseguró el jefe. —Pues bien, como tenemos un mes entero antes de la convocatoria del encargo, he pensado que deberíamos pasar por las Erias para armarnos como es debido, comprar caballos, armaduras y herramientas nuevas con el adelanto.
—Me parece una gran idea, después de todo, por fin tenemos dinero de sobra para comprar todo lo que necesitamos. —Dijo Diego.
—Además, en Eria Verde está el mejor taller del continente, ¿verdad Addy? —Le dijo Viktor, refiriéndose al de su padre.
—Por supuesto. —Respondió Addy, saliendo por primera vez en toda la tarde del ensimismamiento con Violette y Gabi.
—¿Estas bien Addy? Te noto pálido. —Dijo Violette, a lo que éste respondió tímidamente con un "sí, estoy bien"
—Bien pues, voy a convocar a todos los jefes de escuadrón y les comentaré la ruta. Lo haré mañana por la mañana, Viktor y Diego, vosotros vais a venir ¿verdad? —Preguntó Gabi, y ambos hermanos asintieron con la cabeza.
Al anochecer, se detuvieron en una zona cercana a las montañas del este de Lobos.
Gabi hizo doblar las guardias y mandó la hora de despertarse una hora después del amanecer, para poder salir y seguir el camino lo antes posible.
Mientras montaban las tiendas donde dormirían, que eran estructuras desmontables que llevaban en los carros de suministros, Addy se acercó a Diego, que llevaba intentando un rato clocar uno de los palos, pues su mano lo hacía complicado.
"¿Necesitas ayuda Diego?" Le preguntó, y aunque éste respondió que no, si que le dijo algo: "Me gustaría hablar contigo"
Cenaron juntos tras lograr montar la tienda y hablaron largo y tendido.
—No he podido evitar ver durante estos meses como miras a Violette. Esta claro que te gusta mucho. —Dijo Diego. —Precisamente por eso, hoy, cuando Gabi la ha traído y ella luego ha sido tan cercana con él, no te he quitado el ojo de encima.
—¿Qué quieres decir con eso? —Le preguntó, terminándose su trozo de pan con queso de la cena.
—Lo que quiero decir, es que siempre he pensado que vosotros dos terminaríais juntos. ¿No piensas hacer nada para decirle lo que sientes? —Pregunta Diego.
Addy se quedó callado y respondió con lentitud. "¿Qué podría hacer yo? Gabi es un tío genial, alto y guapo, encima es el jefe."
Entonces Diego rió y volvió la mirada de nuevo a Addy.
—¿Desde cuando le ha importado eso a Violette?¿Cuanto más que yo la conoces?¿Un par de días? Parece mentira que yo sepa eso mejor que tú. —Aseguró el rubio. —Eres un chaval, eso lo tengo claro, pero Violette no necesita a un hombre a su lado para protegerla, necesita un compañero, alguien de confianza, ¿no crees que podrías ser tú?
—Y qué propones que haga? —Preguntó Addy con los ojos llorosos. —¿Crees que me gusta ver a la chica que quiero con otro? —Le increpó.
—Precisamente por eso, voy a ayudarte, o más bien a darte un consejo: Según tengo entendido, Gabi designará a dos personas para que vayan a la siguiente ciudad donde pararemos. Podrías pedir ir tú con Violette. —Le aconsejó Diego.
—No es tan simple. —Respondió Addy. —Sí ellos están saliendo, Gabi se podría tomar a mal que pidiera llevarme a su chica.
—Solo se me ocurre eso, mañana si Gabi pide voluntarios, asegúrate de ser el primero que levante la mano para que te elija. —Le dijo Diego levantándose del tronco junto a una hoguera donde se habían sentado. —Nos vemos mañana. —Dijo Diego mientras se metía en la tienda.
Addy se quedó un rato mirando el fuego y reflexionó sobre Violette. También sobre las últimas semanas, que habían sido una locura. Sobre todo pensó en ese chaval, Jones, que le pidió que no contara nada a su padre, y aún así, a escondidaslo había hecho. Se lo contó todo en cuanto pudo y no estaba nada orgulloso de aquello, pues se escuchaban rumores entre las hogueras, rumores que hablan de un herrero que mató a su hijo, un traidor, por rabia. Aunque solo eran rumores, o eso quiso pensar Addy siempre.
Amaneció un día gris y nublados, el cielo estaba muy cubierto y el viento avecinaba lluvias. Comieron y prosiguieron su marcha por segundo día consecutivo y esa misma mañana, en la carroza principal, se reunieron Gabi, Diego y otros capitanes y lugartenientes que se habían mantenido desde que había cambiado el mando.
—Muy bien. —Dijo Gabi. —Todos los 14 que somos hemos decidido que enviaremos a dos personas en dirección sureste para que lleguen un día antes al siguiente pueblo. —Resumió Gabi de la conversación con los otros.
—Yo puedo ofrecer a dos buenos soldados, grandes y robustos. —Añadió uno de los catorce. Éste Edd el Tuerto, el líder de la avanzada número 7.
—No, yo puedo darte dos hombres mil veces mejores. —Replicó el de la novena, Fredd Bennet
—Tranquilos. —Les calmó Diego —Me gustaría proponer a Addy para que fuera él. Es pequeño y rápido, podría llegar allí incluso en menos de dos días. —Aseguró Diego.
—Puedo enviar a Viktor y a Addy hasta el pueblo. —Asintió Gabi.
—Pero...
—¿Ocurre algo Diego? —Preguntó Gabi. Pero Diego le pidió que los otros 12 se marcharan. Y así hicieron, todos bajaron de la carroza, que seguía rodando y se dirigieron a sus respectivos caballos.
—Dime, ¿qué es tan importante? —Preguntó Gabi muy interesado.
—En realidad era una pregunta, y según la respuesta, una petición. —Aseguró Diego. —Violette y tú... ¿tenéis algo juntos? —Preguntó sin rodeos.
—No, es muy guapa, desde luego, pero Addy me va a ganar siempre en todo. —Aseguró Gabi. —Mira, Violette es increíble, es lista, sensible y, de verdad que me parece muy mona, pero no tiene ojos para otro chico que no sea Addy. —Concluyó.
—¿Lo dices en serio? —Preguntó Diego. Y Gabi asintió con la cabeza.
—Solo hace falta mirarla, le brillan los ojos cuando alguien le menciona o cuando habla con él. Es adorable. Bueno, otra más que se uno a mi lista de NO conquistas... —Dijo Gabi bromeando.
—La pregunta que te iba a hacer era que si podría ser Violette la que acompañará a Addy. —Dijo Diego. —El chico está un poco deprimido, ya sabes, la edad, y quizá estar con Violette le alegre un poco.
—Me parece buena idea, pero no estoy del todo seguro, un chico y una chica solos en el bosque... parece un invitación para que les roben, les maten o algo peor... —Dijo Gabi.
—Pero bueno, se tiene que hacer mayor algún día. Le daré la mejor espada que pueda sujetar. Las mejores botas que pueda calzar y el mejor caballo que pueda llevar. —Y acto seguido sacó la cabeza del carruaje e hizo llamar a Addy y a Viktor, que se suponía estarían juntos. Mientras que Diego ordenaba a otro que trajera a la muchacha.
Addy y Viktor se encontraban a cierta distancia del carro mayor y platicaban mientras sacaban de mochilas en sus caballos sus capas de cuero por la lluvia. El frío están muy presente pese a ya ser alta mañana, tanto que un escalofrío recorrió a Viktor entero al ser alcanzado por una ráfaga de aire del norte.
Tenía puesta la coraza de metal sobre la camisa raída color granate y unos pantalones gruesos de color negro, sobre estos unas piezas metálicas oscuras a los lados y en las espinillas.
Llevaba las manos cubiertas por vendajes y con estas agarraba las riendas de caballo y al ver al jinete que se dirigía hacia ellos achicó un poco los ojos y reconoció a Rami Pebrella, un hombre con barba corta y descuidada, de ojos cansados Y oscuros y con los años al la espalda, que curiosamente, siempre tenía un aroma distintivo, muy agradable. Pebrella les dijo lo que había ordenado Gabi, y los tres juntos salieron de la columna de caballos y carrozas y se dirigieron a la cabeza de esta.
Al llegar a la carroza los demás ya se habían montado en sus caballos e ido de allí, pero Gabi, Diego y Violette estaban esperándoles. Al verlos aparecer a un lado de la serpenteante hilera de caballos, Diego y Violette pusieron una sonrisa en sus rostros, pero por diferentes motivos.
Viktor llevaba a su caballo, Níveo, un Frisón grande y fuerte. Negro como todos los frisones y alto y robusto como su jinete.
Addy llevaba a una yegua, no era suya porque él no poseía ningún corcel, sino que era uno de los que el grupo tenía en común. La yegua era delgada y de color marrón, su figura andaba unos pasos por detrás de Níveo, pero a la misma velocidad.
Los dos llegaron al carro y Gabi sacó la cabeza junto con Diego y Violette.
—Vosotros dos, iréis al sureste y os meteréis en ese bosque de ahí. —Dijo Gabi. —Hay un camino que lleva al pueblo en el que pararemos pasado mañana. —Les aseguró. —Deberéis ir e informar al alcalde que pasaremos por allí a repostar, agua, pan y si tienen vendas y medicinas. —Les Dijo Gabi.
—¿Entonces llegamos allí, buscamos al alcalde y le decimos que quiera o no pasaremos por allí a vaciarle las reservas de vino y queso? Perfecto. —Dijo Viktor.
—En realidad tú te vas a quedar con nosotros. , Vik. —Dijo Diego. —Hemos decidido que tienen que ser Addy y Violette los que vayan. Ellos no intimidarán a la gente. —Aseguró Diego.
—Comprendo, bien, pues me dedicaré a hacerle compañía al herrero, que eguro que él aprecia mis servicios... —Dijo Viktor dando media vuelta, dejando con la palabra en la boca a Gabi. Realmente no estaba molesto, pero siempre le habían gustado las salidas dramáticas.
—Por cierto Addy. —Dijo Gabi —¿La enfermera te ha quitado ya eso del brazo? —Preguntó
—Sí, está mañana me ha dicho que ya me lo podía quitar. —Exclamó. —Menos mal, ¡ya llevaba más de tres meses con el brazo en cabestrillo, desde que luchamos con aquel monstruo enorme! —Agregó este.
—Os diría que os llevarais a Níveo, pero parece que no podréis. —Y exclamó: "¡Porque a alguien le gustan demasiado las salidas dramáticas!" Y en la lejanía se escuchó un "que te den..."
—¿Dos ponis? —Sugirió Diego sacando la cabeza por la puerta de tela de la carroza. —No me gustaría enviarles con dos ponis de noche al bosque, podrían perderse o ser atacados... —Agregó Diego.
—¿Y si nos acompaña alguien? —Preguntó Addy, mientas lo hacía, la pobre Violette se dió un manotazo en la cara y musitó algo sobre la madre de alguien.
—No quiero enviar a más de dos personas. —Dijo Gabi. —No quiero que los pobres pueblerinos crean que les estamos amenazando con una avanzadilla, solo queremos agua, pan y si pueden algo de vino y medicinas. —Aseguró el jefe. —Somos mercenarios, pero no somos monstruos.
—Bueno. —Dijo la muchacha. —No hace falta que sea el de Viktor, podemos coger un solo corcel fuerte que nos lleve a ambos. —Sugirió ella.
A ella la llevó Rami Pebrella, que se quejaba del tiempo y del frío, y a Addy, su montura, hasta donde llevaban a los caballos atados, pero allí no encontraron un caballo bueno, pues sí era muy fuerte no obedecería a Addy, y el resto eran pequeños y flacos.
Pero entonces se escuchó el sonar de los cascotes del frisón negro de Viktor. Solo estaba Níveo, que pareció ofrecerse para llevarlos. Y ambos accedieron ante la mirada atónita de Pebrella. Una vez estuvieron ambos subidos al caballo Pebrella les dijo dos cosas: Que si paraban a descansar en el bosque quizá llegarían al pueblo al mediodía siguiente, y tendrían que esperar hasta la mañana a que ellos llegaran. Y que tuviesen mucho cuidado.
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