19.- Hombres de fe
La enorme puerta cayó a los pies de Gabi, todavía imóvil, viendo cómo la figura de la doncella de bronce llameante retrocedía, dejando paso a dos hileras de hombres bien equipados. Todos los que conformaron dos filas, pegados a la pared, de hombres de la Iglesia portaban cruces latinas en tela sobre el plato de metal y unos cascos militares, pequeños y con una visera mobil para cubrir la nariz y parte del rostro. Todos con plumas de colores en el casco, escudos de hierro forjado, decorados con cruces doradas sobre azul oscuro; también espadas enfundadas en cuero y lanzas punzantes y largas, aladas y apuntando hacia los hombres de Gabi.
El joven líder de los mercenarios estaba frente a la puerta, delante de él apareció entonces el hombre que le había estado hablando a través de la puerta, un hombre menos alto que él, con cabello castaño y largo, echado para atrás y con perilla negra. Su rostro era el de un hombre 10 años más viejo de lo que aparentaba, tenía rostro cansado pero sonreía al ver la tensa faz de Gabi y de los hombres siendo apuntados por veintecaballeros de la Inquisición.
-Tenemos doble propósito, y me vos me habéis caído en gracia- Le aseguró el hombre a Gabi con media sonrisa rota. -Os contaré lo que queremos si nos podemos llevar a la muchacha- Siguió.
-¿Por que no me contáis ahora qué queréis y luego hablamos de buscar a una puta para que la cacéis?- Preguntó desafiante Gabi.
-Vaya...- Dijo el hombre bajando la mirada. Pero volviéndola a subir enseguida. -Parece que no me he expresado con suficiente claridad- Dijo sacando rápidamente su acero. Una espada de buena calidad, con el pomo y la guarda dorados y la empuñadura azul oscuro. -No busco que vos me proporcionéis nada más que la muchacha a la que he venido a buscar- Le dijó apuntando su hoja al cuello del chico, que no se movió.
-Soy un pobre chico con un brazo herido, ¿Traicionareis vuestro valor de caballero?- Preguntó.
-Pues verá, yo solo sirvo al gran inquisidor, los títulos nobiliarios y todo eso del "honor" me sabe a más bien poco- Aseguró bajando la espada. -Cualquiera que sea enemigo de la Iglesia es mi enemigo y debe ser ajusticiado-
-¿Con cuanta seguridad sabéis que nosotros protegemos a una puta?- Preguntó Gabi.
-Casi con total seguridad, no sólo nuestra fuente nos dijo que ustedes realizarían acciones ilegales en este lugar, sino que nos aseguró que aquí habían mujerzuelas de esas y por si fuera poco, un hombre, dueño de un solar para dejar los caballos, nos aseguró que llevaban una prostituta antes de que le enviara a que unos de mis chicos le pagaran- Contó el hombre apoyando su espada en el suelo.
-Solo he de decir que tanto sus fuentes como ese hombre del que me ha hablado, mienten descaradamente. Seguramente lo hicieran por unas cuantas meneadas de plata- Aseguró Gabi.
El hombre rió y luego dijo: "entonces, dejadme hechas un vistazo a la parte de arriba" a lo que Gabi respondió con un "Por supuesto" y una mirada hacia Diego, que estaba arriba.
Ambos subieron las escaleras, rodeados por lanzas y espadas de los mercenarios que custodiaban las escaleras pero que no erraban en el segundo piso, donde se encontraban Addy, Gambino, Violette, Diego, Jonás y Puede que alguien más. El primero en subir fue Gabi, seguido por el hombre, que llevaba la espada desenfundada y un yelmo de acero bajo el brazo. Todos los que estaban arriba le miraron con nerviosismo, todos sabían quien era y lo que ocurriría a continuación si decidía posar la mirada en la mesa con una máquina tapada por una sábana que escondía algo más en su interior.
Estaban tensos, pues el caballero se paseaba sobre los tablones de madera tan tranquilo y con una amplia sonrisa rota y real, como si algo le hiciera gracia. Algo escondido bajo la mesa tapada por una sabana en la que había puesto la mirada y a la que se dirigía sin que nadie le pudiera detener. Con tres o cuatro pasos se plantó ahí, tan cerca, que sí alguien hubiera estado bajo la mesa, hubiera podido ver las botas cubiertas de metal, justo por debajo de la sábana que no llegaba hasta el suelo. Entonces el caballero se arrodilló y desapareció de la vista de los que estaban bajo, agarró la tela por debajo con la mano y vaciló unos segundos para observar que realmente lo que había bajo de ella era una muchacha, cabello del color de la arena y con mirada asustada. Al verla sintió alegría por haber adivinado su escondrijo; también sintió satisfacción, pues sabía que podría apresarlos a todos y disponer de ellos para lo que quisiera. Por último, al verla sintió frío en el cuello y luego un gran calor que descendía de forma líquida desde su cuello hasta el suelo y que salpicó con violencia el rostro de la muchacha. El caballero confuso intentó tapar el gran tajo de su garcanta, pero no pudo y un ran corriente de sangre salió por él asta que cayó al suelo muerto. La persona que le había degollado miró a Isabel y la vió manchada de sangre y con lágrimas en los ojos, pero se puso un dedo sobre los labios y la chica supo que no podría gritar ni llorar. Gabi, con Sílfide totalmente ensangrentada y con el corazón en la garganta se puso en pie y todo el mundo le miró. No estaba manchado de sangre y nadie de abajo le vio rajarle la garganta al comandante de los inquisidores, pero se acercó a la barandilla y gritó: "Matadlos a todos" Y todos sacaron las armas, esta vez eran ellos los que se imponían al enemigo y el que intimidaba.
Lo primero fue una gran lluvia de flechas de ballesta sobre los hombres de la Iglesa, que no pudieron bloquearlas todas y que se clavaron con fuerza pese al metal. Lo segundo fue una caraga con todo, defendidos por escudos y con espadas se lanzaron los mercenarios sobre las picas de los caballeros que se defendieron como pudieron del ataque de por lo menos el doble de hombres de los que eran ellos.
-¡Entregaos herejes!- Gritó uno de los caballeros mientras intercambiaba espadazos con los hombres de Gabi. Las espadas se hundían en la carne de los hombres en pleno fragor de la batalla.
En un momento dado Gabi decidió saltar a la batalla y unirse a los hombres que estaban bastante parejos a los hombres rivales, pese a ser más o menos el triple de hombres. Aunque eso duró poco, pues por la puerta entraron otros quince o veinte soldados y la batalla se inclinó a favor de la Iglesia.
-¡Addy!¡Ve con mi padre y saca nuestra arma secreta!- Gritó Gabi. Tras esto agarró con fuerza el brazo de Diego y le hizo seguirle por las escaleras de la derecha de la habitación. Las otras escaleras estaban defendidas por tres soldados con picas y escudos, dispuestos a repeler a cualquier caballero enemigo que se quisiera acercar.
-¡Gabi!¡No deberías luchar en este momento!¡Eres el jefe!- Dijo Diego consiguiendo soltar su brazo de lazo de la diestra de Gabi.
-¡¿Cómo no voy a luchar?!¡Lucho por ti, si defiendes a la chica, yo te defenderé a ti!- De inmediato Gabi lanzó un tajo con la pequeña espada Sílfide. Con este rebana la garganta de un caballero que se había logrado acercar a Diego sin que este se diera cuenta. La sangre de este cae a chorros encima de su armadura, un poco de esta también salpica a Diego.
-Dios...- Se le escapa de la boca a Diego tras ver esto. Le había rebanado el cuello a un caballero sin esforzarse, incluso con la cota de malla cubriéndole. Tan impecable había sido el corte que la hoja de Gabi no estaba ni manchada de sangre.
-¡Vamos, debemos hacerles retroceder!- Gritó Gabi animando a los hombres mientras se se dirigía al centro de la sala y miraba hacia arriba. Sobre él, en el piso superior se alzó un extraño artilugio. Está sujetado por la barandilla de madera y por Gambino. Detrás de la máquina se encontraba Addy.
-¡Adelante!- Gritó Gabi mientras levantaba la mano. Y con esto Addy agarra una palanca de madera que llevaba el artilugio en su parte de detrás. Tiró de la palanca y empujó esta de forma repetitiva, con cada estirón una flecha gruesa y pesada salía de su morro, que tenía dos arcos de ballesta de gran medida, uno encima del otro. Esta máquina no es otra cosa que una ballesta de repetición. La ballesta no contaba con el cuerpo de una ballesta corriente, era precisa a un cilindro seccionado en una parte superior y una inferior, entre éstas y en la parte delantera habían dos arcos de ballesta, grandes y de acero, con cuerdas de metal. Lo que la hacía especial era su parte superior, está era un tambor repleto de pernos gruesos que volaban veloces a sus objetivos. Estaba activada por una palanca que lo que hacía era adelantar el tambor para poner una flecha y tensar la cuerda al mismo tiempo. Con unos cuantos segundos bastaba para lanzar muchas flechas y sobre todo asustar al enemigo.
Las flechas de la ballesta impactaban una tras otra en los cuerpos de los caballeros, Gambino se encargaba de apuntar, y a éste no le fallaba la puntería por la edad.
Los caballeros eclesiásticos no tardaron en lazar sus escudos por encima de su cabeza para protegerse de la lluvia de implacables flechas que ya se ha cobrado unas cuantas vidas, impactando sobretodo en rostros y pechos.
-¡Es nuestra oportunidad!- Gritaron algunos soldados mientras se dirigen a las piernas desprovistas de escudo de los caballeros.
Los soldados de Gabi atacan con violencia las partes descubiertas de sus enemigos, y de estos algunos cayeron las suelo y fueron rematados por espada, hacha o lanza, cualquier cosa era buena para acabar con la vida de algún pobre diablo en este sangriento campo de batalla improvisado. Sin embargo los caballeros no se quedaron impasibles ante su pérdida de terreno y contraatacan con su mejor equipamiento las partes vulnerables de los soldados, estos golpean con las espadas los estómagos y pechos de los del grupo de Gabi. De ambos bandos solo se saca en claro que la sangre sale de forma gratuita por ambos lados.
Entre los hombres que cruzan espadas con los caballeros se lograba divisar a Jonás. Este se defiendió como pudo de un caballero con su escudo. El caballero arremetió con fuerza pero Jonás no retrocede y se impuso a su enemigo.
-¡Herejes, arderéis en el infierno!- Le gritó el caballeros.
-¡Cállate!- Le replicó Jonás al golpear con su escudo al caballero y lanzarle al suelo.
-¡Cuidado Jonás!- Gritaron a la vez Gabi y Diego.
El chico sin saber muy bien a qué se referían subió el escudo por puro instinto. En ese momento una fuerza sólo comparable a la de una coz de una gigantesca yegua arremetió contra su escudo. El golpe fue lo suficientemente fuerte como para lanzar a Jonás, un hombre joven y en forma, varios metros hacia atrás. Pareció incluso que volaba un par de palmos sobre el suelo y chocaba contra la pared de madera y piedra, cayendo al suelo después.
En el suelo éste intentó repocmponerse sin mucho éxito, el escudo que llevaba se había aboyado.
-¡Gabi, ayuda, no me puedo quitar el escudo!- Gritó Jonás sin poder desabrochar la correa que le ataba el escudo al brazo y le impedía soltarlo.
-¡¿Qué ha sido eso?!- Gritaron algunos soldados que acudieron a socorrer a Jonás en la parte izquierda de la sala..
De entre los caballeros apareció alguien, alguien enorme, con una gruesa armadura. Esta era plateada y con muchas cruces doradas por toda ella. El casco recordaba a la cabeza de un león y tenía plumas rojas por todo este, combinando con su capa, del mismo color. El gigante portaba una hacha muy larga, casi como una alabarda. Pero con el característico filo de un hacha de media luna en el final de esta y con una punta como la de una lanza sobre ella.
Los cuatro soldados que hace un momento atendían y ayudaban a Jonás se volvieron hacia el enorme caballero y arremetieron con todas sus fuerzas contra él. Sin embargo ni un solo filo de sus armas consigue tocarle. Él repelió todos los ataques a la vez con el mango metálico de su arma haciendo un complicado movimiento y haciéndolo girar.
El enorme caballero alzó su arma y uno tras otro fue destrozando las defensas de los soldados hasta haber reducido sus huesos a polvo. En un santiamén había acabado con 4 soldados, sin esforzarse y con una facilidad bastante escalofriante.
-Dios mío- Dijeron a la vez Diego y Gabi dirigiéndose a este.
Estos dos se detuvieron al lado del sujeto, parecía que la batalla se hubiese detenido, como si en su radio nada fuese real, como si a cierta distancia de él la sangrienta batalla en el salón de la segunda planta de el edificio no ocurriese. Él se había detenido, había bajado el arma y observaba los cuerpos que yacían postrados ante él. No se limitó solo a mirarlos, se había cambiado el arma de mano y con la derecha mientras se arrodillaba iba cerrando los ojos de los que acababa de matar.
-Siento tener que acabar con vosotros herejes...Si no vais al infierno, descansad en paz- Dijo el hombre mientras se levantó y devuelvió el arma a su mano derecha.
-Lo lamento de corazón...- Aseguró el gigante mientras se giró a Diego y a Gabi.
-¿Lo sientes..?¿Por qué?¿No es tu trabajo matar a todo aquel que esté en contra del clero?- Preguntó Diego.
-Así es, pero me parece un acto repugnante arrebatar una vida humana, Dios nos hizo a todos iguales, una vida vale lo mismo que cualquier otra. ¡Pero vosotros los herejes nos obligáis a mataros por atentar contra nuestra fe en Dios!- Aseguró el hombre.
-¿Cuales son vuestros nombres?¡Responded!- Grita el gigante.
-Diego...-
-Yo soy Gabi-
-Encantado Diego, Gabi un placer... Mi nombre es Sir Walter de Senía, soy el verdugo de la Santa Mano de Dios - Declaró el gigante.
-Me temo que les debo pedir que nos entreguen a la hereje, de lo contrario todos serán acusados de herejía y condenados a muerte- Dijo él. -Aunque, estoy seguro de que a mí acompañante, Alister Clayne, lo habréis asesinado ya y no lo tendréis vivo ahí arriba, ¿Me equivoco?-
-Sir Walter, vos parecéis una persona razonable pese a ser tan grande, dejad que nos expliquemos...- Intentó excusarse Jonás desde el suelo.
-¡Silencio! Si os negáis a entregárnosla me temo que todos aquí seréis condenados por herejía, y la pena es... morir por mi filo...- Dijo el gigante agarrando su arma de nuevo con ambas manos y preparándose para atacar.
-¡Cuidado Diego!- Gritó Gabi apartando a Diego de la trayectoria del arma que, sin lugar a dudas, le hubiese destrozado completamente el cuerpo de no ser por su empujón.
De forma increíblemente veloz el enorme caballero con casco de león, tras el tajo, de un salto recortó toda la distancia que le separaba de ambos.
-Quedaos quietos para que os pueda matar sin dolor, o por lo menos con muy poco...- Pidió alzando el hacha de nuevo.
-¡Cállate maldito bastardo pretencioso!- Gritó Jonás poniéndose en pie y lanzándose contra él.
Sin demasiado esfuerzo el gigante desvió el ataque del chico y lo agarró del cuello con gran fuerza.
Sir Walter dejó apoyada su arma en el suelo y se levantó la visera del casco con forma de cabeza de león con melena de plumas rojas y largas y deja su cabeza al descubierto. Su rostro era el de un rabioso diablo.
En su rostro destacan tanto sus enormes y brillantes ojos marrones como su bigote, que iba de las patillas hasta debajo de la nariz por ambos lados. Su pelo no era visible, solo te había levantado la visera del casco que le cubría el rostro.
-No te retuerzas hereje...- Le susurró Walter a Jonás mientras agarra de nuevo su arma.
-¡Suéltalo!- Gritó Gabi aproximándose a ellos.
Sin previo aviso gran cantidad de pequeños pétalos rojos se esparcen por el aire con origen en la espalda de Jonás, de ella sobresale la punta de lanza del arma del gigante, plateada y brillante por la sangre. De toda la sangre algunas gotas llegaron hasta el rostro de Gabi, salpicándolo entero con la sangre de su amigo.
Jonás hizo un fútil intento por liberarse, sin poder articular palabras, de su boca salió un grito potente, dirigido de frente a la cara de Walter. Jonás había conseguido, mediante retorcerse, que la punta no e atravesara el esternón, sino que se clavo sobre el pulmón derecho. Le atravesó de parte a parte y seguramente le partió algunas costillas pero evitó morir de forma veloz.
-Anda, duérmete ya, hereje...- Farfulló con una mezcla de melancolía y orgullo el gigante mientras todavía sujetaba el cuello del chico, que agarraba con fuerza el brazo del gigante y la lanza que le arravesaba, elevándolo unos centímetros del suelo al mismo tiempo que retiraba el arma de su interior.
Gabi se quedó congelado, la sangre de su amigo le había salpicado de arriba a abajo. Solo silencio, solo hay eso en la cabeza de Gabi ahora, solo silencio y el color de la sangre que le impregna. Un silencio que tan solo es perturbado instantes después por el sonido del cuerpo de su amigo impactando contra el suelo después de que que Sir Walter le soltara.
-Lo siento por tu amigo, pero en un momento todo habrá acabado...- Le aseguró a Gabi.
Los ojos de este estaban abiertos como platos, no reaccionó, siguió con la misma postura con la que pretendía agarrar a Jonás del hombro, siguió con el brazo extendido y con la mirada vacía. Ninguna reacción, a nada, ni siquiera a que el gigante alzara de nuevo su arma ante él con intención asesina.
-¿Has terminado...?¿No te vas a defender o algo...?- Preguntó Walter mientras Gabi se arrodillaba y por fin recogió su brazo extendido. Se puso al lado de Jonás, que se retorcía en los tablones del suelo. Solo jadeaba y se agarraba el hombro, decía: "perdona, perdona" Solo repetía eso, pero Gabi le miraba incrédulo y sin cambiar su rostro de muerte y horros.
-Sí no os vais a defender, esto será mucho más fácil de lo que me habían dicho- Dijo con una carcajada el gigante.
-¡Espera!¡Alto!- Gritó Diego desde detrás de Gabi intentando agarrarle la mano para sacarle de ahí.
El filo del hacha comenzó entonces su recorrido descendente con destino a la cabeza de Gabi, matándolo casi instantáneamente, si no por el golpe por el hundimiento del acero. El filo se movió velocísimo, mucho más rápido de lo que Diego le ordenó que se detuviera o de cualquier espadazo dado en la sala en la que decenas de hombres se estaban matando ahora mismo.
El filo se detuvo alcanzado su objetivo y con la frenada del acero, una pequeña ráfaga de aire golpeó la cara deDiego haciendo que lágrimas cayeran al suelo. La hoja de acero se encontraba ahí, frente a él, a escasísimos milímetros de la cabeza de Gabi.
-¿Eso son lágrimas...?- Preguntó Sir Walter señalándoles a ambos.
Diego se queda paralizado unos momentos sin saber bien qué responder. -Te lo pregunto a ti, Diego... ¿verdad?-
-¿Y-yo...?-
-¿Un hereje que llora por uno de los suyos...?- Preguntó -Interesante, jamás hubiese supuesto que semejantes aberraciones pudiesen tener sentimientos como la empatía. Muy bien, parece un trato justo el luchar con vosotros en igualdad de condiciones- Dijo este agarrando a Gabi del brazo y levantándolo del suelo.
-¡Adelante, comenzad!- Ordenó el gigante con un gesto con su mano derecha.
Diego agarró fuertemente su arma con la mano derecha mientras que con la izquierda agarra la mano de Gabi que todavía no reacciona.
-Gabi, por favor, ¡reacciona!¡Dime algo!- Gritó Diego mientras lsacudía a Gabi.
-¿Cómo? No llevo no un día de líder y ya hay gente muriéndose a mi alrededor...- Dijo Gabi entre lágrimas.
-Gabi, por favor, no tienes la culpa. Debemos darle paz a los que han muerto y procurar que nadie más muera. Y parece que eso pasa por encima de este tío- Dijo Diego apuntándole con la espada.
-No... puedo ser el jefe, no puedo hacer que mueran por mí...- Dijo Gabi sollozando.
-¡Si no te callas, te tendré que callar yo!- Replicó Diego con los ojos rojos y miéntras empujaba a Gabi hacia atrás.
-Te haré frente, ¡y te mataré!- Gritó Diego en parte intentando defender y llenar de seguridad de nuevo a su amigo.
-No se diga más. Te cedo el primer ataque amigo hereje- Dijo Walter haciendo una burla de reverencia.
-Antes de nada, antes has dicho que sería más fácil de lo que te habían dicho... ¿quién te ha dicho el qué? No estáis aquí por lo de la chica, tú comandante nos ha hablado u. Poco de eso, pero se quedó sin aliento antes determinar- Dijo Diego.
-Hmmm... muy agudo amigo hereje... Parece que lo de la prostituta nos ha servido como excusa para arrestaros. Verdaderamente se nos había avisado desde hace cerca de un mes que vuestra compañía tuvo algo que ver con el alvistamiento de un monstruo en una aldea cerca de la frontera con el Reino del Oeste- Aseguró Walter sin ocultar nada aparentemente.
-¿Por qué me lo cuentas así como así?- Dijo extrañado Diego.
-Hmmmmm... ¿No resulta obvio? Hmmmm... No espero que sobrevivas, y en caso de que lo hagáis, os capturaríamos- Responde él.
-¿Todo esto es por lo que ocurrió entonces? ¡Pero si matamos al monstruo!- Gritó Diego.
-Tras lo sucedido allí no se encontró el cuerpo de la criatura. ¿Cómo sabemos que no fue una tergiversación de los hechos? Me parece la mar de sospechosos que pasarais por allí y de pronto aparecieran bestias y monstruos así como que una pequeña ciudad sitiada se defendiese del gran ejército del Oeste...- Agregó Walter.
-Me da igual lo que creas, ¡yo te estoy diciendo la verdad!-
-¡Demuéstralo, derrotame y demuestra que tú verdad es absoluta y tu determinación más fuerte que la mía! Tú juicio por combate comienza, y será de uno contra dos, porque hoy me siento generoso, pese a que seáis unos embusteros y hayáis matado a mi comandante-
Repentinamente Diego se lanzó contra el gigante con la espada agarrada con ambas manos. Golpeó con esta repetidas veces la defensa del gigante constituida por al largo mango del hacha puesto en horizontal.
-No está nada mal, poca fuerza pero seguridad, alguien te ha enseñado a golpear con furia, pero esta furia no es tuya. ¿Me equivoco?-
-Grrrr...- Los ataques de Diego se intensificaron entonces, pero estos chocaron una y otra vez y se estampó directamente contra la aparentemente inexpugnable defensa del gigante.
Este no dudó ni un segundo cuando vió una imperceptible aunque existente brecha en el propio ataque de Diego para asestar una patada al estómago de este.
La patada le echó hacia atrás y le dejó a plena merced del filo de Walter. Este levantó su arma y la hundió en el suelo gracias al rápido esquivo de Diego que no le dejó en una posición favorable pues todavía está en el suelo, lo que fue aprovechado por Walter para lanzan un segundo golpe con la punta de lanza el cual fue ligeramente desviado por la espada de Diego. Este se incorporó e intentó asestar otro golpe pero su arma fue frenada en seco.
Un golpe directo a la mandíbula de Diego le tendió en el suelo y de sus labios un hilo de sangre llegó a gotear en los tablones de madera del suelo.
-Aguantas bien para ser tan delgado. Parece que has entrenado mucho... sigue así, esta contienda será interesante- Aseguró Walter con sus esperanzas puestas en Diego. -¿Vuestro amigo no participará en su propio juicio por combate?- Preguntó.
-¡Diego, apártate !- Gritó una voz desde la planta superior. Era Addy, agarrando la estrambótica máquina automática de disparar flechas.
-¿Es Eso una ballesta de repetición? ¡Ua ja ja ja! ¡Disparad!¡Mi fe me protege, soy un soldado del Señor, nada me puede dañar!- Aseguró Walter mientras saca una pequeña cruz dorada de su armadura.
-¡Adelante!- Gritó Gambino comenzando una ráfaga mortífera de flechas dirigidas directamente al gigante.
Una tras otras las siete flechas disparadas por la máquina erraron su objetivo clavándose furiosas en el suelo.
-¡Dispara más Gambino!- Gritó Addy asustado.
-¡No puedo, se ha atascado!- Respondió este.
-¿Lo ves?- Dijo Walter confiado -Soy el siervo del Señor, no moriré hasta haber cumplido lo que Él me ha encomendado.
Gabi miraba con horror la escena, paralizado todavía por ver a su amigo yacer en el suelo, Jonás respiraba con dificultades en el suelo, había perdido mucha sangre y aún así Gabi seguía inmóvil, con Sílfide cogida en su diestra temblorosa y poco firme. En su interior se debatían de forma furiosa la idea de abandonar, de alzar la Blanca sábana de la rendición o ayudar a Diego, que luchaba a la desesperada con el gigante para salir de ahí con vida. No era más pequeño el sentimiento que le iba a hacer ayudar a Diego que él terror que había sentido al ver la sangre de su amigo saliendo de él, pero por alguna razón no era capaz de reaccionar, de moverse o siguiera de decir algo
-¡Gabi, te necesito, esto es serio!- Suplicó Diego, defendiéndose como podía de los fuertes ataques del gigante, que impactaban y hacía saltar chispas al tocarse entre aceros.
- Y-yo... no...- Intentaba decir Gabi.
-¡Gabi!- Réplicó Diego -¡Necesitó que vuelvas, necesito que me ayudes, sin ti ambos moriremos!-
-No... No puedo y-yo...- Intentó responder de nuevo él, observando el filo del hacha descendiendo sobre Diego.
-¡No!- El frío grito de Gabi sonó casi sordo, porque algo de pronto cambia. La trayectoria del arma cambia súbitamente tras un fuerte tañido de acero contra acero, pero sin embargo nada había tocado el hierro de Walter.
-¿Qué ha sido eso...?- Se preguntó el gigante al observar en el mango un corte hecho con un arma extremadamente afilada sobre el cuero.
-De pronto Gabi repara en que casi inconscientemente había movido ligeramente su arma, Sílfide.
-¿Has sido tú...?- Se sobresaltó Diego alejándose del gigante.
-Increíble... al final resulta que si sois usuarios de extrañas magias de herejes, pero eso no solo hace las cosas más interesantes, sino que me da una razón real para mataros...-
-¡Gabi, juntos podemos lograrlo!- Le animó Diego poniéndose junto a él. Ambos sujetando sus armas, pero esta vez con más confianza en sí mismos.
-Diego, gracias por confiar en mí...- Dijo Gabi bastante seguro de sí mismo.
-Confiaría en ti para cualquier cosa, eres el jefe, y mi mejor amigo...- Aseguró el chico.
-Enternecedor, ¿habéis terminado ya?- Preguntó molesto Walter. -Tenemos algo pendiente...-
Mientras tanto.
En la calle, el sonido de la lejana batalla que tenía lugar en el salón del edificio con forma rectangular pasaba desapercibido para el muchacho peli negro y robusto que montaba sobre su caballo, un frisón negro y bueno.
Los guardias de la ciudad le había contado que en la torre de calderas que había al final de la calle, normalmente, habían un par o tres de chicas que le podría ayudar en más de un sentido.
Viktor miraba a todos lados, pero no divisaba nada que pudiera llamarse torre de calderas, sólo edificios amontonados, color café y tonos pastel para las tiendas de la calle. Tejas negras, rojas y verdes en los tejados, que hacían que la luz de pasado el mediodía no llegara del todo a la calle, que era ancha pero con altos edificios. Eran desordenados, pero parecían acogedores, más de una vez y más de dos Viktor había pensado en vivir en algún lugar como ese, rodeado de tiendas, entrar en la guardia real y poder decir con orgullo que servía un Señor o incluso que le llamaran "Ser" Sueños que había tenido desde pequeño.
Viktor miró hacia arriba, vio las mismas cuerdas de acero que habían en las calles la noche anterior, pero éstas no llevaban los calderos llameantes. Esto hizo pensar a Viktor "¿Dónde diablos los habrán puesto todos?" Y siguiendo el cable con la mirada descubrió finalmente la respuesta a sus dos enigmas, los dos lugares que había de encontrar, que resultaban ser el mismo. Era una torre, hecha por dentro de madera, incluso parecía que había una especie de habitaciones con cristales sucios y amarillentos como ventanas. En el exterior, unas escaleras de metal negro y un recubrimiento de centenares de barras de hierro, placas, remaches y cables que le daban un aspecto muy robusto y sombrío. Tenía al menos cuatro niveles, y en cada uno había una sala hecha de madera. En el exterior tensaba los cables que recorrían la ciudad y tan acercados a la torre como podían, algunos incluso apoyados en el interior de los suelos de acero de las plantas; de encontraban los calderos, que estaban húmedas y humeaban vapor blanco.
Sobrecogió a Viktor durante unos minutos, "nunca había visto nada igual" se dijo para si mismo.
Llegó a la base de la torre sobre Níveo y, a lo lejos, logró ver otra torre, idéntica a la que tenía encima bajando por una calle hacia el este. El suelo de la torre sonaba a metal al paso de Níveo y contaba con varios agujeros en la arena que mostraban un suelo inferior de metal y agujeros de alcantarillado que humeaban por el cambio de temperatura.
-Perdone apuesto caballero, ¿Que desea?- Preguntó una mujer desde detrás del caballo de Viktor. Ese se giró para ver a la muchacha y la vio con ropa fina, casi transparentaba su pálido y delgado cuerpo. Tenía cabellos sucios y marrones y los labios gruesos y rojos.
-Discúlpeme señorita, busco a un par de personas, muy malas- Dijo el chico sin rodeos. -Deben ser castigadas- Siguió.
-¿Y no preferiríais castigarme a mí? Solo os costará unas cuantas monedas Ser- Dijo la muchacha seductora acercándose al caballo.
-No soy Ser, pero gracias por el ofrecimiento, de igual forma, no estoy aquí por diversión- Intentó excusarse Viktor.
-Mira cariño, aquí vienen agentes de la ley, funcionarios de palacio e incluso algún que otro noble ricachón, no te las des de importante por ir a caballo- Dijo la chica volviéndose.
-Yo monto a caballo, tú vete a montarte a alguien...- Dijo recriminando. -Maldita sea, uno ya no puede ir a un burdel sin que una mujer se lo intente camelar...-
Viktor dio un par de vueltas al rededor de la torre de madera interior, justo entre està y las cinco o seis patas de hierro que tenía la exterior.
Entonces se le acercó otra persona, esta vez era un hombre, grande y fuerte.
-¿Te puedo ayudar compadre?- Preguntó el hombre, moreno y con los ojos claros. Vestía ropa de seda naranja claro y unos pantalones blancos. -No eres bueno para mí negocio, he de pedirte que te vayas o que pagues- Le dijo el hombre.
-¿Sois el dueño de este lugar o sólo el matón que han enviado?- Preguntó Viktor.
-Depende, ¿vas a pagar mucho o poco?- Dijo ese. Entonces vio cómo Viktor desenfundaba la espada, atada a su cinturón. Entonces el moreno palideció y dio un par de pasos hacia atrás. -Lo siento compadre, solo soy un mandado, mis jefes no quieren perder dineros ¿sabes? Yo solo...- Intentó excusarse.
-No te molestes- Dijo Viktor metiendo la espada en la vaina. -Respóndeme, ¿tus jefes son dos gordos medio calvos que se dedican a la trata de chicas?- Preguntó seguidamente.
-Sí, pero por favor, no me haga daño, ellos están en el tercer piso- Dijo el moreno suspirando. -Escucha compadre, me pagan una pasta, ¿me puedes dar un puñetazo, para que parezca que te he intentado detener, pero subes igual? Te puedo dar algunas monedas de plata- Dijo él.
-No te preocupes, lárgate de aquí, quizá meta en uno de esos calderos a los cabrones de tus jefes, han vendido a mi cuadrilla y a mi hermano a esos perros de la Iglesia- Aseguró Viktor. Antes de que hubiera terminado el hombre ya se había largado, más rápido que si hubiera ido a caballo.
Viktor se puso frente a la puerta, una puesta de madera frágil y alguien desde detrás dijo: "lárgate patán, cuando aprendas a hablar a una señorita vuelve"
Viktor se mantuvo frente a la puerta y con una sola patada la echó abajo, y a la muchacha de antes, que estaba detrás se la llevó también por delante. "Disculpe" dijo Viktor pisando con descaro la puerta bajo bajo la que estaba la chica. El interior era grande, lleno de sillones y cojines, rojos y dorados, de buena tela. Habían también varias mujeres, asustadas. Una de ellas le hizo una señal con el dedo, señalando hacia una puerta a la izquierda de Viktor. Este previno cualquier peligro y sacó de nuevo la Matalobos y con un mandoble arrancó el pomo de la puerta, haciendo que un hombre, apoyado en el otro lado, cayese dentro.
-Mira a quien tenemos aquí chicas, otro perro al que despachar- Dijo Viktor. Éste le puso un pie encima de la espalda, impidiendo que le levantara.
-Maldita sea, ¿quien eres?- Preguntó el hombre, joven y vestido de negro. -No puedes subir arriba- Siguió gritando. El chico entonces, con alguna dificultad, agarró un cuchillo e intentó lanzar un corte a la pierna de Viktor que no le sujetaba. Entonces Viktor la levantó y se apoyó totalmente sobre él. Acto seguido pisó la mano que sostenía el cuchillo y está crujió bajo la bota con acero.
-¡Mierda, cabrón!- Gritó mientras Viktor le miraba bajo sus pies.
-¿Cuántos más hay? Matones como tú, quiero decir- Preguntó Viktor pinchando su espalda con la punta de la espada.
-¿Crees que te lo voy a decir idiota?- Dijo burlesco el chico de negro.
-Bueno, siempre que quieras conservar las dos orejas. Me lo dirás y yo subiré, terminaré con esos putos gordos y me podré ir sin quitarte una oreja a ti- Dijo Viktor amablemente mientras las dos mujeres de la sala le miraban con horror.
-No hablaré, capullo- Gritó el joven. Viktor levantó la punta de la espada de la espalda y la dejó caer sobre la madera, cortado la cara desde la oreja hasta el pómulo y haciéndole derramar sangre roja brillante sobre el suelo, seguida de un grito, desgarrador y potente de dolor.
-Por favor, son 5, déjame, déjame por favor- Dijo lloroso y suplicante.
-Muy bien, ahora lárgate- Dijo Viktor bajándose de encima de el hombre, que salió corriendo con la oreja y el rostro ensangrentado.
Viktor volvió a mirar a las chicas, que estaban tan asustadas como antes, pero vestidas. Él hizo de nuevo un gesto para que permanecieran en silencio. Viktor hizo girar la espada , larga y con la punta ensangrentada. Y se dirigió a la puerta abierta, que daba a una escalera de madera que a la mitad se volvía de metal. En el final de la escalera habían dos tipos, hablando entre ellos, tranquilamente mientras fumaban de pipa, haciendo grandes nubes de humo gris. Iban vestidos de cortesanos, no era guardias, vestían austeramente y estaban alegres. Entonces apareció una muchacha, semidesnuda y muy cercana a los dos hombres, acariciandoles mientras les seducía. Viktor guardó la espada, disponiéndose a hablar con ellos.
-Señores- Dijo Viktor y ambos se giraron. -Me gustaría que me aconsejaran- Siguió.
-¿Qué ocurre joven?- Preguntó uno de ellos, con bigote y barba gris, era que que tenía más cerca a la chica, a la cual cogía por la cintura, una cintura delgada y hasta donde llegaban sus ropajes azul oscuro mientras dejaba ves sus pechos.
-He escuchado por ahí que este lugar lo llevan dos hombres, grandes y con fama de despiadados, ¿es eso cierto?- Preguntó amablemente Viktor, con la espada envainada en la cintura. Era larga y llevaba el cinturón alto para que esta no tocara el suelo.
-Así es, creo que te refieres a los hermanos Patau, Boris y Barric, son dos hombres gordos y repulsivos, pero no digas que yo lo he dicho- Pidió el hombre que sujetaba a la chica. -Lo único que quiero de ellos es esta con una de sus bellezas- Dijo mientras que su compañero asentía y daba un manotazo "cariñoso" al trasero de la chica, que respondía con un respingo y una sonrisa.
-¿Están arriba?- Preguntó Viktor ambos asintieron y Viktor pasó entre ellos, pasó de largo la puerta de madera y se dirigió al otro lado, donde habían unas escaleras pasando la otra puerta de la habitación de madera. Padó también al lado de una ventana, está estaba sucia y amarillenta, además de empañada por el cambio de temperatura dentro y fuera de esta; igualmente en el interior de apreciaban figuras, realizando movimientos repetitivos, arriba y abajo y delante y atrás. Viktor simplemente se dirigió a las escaleras y volvió a ver a alguien en el final de esta, un hombre de negro que se le acercó con celeridad pero que cayó redondo sobre los escalones cuando Viktor pasó el filo de su cuchillo por el cuello de éste. Al llegar al piso de arriba vio, sin que ellos le llegaran a divisar, cuatro hombres, armados con espadas, que protegían la última puerta.
Viktor no se lo pensó demasiado, subió las escaleras del todo y se les plantó delante.
"Vengo a hablar con Boris y Barric" Dijo él. Pero todos ellos le miraron extrañados.
-¿Te han dejado subir?- Preguntó uno de ellos.
-Por supuesto, vuestro compañero de las escaleras- Dijo él invitándole a que le viera, pero en el momento que se plantaron sobre la escalera y vio el cuerpo de su compañero en el suelo, no pudo hacer nada más, de nuevo su cuello fue rajada por detrás por Viktor. Los otros hombres quedaron espantados, pero rápidamente sacaron las armas y se lanzaron al ataque.
El primero golpeó la espada de Viktor con la suya propia, pero fue desviada y él, golpeado en la nariz, dejándola hecha un aglomerado de sangre y hueso. El segundo se llevó un espadazo en el costado, si poder llegar a defenderse, mientras que el tercero directamente tiró la espada al suelo y se fue corriendo, bajando las escaleras lo más rápido que pudo.
Entonces Viktor se vio frente a la puerta de madera, salpicada de sangre, mientras que había dos cuerpos muertos en el suelo y uno con la nariz hecha pedazos, sin poder levantarse.
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