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17.- Los fuegos volantes

Raudo y veloz fue Diego con la chica. Tenía cabellos de color arena, rubio sucio, ojos llorosos y marrones y en el rostro fino y delgado un ojo morado y una mejilla amoratada, fruto de la paliza de esos dos animales.
-¿Estás bien?- Preguntó Diego arrodillándose en el suelo para ayudarla a levantarse.
-¡No me toques!- Gritó ella sacudiendose cuando Diego la ayudaba.
-¿Qué ocurre?¿Te duele mucho?- Siguió intentando decir Diego, hasta que ella lo abofeteó con fuerza. Marcó toda su palma en la mejilla izquierda del chico, pero éste no se devolvió, se apartó un poco y la observó. Observó como iba vestida, unos harapos finos, que sin lugar a dudas no eran cálidos; unas calcetas largas y holgadas, que no estaban sujetas a la rodilla porque no tenían cordel y unos zapatos deshechos, sucios de polvo y barro seco.
Desde detrás de Diego apareció Jonás "¿Qué crees que haces perra?" Le gritó él.
-Espera- Le gritó Diego haciendo que se detuviera. Con un manotazo en el peto de metal del pecho le hizo retroceder y dijo: -Móntate en el caballo, no te quiero aquí-
-Bien, solo intentaba ayudar...- Dijo un poco molesto mientras se daba media vuelta. -Diego, yo no me juntaría demasiado con ese tipo de mujeres, es una perra de la calle- Dijo poniendo una expresión de desagrado.
Diego volvió a hacer caso omiso a las advertencias de Jonás y volvió a mirar a la chica, que con ojos llorosos intentaba levantarse, apoyándose en sus maltrechas rodillas, raspadas y sucias.
-¿Podría ayudarla señorita?- Preguntó esta vez Diego.
-No- Respondió la chica con la voz quebrada. -Tu amigo tiene razón, soy asquerosa...- Siguió mientras rompía a llorar.
-Por favor, no diga eso, la llevaremos con nosotros, tenemos que ir a que nos vea un doctor- Aseguró Diego optimista. -Yo mismo se hacer algunos arreglos y pequeñas costuras en la piel, quizá te podamos ayudar...- Dijo algo menos convencido por la cara que ponía la muchacha.
-No, no dejaré que otro hombre me vea, no lo permitiré- Aseguró ella mientras apretaba fuertemente sus puños.
-¿Qué diferencia habría entre que te viera un médico y esos tipos...?- Preguntó Diego.
La muchacha le respondió con una sorda mirada, mientras los labios todavía le temblaban sus ojos estaban furiosos.
-Eres un puerco, lárgate, no te quiero volver a ver- Aseguró ell dándose media vuelta, pero a los pocos pasos cayendo al suelo arrodillada.
Entonces el caballo de Gabi, Café les pasó por el lado y se colocó justo delante de la muchacha. Gabi, en su lomo le extendía la mano a la chica para que esta la agarrara y se subiera, pero ella no parecía convencida.
-Por favor- Le pidió Diego. -Siento lo que he dicho, no debe ser agradable. Pero solo queremos ayudarte- Le aseguró.
Ella agarró la mano derecha de Gabi, la que no estaba restringida y logró subir al caballo, pero su postura era extraña e incómoda, con las piernas juntas, a un lado del caballo.
Los tres juntos volvieron con los otros y Diego les presentó.
-Yo soy Diego, Gabi es con quien vas montada- Le aseguró mientras Gabi le estrechaba cariñosamente la mano. -Ese chico tan amable es Jonás- Dijo mientras éste la miraba con cierto desprecio. -Por último, el que está en el otro caballo inconsciente es mi hermano Viktor- Dijo mientras Viktor, con los ojos cerrados y al borde del colapso levantaba la mano como saludando, pero con pocas fuerzas.
La muchacha cogió aire del miedo que les tenía, pero se agarró fuerte a la espalda de Gabi.
-Escucha furcia- La llamó Jonás. -Di tu nombre o te llamaré Puta a partir de ahora- Aseguró mientras ella apretaba los dientes.
-Me llamó Isabel- Dijo ella tragando saliva.
-¿Quiénes eran esos tipos?- Preguntó Diego muy directo.
-No es asunto tuyo rubito- Le respondió Isabel cortante.
-Bien, pero ya sabes, queremos ayudar- Aseguró Diego.
-Mentiras, todo son mentiras. ¿Por qué ayudaríais a alguien como yo? Seguro que queréis algo a cambio, pero no venderé mi cuerpo de nuevo, ni tengo dinero para pagar- Aseguró la muchacha enfurecida.
-Mira Isabel, nosotros somos mercenarios, luchamos, matamos y morimos por dinero- Dijo Gabi sin girarse a mirarla. -Sin embargo, ni a Diego, ni a mí, ni a nadie nos gusta ver a dos perros sarnosos golpeando por ahí a una jovencita- Dijo él.
-Gracias, pero no quiero vuestra ayuda, esto es cosa mía...- Repitió ella.
-Bien, si no quieres nuestra ayuda, no la tendrás- Respondió directamente Gabi, casi instantáneamente.
Diego se le que quedó mirando un poco extrañado durante unos segundos.
-Pero Gabi, no podemos...- Dijo antes de ser interrumpido por un potente "No" de Gabi, mandando callar.

Tras unos minutos por la calle de tierra recorrida por ambos lados por casas destartaladas y sombrías, llegaron a un gigantesco portón de madera y de hierro. La puerta medía con facilidad 12 varas y estaba custodiada por cuatro caballeros con armadura, todos con estandartes en la tela por encima del peto plateado, color azul con un lobo negro en él.
"Alto ahí" Gritó un de ellos, levantando la Palma para hacerles parar.
-¿Qué asuntos les traen a Lobos a tan altas horas de la noche?- Les preguntó el mismo tipo, con un casco plateado, con visera triangular con orificios. Iba armado con una espada envainada y una lanza con un estandarte de lobo negro, igual que el que llevaba al pecho.
-Somos mercaderes- Respondió Gabi. -Nuestros compañeros llegaron esta tarde, les perdimos hace un par de pueblos- Aseguró aparentando estar algo avergonzado.
-¿De verdad?- Preguntó el tipo algo escéptico. Al mismo tiempo que los otros tres dejaban ver que sujetaban pesadas ballestas de metal. -¿Por qué van todos armados?- preguntó de nuevo el caballero.
-Protección, necesitamos que no nos puedan asaltar por el camino y robárnoslo todo- Aseguró Diego rápidamente. -Por favor, unos de nuestros guardaespaldas está herido- Dijo Diego algo más apurado mientras señalaba a Viktor, que estaba sobre Níveo.
-Bien, pasad- Dijo mientras se quitaba de el camino y el resto de soldados bajaban las ballestas.
"¡Abrid la puerta!" Gritó. Entonces las puertas enormes y negras se abrieron de par en par, como accionadas por un mecanismo. Sonaban metálicas y al abrirse mostraban una gran calidez y luz.
Entraron por la enorme puerta y vieron el comienzo de calles empedradas y colinas de casas amontonadas, todas brillantes y ruidosas. Bulliciosas y nerviosas, las calles estaban llenas de personas, saliendo y entrando en grandes salones con glamor, tabernas abarrotadas cabarés y otros lugares de entretenimiento.
Las luces de las velas en el interior de los hogares alumbraban la ciudad. También había colgado entre los edificios unos extraños cables de hierro, que sostenían una especie de calderos negros, con fuego en su interior, con la red de cuerdas metálicas y un complejo sistema de poleas, los calderos se podían desplazar y cambiar de lugar para alumbrar la ciudad, los cables eran de metal para evitar que los calderos, colgantes, las quemaran y se desplazaban para que no se calentaran demasiado. Justo cuando Gabi, Diego y el resto pasaron por el arco, uno de esos grandes calderos de fuego pasó a gran velocidad, casi tan inclinada como para que desde abajo se viera el contenido incandescente.
Los cuatro quedaron impresionados e incrédulos ante tales maravillas de la gran ciudad. Lobos, la ciudad del hierro y el acero, se abría ante ellos, en ciernes y con el color de la fragua.
-Este lugar sigue siendo tan increíble como la última vez- Dijo Diego maravillado todavía por el color y el sonido bullicioso de la metrópoli.
-Deberíamos encontrar al resto- Dijo Jonás mientras los otros miraban hacia las cuerdas metálicas en movimiento.
-Sí- Gabi colocó la mirada en él. -Se supone que hay una gran posada, justo delante de una gran explanada de tierra. Allí es donde normalmente dejamos los caballos- Aseguró él.
-Pues movámonos, esta ciudad, a parte de ratas y borrachos, también está plagada de caballeros inquisitoriales- Aseguró Jonás. -A ese tipo de gente no le gustamos los mercenarios, y mucho menos las prostitutas- Aseguró él mientras tiraba de las riendas y se ponía en marcha, encaminándose hacia la gran avenida llena de personas.
Gabi y Diego se apuraron para no perderle de vista.
Tardaron casi media hora en avanzar por la calle, que estaba totalmente llena de personas que impedían a los caballos avanzar. Llegaron, tras unos cuantos cruces llenos de esas antorchas colgantes, a una plaza, bastante menos concurrida y poco iluminada, a un lado había un alto edificio, lleno de ventanas, con un gran cartel sobre la puerta. En el cartel, entre otras cosas, se ofrecían habitaciones. Al acercarse un poco vislumbraron justo detrás del edificio un solar lleno de caballos y con algunas carrozas y carros.

Los cuatro se acercaron y desmontaron, dejando a los caballos en el descampado, totalmente abarrotado. Cogieron a duras penas a Viktor, que seguía igual de mareado por los golpes en la cabeza. "Dejadme caminar, yo puedo solo" decía mientras era totalmente incapaz de mantenerse en pie el solo.
En la posada en hombre tras el mostrador les ofreció un par de habitaciones, a buen precio y les entregó las llaves inmediatamente ora que pudieran llevar a Viktor.
Estaban en la misma habitación Viktor, Diego y la muchacha llamada Isabel, mientras que Gabi y Jonás estaban en la otra cámara. Tardaron poco en caer rendidos, muchas emociones en un día mucha acción inesperada.

En la habitación de Diego, Viktor ocupaba la cama, mientras que la muchacha y Diego estaban en el suelo, tapados por una manta pe pieles. Ambos estaban helados, pero la chica rechazaba por todos los medios posibles acercarse a Diego. Por desgracia para ella el frío era mucho más fuerte.
En un momento dado, tras unos minutos de caliente descanso Diego dijo: "Por favor, cuéntame qué te ha pasado Isabel" ella le miró de nuevo con los ojos llorosos y respondió: "Creía que había quedado claro que no quiero tu ayuda para nada"
-Mira, se que no quieres nuestra ayuda, pero me siento mal, he de poder ayudarte- Siguió él.
-Chaval, no me debes nada, ni siquiera me conoces, déjame en paz- Concluyó.
-¿Me dirás al menos por qué te hicieron esto?- Preguntó casi resignado Diego.
-Porque no quería trabajar- Respondió ella.
-¿Trabajas para ellos?¿Los mismos para los que trabajas de han hecho esto tan horrible?- Preguntó incrédulo. -Lárgate de aquí, busca una posada o algo donde poder trabajar- Le pidió.
-Por desgracia, Rubito, no es tan fácil. No solo porque no tengo medios para irme, sino porque esos animales tienen secuestrado a mi hermana- Dijo ella apretando los puños.
-¿Cómo? Que horrible...-
-Sí, me han estado obligando los últimos días a quedarme en un callejón mientras ellos me buscan clientes- Aseguró.
-¿Por qué?¿Por qué hacen esto?- Preguntó horrorizado.
-Mi padre, al parecer tenía un montón de deudas con esos dos y, al morir, decidieron cobrárselas con nosotras. A mí me... me... me hicieron cosas horribles y me han estado usando como una puta basura en ese callejón cada noche desde entonces- Dijo mientras lágrimas caían desde sus ojos, uno amoratado, hasta sus mejillas. -Y a Clara, la tienen en un sótano de una taberna, medio muerta, creo que esperan para venderla a algún depravado...-
-Eso es horrible, debo hacer algo, no puedo quedarme con los brazos cruzados sabiendo que esto te está pasando- Aseguró Diego. -Lo que han hecho, y lo que hacen, es imperdonable.
-Ya te he dicho que es cosa mía, sacaré a mi hermana de ese antro, sin tú ayuda- Aseguró dándole la espalda.
-Lo siento, pero ya no es decisión tuya, te ayudaremos, todos nosotros- Declaró Diego mientras ella se giraba y le miraba.
-Eres buena persona Rubito- Dijo ella entre sollozos. -Eso te va a costar caro...- Siguió ella hundiendo la cabeza suavemente en el pecho del Diego.

Aquella noche se hizo larga, pesada y sobre todo fría, a las horas a las que amanecía las temperaturas eran muy bajas, normal en los días de octubre. Las temperaturas eran bajas, pero no tanto como en los meses más fríos como diciembre, enero o febrero en esos meses los lagos y los ríos se helaban, al igual que los bosques y montañas, todo se quedaba yermo, estéril y frío, como las almas de algunas personas cuando se les lleva al extremo de suplicar por seguir respirando o por luchar por aferrarse a la vida.

El cielo clareaba y los primeros rayos de Sol alcanzban levemente el rostro vendado de Viktor, el cual abrió levemente los ojos para observar la habitación en la que se encontraba sin saber muy bien cómo había acabado allí.
"¿Dónde coño estoy?" Se pregunta Viktor mientras levantaba la cabeza de la almohada. A ras del suelo se encontraban los otros dos, tapados con mantas y mantas. El más cercano a Viktor es Diego, este tiene un brazo por encima de la chica, que estaba apoyada en el pecho del chico y cubierta por las mantas. Los dos estaban todavía durmiendo profundamente, curiosamente sus respiraciones iban acompasadas.

-¿Quién es...?- Se preguntó antes de acordarse de su dolor de cabeza.
-Joder...me duele la cabeza...- Se quejó Viktor mientras se tocaba la frente con los dedos de la mano derecha. Tiene un ojo totalmente oscuro y medio cerrado. La sangre seca manchaba el cuello de su camisa, las vendas y su mejilla.
"¿Qué coño pasó ayer? No recuerdo nada..." se dijo para sí mismo mientras un punzante dolor le penetraba en la sien.
Viktor se levantó de la cama con delicadeza aunque dolorido y sin despertar a nadie buscó por la habitación su armadura y sus armas. Tardó unos momentos antes incluso de poder mantener el equilibrio. Finalmente y tras un rato de vacilación consiguió levantarse y con ese zumbido en la cabeza dio un par de pasos, habiendo salido por los pies de la cama para no despertar a la pareja. Lo encuentra todo tras una puerta en la que también estaban las armas y armaduras de Diego. Entre ellas apareció la plateada y larga espada, erguida y apoyada en la pared, sin vaina, lo que hizo pensar a Viktor en que alguien la había tocado si quemarse.
Algo aturdido y sucio decidió ponerse el peto del herrero Jones y en resto de su armadura. Mientras lo hacía.
Viktor tiró del peto metálico que estaba en el minúsculo armario, con esto tiró al suelo un par de piezas metálicas de su armadura y de la de los demás caen al suelo haciendo un característico sonido de hojalata golpeando el suelo.
"Mierda..." dijo en voz baja aturdido por el ruido mientras alguien decía -¿Viktor...?- desde la habitación.
De pronto Diego levantó la cabeza y vio a la muchacha, cogida de su cuello y apoyada en él. Miró entonces a Viktor desconcertado y éste le devolvió la mirada igualmente encogiéndose de hombros y agarrando el metal del suelo. Pocos segundos después la puerta de la habitación, justo al lado de Viktor se abrió totalmente te de sopetón, golpeándole a él, detrás de la puerta estaba Gabi, con grandes ojeras y ojos asesinos.
-Hijo de puta, me has despertado...- Le dijo con cara de furia silenciosa, tan característica suya. Mientras que los enfados de Diego normalmente se traducían en gritos y alguna que otra rabieta y los de Viktor directamente en la destrucción de el mobiliario, las de Gabi eran mucho más silenciosas. -Me cago en dios Viktor, te voy a apuñalar 137 veces- Aseguró mientras se apoyaba en la puerta y cerraba los ojos muy cansados.
-¿Quién es ella?- Preguntó Viktor intentando despistar a Gabi.
-Una chica que ayudamos ayer, unos matones la estaban pegando y la sacamos de allí...- Respondió Gabi abriendo los ojos y entrando un poco hasta llegar a verla abrazada a Diego, que tenía cara de circunstancia y estaba algo sofocado.
-Vaya, a noche creí escucharla decir que no se acostaría con nadie más, o algo así...- Dijo Gabi igualmente estupefacto. Diego hacía señas, gritaba en silencio que no y que necesitaba ayuda, pero ninguno de los dos podía perderte tal espectáculo.
-¿Ella es una prostituta?- Preguntó Viktor.
-Sí, lo es, pero Diego está empeñado en ayudarla- Aseguró Gabi.
-¿Aunque signifique que si cualquier caballero de la Santa Hermandad nos descubre, nos quemarán en la hoguera?- Preguntó Viktor, sombrío y preocupado de que la respuesta fuera sí, y con un "Así es" Viktor cerró los ojos y se hechó las manos a la cabeza. -¿En qué coño piensas Diego?- Gritó inconscientemente.
La chica sobresaltada se despertó, y lo primero que vio fue a Diego, al que estaba abrazado. Pero rápidamente se apartó de él.
-¡¿Por qué te has acercado tanto?!¡Eres idiota!- Chilló algo histérica la muchacha.
-¿Yo? ¡Pero si fuiste tú quien anoche me lloró en el hombro!- Le recriminó él.
-Dios, no gritéis- Dijeron al unísono Gabi y Viktor.
-Venga- Dijo entonces Gabi. -Ya sabemos que no os lleváis bien, pero salgamos de aquí sin armar mucho griterío ¿bien?- Pidió intentando calmar a la muchacha y a Diego.
-Sigues siendo un idiota...- Le dijo la chica en voz baja a Diego.
-Buenos días a ti también...- Dijo él levantándose del suelo
La chica pareció quejarse de un dolor muy fuerte el en vientre, sus moretones  del rostro y de los brazos eran cada vez peores, con la luz de la mañana se podían observar todavía más oscuros de lo que ya parecían.
Con esta misma luz del Sol las facciones de la chica eran un poco más visibles. Su piel era de un tono cualquiera, sin alguna marca distintiva más allá de los moretones y arañazos por culpa de su trabajo. Su pelo es liso y a media melena, color arena y algo sucio. No era una chica muy corpulenta, para nada ella era más bien delgada y un poco frágil. Los labios de la chica eran rosados aunque este color pastel era manchado por unas trazas lilas de coágulos bajo su piel. La chica apretó contra su vientre los brazos y dejó ir otro quejido antes de decir -Por favor... llevadme con una mujer que me pueda atender...-
-Diego puede atenderte y curar tus heridas, si tú pudieses...- Intentó decir Viktor.
-¡No!¡No permitiré que él lo haga!¡No permitiré que me vea sin ropa!- Gritó la chica frenéticamente furiosa por la propuesta de Viktor, que se tapaba los oídos.
-¡No grites, me duele mucho la cabeza, y una chiquilla gritona no me ayuda nada!- Respondió él
-Lo siento, pero no dejaré que me vea sin ropa- Repitió ella.
Los tres hombres se miraron entre ellos, ¿una mujer para que la curara? De a cuerdo, pero ¿quién?¿Quién estará dispuesta a ayudar a una prostituta en una ciudad donde la iglesia está presente? Es una auténtica locura, si un soldado del Vaticano les ve o simplemente alguien sospecha de ellos un centenar de hombres les arrestarán y torturarán en algún calabozo perdido de la mano de Dios.
-Lo primero es sacarte de aquí, con esa ropa, más que una puta pareces una indigente. No creo que nadie nos acuse de heregía... ¿Verdad?- Dijo Viktor cada vez Menos convencido de sus palabras. Se fue colocando las piezas de la armadura sobre las tiras de cuero y por encima de todo, la tela rojiza y hecha jirones en la parte baja.
-No deberíamos tentar a la suerte, quizá alguien la reconozca. Lo mejor sería ir con el rostro cubierto- Aseguró Gabi mientras se desperezaba.
-De a cuerdo, pero ¿dónde vamos?- Preguntó Diego.
-Creo que deberíamos encontrar al resto, igual Violette o alguna de las cocineras pueden hacer algo...- Insistió Gabi.
Viktor agarró la nueva espada, con la mano en la hoja, sin siquiera protección y salió por la puerta
-Diego, os esperamos con los caballos- Dijo este haciéndole una señal a Gabi para que saliese con él fuera. Ambos atraviesan la puerta dejando solos a los otros dos. En la habitación la tensión parece poder cortarse con cuchillo, el silencio era pesado y la muchacha parecí reticente a hablar con Diego.
-¿Por qué razón no quieres que te vea las heridas...?- Preguntó Diego recogiendo sus cosas.
-Déjame en paz joder...- Respondió la chica cepillándose el pelo con un cepillo que había en la habitación.
-¿Podrías decirme simplemente la razón...?-
-No quiero que me mires, solo eres un sucio hombre...-
-¿Y qué diferencia hay entre los tíos de a noche y yo?-
-Joder que asco que das... ¿No me puedes dejar en paz?¡No necesito tu ayuda!¡No necesito ayuda de ningún hombre!?¡Y menos la tuya!- Dijo casi histérica y gritando.
A la chica le emezó a caer una lagrima por la mejilla pero ella simplemente la ignoró y siguió cepillándose el pelo mientras sus labios temblaban.
-Lo siento... Isabel yo... no quería hacerte sentir mal. Me gustaría ayudarte de veras- Asegura Diego apretando los puños con impotencia.
-Simplemente, déjame sola...- pidió ella sin mirarle a los ojos.
Al terminar ambos bajaron y se encontraron  con Viktor y con Gabi, ellos conversaban con Jonás y con otro hombre en la puerta del establecimiento, el otro era un anciano.
-¿Y cuanto nos costará esto?- Preguntó Viktor al anciano. Este tiene una larga barba gris y la piel oscura.
-Para ustedes esto les va a salir muy barato, en cambio a esos gusanos de la Iglesia les cobro el doble por dejar los caballos aquí, ha ha ha...- Aseguró el hombre riéndose.
-Muchas gracias señor- Dijo Jonás. Tiene la cara afable, al menos más que el día anterior. Diego no pudo recordar su nombre inmediatamente, pero lo recordó tras acordarse el rostro de Samuel Jones y de lo que el bestia de su compañero le había hecho.
Diego y Isabel se acercaron a los cuatro hombres.
-Ya estáis, éste es el señor...¿?- Dijo Gabi sin saber cómo llamar al hombre.
-Mi nombre es Duarte- Aseguró el hombre barbudo, este vestía unos harapos parecidos a los de Isabel.
Jonás, con la cara afable, cambió nada más ver a la muchacha a un rostro más serio y oscuro.
-Jonás, debemos llevar a esta mujer con el resto, otra mujer debe ver sus heridas, no deja a Diego hacerlo- Le dijo Gabi.
-Entendido, pero ¿por qué? ¿Diego no es lo mejor que tenemos ahora...?- Preguntó Jonás.
-No le gustan los hombres, bueno sí, pero a ratos...- Comentó Viktor punzante.
-Creo que se por dónde vas Viktor...- Dijo Jonás riéndo.
-¡Callaos panda de idiotas!- Les gritó la muchacha muy molesta.
-Relájate rubita, sería mejor que no levantaras la voz- Le respondió Jonás algo molesto.
-Perdone señorita, ¿se refieren a que usted es una...?- Pregunta el viejo.
-¡Viejo baboso y si se le ocurre decir algo a alguien le meteré la cabeza dentro del culo de uno de sus caballos!- Gritó la chica.
-Tranquila señorita, seré una tumba...- Aseguró el hombre.
Tras esto el grupo se dividió. Tanto Jonás, como Diego, Gabi e Isabel se dirigieron hacia un edificio de madera y piedra, parecía antiguo, el edificio tenía un patio interior y parece un rectángulo. En este se supone que están el resto de los hombres de Gambino que todavía están en la zona. Algunos se habían hospedado en diferentes lugares de la ciudad por la dificultad de encontrar al rededor de 400 lugares para refugiarse.
Mientras tanto Viktor se fue a otro lugar. Se dirigió hacia una tienda cercana, una tienda ría oscura, con grandes cristales en mostraban libros y plantas.
"Mierda, la cabeza me da vueltas..." Se decía Viktor bastante mareado y con dolor de cabeza. Tanto le dolía la cabeza que ni siquiera reparó en el cartel sobre la puerta de la tienda, "La Brujita" La tienda olía familiar, a lavanda y romero, a libro viejo y madera húmeda.
-¿Qué desea joven?- Dijo alguien.
-Dios no, ¿dónde me he metido?- Preguntó asustado Viktor recordando de qué le sonaba.
-Jovencito, cuanto tiempo- Dijo una anciana con puntiagudo sombrero gris oscuro que caminaba entre estanterías.
-Mire abuela, no sé cómo lo hizo, pero estoy seguro de usted es mucho más de lo que aparenta- Aseguró el muchacho serio.
-¿Sí?¿Y qué soy muchacho?- Preguntó intrigada la abuela, con cara afable y ojos cerrados por las arrugas.
-Es usted una bruja, me dio un libro y profetizó que encontraría esta espada- Dijo mostrando la espada, envainada a su espalda.
-Oh parece que si que encontraste la Matalobos ¿eh?- Dijo la anciana satisfecha. -Así me gusta, todo anda bien y conforme al plan...- Aseguró mientras se dirigía al mostrador
-Señora, ¿a qué se refiere con el plan?- Preguntó extrañado Viktor.
-Oh, no te preocupes, todavía queda mucho para que todo empiece a rodar...- Aseguró desapareciendo tras el mostrador. Unos segundos más tarde se escuchó un sonido mecánico y se vio a la mujer elevarse como si la estuvieran levantando.
-¿En qué puedo ayudarle?- Preguntó de nuevo la anciana.
-No entiendo muy bien a qué se refiere...- Dijo el chico confuso y mareado. -Pero por favor, no haga que cuando salga ya sea de noche- Pidió el chico.
-No se preocupe joven...- Dijo la mujer baja.
-Tiene algo para mí cara?- Preguntó esta vez el chico tocando los vendajes de su frente.
-Si le digo la verdad... usted joven es bastante feo...- Dijo apenada la mujer.
-¡Maldita vieja!- Gritó.
-Jujujuju era una broma joven, aquí tiene...- Dijo la anciana extendiendo una mano arrugada y temblorosa por encima del mostrados que era casi de su misma altura. La señora entregó en mano a Viktor un puñado de hierbas, parecían hierbas comunes pero con un olor muy agradable.
-¿Qué es esto señora?- Preguntó el chico.
-A usted eso no le importa, solo échele agua presiónelo contra las heridas- Dijo la anciana.
-Señora, seguro que esto no es hierba normal y corriente...?- Preguntó escéptico el chico.
-¿Dudas de una anciana?- Preguntó ella intentando poner cara de falso enfado.
-¿Una anciana que me llama feo?- Preguntó él.-Supongo que me han llamado cosas peores- Aseguró.
-Venga venga, que me espantas a la clientela...- Dijo la señora señalando a dos personas fuera de la tienda.
-¡¡!!- Viktor logró ver fuera de la tienda al hombre barbudo llamado Duarte hablando con dos hombres con relucientes armaduras, ambos portaban el las hombreras y en los escudos cruces latinas de color azul con toques dorados. Sin duda se trataba de caballeros de la Iglesia y estaban hablando con el hombre al que le habían insinuado que llevaban a una prostituta.
-¡Mierda joder!- Viktor se puso detrás del mostrados junto a la anciana, con un salto.
-Puto viejo traidor, le voy a cortar las piernas... Señora no salga de aquí, puede ser peligroso- Le pidió Viktor a la anciana.
-Pero le puedo ayudar joven, mire, lánceles esto- Dijo la anciana mientras agarraba un frasco de una de las estanterías, este frasco era de verde azul brillante.
-Mire esto joven, si se lo lanza los dormirá al instante- Aseguró la anciana
-¿Enserio?- Preguntó Viktor impresionado.
-Sí, mire como se hace- Dijo la mujer abriendo una puerta que había detrás de ella y que daba a una especie de cuarto muy oscuro. La mujer lanza el pequeño frasco contra la pared del fondo.
-¿Ves? Así se lanza...-
-¿Señora...-
-¿Sí?-
-Tiene usted más frascos de esos ¿verdad...?-
-Pues resulta que no joven, ese era el último...- Dijo la mujercita complacida.
-És usted la vieja más rara que he visto nunca...- Aseguró el joven.
-Muchas gracias joven, también me gusta-
Viktor se quedó unos segundos recapacitando y luego pensó que la señora debía haber pensado que eso de "rara" era un piropo, por alguna incompresible razón.
-Muy bien, es hora de estrenar a...¿?-
-Matalobos, recuérdelo joven- Le dijo la anciana.
-Señora, quizá rompa algunas cosas, espero que me perdone- la advirtió Viktor.
-Si las pagas, todas tuyas. Pero asegúrate de enseñarme un bonito espectáculo- Rogó la mujer con total aprobación.
Viktor se puso en pié y tanto los dos caballeros como Duarte le vieron a través de la cristalera y este último le señaló y acto seguido se largó corriendo.
-Mierda, alertará a más soldados de la Iglesia- Dijo Viktor mientras el anciano corría y los dos hombres con armaduras entraban en la tienda.
-Jo jo jo... Tu debes de ser ese hereje del que nos hablaba esa babosa. Te ha vendido por un par de monedas de plata...- Aseguró uno de los hombres mientras se levantaba la visera metálica y dejaba al descubierto su cara, una cara decidida, con cejas gruesas y ojos azules.
-Maldito hereje, os cogeremos a ti y a tú amiga la fulana- Le dijo el otro levantado también la visera y mostrando su enorme bigote castaño.
-Quitaos de en medio- Pidió Viktor mientas apoyaba la espada en el hombro.
-Menuda espada, seguramente la habrás robado ¿verdad hereje?- Preguntó el del bigote.
Viktor les hizo un signo con los dedos para que se acerquen a verlo por ellos mismos.
-¡Te vas a arrepentir perro hereje!- Gritó este mismo lanzándose al ataque contra Viktor.
Con un solo movimiento detuvo el espadazo con su propia espada y golpeó con fuerza el pecho del hombre con la planta del pie, lanzándolo contra una estantería.
-¡Demonios!- Gritó el otro mientras se protegió del tajo que lanzó Viktor acto seguido con su escudo. Este prácticamente sale volando dejándolo totalmente al descubierto, y con abrumadora fuerza y con las dos manos Viktor golpea con ferocidad el costado del hombre. De pronto se escuchó el sonido del hierro contra el hueso, el filo, sujetado con fuerza por las dos manos de Viktor, había atravesado con facilidad el plato de metal de la armadura y había llegado hasta la columna. El hombre cayó arrodillado, mientras el acero se mantenía en su interior, mientras que borbotones de sangre salían por su costado.
-No... no...- Intentaba decir el hombre, miéntras agarraba el filo de la espada, sin quemarse y con los ojos húmedos. Viktor retiró la espada y un último chorro salió disparado, las gotas llegaron a manchar algunos libros en la estantería más lejana de la tienda.
-Dios... mío- Dijo el otro soldado mientras se santiguaba y miraba horrorizado como el cuerpo de su compañero caía al suelo y golpeaba la madera.
Viktor se quedó tan sorprendido como el hombre que se encontraba al otro lado de la habitación.
-Mo...mo....monstruo...- El hombre estaba muy asustado, tremendamente horrorizado al ver a su compañero siendo atravesado por la espada del hereje.
-Lo siento por tu compañero... pero os lo avisé...- Le dijo Viktor mientras le apuntaba con su arma.
-¡Maldito demonio, has matado a Michael... Tenía esposa e hijos, cabrón!- Gritó el hombre poniéndose en pié tras la patada de antes. -¡Te encontrarán cabrón!- Gritó de nuevo antes de que la espada de Viktor se clavara en su pecho tan hondo que sobresalía por detrás, incrustándose entre los libros de la estantería. Viktor no le miró a la cara, pero éste agonizó durante unos segundos, mientras el filo le atravesaba el esternon.
Tras retirar la espada, el hombre cayó y Viktor con su capa limpió la hoja del arma.
-Muchacho- Dijo la señora. -Respóndame, ¿Que ha sentido al matar con ella? Con la Matalobos...- Preguntó con tez sombría y algo preocupada.
-Bien, me he sentido... bien- Respondió. -Ha sido extraño, me he sentido como poderoso- Aseguró.
-Bueno, esa espada es algo especial, como habrás podido comprobar. Es una hoja corrupta y manchada con maldad, no deberías usarla a la ligera- Aseguró la anciana cabizbaja.
-Tranquila señora, no es la primera vez que mato a alguien- Aseguró.
-Lo se, pero me preocupa el número de vidas que quitarás a partir de ahora- Dijo la mujer. -Quizá me haya equivocado...-
-No, se lo aseguró, haré lo que pueda, lo mejor que pueda- Le dijo él. -No sé que tendrá de extraño esta espada, pero le aseguro que no segaré ninguna vida, siempre que pueda evitarlo.
-Eso es muy sabio, una vez, alguien mucho más viejo que yo, y mucho más sabio me dijo "La verdadera sabiduría no es la que se necesita para gobernar, tampoco la de los ancianos y los monjes. Un hombre es realmente sabio cuando sabe el momento en el que no arrebatar una vida"- Dijo la viejita melancólica. -Pero eso no viene al caso... Eso era todo por esta vez, nos volveremos a ver, os lo aseguro, joven-
-Tenga señora- Dijo Viktor lanzándole a la mujer un par de monedas de oro de un pequeño saco que colgaba del cinturón al rededor de su pecho.
-No creo que con esto tenga suficiente joven...- Dijo la mujer haciéndose la ancianita buena.
-Maldita abuela...- Dice Viktor lanzándole una tercera moneda.
-¡Nos vemos vieja!- Gritó Viktor al salir corriendo de la tienda.
La mujer se quedó en la mostrador de la tienda hacha un basurero, llena de sangre y de libros tirados por ahí.

Viktor salió a la calle, a la derecha había un callejón oscuro y lleno de charcos. A la izquierda, la plaza donde estaban los caballos. El cielo estaba igual que antes, el tiempo esta vez no había cambiado nada. Viktor se giró para ver la tienda pero de nuevo observó un muro de piedra, manchado y salpicado de sangre y con dos caballeros en la base, muertos.
-¡Mierda!- Gritó él sobresaltado. -Maldita abuela, ¿se lleva la tienda y no a los cadáveres?- Dijo lamentándose. Antes de que nadie le viera salió en dirección al callejón, húmedo y oscuro, entre los charcos había barro, y en ese huellas. Pensó que se podía tratar de Duarte y, decidió seguirlas hasta el final del callejón. Salió a una calle, pero no llegó a pisarla, apoyado en la pared de la calle estaba el hombre barbudo, contando monedas de plata y de cobre en un saquito.
Viktor le agarró del cuello de la camisa y le metió en el callejón, lanzándolo sobre un charco.
-¿Qué mierdas haces?- Gritó el hombre antes de verle bien la cara.
Viktor ni le respondió, solo le golpeó el estómago con una patada, un fuerte y preciso punterazo que le hizo retorcerse sobre el charco.
-Mierda cabrón- Dijo él dolorido.
-Puto viejo cabrón- Dijo Viktor agarrándole de cuello de la camisa y propinándole un derechazo directo al pómulo. -Eres una basura humana ¿sabes?- Le dijo.
-Por favor, deja que me vaya, por favor- Pidió. -¡soló he hecho lo que me obligaron a hacer!- Gritó él. Viktor se detuvo durante un momento to.
-¿Qué has dicho?¿Quién te obligó a hacerlo?- Le preguntó él gritando.
-Unos tíos peligrosos, me obligaron a que les dijera a esos gusanos de la Iglesia donde estaba su chica- Confesó él, desde el charco.
-¿Dos tipos?¿Quienes?- Preguntó él interesado.
-Dos tipos de los barrios marginales, gordos y medio calvos. Son dos cabrones que se dedican a extorsionar a la gente y dirigen un negocio de mujeres- Aseguró.
-Bien, tranquilo, me encargaré de todo...- Dijo dándole un golpe en la nariz y tirándolo al suelo de nuevo.
Salió de allí, en dirección a la avenida de donde había sacado a Duarte. La avenida era grande y muy ancha, a ambos lados crecían casas de ladrillo recorridas por dentro y por fuera por vigas de madera oscura. Tiendas de colores y un montón de gente recorriendo la calle. Muchísima menos que la noche anterior, pero Viktor se vio abrumado y retrocedió, volvió hacia donde había venido. Y volvió a pasar por delante de Duarte, pero esta vez con su caballo, con Níveo, con el caballo negro que recorría los charcos, salpicando violentamente a Duarte.

Salió a la calle una vez más, montado en Níveo, recorrió la calle, empedrada aunque recorrida por un surco de tierra en el centro de ella, arena que saltaba bajo las pisadas del caballo, que galopaba fuertemente. Recorría la calle buscando algo que ni siquiera sabía muy bien qué era, aunque en muy pocos metros lo logró ver. Una pareja de soldados, con estandartes de lobos negros, armados con alabardas y ballestas a la espalda.
Viktor se les acercó y les llamó la atención, ambos se giraron y se le quedaron mirando unos segundos.
-Por favor, díganme, ¿conocen a dos indeseables, gordos y con un negocio de chicas?- Preguntó sin rodeos.
-Sospechoso que busques a tan indeseables sujetos...- Dijo uno de ellos.
-Me han hablado de ellos... Solo quiero hacer lo correcto- Dijo Viktor.
-¿Hacer lo correcto?¿Todavía se lleva eso?- Preguntó el otro.
-Bueno, ¿podrían hablarme un poco de lo que sepan?- Preguntó Viktor.
-A ver, nosotros ahora nos vamos a dar una vuelta, pero si te das prisa, podrías llegar a la Torre de Calderas, allí siempre hay un par de chicas... Quizá ellas te puedan ayudar- Aseguró. -Pero procura que ninguno de esos Cruzados te vea.
-Muchas gracias caballeros- Les dijo Viktor mientras se alejaba.

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