2. De la gloria que coronaban las estrellas
«Le llamaban la Mañana por la tenue luz que permitía ver los indicios de las estrellas, decenas de ellas instalándose en su punto fijo después de migrar por el cielo durante la noche oscura que había sido el principio de todo. Pero seguía siendo una luz incompleta, insuficiente, y Seren había traído la luz clara del sol para guiar el camino de los hombres en un día eterno. La Gloria del Mediodía solo se veía amenazada por el caos que las estrellas podrían traer al colisionar y por eso Seren, el dios Sol, las mantenía prisioneras en la corona de cuarzo que su padre le había fabricado y que se quitaba el primer día de cada estación».
—Ya estás aquí.
—Siempre estoy.
—No para nosotros —replicó y el temblor en su cuenca vacía le indicó su cercanía más que la visión de la mariposa frente a ella que se transformó en daga en cuanto sus manos la acunaron. La voz se volvió fría pero tranquilizante, justo como la muerte debería sonar.
—Sabes que puedes acompañarme tan pronto como lo desees.
Su filo era tentador, su mango palpitaba entre sus dedos, la punta le acariciaba la mejilla con una delicadeza descrita como anhelo. Cerró su ojo y se dejó abrazar por las hojas de ciprés que le hacían cosquillas en el cuello, el hilo de su túnica que bajó por sus brazos erizando su espalda, el beso eléctrico que congeló sus labios en un instante que repetía cada equinoccio y cada solsticio. El beso vuelto una camelia colocada debajo de la tela que envolvía su cuerpo, cerca del pecho y del estómago que se contraía cada vez que pensaba en él.
—No puedo dejarlos. Los amo tanto como tú, como a ti.
—Es casi imposible existir con la idea de estar junto a ti solo cuando el sol lo permite, cada cambio de luz. Quisiera saber si habrá un cielo en el que podamos volar de nuevo.
—Habrá, y te llevaré y elevaré tus alas más allá de la luna. Pero no en este cielo.
—No es ni siquiera el ocaso, tempestad mía.
—Pero el mediodía no durará para siempre y el ciclo debe cerrarse, segador.
Svandra se quedó en silencio. Sus palpitaciones seguían acompañando a las de Syv pero su voz se había apagado como una linterna a la que sumergen en agua repentinamente.
—Estaba todavía amaneciendo cuando me llamaste así por primera vez.
—Y te llamaré así hasta que amanezca de nuevo.
—Tengo que irme ya o me atrapará a mí también. —Había dejado de existir un tiempo en el que le ocultaba la forma que enterraba debajo de los mil disfraces. La miró a su único ojo y posó la mano en donde guardaba el faltante—. Me quedaría solo con esta imagen que ves con tal de llevarte conmigo.
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