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1. De camelias y otros dioses

«Svandra nació de una planta regada por la sangre de Coroika, de una semilla de camelia robada a Einhym. Coroika la colocó en una maceta de topacio con tierra de los Jardines Altos y la cuidó a espaldas de Cisorda y de su hijo Orem para que el secreto estuviera a salvo. La flor tardó doce semanas en abrir su botón y al hacerlo, en el atardecer de un día de cuarto menguante, nació Svandra. Al pronunciar sus primeras palabras, la flor murió: Svandra se había transformado en la tierra que sostenía las delgadas raíces.»

—La flor murió.

—La maté.

Coroika extendió sus manos. Con cuidado, sostuvo la vasija y miró el origen de la voz suave. La tierra era oscura, maleable, húmeda; era tierra, y nada más.

—¿Quién soy? ¿Soy?

—Eres. —Respondió el dios rompiendo la vasija por la mitad con la acción de sus manos. La tierra se esparció en el suelo transparente y de nuevo la voz cambió su tono por uno carraspeado.

—Soy.

—Eres quien transportará. Quien nos cuidará también. Eres nuestra salvación.

—Salvación —repitió Svandra y sus ojos vieron por primera vez. Estaba rodeado por un infinito negro moteado de puntos blancos brillantes—. ¿Qué soy?

—Eres vida.

—No. Soy el fin de la vida.

—Eres el comienzo de la eternidad. —La imagen que Coroika tenía en frente no era más que un reflejo de sí mismo, una réplica de sus dimensiones y su apariencia. Pero en el fondo, en la esencia dorada que fluía dentro de él, percibía la diferencia entre Svandra y su propio ser. No se había equivocado. Confió en él, en el espejo que veía y que ahora imitaba su timbre y tono de voz.

—¿Tú eres mi creador? ¿Puedo ver tu rostro?

Svandra cambió sus rasgos a unos más simples. Se deshizo de sus ropas y sintió el Infinito rodearle una desnuda piel azul recién creada. Coroika extendió su mano con la palma hacia arriba y Svandra colocó la suya encima. Las yemas de sus dedos rozaron y ninguno cerró los ojos a pesar de las nebulosas que en ellos se formaban. Sin que su creador retirara su máscara, Svandra lo supo, y reconoció el rostro de Coroika pues ahora lo llevaba fluyendo dentro de sí. El éredet nadaba en su interior, topaba con los límites de lo que era y se extendía más allá. Y ahora, una parte del éredet de Coroika corría y envolvía su alma.

Y lo supo, lo supo todo.

—¿Puedo hablar con Nebadoma? —Dijo Svandra y debajo de la máscara, Coroika sonrió.

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