La visita del monje
Durante la universidad mi hermano Adrián tenía la costumbre de dejar acumuladas lecturas pendientes, por lo que al llegar la época de los parciales o finales tenía que ponerse al día de golpe. Se dedicaba de lleno, estudiando a la noche y a la madrugada en el comedor de casa, a puro mate y café. Se llevaba el pelo largo hacia atrás, se ponía su gorra de cuero de visera corta y hundía la vista en las fotocopias y apuntes durante horas. Quizás fue por todo ese esfuerzo y el estrés; el cansancio pudo haberle jugado una mala pasada y lo hizo ver cosas. O tal vez en esos momentos de exigencia extrema, cuando alcanzamos el límite, nuestra percepción se abre y vemos de verdad.
Mi hermano estaba sentado en la cabecera de la mesa larga de algarrobo del comedor, resumiendo. Frente a él se hallaba una de las ventanas corredizas, la que da al jardín. Se encontraba cerrada porque era invierno y hacía mucho frío, pero las cortinas no la tapaban. A espaldas de Adrián, a unos metros y pasando un sillón, comenzaba la cocina con una isla y detrás de ella el horno y la mesada formaban una ele. Si quería hacerme un té durante esas noches de estudio de mi hermano, debía ir prácticamente en puntillas de pie y hacer el menor ruido posible. Soy súper torpe, más bajo presión, por lo que era muy común que en esas circunstancias apoyara la pava con fuerza en las hornallas o incluso que se me cayera. Juro que no lo hacía a propósito, en serio. Lo importante es que, por la forma de la cocina, cuando uno está frente al horno y las hornallas, más allá de la isla, uno puede ver el comedor con la mesa de algarrobo y la ventana que da al jardín. De hecho, en esa ventana se proyecta el reflejo de quien esté frente a la cocina, así como de quien está sentado en la mesa de algarrobo, por lo que ambos pueden verse. Todavía recuerdo a mi hermano levantando la vista de los apuntes cuando yo llegaba a la cocina a hacerme ese bendito té antes de acostarme. De espaldas a mí, me lanzaba una mirada a través del reflejo en la ventana, advirtiéndome que hiciera el menor ruido posible.
Pero esa madrugada yo estaba durmiendo y Adrián aprovechaba para estudiar sin interrupciones. Generalmente la vista se fija en un punto, pero en realidad también estamos viendo a los lados y un poco hacia arriba o hacia abajo. Eso hace que de reojo veamos cuando alguien se aproxima. Así fue como Adrián notó que alguien había llegado a la cocina. Se extrañó, porque era bien entrada la madrugada, sin embargo supuso que era alguno de nosotros y levantó la mirada hacia el reflejo en la ventana, molesto. Encontró algo diferente. "Era como un monje antiguo", nos contó tiempo después. "Estaba parado, una capucha le cubría el rostro, pero yo sabía que me estaba mirando. Era de un color oscuro. No me asusté. Cerré los ojos, los volví a abrir y seguía ahí. En el fondo, sabía lo que iba a pasar cuando me diera vuelta, por eso no lo hice en seguida".
Luego de observarlo en detalle, Adrián decidió contar hasta diez con la mirada todavía fija en el monje que seguía presente allí, aunque silencioso. Cuando llegó a diez, se giró y, como había anticipado, el monje ya no estaba. ¿Quién era y por qué apareció en ese momento?
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